Por Nacho Caballero Botica
Una de las grandes sorpresas que se llevan algunos padres es que su hijo está vivo todo el rato. No se puede desconectar, ni silenciar, ni poder en modo avión. Cada día tiene 24 horas, de las que la mitad, está despierto. Bienvenidos a la paternidad.
Mi filosofía educativa, con mi hijo Óliver, es la de que se vaya de casa cuanto antes. Mucha gente se sorprende frente a esta afirmación, sin embargo encierra las mejores intenciones hacia él por mi parte.
Bajo esa premisa, intentamos que sea un niño de mente abierta, valiente, curioso, observador, con capacidad para aburrirse y divertirse solo o en compañía. Un niño alegre. A día de hoy vamos por el buen camino, aunque resulta agotador.
Ahora entiendo por qué la gente se queda a vivir en sus barrios de origen. Creo que no tiene que ver tanto con las raíces, sino con lo económico que sale tener a los abuelos cerca. Un colectivo el de los yayos, explotado injustamente de forma silenciosa y que soportan maratonianas jornadas sobre sus cansadas espaldas en las que baila una jota aragonesa, la vitalidad infinita de un niño pequeño.
En este momento, si te das por aludido, pensarás que tu padre o madre están encantados de quedarse con el niño. Piadosas, aquí tenéis a la reina de las mentiras, aunque habrá excepciones. Soy de los que piensa que vuestro hijo es vuestro y que, en la medida de lo posible, son los padres los que tienen que ocuparse de todo lo que le concierne. ¿Agotador? también lo es el paddle al que te vas a jugar mientras lo cuidan los abuelos.
Familiares y amigos, una ayuda puntual siempre viene bien. Faltaría más.
Por cerrar el círculo. Criar a un hijo para que se vaya de casa cuanto antes, también incluye que si el día de mañana me toca ser abuelo, seré solo eso. No el padre de mis nietos.