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Cuando el autobús de dos pisos volvió triunfal a las calles de Londres

Routemaster busEs el autobus de postal, un vehículo tan introducido en la cultura popular que el intento de prescindir de él ha causado la ira de sus usuarios. Lo que sucedió con el autobus rojo de dos pisos es el ejemplo perfecto de la dificultad caricaturesca de los británicos por encajar un cambio cualquiera, pero en este caso a favor de un vehículo de diseño irresistible que los usuarios del transporte público bien merecen disfrutar.

Cambiar el Routemaster por otro bus más convencional le costó al Ayuntamiento de Londres un arranque de furia de la opinión pública, convirtiéndose el tema en decisivo para la campaña a la alcaldía de Londres en 2008. El entonces aspirante a alcalde, Boris Johson —que ganó las elecciones  y todavía sigue ejerciendo el puesto— prometía resarcir a los sufrientes londinenses. Los autobuses eran muy viejos, poco eficientes y ecológicos, pero él estaba dispuesto a resolverlo creando una versión modernizada.

El libro London’s New Routemaster (El nuevo Routemaster de Londres) —de la editorial inglesa Merrell— se adentra en la «historia oficial» de la nueva cara del símbolo londinense. Con diseños iniciales, maquetas virtuales, imágenes de la fabricación y de las primeras pruebas del vehículo, el tomo detalla al que se considera el «auténtico sucesor» del Routemaster original.

El New Routemaster - Images: © Wrightbus

El New Routemaster – Images: © Wrightbus

Producto del desarrollo de la ciudad tras la II Guerra Mundial, el Routemaster era un atisbo de belleza en la grisácea posguerra. Se había planificado entre 1947 y 1956 con el objetivo de crear un vehículo que ahorrara gasolina, tuviera un mantemiento barato y sustituyera a los trolebuses. Con una ligereza inusual para la época, el autobús fascinó al instante a los conductores, se adaptó a las necesidades de la capital convirtiéndose en el escenario diario de pasajeros de todos los estratos sociales en una época de escasez de vehículos privados.

El vínculo emocional que crearon los londinenses con el medio de transporte que los trasladaba a diario desde 1956 se manifestó en el disgusto que causó la retirada de la flota en 2002. El ayuntamiento tomó entonces la decisión de sustituirlos por autobuses Mercedes-Benz Citaro, articulados y de 18 metros de longitud, similares a los de otras ciudades europeas y de los EE UU.

El odiado Mercedes-Benz Citaro - Foto: Martin Addison

El odiado Mercedes-Benz Citaro – Foto: Martin Addison

«Los autobuses se convirtieron de pronto en un candente tema político«, escribe Tony Lewin, experto en automoción y autor de London’s New Routemaster. Lewin cuenta que «los operarios estaban enamorados de la eficiencia del Citaro», pero también que los pasajeros se colaban con frecuencia: incluso se llegó a conocer como «el autobús barato». Al existir varias puertas para agilizar la subida de los pasajeros, no había que pasar delante del conductor y era fácil no pagar.

El vehículo articulado fue blanco de fuertes críticas en la prensa y tras el nombramiento del alcalde Johson fue retirado de servicio poco a poco por el flamante autobus de dos pisos renovado, recibido con furor y dispuesto a «reconquistar los corazones del público» con líneas dinámicas y suaves y una tecnología híbrida.

Helena Celdrán

Compartir un pastel en un vagón del Metro de Nueva York

El pastel está hecho, sólo hace falta ponerle la crema y adornarlo. Bettina Banayan comienza a extender la densa capa sobre el bizcocho, un hombre la mira de vez en cuando extrañado, riéndose discretamente junto a la chica que va con él y meditando si la inesperada pastelera puede estar trastornada. El hecho diferencial es que Banayan está en el Metro de Nueva York, sentada en un asiento plástico naranja, con unos guantes de látex y rodeada de desconocidos que reaccionan de diferentes maneras ante la situación.

La performer —que desde 2011 ha realizado acciones artísticas relacionadas con el Metro, entre ellas picar una cebolla sobre una tabla de madera sobre el regazo— aprovecha su reciente titulación en Artes Culinarias por el Instituto Culinario Francés de Manhattan (Nueva York) para poner en práctica sus conocimientos en una nueva intervención.

Una ayudante la graba desde la fila de asientos de enfrente mientras ella unta la crema con calma. Algunos pasajeros la ignoran intencionalmente o hacen fotos con el móvil; otros la felicitan por ser «creativa» y ella agradece el cumplido respondiendo «me gusta compartir la comida con la gente». «¿De quién es el cumpleaños?» —pregunta un curioso— «de todo el mundo», contesta Banayan.

«Los neoyorquinos no son muy afables los unos con los otros. Estamos compartiendo el espacio privado, sobre todo en el Metro. Creo que es importante tener un sentido de comunidad», declara tras decorar el pastel con nata y dispuesta a compartirlo sacando platos de papel y tenedores de plástico.

Algunos aceptan encantados, otros preguntan con timidez si pueden comer un trozo. Los platos endebles comienzan a circular por el vagón y muchos esbozan sonrisas. El hombre sentado junto a la performer dice que no de primeras, pero luego no puede resistirse a probarlo. «Me alegra que al final dijeras que sí», le confiesa ella.

La artista revela en su blog que sintió cierta inseguridad al realizar el proyecto y que fue precisamente la ayudante que grababa (Vanessa Turi) la que la ayudó con su presencia a sobrellevar el corte.

Además, Turi sirvió también de inspiración para la iniciativa: «Vanessa me dijo una vez que cuando va en Metro a veces se ve en el reflejo del cristal escuchando música y parece enfadada aunque no lo esté. Creo que mucha gente se puede identificar con eso. Aunque sería muy difícil y a lo mejor imposible cambiar permanentemente esa conducta estereotípica, me emocionó ver a la gente relacionándose y compartiendo comida aunque sólo fuera por unos minutos».

Helena Celdrán