Por Santiago Aragón Guarné
No hace mucho tiempo coincidí en el parque con una familia con seis niños. Muy respetuosos con el entorno, jugaron sin conflictos.
Este fin de semana, en el mismo lugar, conocí a una pareja de hombres con su hijo. Ni complejos, ni traumas, ni nada que se le parezca.
Si recuerdo ambos encuentros es porque me sorprendieron. No eran escenas habituales para mí. Me pillé mirando con los ojos de la mente, con ideas preconcebidas sobre cómo debían ser las familias numerosas o los hijos de parejas del mismo sexo. Y claro, la realidad siempre supera cualquier prejuicio, que se queda corto por simplón.
Tonto de mí, sigo conservando un montón de clichés, todos falsos, por supuesto. No consigo deshacerme de esta absurda colección que continuamente interfiere y me impide una limpia vivencia del presente.
Necesito ir más al parque.
Algún día seremos capaces de ver las cosas de una manera limpia, sin estorbos.
17 abril 2015 | 23:44
Un primer paso es darse cuenta de lo tonto que es tener prejuicios. La próxima vez que les veas en el parque comprobarás que ya no te sorprende tanto, y poco a poco, según lo veas como algo habitual, te reirás de que alguna vez pudiera parecerte extraño. Si son niños felices con sus familias… ¿Qué más da todo lo demás?
20 abril 2015 | 11:11