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La ‘top model’, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano

Evelyn Nesbit, Stanford White y  Harry Kendall Thaw

Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw

El titular podría ser el que abre la entrada, pulp hasta el amaneramiento: La top model, el arquitecto dandi y el multimillonario cocainómano. No sería inaceptable otra versión menos relamida: El crimen más teatral del siglo XX. Tampoco una tercera más afrancesada: La mujer del columpio de terciopelo rojo.

La historia, que subyugó al novelista E.L. Doctorow (Ragtime, de 1975, adaptada al cine unos años después por Miloš Forman), tiene también lo necesario para ser el germen del libreto de una ópera de trama funesta, una crónica sobre el pozo negro del final de un siglo, la base para un ensayo sobre el fariseísmo social o una parábola sobre la belleza y sus desgracias.

Sea cual sea la versión, los protagonistas son Evelyn Nesbit, Stanford White y Harry Kendall Thaw.

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit retratada por Gertrude Käsebier (1900)

Evelyn Nesbit, a quien llamaban la «Eva americana», tenía en la foto, tomada en 1900, 16 años.

Para considerarla una llama encendida no es necesario anotar lo que está a la vista: la caída de los párpados, la promesa de abandono, la piel lactescente del genoma celta… Poco más de un año antes, mientras el siglo XIX moría entre gritos de júbilo y admoniciones de apocalipsis, Evelyn rondaba la miseria. Trabajaba en una tienda por departamentos de Filadelfia 12 horas al día y seis días a la semana por un salario que alcanzaba para seguir muriendo.

Un encuentro casual con una pintora le permitió cambiar de oficio a los 14 años: modelo de estudio, a veces desnuda, por un dólar al día. Suficiente para mantener a la madre y el hermano chico, arruinados hasta el hambre por la muerte prematura a los 40 años del cabeza de familia, un abogado que sólo dejó en la tierra sueños demasiado ambiciosos y un hatajo de deudores.

"Portrait of Evelyn Nesbitt" - James Carroll Beckwith, c. 1901

«Portrait of Evelyn Nesbitt» – James Carroll Beckwith, c. 1901

La evocadora belleza de la muchacha y el apetito insaciable del público por buscar nuevos ideales de belleza y sensualidad para el siglo XX convirtieron a Evelyn en un icono.

La llama ardió rápido: en 1902 aparecía en la portada de las revistas —todas: Vanity Fair, Harper’s Bazaar, The Delineator, Women’s Home Companion, Ladies’ Home JournalCosmopolitan…— y también en la publicidad del interior.

Era inagotable: vendía marcas de pasta de dientes o cerveza, Coca Cola o pólizas de seguro; una presencia tenaz: aparecía en postales, calendarios, tarjetas, se multiplicaba —geisha, ninfa, diosa griega, campesina, gitana...—, y mantenía el misterio de lo carnal.

La consideraron, con razones sobradas, tres veces icono inaugural: la primera pin-up, la primera top model y la primera sex symbol. Dicen que hasta la llegada de Marilyn Monroe nadie calentó tanto la imaginación de los EE UU.

"Woman: the Eternal Question" - Charles Dana Gibson, 1905

«Woman: the Eternal Question» – Charles Dana Gibson, 1905

En 1905 un perfil de la exuberante muchacha fue dibujado, con el elocuente título de Mujer: la pregunta eterna, por Charles Dana Gibson, constructor de las Gibson Girls, mujeres nuevas que bebían martini, montaban en bicicleta, regían su vida, no atendían a convenciones y estaban muy por encima de los cánones de belleza.

Evelyn, que también fue musa de algunos de los pioneros de la fotografía de moda y cobraba una tarifa de diez dólares por sesión, añadió pronto a los ingresos el salario como corista en Florodora, uno de los primeros musicales de éxito masivo en los teatros de Broadway. En 1902 consiguió un papel secundario —la gitana Vasthi— en otra obra, The Wild Rose.

Su madre, que vigilaba de cerca a la fuente de ingresos, aceptó complacida que su hija, que acaba de cumplir 18 años, iniciase una carrera en los escenarios, porque le dijeron que las actrices lo tenían fácil para pescar millonarios.

Evelyn era mediocre como intérprete —tanto que el resto del elenco solía burlarse de ella durante los ensayos—, pero algunas críticas destacaron que mientras permanecía en silencio era capaz de iluminar la escena con más intensidad que todo el equipo eléctrico.

Entre los aduladores que rondaban a la joven diva el más cautivador —aunque a Evelyn le parecía «demasiado viejo»— era el arquitecto Stanford White, un bon vivant cincuentón y dandi pese al sobrepeso. Era adorado por la alta sociedad neoyorquina por la aguda palabrería, la extravagancia del enérgico bigote rojizo, la fundación de un estilo que llamaba con pompa Richardsonian Romanesque y que no era otra cosa que una aplicación, quinientos años más tarde, del ideario renacentista, las casas que diseñaba para la altísima burguersía —entre ellas las mansiones en la Quinta Avenida de los Vanderbilt y los Astor—, y la reforma del Madison Square Garden de 1890, que coronó con una réplica de la Giralda de Sevilla.

