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¿Pagarías 2.300 euros por un libro tamaño ‘SUMO’ de David Hockney?

El libro en su atril. Foto: © Taschen

El libro en su atril. Foto: © Taschen

Tiene 498 páginas —trece de ellas desplegables—, mide 70 centímetros de alto y 50 de ancho y viene acompañado por un atril ajustable en adecuados tonos pop diseñado para la ocasión por el australiano Marc Newson (1963). El interior de este tocho contiene 450 obras de uno de los artistas vivos más admirados, famosos y millonarios, David Hockney (Bradford-Reino Unido, 1937).

La pregunta no es si a usted le gusta el arte del inglés —difícil de criticar por la sencilla libertad y poderosa maestría de luminosidad y movimiento con la que nos ha regalado el pintor, grabador, fotógrafo e incansable ser humano desde hace más de sesenta años—, sino si estaría dispuesto a desembolsar los 2.300 euros [el PVP no es exacto, los editores sólo lo han fijado en dólares, 2.500, y libras esterlinas, 1.750] que cuesta cada uno de los nueve mil ejemplares numerados que serán puestos a la venta.

A Bigger Book (Un libro más grande) es el título que, sin esconder las intenciones babilónicas y en una referencia al uso repetido de la palabra bigger en los títulos de Hockney, han puesto en la editorial Taschen a la monografía sobre el artista, recién presentada en la Feria del Libro de Fráncfort, gran cenáculo del negocio de las letras impresas y encuadernadas. Para que quede claro que la envergadura sí que importa, el libro viene acompañado por la descripción de «tamaño SUMO», un guiño a la lucha de japoneses con tamaño de bulldozers.

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‘Totalmente perdidos’: una guía de edificios abandonados de regímenes totalitarios comunistas

Monumento de Buzludzha, Bulgaria Foto: www.totallylost.eu

Monumento de Buzludzha, Bulgaria Foto: www.totallylost.eu

Escultura conmemorativa de la II Guerra Mundial en Croacia - Foto: www.totallylost.eu

Osario-monumento de la II Guerra Mundial en Croacia – Foto: www.totallylost.eu

Pese a las dimensiones, no son decorados creados con artificios y materiales livianos y de fácil montaje. Tampoco se trata de sueños provocados por delirios apocalípticos de algún arquitecto alunado.

Al contrario, los dos edificios de las fotos son reales, están en pie —aunque en muy mal estado de conservación— y siguen siendo de acceso más o menos fácil. Nada representan a estas alturas de los mensajes iniciales que pretendían extender a los cuatro vientos: las glorias de los regímenes comunistas europeos nucleados en torno a la URSS o los combates contra el nazismo y el fascismo durante la II Guerra Mundial.

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Mujeres que borran sus pezones para burlar la moralina de Instagram

© Sasha Frolova

© Sasha Frolova

Cuando la periodista y fotógrafa Sasha Frolova fue víctima de la pacatería de Instagram, que considera a los pezones femeninos material peligroso y prohibido, decidió reunir a unas cuantas mujeres y demostrar con imágenes la paradójica idiotez del código moral de la plataforma.

El proyecto Busts (Bustos, en el doble sentido de pechos y escultura), que Instagram no ha tenido otra que admitir, presenta a ocho mujeres de Nueva York en topless. Las imágenes han sido admitidas por la red social porque las chicas han aceptado libremente que Frolova elimine los pezones, borrándolos con un programa de tratamiento de imágenes. La moralina de Instagram, en suma, ha quedado en ridículo.

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Romaine Brooks, pintora central del lesbianismo

Romaine Brooks, Self-Portrait, 1923 -Smithsonian American Art Museum

Romaine Brooks, Self-Portrait, 1923 -Smithsonian American Art Museum

Atonal, con la paleta de color esporádica y mitigada. Ambigua, de mirada directa pero sombreada. En cualquier caso y sin duda, moderna. El autorretrato es de 1923 y Romaine Brooks, de 57 años, viste como un hombre ataviado por una elegante sastrería. El porte es aristocrático, pero la androginia se concibe como un guiño: las lesbianas de clase alta se identificaban unas a otras por la indumentaria, la elegancia y el porte de mando. Eran la nueva mujer.

