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Rajoy, cuando le conocí no era así

Por Jorge Castaño Castillo*

Cuando nos conocimos, no era así. Aunque mi pareja nunca ha ejercido la violencia física, hace tiempo que me ha destrozado la vida. Un día volví de una entrevista de trabajo y cuando le comuniqué que no me habían dado la plaza, me gritó «¡qué te jodan!»; parece que disfruta si me ve en la miseria mientras goza de un tren de vida desmesurado. Antes en los ratos de ocio, nuestra relación era lo más importante; ahora ocupa ese tiempo en jugar al Candy Crush o en irse de clubs con una tarjeta de crédito que me ha ocultado durante años. Aun así decido continuar la relación, pero ¡no paso ni una más!

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (EFE)

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

No me permite ocuparme de la economía doméstica: me dijo que nuestro contable nos había robado parte de nuestros ahorros y que después de una denuncia este “chorizo” había acabado en prisión; las últimas noticias que me llegan cuentan que este delincuente está esquiando en los Pirineos. Sospecho que mi pareja me mintió en este asunto, revisé sus mensajes del móvil y vi que aún mantienen la comunicación. Aun así decido continuar nuestra relación, pero ¡no paso ni una más!

Envió a mi hijo mayor al extranjero prometiéndole una bonita experiencia; sospecho que le molestaba en casa porque él siempre me defendía. Por suerte tengo al benjamín en casa, el pequeño Jordi. Hace tiempo que la relación entre Jordi y mi pareja es complicada. Mi pareja ridiculiza a mi hijo en público continuamente y el 9 de noviembre del año pasado nuestro pequeño nos comunicó su intención de alejarse de nosotros. Mi pareja actuó tarde y mal. Aun así decido continuar la relación, pero ¡no paso ni una más! Esta vez es la última.

Mi pareja ha accedido a mis cuentas y me ha robado la prestación por desempleo. Parece ser que cortando mi libertad económica puede ejercer más influencia sobre mí. Aun así decido continuar la relación, pero ¡no paso ni una más! Esta vez no.

Como no le gusta que trabaje, me ocupo de las tareas del hogar y de cuidar de mi padre político. Lo hago altruistamente, siempre me ha gustado ayudar a los demás. Un día mientras cuidaba de mi suegro, contraje una de las enfermedades contagiosas más letales. Cuando la muerte se acercaba, me culpó a mí de esa situación. Con suerte pude sobreponerme, pero tuve la mala fortuna que en una de las transfusiones que se me proporcionó contraje la hepatitis C.

Como se supone que nos queremos en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, le pedí a mi pareja ayuda económica para pagar el caro medicamento y me la denegó. Prefirió usar ese dinero para dárselo a uno de sus amigos, concretamente a un amigo banquero que le ha prometido devolvérselo, pero quizás cuando lo haga, si es que lo hace, sea demasiado tarde para mí. Para colmo me cuentan que ese miserable no es de fiar: estafa abuelitos, echa a la gente de sus casas y usa el dinero prestado para pagar lencería cara a sus amantes, comer en restaurantes caros y emborracharse con champagne francés.

¡No paso ni una más! He abierto los ojos. ¿Cómo no me daba cuenta de su manipulación? Quizás a medida que perdonaba cada uno de sus maltratos, relativizaba sus nuevas torturas. Pero ahora todo ha cambiado. Ha aparecido alguien más joven, más preparado, más atractivo, más honrado y más comprometido con mis problemas. Este chico me ha devuelto la ilusión. Nos casamos en diciembre y estáis todos invitados.

* Zamorano exiliado en Poitiers (Francia).