Stanford White (1853-1906)

Stanford White (1853-1906)

La obra de la que White estaba más orgulloso era su «apartamento para adulterios», entre las avenidas 22 y 24, una casa de ladrillo que había decorado con la estridencia de un burdel: en una habitación tenía un columpio de terciopelo rojo para que sus conquistas se balanceasen, a ser posible ligeras de ropa, y en otra había cubierto las paredes de espejos para multiplicar hasta el infinito las hazañas sexuales de las que se ufanaba.

Aunque White se mostró en un principio como «paternal y cariñoso», según escribiría Evelyn en sus memorias, prontó pasó a la acción y, con la connivencia de la madre de la actriz, que veía con buenos ojos el asunto y se apartó muy gratamente de la ciudad aceptando unas vacaciones pagadas por el arquitecto, logró que la joven entrase en su cama. No hubo coacción, pero sí fascinación, mucho champán, cenas íntimas con platos que Evelyn nunca había visto ni en estampas, el regalo de un bellísimo quimono y un columpio de terciopelo.

John Barrymore (1882-1942)

John Barrymore (1882-1942)

En escena apareció fugazmente el actor John Barrymore, que todavía era un aspirante a estrella pero cautivó a Evelyn con el magnetismo que le convertiría en uno de los grandes galanes de la primera mitad del siglo. Fueron amantes durante una corta temporada porque la madre de ella y White intervinieron para cortar el romance y separar a los novios.

A los pocos meses Evelyn fue internada en una clínica: la versión oficial fue una apendicitis, pero siempre se especuló que se había sometido a un aborto porque estaba embarazada de Barrymore.

Dominada y con escasa voluntad, la «Eva americana» eligió salir del laberinto mediante la peor de las opciones: Harry Kendall Thaw, hijo de un magnate del carbón y los ferrocarriles. El heredero, hijo único, vivía sin pegar clavo gracias a una holgada asignación familiar.

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Harry Kendall Thaw (1871-1947)

Señorito calavera, criado como un reyezuelo despótico —mantuvo durante toda la vida la costumbre de hablar con el código lingüístico y el tono amanerado con que los adultos hablan a los bebés—, tahúr de partidas de póquer, consumidor de cocaína, morfina y opio, expulsado de una universidad tras otra (incluso de Harvard, que lo había admitido tras una donación millonaria de papá), Harry distribuyó el escándalo y los caprichos con pasión y logró que la prensa acuñara un término que hasta entonces era desconocido: playboy.

Acudía cada noche a ver actuar a Evelyn, le enviaba regalos, primero desde el anonimato y luego a cara descubierta. Cuando ella salió del hospital la invitó a un viaje a todo trapo por Europa para recuperarse. La madre de Evelyn, por supuesto, se apuntó. Al fin adivinaba el yerno millonario con el que siempre había soñado.

Manipulador de efectividad suprema, Thaw organizó un recorrido agotador de saltos entre ciudades, hoteles de lujo, salones de alto copete y diversiones mundanas. Al mismo tiempo malmetió para que madre e hija —cansada la primera y abatida la segunda— se distanciaran y propuso, presentándose como apaciguador, que se la señora se quedara unos días en Londres para recuperar aliento mientras él y Evelyn se iban a conocer París. En la capital inglesa, tras una noche iluminada por el champán, propuso matrimonio a la joven por primera vez.

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Residencia de los Thaw en Pittsburgh

Después de casi dos años de insistencia, Evelyn dijo que sí. En sus memorias afirma que antes contó a Thaw toda la verdad sobre las relaciones previas con White y Barrymore.

La boda, que se celebró en abril de 1905, fue un prólogo de la vida que tenía por delante la joven, que acababa de cumplir 21 años: Thaw y su madre, una fanática que interpretaba literalmente el Viejo Testamento, obligaron a la novia a vestir de negro. La pareja viviría en la aislada residencia palaciega de la familia. Desde luego, la carrera como actriz y modelo terminó de inmediato.

La jaula de oro era, finalmente, una simple jaula. Nada faltaba pero nada era del todo real: las apariencias mandaban y la alienación de Evelyn, que nunca había ejercido el libre albedrío, se acentuaba por momentos. En el interior del marido anidaba una creciente paranoia. Aseguraba que la mafia planeaba secuestrarle, que le perseguían, que el arquitecto White deseaba recuperar a Evelyn. Empezó a sufrir episodios de ira y violencia y a llevar encima una pistola.

"Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza" (Portada del 'New York American' del 26 de junio de 1906)

«Harry Thaw mata a Stanford White en el jardín de la terraza» (Portada del ‘New York American’ del 26 de junio de 1906)

El 25 de junio de 1906 fue un día de extraordinario calor en Nueva York. Los termómetros rozaron los 30 grados centígrados y la humedad agudizaba la sensación térmica. A las 11 de la noche, la terraza del Madison Square Garden —diseñada por Stanford White precisamente para servir como refrescante alternativa teatral a cielo abierto durante la temporada de verano— estaba poblada por la alta sociedad de Nueva York. Representaban el vodevil Mam’zelle Champagne (Señorita Champán), una deliciosa nadería para regocijarse con la frivolidad.

Cuando la compañía afrontaba el número final —I Could Love A Million Girls (Podría amar a un millón de chicas)— acaso White pensaba en que el temita podría aplicarse a sus experiencias en el salón de los espejos del «apartamento para adulterios».

Las bandas sonoras siempre caen del cielo.

El bigotudo arquitecto, charlando como siempre, no vió venir a Thaw, que descargó tres tiros en la cabeza y la espalda de White. En el revuelo y la histeria posteriores, el asesino permaneció inmóvil. «Arruinó a mi esposa», dijo en voz baja antes de tomar a Evelyn del brazo y dirigirse al ascensor.

— ¿Qué has hecho? —preguntó ella, consternada y en estado de shock.

— Salvar tu vida —dijo él.

Harry Thaw en comisaria unas horas después de asesinar a White

Harry Thaw cenando en comisaria unas horas después de asesinar a White

El proceso judicial, bautizado como «el juicio del siglo», fue una pantomima. El dinero inagotable del imperio Thaw pagó las minutas de los mejores penalistas del país y de una agencia de relaciones públicas para influir sobre los diarios —fue la primera vez en la historia que un gabinete de prensa representó a un asesino—. El jurado fue secuestrado en un hotel —también una circunstancia inédita hasta entonces— para intentar aislarlo de la contaminación de los muchos tribunales paralelos.

La opinión pública tragó con el mensaje: Thaw era un caballero que defendió el honor de su esposa ante el arquitecto abusador que se había aprovechado de la inocencia de una menor de edad. Algunas revistas de arquitectura se dejaron sobornar y publicaron críticas feroces al estilo «irrelevante y pretencioso» de White, que pasó a ser un apestado postmortem.

Thaw fue condenado a cadena perpetua en un sanatorio mental, donde vivía como un capo, con comidas traídas desde el restaurante Delmonico’s y tres sirvientes a su servicio. Intentó fugarse varias veces y llegó a escapar a Canadá, pero fue extraditado. En 1915, nueve años después del crimen, fue considerado como «curado» y puesto en libertad por un tribunal.

Evelyn Nesbit y su hijo - Foto: Arnold Genthe, 1913

Evelyn Nesbit y su hijo Russell William Thaw – Foto: Arnold Genthe, 1913

Unos cuantos epílogos pueden ser anotados para culminar la narrativa de esta crónica sobre una cenicienta elevada a la fama discutible de la admiración y la indiscutible bajeza de los cotilleos.

Evelyn Nesbit tuvo un hijo, nacido en Berlín en 1910. Sostenía que el padre era Thaw y el crío había sido concebido durante una visita privada en el sanatorio. El millonario nunca reconoció la paternidad del crío, aunque permitió que fuese registrado con su apellido.

Russell William Thaw actuó con su madre en media docena de pésimas películas que pretendían explotar el morbo y se dedicó a la aeronáutica. Fue piloto de prototipos y héroe en cazabombarderos durante la II Guerra Mundial. Murió en 1984.

Evelyn Nesbit (1884-1967)

Evelyn Nesbit (1884-1967)

En 1911 la actriz se reconcilió con su madre, la mujer que le había dirigido y manipulado la vida. Intentaron sacar dinero a la familia Thaw, pero sólo recibieron «migajas». Cuando se ultimó el divorció en 1915 el tribunal dictó una compensación de 25.000 dólares. A Evelyn le pareció tan insultante que donó el dinero a la anarquista, libertaria y feminista Emma Goldman, que lo empleó para financiar el libro prosoviet Diez días que estremecieron al mundo, del propagandista John Reed.

La primera top model trabajó en compañías de burlesque de tres al cuarto. Algunos dicen que también se ofrecía como stripper para fiestas privadas. Murió en una residencia de ancianos en California en 1967, a los 82 años.

Thaw fue detenido en 1916 por agresión sexual contra un chico de 19 años. El dinero volvió a resolver el asunto, que se cerró con un acuerdo fuera de los tribunales. En 1924 compró una granja en el campo y escribió un libro de memorias. «Bajo las mismas circunstancias volvería a matarlo mañana», dijo sobre el ataque mortal contra White.

El «playboy asesino», como le llamaban los diarios, murió de un ataque al corazón en Florida en 1947. Tenía 76 años y una fortuna estimada en un millón de dólares.

El edificio que había construido White para sus adulterios se derrumbó en 2007. Nadie lo derribó: cayó por abandono.