Acaba de concluir en Smithsonian American Art Museum de Washington (EE UU) la exposición The Art of Romaine Brooks, que presenta como «artista central» de su época a la pintora, nacida en 1874 en Roma en una familia adinerada estadounidense, residente en París buena parte de su vida —con escapadas de verano a la costa de Bari— y muerta en Niza. Vivió mucho, estaba a punto de cumplir 96 cuando falleció y, como queda claro, siempre supo elegir escenarios con distinción.

Fue una rebelde y no escondió nunca el lesbianismo, aunque debe anotarse que le resultó fácil porque vivía de la herencia millonaria que le dejó una de sus abuelas y se movía entre la clase alta europea y los expatriados estadounidenses de entreguerras, gente en la que solían confluir tres singularidades: eran creativos, bohemios y homosexuales.

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Un falso pionero de la fotografía en color

Autorretrato de Bernard Eliers con los tres filtros de color. Entre 1934 y 1936 - Todas las fotos: Bernard Eliers, Archivos Municipales de Ámsterdam

Autorretrato de Bernard Eilers con los tres filtros de color. Entre 1934 y 1936 – Todas las fotos: Bernard Eilers, Archivos Municipales de Ámsterdam

El próspero comerciante Bernardus Fredericus Aloysius Eilers, que tuvo el buen juicio de sustraer nombres de pila y reducir su filiación a Bernard Eilers nació y murió en la misma ciudad, la acuática y silenciosa Ámsterdam (1878-1951). La circunstancia implica mesura, pero no debe llevar al error de considerar al equilibrado holandés un timorato. Al contrario, fue valiente, animoso e imparable en el ejercicio de la imaginación y la iniciativa. También supo venderse con eficacia.

Durante algunos años, en torno a 1935, cuando Europa vivía la bonanza merecida tras la I Guerra Mundial y no sospechaba que faltaba poco para que la demencia alemana provocara otra vez una segunda, Eilers gozó de fama por la patente de lo que llamó foto-chroma eilers, un sistema que tardó año y medio en desarrollar para conseguir imprimir fotos a color a partir de tres negativos, cada uno de ellos tomado con un filtro distinto: azul-violeta, verde y rojo-anaranjado.

Los holandeses, tan chovinistas como los que más, le llamaron «mago del color» y se jactaron de la invención de un proceso revolucionario, pero el error puede perdonarse por desconocimiento: en aquellos tiempos primarios en lo fotográfico, los avances técnicos se reducían a círculos de enterados. Es más que probable, sin embargo, que Eilers sí supiese que las imágenes a color, de proceso complejo y lento, es verdad, ya circulaban con asiduidad desde hacía varias décadas. La primera está datada en 1861 y las de colores separados habían sido perfeccionadas en 1911.

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Muere Billy Name, fotógrafo de la Factory de Warhol

Billy Name (1940-2016) en la Factory

Billy Name (1940-2016) en la Factory

Acaba de morir, a los 76 años, Billy Name, que en realidad se llamaba William Linich. El sobrenombre se lo puso Andy Warhol, para quien el entonces joven muchacho fue fotógrafo, decorador, compañero de cama, archivista y cualquier otro oficio que a la divina estrella se le ocurriese —por algo habían bautizado al pseudoartista como Drella, ósmosis de Drácula y Cinderella (Blanca Nieves): era un vampiro pálido que vivía del esfuerzo ajeno de una tropa de mal pagados o impagados colaboradores—.

Name era un mal fotógrafo. En los confines de la Factory, el lugar para ver y ser visto que Warhol consideraba un laboratorio artístico, la calidad importaba poco o nada. De la plantilla habitual, casi todos perversos, casi todos depresivos, casi todos muertos, sólo tenían genio Lou Reed y John Cale, la pareja que comandaba la Velvet Underground. Los demás eran, con perdón y con respeto, basura blanca, buscavidas, drogos, sexoadictos… Era fácil confundir riesgo con arte en aquel marasmo.

