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Le Quidam, un artista urbano que renueva la idea del urinario de Duchamp

'White Rectangle on a Red Circle' - Le Quidam - Foto: lequidam.com

‘White Rectangle on a Red Circle’ – Le Quidam – Foto: lequidam.com

El urinario masculino apareció en una exposición colectiva organizada por la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York en 1917. Nadie se esperaba en aquel entorno un objeto así, exhibido sobre un pedestal, con un título artístico: La fuente. Escrito sobre el urinario se lee R. MUTT, pero en realidad tras la firma en mayúsculas estaba Marcel Duchamp (1887-1968), que pertenecía a la sociedad artística en cuestión y quería poner a prueba a sus colegas.

Habían concluido con antelación que para aquella muestra se aceptaría cualquier obra que se presentara y el autor entró al trapo con un objeto vulgar. Perplejos, los miembros de la sociedad debatieron sobre si aquello era arte o no y al final escondieron la obra, lo que hizo que Duchamp se marchara de la junta de artistas.

De aquel episodio se cumplen 100 años que no parecen mas que un segundo, porque la discusión sigue siendo la misma, el dilema de elegir entre la genialidad y la desfachatez para entender el arte conceptual sigue ahí. ¿Es arte un objeto solo por exhibirse en un museo o en una galería? ¿Se transforma cuando está fuera de su contexto original, sobre un pedestal y titulado por un artista?

Un siglo después no es solo que la provocación siga activa, hay creadores que demuestran cómo aún se pueden seguir buscándole las cosquillas al arte en nombre de Duchamp.

El artista callejero Le Quidam —con un significado en francés cercano a «fulanito de tal»— vive entre París y londres, ciudades que convierte en escenarios de sus intervenciones. Las obras son discretísimas y nada invasivas, comentarios en voz baja para el deleite de quien se molesta y maravilla en escuchar a los que no gritan ni hacen aspavientos.

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¿Te atreves a jugar al ajedrez ‘on line’ contra Marcel Duchamp?

Marcel Duchamp playing chess on a sheet of Glass, 1958 © Arnold Rosenberg

Marcel Duchamp playing chess on a sheet of Glass, 1958 © Arnold Rosenberg

El rumor causó un revuelo en el París bohemio de los años veinte. En las tabernas del cosmos artístico de Montmartre no se hablaba de otra cosa. Decían que Marcel Duchamp —el prodigio que había revuelto el panorama artístico con Nu descendant un escalier n° 2  (Desnudo bajando una escalera, nº 2), el cuadro-explosivo que dejó al mundo con la boca abierta a ambos lados del Atlántico —pimero, en 1912, en el Salon des Indépendants de París y al año siguiente en la exposición del Armory Show de Nueva York—, se retiraba del arte para dedicarse al ajedrez.

«He llegado a la conclusión», dijo, «de que no todos los artistas son ajedrecistas, pero todos los ajedrecistas son artistas».

Aunque aquello fue una falsa alarma y siguió haciendo de las suyas porque sabía que el absurdo es el único modo posible de eludir la muerte («me contradigo una vez y otra para no ser víctima de mis propios gustos», afirmaba) y también que el arte era un prédica esnobista que sólo tenía sentido si iba acompañada del sentido del humor («el arte es plagio o revolución»), Duchamp nunca se sintió mejor que jugando al ajedrez, del que era, confesaba, «una víctima» y al que otorgaba una pureza sincera que la práctica artística nunca alcanzaría.

Piezas del conjunto original de Duchamp de 1918

Piezas del conjunto original de Duchamp de 1918

En 1918, como contó mi compañera de blog Helena Celdrán en la entrada El ajedrez perdido de Duchamp, resucitado para impresoras 3D, diseñó y talló en Buenos Aires sus propias figuras de ajedrez. En los años veinte adquirió el grado de maestro, entre 1928 y 1933 participó en varios campeonatos nacionales franceses —en el de 1925, para el que diseñó el cartel, quedó en sexta posición— y también jugó en las primeras Olimpiadas de ajedrez.

Muchos años más tarde, en 1962, entreviendo quizá la cercanía de la muerte y la sinrazón de lo vivido una vez agotado, negó permiso para que cualquiera de sus obras de arte fuese expuesta en público con intenciones retrospectivas. No se sentía merecedor de la aprobación global de una muestra cronológica, autorizada y coronada por el presuntamente infalible juicio del tiempo. «Sólo he sido un peón desnudo para el arte», se justificó con una frase de bouquet ajedrecístico.

Sólo un año después, en octubre de 1963, reinterpretó la afirmación y se plegó a autorizar una exposición retrospectiva en una exclusiva galería de Pasadena (California-EE UU) —desde 1955 tenía la nacionalidad estadounidense, aunque regresaba a París siempre que podía y nunca se sintió yanqui del todo—. Fue un éxito histórico porque era la primera vez que se reunían desde las vinñetas humorísticas de juventud de Duchamp para los diarios franceses, hasta los experimentos más audaces de convergencia del cubismo con el futurismo y, por supuesto, muchos de los ready made con los que mostró su desprecio por el arte entendido como estado de santidad, entre ellos el inolvidable urinario al que llamó Fuente, firmó con nombre falso y fue rechazado en un salón de arte parisino en 1917 para renacer  una y mil veces como condensación de la estupidez de las categorías.

Duchamp jugando al ajedrez en la exposición de Pasadena. Foto: © Julian Wasser

Duchamp jugando al ajedrez en la exposición de Pasadena. Foto: © Julian Wasser

Uno de los salones de la exposición de Pasadena estaba por completo dedicado a las muchas obras que Duchamp dedicó al ajedrez.

El artista se dejó retratar en una de las salas simulando jugar una partida con una de sus amigas, la joven de 20 años Eve Babitz, que en la imagen aparece desnuda y, con el tiempo, escribiría un divertido articulo en la revista Esquire recordando la situación. Lo tituló a la manera de Duchamp: «Fui un peón desnudo para el arte. La verdadera historia del día en que Marcel Duchamp puso a la clandestina Costa Oeste en el mapa de la cultura jugando al ajedrez con la autora, quien en aquel momento era una joven desvestida con mucho que aprender». [La fotografía ha sido objeto de toda suerte de homenajes y reinterpretaciones: en esta entrada del blog Artedrez se acumulan unas cuantas].

Duchamp (1867-1968) murió en su estudio de Neuilly-sur-Seine, de un fulminante ataque al corazón. Antes había cenado con su amigo Man Ray, otro de los genios locos del siglo XX. Como era ateo y satírico fue enterrado bajo una losa con un epitafio que respeta ambos méritos: «Después de todo, son los otros quienes mueren».

Captura de pantalla de 'Playing Duchamp'

Captura de pantalla de ‘Playing Duchamp’

Creo que al maestro le hubiera convencido también como leyenda final esta declaración vivencial:

Hoy me conformo con jugar (…) Las piezas de ajedrez son los bloques del alfabeto que moldean los pensamientos. Aunque formen un diseño visual en el tablero, expresan abstractamente su belleza como un poema.

Si se animan y atreven a jugar contra el artista-ajedrecista pueden hacerlo en Playing Duchamp, una página web interactiva diseñada y mantenida por Scott Kildall, que ha utilizado en la programación todas las partidas de las que se conservan notaciones jugadas por el hombre que predicó con el ejemplo su propia máxima:

La destrucción es creación.

No es necesario desnudarse para el enfrentamiento, pero, ojo, porque, como en cada partida de ajedrez, las mentiras e hipocresías serán castigadas.

Jose Ángel González