Jose Ángel González

El lanzamiento musical más lujoso del año viene en una maleta de roble

La maleta

La maleta

El «gabinete de las maravillas», como lo definen los promotores, está construido a mano en madera de roble, forrado en el interior con «exuberante» tapicería de terciopelo y embellecido en las guarniciones de las esquinas y la hebilla con herrajes de metal forjado. Mide 47 centímetros de largo, 40 de alto y 15 de ancho.

Lo realmente valioso está dentro: 800 canciones digitales remasterizadas, interpretadas por 172 artistas y almacenadas en un USB metálico y con acabado vintage; seis elepés de vinilo de 180 gramos de color cobrizo y etiquetas con pan de oro; dos libros de tapa dura y encuadernación de lujo (360 y 250 páginas), y 200 reproducciones facsimilares de anuncios publicitarios de época.

Una tentación perturbadora si me sobraran 400 dólares (unos 290 euros) —que no es el caso—. El precio de venta de The Rise and Fall of Paramount Records 1917-1932, Volume 1 es la único objeción que le aplico a este tesoro concebido para que los tipos normales —es el caso— rondemos la tentación de delinquir —no voy a ser tan estúpido para afirmar que es el caso— en una de las redes de música compartida P2P que a estas alturas deberían gozar del privilegio de benefactoras de la humanidad.

El maletín de roble es el último objeto de fanatismo del cada vez más grotesco negocio musical. Está editado por empresas muy queridas, Third Man Redords —del metomentodo Jack White— en alianza con Revenant, la discográfica que fundó antes de morir el guitarrista libertario John Fahey, que terminó empeñando los instrumentos porque nadie quería escucharle. Es decir, un par de firmas que gozan del salvoconducto de lo indie, aunque, como las major, también gustan de exprimir las carteras de su clientela.

La música que han metido en la lujosa funda de roble, esa madera que también da muy buenos resultados para fabricar ataúdes, es de dominio público, lo cual quiere decir dos cosas: uno, no han pagado ni un centavo por derechos de autoría y publicación, y dos, es posible conseguir toda la música en el mercado (legal) a precio más apto para los tiempos que corren, aunque nunca en una presentación tan llamativa y aparatosa.

El edificio de la derecha albergaba el estudio de Paramount

El edificio de la derecha albergaba el estudio de Paramount

La historia de Paramount Records es una parábola que puede parecer bíblica. La empresa, fundada en 1910, era una filial de una fábrica de sillas que, al recibir un pedido para la construcción de los armazones de madera de algunos fonógrafos, decidió aprovechar para expandir el negocio a la grabación y edición de discos.

Los propietarios eran anglosajones y la sede de la factoría no estaba en el profundo sur del blues, sino en Grafton, un pueblucho del blanquísimo Wisconsin. Con muy buen gusto y una voluntad que combinaba el negocio con la intuición, los empresarios decidieron dedicarse a la race music (música racial, expresión aplicada a los discos pensados y comercializados para negros en un mercado que, como la sociedad, padecía la segregación).

Entre 1918 y 1935 Paramount fue el gran útero de la música de la que emergerían en pocos años, en progresión de volumen y audacia, el blues eléctrico urbano, el rhythm and blues y el rock and roll. En el vetusto estudio de la fábrica de sillas grabaron discos de laca de 78 rpm nada menos que Charlie Patton, Son House, Blind Lemon Jefferson, Skip James, Papa Charlie Jackson, Ida Cox, Geeshie Wiley, Ma Rainey y otros cuantos centenares de artistas. A veces, si me pongo pragmático, considero que son mis verdaderos padres.

De esa mina de oro se nutre The Rise and Fall of Paramount Records, del que habrá un segundo volumen en unos meses: blues lascivo, ragtime rijoso, vodevil caradura… Todo inmensamente bello —sólo se me ocurre compararlo en intensidad con la obra de Camarón, el único verdadero bluesman de este lado del Atlántico— cantado por hombres y mujeres que bebían mucho, lo gastaban todo, se metían en camas ajenas, creían en la expiación de los pecados y vagaban por el mundo como almas muertas excepto cuando cantaban: entonces eran la santísima providencia encarnecida, ángeles bautismales.

Dicen que de la maleta de roble sólo han editado cinco mil copias numeradas. Deje que se agoten, que las compren los repelentes. El blues no debe venir encerrado en ataúdes de lujo sino en mortajas.

Ánxel Grove

Las ‘big mamas’ que parieron el blues

"The Complete Columbia Recordings" - Bessie Smith

«The Complete Columbia Recordings» – Bessie Smith

Acaban de publicar la colección The Complete Columbia Recordings, un compendio integral de diez discos con todas las grabaciones entre 1923 y 1932 de la mejor cantante de blues de todos los tiempos, Bessie Smith (1894-1937).

La circunstancia de la edición —una vieja demanda de los amantes del blues finalmente cumplida— justifica que repasemos la vida y la obra de unas cuantas pioneras, con frecuencia olvidadas por la propaganda o los falsos mitos (¡he llegado a escuchar más de una vez que Billie Holiday, que llegó más tarde y se inspiró en las big mamas, fue la primera mujer que cantó un blues!).

