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Preventorios: «Veías a niñas vomitando y a cuidadoras dándoles a comer el vómito»

Por María Jesús Sagrado, de 57 años.

Yo también estuve en Guadarrama, en el 1965, tenía 10 años, mi familia atravesaba un «drama familiar» y aconsejaron a mi madre que me llevase al Preventorio de Guadarrama
porque iba a estar bien atendida y así ella podría sufrir sin tener que atender a sus dos hijos pequeños de 10 y 12 años.

Estuve tres meses y el trauma me duró muchos años. Después «aprendes a olvidar», como muy acertadamente ha dicho una de las compañeras. Digo trauma porque durante muchos años me despertaba con la idea de escaparme a Guadarrama, llamar a la puerta del Preventorio y liarme a tortas y puñetazos con quien me abriera la puerta. Me dije a mi misma para calmarme que esperaría a ser mayor para hacerlo.

Cuando pasé por allí un día de excursión en coche, y ya tenía veintimuchos años, me produjo un nerviosismo, un hormigueo por todo el cuerpo. Lo único que quería era escapar de allí. Ya no había Preventorio o cárcel de niñas, creo que se había transformado en un Cuartel de la Guardia Civil, no estoy segura porque no indagué. Mi consciencia quería huir de esa parte traumática de mi vida. Es ver el edificio y me dan ganas de vomitar.

Yo lo achaqué al trasfondo familiar que aquello conllevaba pero mi sorpresa, más bien mi shock, ha sido al ver la portada de 20Minutos. ¡Ay! me digo ¡pero cuantas sufrimos en silencio! O sea, que no soy yo sola la rara, y miles de mujeres se han sentido tan mal como yo. MUCHAS GRACIAS POR VUESTRA VALENTÍA.

Ahora paso a describir mis vivencias:

Yo estuve en la «sala malva» y recuerdo que una de nuestras cuidadoras se apellidaba «Moyano» y tengo la idea de que era rubia y no de las mayores, cuando llegaba la noche entraba en la sala pegando gritos, nosotras en silencio y sin movernos e iba dando golpes y tortas a cada una mientras atravesaba la sala, si te daba solo una torta esa noche habías tenido suerte pero recuerdo, y de esto deduzco, que también nos levantaba para golpearnos mejor, porque yo recibí de ella un golpe en la nuca que me hizo ver, literalmente luces, estrellas y resplandores, es algo que ves siempre en los cómics infantiles pero yo lo he sufrido en la realidad.

Sobre los dos vasos de agua yo disiento porque solo recuerdo un vaso a media tarde. Nos ponían en fila, las más espabiladas las primeras, yo nunca fui de las primeras y es más había algunas que dándote empujones se colocaban por segunda vez, colándose y dejando a las más pavas atrás. Sucedió que, más de una vez, antes de que me llegara el turno el agua se había acabado y me quedaba el día entero sin beber.

Yo siempre he pensado que ese año había habido mucha sequía y por eso de la escasez de agua. Ahora con vuestros relatos esa explicación no me sirve.

El comedor era un infierno. Nos daban leche para beber y a diario, era la norma, veías a niñas vomitando y a cuidadoras dándoles a comer el vómito. A mi nunca me tocó, sin embargo desde que salí del Preventorio con 10 años hasta ahora que tengo 57 no he podido beber un vaso de leche blanca, siempre he tenido que echarle algo para cambiar el sabor.

Sobre la higiene recuerdo que cuando nos duchábamos había alguien vigilándonos siempre y después pasaban revista exhaustiva, recuerdo los tirones de oreja porque no estaban bien lavadas según ellas y yo no sabía como hacerlo mejor.

Y recuerdo que cada semana nos cambiaban de muda y teníamos que echar la ropa sucia al medio de la sala y recoger la nueva. Pero llegó un día que en lugar de echar las braguitas usadas tenías que enseñarlas y ellas iban una por una mirándolas, yo, con la inocencia y la intuición de una niña de diez años, aprendí a ocultar una parte. Tardaron semanas en darse cuenta: había dejado de ser una niña, ya era mujer. Llamaron a mi madre, se lo explicaron y como ya me quedaba poco para cumplir mi periodo de estancia «tres meses» me «»permitieron» quedarme hasta el final.

Aunque considero que esto es muy personal ahí va como desahogo: he tenido fobia durante diez años o más al blanco de paredes y puertas y al color malva, el color de mi habitación hasta que haciendo unos esfuerzos grandes de introspección llegué a la conclusión que se debía a la «maldita estancia en Guadarrama».

Yo no creo que tuviese un trasfondo político. Por supuesto que hay que encuadrarlo en la represión política y moral en la que vivíamos todos. Mas bien, lo que siempre he pensado es que esa era la facción peor de la Sección Femenina. Mujeres requeteamargadas y que lo pagan con niñas de familias humildes, apuradas por su situación económicas o por otras problemáticas como fue mi caso.

Me gustaría, o mejor, quiero formar parte del grupo de afectadas. Es como abrir una herida infectada, sanearla y volverla a cerrar  limpia.

Los dos nombres de las cuidadoras que recuerdo son el de Srta. Montoya y Srta. Enriqueta y hoy he recordado la larga espera en los pasillos de la enfermería para «vacunas» de no se sabe qué.

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