En el caso del fotógrafo-juguete-sexual de Warhol, el todavía llamado William Linich era técnico de iluminación y, para pagar el alquiler, camarero por horas de una tetería, Serendipity 3 —todavía está abierta—,  frecuentada por el artista y sus aduladores. Entre tazas de té, pastas y cristales de Tiffany, un flechazo.

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Los pechos de mujer como arma de revuelta 30 años antes que Femen

Flashing in the British Museum, Christine Binnie body painted and photographed by Wilma Johnson, British Museum London, 3 March 1982 - The Neo Naturist Archive

Flashing in the British Museum, Christine Binnie body painted and photographed by Wilma Johnson, British Museum London, 3 March 1982 – The Neo Naturist Archive

Casi tres décadas antes de que las militantes de Femen empezaran a usar los pechos desnudos como pancarta —»si quieres verme las tetas vas a tener que leer mi eslógan», decía la fundadora de la sección española, Laura Alcaraz, siempre seria y segura, en una entrevista—, unas señoras inglesas, bastante fuera del canon de belleza publicitario, se dedicaron a pasearse en cueros por Londres para anunciar que el fin estaba cerca, que el neoliberalismo de Margaret Thatcher era el inicio de un viaje al infierno, que la discrimación nos mancha a todos y que la política es una farsa.

Los Neo Naturistas, un grupo de artistas del happening y las performances y con ardores sociales, se mostraron tal como eran y con todos los pelos al aire —pubis incluídos, tanto en hombres como en mujeres—. Nunca berrearon con ese aire de amotinadas en topless de algunas activistas de Femen —preferían la sonrisa y lo grotesco— y tampoco eran body builders de pechos perfectos —vean a la líder Inna Shevchenko posando con el mismo postureo que las modelos del erotismo suave—.

Los Neo Naturistas eran gente normal, con panza, tetas caídas y michelines. Nunca pretendieron vender mercancía ni creyeron que mostrarse medio desnudo fuese algo más que quedarse medio vestido.

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Dave Heath, fotógrafo de la soledad, muere… en soledad

Jennine Pommy Vega, 7 Arts Coffee Gallery, New York City, 1957 © Dave Heath - www.bulgergallery.com

Jennine Pommy Vega, 7 Arts Coffee Gallery, New York City, 1957 © Dave Heath – www.bulgergallery.com

Santa Barbara, California, 1964 © Dave Heath - The Nelson-Atkins Museum, Kansas City, Missouri

Santa Barbara, California, 1964 © Dave Heath – The Nelson-Atkins Museum, Kansas City, Missouri

Brooklyn, New York City, 1963/64 © Dave Heath - www.bulgergallery.com

Brooklyn, New York City, 1963/64 © Dave Heath – www.bulgergallery.com

El autor de estas débiles fotos —la fragilidad es la primera emoción que salta a la vista en los cuatro personajes— acaba de morir en Toronto (Canadá) el mismo día en que cumplía 85 años. Vivía solo, sufrió una caída doméstica, fue traslado al hospital y falleció el 27 de junio por complicaciones derivadas del accidente. Se llamaba Dave Heath y las autoridades supieron algo de su vida por una amiga, la única que supo dar razón sobre quién era el anciano muerto en soledad.

No creo que nadie en el centro médico llegase a saber que aquel hombre fatigado que desde hacía un cuarto de siglo vivía en una autorreclusión estricta, había editado en 1965 uno de los libros de fotografía más lacerantes sobre el desamparo que a todos nos alcanza, A Dialogue With Solitude. Uno de los buenos colegas de Heath, el también anciano, huraño y fotógrafo —cada día veo más similitudes entre estos tres adjetivos— Robert Frank escribía en una carta añadida a la obra que los retratos son como «un viernes por la noche en el universo».

En el libro, que hizo y rehizo durante cuatro años años con la parsimonia que les sobra a los ascetas y de la que quizá deberíamos tomar nota los ansiosos, Heath incluyó 82 imágenes. Entre unas y otras añadió cortos epígrafes literarios de autores como Yeats, Hesse, Rilke, Stevenson, Crane, Eliot… Una comparsa de afligidos. Gente de ojos tristes.

