Por Julio Ortega Fraile
Me enseñasteis que a mí, un ser humano, un perro no me puede morder, ni un gato arañar, bajo ningún concepto. Que los toros son animales muy peligrosos con instintos asesinos. Que el cerdo es un bicho muy sucio. Que el burro es una criatura rematadamente tonta. Que la leche de vaca es sanísima para mi salud. Que si no como carne, no meto proteínas a mi cuerpo y sin ellas me moriré sin remedio. Que un tigre en un circo está lleno de vitalidad y alegría. Que un elefante en un zoológico es un elefante mimado y feliz. Que si los cazadores no los matan, los jabalíes invadirán las ciudades y nos atacarán. Que un medicamento sólo es seguro para mí si antes se prueba en un chimpancé. O un cosmético. O un detergente. O el líquido de frenos de mi coche. O …
Me dijisteis tantos, tantos embustes y yo, durante mucho tiempo, me los creí todos. Pero una mañana me explicasteis que los gatos odiaban a los pájaros y si pillaban a uno le hacían trizas. Y resulta que por la tarde yo ví esa imagen. Esa noche descubrí que me habíais contado muchas mentiras. Esa noche dejé de creeros. Esa noche fui más culto, más justo y más libre. Porque no hay nada más peligroso que la ignoracia. Porque no hay nada más repetido que la ignorancia y los ignorantes en un historia repleta de crímenes y de criminales.