En un momento nada cómodo —depresión económica, racismo y sexismo rampantes, tiranía blanca en las radios y prohibición expresa de que los negros cantasen todo aquello que no fuese vodevil costumbrista— este grupo de vocalistas se enfrentó al estatus dominante y logró consolidar la música racial de los doce compases y el dolor.

Su historia también contiene una paradoja: aunque cantaban sobre las fracturas del alma y la ingratitud de la vida de la misma manera que lo hacían los bluesmen rurales de las plantaciones de algodón, las big mamas se comportaban como divas, gastaban fortunas en vestuario y joyas y azucaraban formalmente el género contaminándolo con la herencia del vodevil. Sentían el blues, pero lo difrazaban por motivos coyunturales. Como siempre, hay excepciones.

Bessie Smith

Bessie Smith

Bessie Smith: la Emperatriz muerta en la Autopista del blues. No fue la primera, pero sí la mejor y la más radical, la emperatriz, como sugería su apodo, que reinaba sobre una forma expresiva puramente femenina que contiene todo el espectro de las emociones humanas. Con Smith, como ha escrito algún crítico, pasas de la carcajada al llanto y ambos estímulos nacen del mismo rincón de tu alma.

Huérfana de padre –campesino y pastor baptista dominical— y también de madre desde los nueve años, creció en una cabaña miserable y se buscó la vida como niña cantante y bailarina en las esquinas de su pueblo natal, Chattanooga (Tennessee).

Surcó carreteras secundarias para actuar por cuatro monedas en locales de mala muerte antes de que fuera fichada por Columbia en 1923. Su primera grabación Down Hearted Blues, un lamento sobre los «malditos hombres» y su modo de tratar a las mujeres, fue un éxito masivo (780.000 copias vendidas en seis meses) en una época en que la difusión de música negra era muy limitada.

La voz poderosa de Smith, que nunca necesitó amplificación para cantar en teatros y bares, era también vulnerable y majestuosa. Grabó 160 canciones y fue solicitada por los mejores músicos de su época, consiguiendo que la discográfica le ofreciera un contrato de 400.000 dólares, una cantidad elevadísima en un tiempo en que los negros cobraban diez dólares por grabación.

Bessie Smith

Bessie Smith

Vivió a lo grande, bebió a lo grande, cultivó una desgraciada selección de amantes que la explotaron y maltrataron y fue capaz de reducir a golpes y empellones y sin ayuda a un piquete del Klu Klux Klan que le quiso reventar una actuación.

Murió en un accidente de coche a los 43 años, cuando su lujoso Packard descapotable chocó con un camión que estaba detenido al borde de la mítica Highway 61 —la carretera que los bluesmen del Delta utilizaron para emigrar hacia Chicago y dar origen al blues urbano y eléctrico de las décadas siguientes—.

Por culpa de algunos cronistas blancos con ganas de sensacionalismo se extendió la certeza de que había muerto desangrada porque un hospital segregacionista se había negado a atenderla, cuando lo cierto es que había fallecido en la ambulancia.

La enterraron en un cementerio cercano al lugar del accidente y se encontraron con que la gran dama del blues estaba arruinada y no había fondos para pagar un túmulo funerario. La tumba permaneció sin marcar hasta 1970, cuando dos mujeres se aliaron para pagar una losa de mármol. Eran Juanita Green, que había sido criada de Smith, y una cantante blanca de blues llamada Janis Joplin. La inscripción dice: «La mejor cantante de blues del mundo nunca dejará de cantar».

Existe una infrecuente oportunidad de ver a Smith y escuchar su voz en el cortometraje St. Louis Blues, rodado en 1929 para narrar en cine la historia de la canción del mismo título, escrita por W.C. Handy y con Louis Armstrong en la trompeta.

Mamie Smith

Mamie Smith

Mamie Smith (1883-1946), la primera mujer que grabó un blues. La segunda Smith de esta relación —no hay lazos familiares con Bessie— figura en la historia de la música como la primera mujer negra en grabar un blues.

El hito corresponde a Crazy Blues, registrado en acetato el 10 de agosto de 1920 en Nueva York por el sello OKeh. La partipación de Smith fue un accidente, porque en la sesión estaba prevista otra cantante, que no pudo acudir por un catarro.

La canción, un blues urbano, con muchos guiños al vodevil del que procedía Smith, fue un gran éxito de ventas y empujó a las discográficas a buscar con ardor a vocalistas de blues para aprovechar la disposición del mercado.

La operación mercantil fue beneficiosa para el género, que consiguió el reconocimiento que merecía, pero también conllevó, como señala el Ted Giogia Gioia en su fundamentela libro El blues, una perversión sobre el pathos original, convirtiendo la declaración íntima de la tragedia del alma en una ceremonia de orgullo adecuada para teatros, con músicos profesionales dando lustre a las canciones.

