Por Mario Fernández Bravo

Camuflada en una sonrisa de cinismo galopante, la actual alcadesa de Madrid -por la gracia miserere de Gallardón y su  anhelada cartera ministerial- dice que no piensa dimitir. Todo para ella parece normal, hasta el mínimo dispositivo policial municipal que asistió esa noche negra en Arena, aderezado, según se desprende, de un dispositivo de seguridad privado gestionado por un neonazi que posibilitó hasta la reventa y una empresa a la que se le alquila una propiedad municipal pese a sus deudas con el fisco.

Ni un instante dejó de trabajar y de pensar en la desgracia irreparable mientras iba y venía, empapada de fados tristes en uno de los más lujosos spa de Sintra  la singular- que no electa- alcaldesa de Madrid. La vida del político es así. Mientras nuestros salarios menguan al pairo del Decreto-ley 20/2012 para paliar los excesos de la banca, el político de turno más bisoño se va a un spa o alquila un lujoso apartamento por 2.000 euros / mes en Marbella. Y el desahuciado sigue tirándose al vacío. Todo parece valer a estas alturas para constatar que el político de turno que gestiona y engorda estas miserias desciende de la pata izquierda del Cid Campeador, victorioso después de muerto.