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El espionaje a mandatarios

Servicios secretos no tan secretos

Por Francisco Javier España Moscoso

¿Realmente alguien se cree que los servicios secretos obedecen a los intereses legítimos de los mandatarios de turno? Desde hace muchos años y estamos hablando de mediados del siglo XIX, la mal llamada “inteligMerkel y Obamaencia” de ciertos países, se viene encargando de mantener intocables los intereses de los poderes económicos propios, y a tal fin, han puesto y quitado presidentes en medio mundo y han sufragado guerras fratricidas, algunas con la venta ilegal de opio, hecho este que salpicó a la CIA y al ejército de EEUU, y que a punto estuvo de llevarse por delante al presidente Reagan. Con estos antecedentes, pretender ahora que un presidente votado por la ciudadanía y que en el mejor de los casos va a estar ocho años gobernando, sea el responsable de las oscuras directrices de los servicios de inteligencia y echarle en cara que está espiando a sus aliados, es como poco un ejercicio de candidez, o una rabieta de cara a la galería, y a buen seguro que ni el mismísimo Obama escapa de la indiscreción de sus propios servicios secretos, que bien mirado…, hace tiempo que dejaron de ser secretos.

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¡Otra de espías!

Por Isabel Esteban Güell

Parece mentira lo sugerente y rico que es este tema. Ahora Obama ha asegurado a una Merkel seria, enfadadota (la vemos mostrándonos su móvil oficial con el águila bicéfala alemana) que él no le ha espiado nunca el móvil. Seguro. Los preeminentes nunca hacen el trabajo sucio para eso están los equipos «auxiliares». Pero, de verdad, ¿cómo podemos soportar este mundo tan poco serio? No les da vergüenza hacer semejantes «declaraciones» teniendo en cuenta que hay referencias de las prácticas de espionaje desde los asirios y no digamos del antiguo Egipto. Pero ahora, fíjense, descubren el espionaje, cuando Caín ya espiaba al pobre Abel buscando el mejor momento.

2 comentarios

  1. Dice ser yo discrepo

    EEUU lleva tiempo tratandonos como simples vasallos , aunque lo peor viene cuando algún dirigente se parte el cuello haciendo genuflexiones y reverencias a los presidentes americanos y eso lo digo por el ministro Josep Pique y luego para qué, para ser objeto de abuso de poder.

    Hay que tener un poco de dignidad

    25 octubre 2013 | 15:56

  2. Se acaban de cumplir nada menos que 300 años desde la primera publicación del opúsculo El arte de la mentira política, falsamente atribuido durante siglos a Jonathan Swift. Y el lector contemporáneo, en estos tiempos de corrupción, no puede sino preguntarse si de verdad el ser humano cambia con el paso de los tiempos o si esa creencia es solo una ilusión.

    En realidad, podríamos remontarnos mucho más lejos, 2.000 años atrás si hiciera falta, y volveríamos a vernos fielmente reflejados en cada uno de los textos del momento, como en espejos prodigiosos. Si no lo creen, piensen, por ejemplo, en aquel pasaje de Séneca en De la serenidad del alma, en el que criticaba a la gente que adquiría libros solo para adornar sus salones, pensando en lo decorativo de sus lomos, o en lo conveniente de sus títulos, sin considerar siquiera llegar a leerlos. Sin duda, gozamos de una pasmosa capacidad para perseverar en nuestra propia naturaleza.

    Y así de pasmado y atónito se queda el lector de nuestros días, asediado por las noticias políticas y económicas del presente, y sin demasiado tiempo para ahondar en la historia, cuando se adentra en las páginas de El arte de la mentira política y descubre a su autor sopesando cuáles de las mentiras de los dos partidos entonces dominantes —los Whigs y los Tories— habían sido más creíbles en las últimas legislaturas.

    Un autor que, por cierto y para colmo, no fue de manera alguna el señor Swift, sino su amigo, el mucho más reservado escritor escocés John Arbuthnot (1667-1735), médico de la reina Ana, quien a decir verdad disponía de una agudeza, un talento irónico e incluso un estilo muy semejantes a los del primero.

    Ese autor, el verdadero, el doctor Arbuthnot, comienza el ensayo reflexionando sobre la disposición fisiológica de los hombres a la mentira y continúa proclamando que un arte tan útil y tan noble como el de mentir debería tener, al igual que el resto de las artes y las ciencias, su propia entrada en la enciclopedia. Y poder así servir de ayuda para todo político que pretenda alcanzar la gloria en los siglos venideros.

    Su definición de la mentira política es sencilla y contundente: “es el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con un buen fin”. Y, de inmediato, pasa a facilitar una clasificación de los posibles tipos de engaños. Si bien la gente suele pensar que toda mentira es difamatoria, Arbuthnot distingue hasta tres clases de falsedades: la “mentira calumniosa”, que es la que trata de arrebatar a un hombre la reputación que se ganó justamente, por temor a que la utilice contra lo que se cree que es bueno para el pueblo; la “mentira por aumento”, que atribuye al personaje político mayor reputación de la que le pertenece; y la “mentira por traslación”, que transfiere el mérito de una buena acción, o el demérito de una mala, de una persona a otra.

    Todo esto lo va trufando Arbuthnot de ejemplos y de consejos para que las mentiras funcionen mejor, se extiendan más rápido o duren más tiempo. Recomienda asimismo a los jefes de partidos políticos que no se crean sus propias mentiras, porque el exceso de celo en el ejercicio de este arte puede hacer que algunos se acaben persuadiendo de que lo que afirman es en efecto verdadero, y podrían terminar intentando resolver los asuntos de la nación según el dictado de las mentiras inventadas por ellos mismos. Algo que, al parecer, solía ocurrir a menudo.

    Si un partido, apunta más adelante este analista del siglo XVIII, se hubiese excedido en el número y tamaño de sus mentiras, “para restablecer su credibilidad acordará no decir nada, durante tres meses, que no sea verdadero; esto les dará derecho a difundir mentiras durante los siguientes seis meses”. Aunque el propio autor se ve obligado a reconocer que, en la práctica, es imposible encontrar políticos capaces de semejante esfuerzo de contención.

    Todo esto lo analiza John Arbuthnot en una época previa a la televisión, a las campañas mediáticas y a los debates de tertulianos, anterior a Internet, a los blogs, a los comentarios anónimos y a las redes sociales, en una era en la que ni siquiera se intuían las consecuencias del retoque fotográfico o la suplantación digital. Por suerte, ahora también contamos con los vídeos y las hemerotecas.

    En el artículo que cierra el pequeño volumen, Jonathan Swift —ahora sí, el famoso escritor irlandés— sostiene que “al igual que el más vil de los escritores tiene sus lectores, el más grande de los mentirosos tiene sus crédulos: y suele ocurrir que si una mentira perdura una hora, ya ha logrado su propósito, aunque no perviva”. El ruido y la confusión harán su trabajo. Nada parece pues haberse alterado en estos últimos tres siglos recién cumplidos. Hoy, todavía, “la falsedad vuela, mientras la verdad se arrastra tras ella”.

    Juan Jacinto Muñoz Rengel es escritor, su última novela es El sueño del otro.
    28-MAY-2013

    25 octubre 2013 | 19:46

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