El fotógrafo sembró la obra de separatas que parecen biombos sentimentales: paz, amor, anarquía, violencia, niñez, vejez, guerra, juventud, muerte… Le gustaban las palabras básicas ¿Para qué hablar si tenemos a Rilke?

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Kit Wood, pintor admirado por Picasso, opiómano, bisexual y suicida a los 29 años

Christopher Wood, Self-portrait, 1927, Kettle's Yard University of Cambridge - Courtesy Pallant House

Christopher Wood, Self-portrait, 1927, Kettle’s Yard, University of Cambridge – Courtesy Pallant House

Cuando firmó este autorretrato parecía imperturbable. Muestra unas manos desproporcionadas, viste un pullover cuyo estampado quizá sea una insinuación de la bisexualidad, el hedonismo y la práctica artística, pero también podría apuntar a un ánimo endeble o al menos quebradizo, oculto bajo la apariencia de seguridad.

Chistopher Kit Wood tenía en el momento en que posa para sí mismo 26 años. Le restaban tres de vida: a los 29, en las primeras horas de la madugada del 21 de agosto de 1930, se tiró a las vías del tren frente al Atlantic Coast Express al paso del convoy por la estación de Salisbury. El suicidio fue un éxito.

Carismático, dulce, encantador, con dotes de conquistador y mucha pericia social, Wood era uno de los artistas ingleses con más proyección de su tiempo. Había viajado a París invitado por el mecenas y coleccionista Alphonse Kahn, amigo íntimo de Proust y dueño de opiniones que nadie contradecía.

Gracias a la intervención del patrocinador, se matriculó en la Académie Julian y fue introducido en otros círculos exclusivos. Picasso y Cocteau alabaron sus cuadros. Al diplomático chileno Antonio de Gandarillas, homosexual aunque casado para mantener las apariencias y cuarenta años mayor que el joven inglés, le importó poco la aptitud artística, se quedó en el encanto externo y convirtió a Kit en su amante.

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El MoMA repone, 30 años después, la serie de fotos que inauguró el ‘heroin chic’

Nan Goldin - Trixie on the Cot, New York City. 1979. The Museum of Modern Art, New York © 2016 Nan Goldin

Nan Goldin – Trixie on the Cot, New York City. 1979. The Museum of Modern Art, New York © 2016 Nan Goldin

El infierno en la tierra y el cielo infernal que todo ángel negro codicia con venas hambrientas: el Bowery, al sur de Manhattan, paseo de la fama de muchachos viciosos. La fotógrafa Nan Goldin acababa de cumplir 26 años cuando llegó al barrio. En las calles se movía la fricción más bruta, el hielo más frío: 1979, año de psychos, canciones que decían «rompe la cabeza del mocoso con el bate», «estoy en E», «somos la generación en blanco»…

Goldin venía de estudiar fotografía en Boston, que es al Bowery lo que Chamartín a La Cañada Real.

Sin saber muy bien por qué —el espíritu del tiempo era: a nadie le importa por qué lo haces, sino que lo hagas—, empezó a disparar diapositivas, aquellas fotos transparentes que, una vez reveladas y colocadas en marquitos, se proyectaban en la pared, sobre los muebles, el edificio de enfrente o los cuerpos en frenesí. Goldin no tenía otra ambición que animar las fiestas con diaporamas más o menos sincrónicos con la música de la Velvet Underground, James Brown o Nina Simone que sonaba en las noches sin amanecer.

Las fotos mostraban a gente haciendo el amor, trabada en peleas, intentándolo, fumando, cayendo, subiendo, con signos físicos de violencia en la piel, dando besos como dentelladas, esperando que el anterior en el turno terminase el trabajo con la jeringa… Nadie prestó demasiada atención a lo que hacía Golding. Todos estaban demasiado colocados y la fotógrafa no era excepción. Disparó miles de fotos entre 1979 y 1986, cuando el Bowery era como Mogadiscio y los carcas pedían la intervención de la ONU.

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