Mamie Smith, con su voz penetrante y muy femenina, abrió el camino a muchas otras cantantes y vivió una corta gloria. «Pienso que mi público quiere verme cada vez más elegante y no pienso defraudarlo», dijo en una entrevista de aquella época.

Apareció en algunas películas cantando pero murió en la indigencia.

Ma Rainey

Ma Rainey

Ma Rainey (1886 – 1939), la verdadera Madre. Si alguien tiene derecho a la condición materna es esta mujer de limitadísimas dotes vocales, cuyas canciones demuestran que la grandeza del blues no está en el vituosismo sino en la emoción transmitida mediante la voz.

Las empresas discográficas no fueron rápidas con ella y no parece que a Ma Rainey, nacida como Gertrude Pridgett en una villa rural de Georgia, le importase demasiado. Cantó en carpas ambulantes de circos y con matasanos vendedores de tónicos durante tres décadas antes de grabar un disco. Le gustaba compartir descargas con otros artistas y algunos de sus biógrafos sostienen que secuestró durante dos años a la niña Bessie Smith, de quien fue gran protectora, para enseñarle a cantar blues con propiedad.

Sólo tuvo contrato entre 1923 y 1928. Durante esos años, grabó cien canciones, entre ellas los clásicos See See Rider Blues y Bo Weavil Blues.

Áspera, espontánea y sin concesiones a la galería, fue la más honda de las blueswomen. También la menos apegada a la fama: en 1933, cuando se cansó de los aplausos y las fiestas, regresó a su pueblo y alquiló un par de teatros para exhibir películas, progranar actuaciones y pagar los recibos. Sólo cantaba cuando le apetecía y siempre ante familiares y amigos.

Murió de un ataque al corazón en 1939.

Para terminar les dejo una pequeña recopilación de canciones de mujeres que cantaron alto, fuerte y hace casi un siglo en el idioma del blues, el género, de «seca mordacidad» sin el cual, como anota Ted Giogia Gioia, la banda sonora de nuestra vida sería «esencialmente distinta, tibia y desprovista de entrañas».

Ánxel Grove

Del ‘pedómano’ al ‘cerdo calculista’, seis prodigios de vodevil

Barracas de feria, circos, grandes teatros y cabarets… ¿Quién no se ha visto tentado por la anomalía, la destreza inusual, la visión del raro que nos hace sentir la tranquilidad de ser supuestamente corrientes?

A lo largo de la historia se han subido a la tarima, expuestos a las miradas de los demás, los personajes más excéntricos: intérpretes, artistas de vodevil y personajes relacionados con el espectáculo que quisieron ser importantes o terminaron trabajando de por vida en un circo por una limitación física vista como espectáculo por la cruel sociedad del siglo XIX, época dorada de la curiosidad malsana por la deformación.

Le pétomane ('El pedómano')

Le Pétomane (El Pedómano)

Algunos se inventaron un personaje por falta de talento, otros desarrollaron una habilidad física aparentemente tonta o una destreza que los consumió, los hay que supieron aprovechar un impedimento para poder sobrevivir. Esta semana reunimos en la sección Cotilleando a… a media docena de personajes de vodevil, todos añejos. Algunos fueron desgraciados o se entregaron con intensidad a un solo fin que acabó con ellos. Todos demandaron la atención de los normales y el reconfortante aplauso final:

1. Le Pétomane (El Pedómano). Con 30 años se convirtió en una de las estrellas del legendario Moulin Rouge de París. Por cada espectáculo el cabaret le pagaba, en 1892, 20.000 francos (3.050 euros). Le Pétomane (El Pedómano) era el cómico francés Joseph Pujol (1857-1945), un hombre con un control absoluto del ano que podía interpretar La Marsellesa con flatulencias. En sus números incluía versiones de temas como la canción napolitana O Sole Mio, apagaba velas a una distancia de varios metros, se convertía en una ocarina humana con la ayuda de un tubo de goma, imitaba tormentas, terremotos, sonidos de animales, instrumentos musicales… En realidad, no eran gases lo que el prodigio de la comedia emitía: al tener un esfínter elástico, era capaz de inhalar aire con el ano y luego soltarlo. A verlo acudieron incluso personalidades de la nobleza como el rey Eduardo VII de Inglaterra cuando era todavía príncipe de Gales o Sigmund Freud, a quien el espectáculo seguramente dio mucho que pensar). No se conservan grabaciones de las proezas de Pujol, aunque hubo varios imitadores, como un tal Mr. Lefires, del que sí hay documentos sonoros. Tras años de éxito, El Pedómano volvió a su Marsella natal asustado por el estallido de la I Guerra Mundial. Trabajó en la panadería que regentaba antes de saltar a la fama y abrió una fábrica de galletas en la ciudad de Tolón, también en la Costa Azul.

'Oofty Goofty', 'El hombre salvaje de Borneo'

'Oofty Goofty'

2. Oofty Goofty. Poco se sabe de la efímera trayectoria de este pseudo-troglodita también llamado El hombre salvaje de Borneo, que actuó en las ferias de San Francisco (California) a finales del siglo XIX. Parece ser que llegó desde Alemania a Estados Unidos como polizón en un barco. Otras versiones apuntan que fue un soldado berlinés que huyó de Alemania tras desertar. El misterioso personaje aparecía en escena metido en una jaula y con el cuerpo cubierto de una mezcla de alquitrán y pelo de caballo que le daba un aspecto primitivo. El público pagaba por ver al supuesto ser exótico y le daban entre los barrotes carne cruda: él la devoraba con ansia mientras gritaba «¡Oofty Goofty!». Hay versiones que afirman que el alquitrán no permitía que su piel transpirara, se puso enfermo y tuvo que cambiar de estrategia para ganarse el pan. Descubrió tras un incidente que no sentía dolor físico cuando lo golpeaban y se dedicó a recorrer la ciudad de San Francisco con un bate de béisbol en la mano, animando a los transeúntes a que le pegaran con el bate a cambio de un cuarto de dólar. También aceptaba patadas por menos dinero. El escritor y periodista estadounidense Herbert Asbury (1889-1963), que investigó al desdichado personaje, le siguió la pista y descubrió que el boxeador John L. Sullivan le fracturó tres vértebras causándole una cojera. Parece que Oofty Goofty murió pocos años después.

Charles Tripp

Charles Tripp

3. La maravilla sin brazos se convirtió en una de las figuras del espectáculo más populares de Canadá a finales del siglo XIX. Charles Tripp (1855-1930) era un caballero bien vestido que había nacido sin extremidades superiores y aprendió a utilizar los pies con destreza. En la adolescencia se convirtió en el cabeza de familia, manteniendo a su madre y su hermana con labores de carpintería y caligrafía. Tripp fue contratado por una feria ambulante en Nueva York: sólo tuvo que mostrar al cazatalentos cómo era capaz de peinarse, doblar su ropa y ponerse los calcetines sólo con las piernas. En sus espectáculos, con los que ganaba 200 dólares (unos 152 euros), mostraba sus destrezas como carpintero y calígrafo, hacía fotos, se afeitaba, dibujaba retratos y cortaba papel. Por un extra, firmaba fotos promocionales. Solía posar con otra estrella del elenco: Eli Bowen, un hombre que carecía de piernas y cuyos pies salían de la pelvis.

Hadji Alí regurgitando agua

Hadji Alí regurgitando agua

4. Hadji Alí, El Regurgitador. Bebía cantidades ingentes de agua y luego la expulsaba en un chorro de varios metros. Además, era capaz de tragar avellanas para luego regurgitarlas intactas y en cadena. El momento estrella de su número llegaba cuando tragaba agua y a continuación queroseno: dirigía el líquido inflamable que le salía de la boca hacia una pequeña casa de muñecas de madera. Después, sin ingerir nada, el agua le manaba de la garganta para apagar el incendio. El espectáculo quedó registrado en Politiquerías (James W. Horne, 1931), una película sonora protagonizada por El gordo y El Flaco y rodada en español. Hadji Alí nació en Egipto, no se sabe con certeza en qué año de finales del siglo XIX. Ya en la niñez descubrió su destreza para almacenar y después expulsar agua y comenzó a los 15 años a dar shows. En El Cairo un hombre de negocios italiano lo contrató para dar una gira por Europa. Según cuenta el propio Alí, actuó en 1914 para el zar Nicolás II de Rusia, que lo obsequió con una condecoración. Pronto El Regurgitador llegó a Estados Unidos y obtuvo un éxito discreto pero constante con sus actuaciones, que despertaban el interés de doctores y científicos. Murió en Inglaterra a causa de una insuficiencia cardiaca derivada de una neumonía en el año 1937.

Mabel Stark con Rajah, su tigre preferido

Mabel Stark con Rajah, su tigre favorito

5. La domadora de tigres estadounidense Mabel Stark (1889-1968) era anunciada en los años veinte como la primera mujer amaestradora de fieras. Tras ser enfermera y bailarina, comenzó a trabajar en un circo de Culver City (California) como amazona. Pronto mostró un interés desmedido por los felinos y en 1916 ya tenía su propio número de tigres. Entre ellos estaba Rajah, un ejemplar enfermo que ella había cuidado hasta que el felino se recuperó. Era su favorito: con él preparó un acto en el que luchaban, el tigre vivía en el apartamento de Stark y salían con frecuencia a jugar a la playa. Se convirtió en una sensación en 1922 con su espectáculo de seis felinos, cinco tigres y una pantera. Unos años después sufrió el primer ataque de las fieras. La domadora perdió el equilibrio y los animales se abalanzaron sobre ella hiriéndola gravemente. Hubo que darle cientos de puntos. Sufrió por lo menos dos ataques más y en uno de ellos casi perdió el brazo. Pero Stark siguió con su carrera, llegando a tener 18 grandes felinos sobre la pista. En 1968, tras recorrer medio mundo en diferentes circos y a los 78 años, se unió al Jungleland de California, un parque temático en la ciudad de Thousand Oaks, que al poco tiempo cambió de dueño. El empresario decidió despedir a Stark, poco después uno de los tigres se escapó y los encargados lo mataron de un disparo. Tal vez el suceso fue el detonante para que la veterana domadora se suicidara con una sobredosis de barbitúricos.

Bisset y el cerdo Toby

Bisset y el prodigioso cerdo Toby

6. El cerdo calculista. He dejado para el final al único protagonista animal de esta selección. Cuando supe de la existencia de Toby pensé al principio que aquello era un bulo, pero incluso hay testimonios escritos de la época que atestiguan que todo, por increíble que suene, es verdad: ese cerdo era un portento. En 1782 un zapatero escocés llamado Samuel Bisset, aficionado a amaestrar animales, compró en Dublín un lechón con el objetivo de enseñarle trucos. Ya lo había conseguido con caballos, perros, pájaros, tortugas, gatos, pavos, liebres… No había animal que se le resistiera. Le habían dicho sin embargo que el cerdo era especialmente dificil. Toby fue un reto para él: tras más de seis meses apenas había conseguido nada, pero insistiendo casi durante año y medio logró que se volviera dócil y aprendiera. Sabía realizar operaciones matemáticas como resolver ecuaciones, deletrear señalando fichas de cartón con letras, decir la hora y distinguir entre las personas casadas y solteras que acudían al espectáculo. Incluso se agachaba rindiendo pleitesía a Bisset, que no parecía haber utilizado técnicas violentas para instruirlo. El amaestrador se llevó a la mascota de gira y causaron sensación en Inglaterra. Todo iba sobre ruedas hasta que el Bisset recibió una grave paliza. Hay varias versiones sobre el ataque y todas llevan a la muerte del dueño de Toby a consecuencia del ataque. El animal, huérfano, pasó a manos de un negociante que siguió sacándole partido. La fama del cerdo calculista fue comentada por los periódicos e intelectuales de la época y hasta el escritor y visionario William Blake  lo cita en un poema.

Helena Celdrán

Monstruos trajeados del siglo XIX

'Uncle Six Eyes' - Travis Louie

'Uncle Six Eyes' - Travis Louie

«Gordon Seis Ojos vivió en el sótano de sus padres hasta que sus seis ojos se pusieron muy de moda y su furia en el mundo exterior disminuyó hasta la indiferencia más extrema. Cuando ya era seguro para él emerger del sótano y experimentar el mundo exterior, sus hermanos y hermanas ya habían crecido y estaban casados. Tenía ya muchos sobrinos, que amaban a su tío Seis Ojos. Les maravillaba su habilidad para mover los seis ojos a la vez y en distintas direcciones. Deseaban tener seis ojos… en lugar del aburrido ojo que cada uno tenía en la cabeza, brillante y calva… como la de sus padres».

El neoyorquino Travis Louie produce criaturas inspiradas en retratos victorianos y eduardianos, al estilo de las fotografías del siglo XIX, amarronadas y solemnes.

Dibuja a lápiz y termina sus obras con pinturas acrílicas. Además de la influencia historicista, el ilustrador se nutre de las películas mudas, de los personajes del cine expresionista de Murnau y Fritz Lang, del cine negro, de las curiosidades  médicas, de los números de magia de vodevil, del circo…

'Oscar And The Truth Toad' - Travis Louie

'Oscar And The Truth Toad' - T. Louie

Los modelos de sus postalillas van trajeados o llevan elegantes vestidos, adoptan la pose rígida de los retratos de antaño y poseen un gesto entre cándido y serio que les otorga dignidad. Por la profesionalidad con que Louie aborda a cada personaje, incluso podrían haber existido.

La sorpresa está en el rostro y en las extremidades que asoman de esos atuendos: un festival de caras deformes, antenas alienígenas, rasgos monstruosos y elementos animales marcan las creaciones del ilustrador, que además construye una historia para los personajes que hace reflexionar sobre la vida que llevaron, su modo de ser o los sucesos que los llevaron a tener semejante apariencia.

El tío Seis Ojos es sólo uno de esos microcuentos. También está la historia de Eva la vampiresa, Richard el ogro bajito (que terminó haciéndose banquero), Oscar -de Devonshire- que se encontró un día con que un sapo gigante se había colado en su casa y le hablaba en un extraño idioma… Lo bautizó como Ted y el anfibio decidió subirse a la cabeza de su nuevo amo.

En la página web de Travis Louie hay narraciones que dejan un regusto de curiosidad infantil que solo se satisface leyendo la siguiente. Pero eso no ensombrece a los dibujos, que hablan por sí solos y se pueden permitir el lujo de prescindir de las palabras.

Helena Celdrán