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Los pechos de mujer como arma de revuelta 30 años antes que Femen

Flashing in the British Museum, Christine Binnie body painted and photographed by Wilma Johnson, British Museum London, 3 March 1982 - The Neo Naturist Archive

Flashing in the British Museum, Christine Binnie body painted and photographed by Wilma Johnson, British Museum London, 3 March 1982 – The Neo Naturist Archive

Casi tres décadas antes de que las militantes de Femen empezaran a usar los pechos desnudos como pancarta —»si quieres verme las tetas vas a tener que leer mi eslógan», decía la fundadora de la sección española, Laura Alcaraz, siempre seria y segura, en una entrevista—, unas señoras inglesas, bastante fuera del canon de belleza publicitario, se dedicaron a pasearse en cueros por Londres para anunciar que el fin estaba cerca, que el neoliberalismo de Margaret Thatcher era el inicio de un viaje al infierno, que la discrimación nos mancha a todos y que la política es una farsa.

Los Neo Naturistas, un grupo de artistas del happening y las performances y con ardores sociales, se mostraron tal como eran y con todos los pelos al aire —pubis incluídos, tanto en hombres como en mujeres—. Nunca berrearon con ese aire de amotinadas en topless de algunas activistas de Femen —preferían la sonrisa y lo grotesco— y tampoco eran body builders de pechos perfectos —vean a la líder Inna Shevchenko posando con el mismo postureo que las modelos del erotismo suave—.

Los Neo Naturistas eran gente normal, con panza, tetas caídas y michelines. Nunca pretendieron vender mercancía ni creyeron que mostrarse medio desnudo fuese algo más que quedarse medio vestido.

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40 años haciendo un autorretrato de cumpleaños en ‘topless’ y con el mismo modelo de bragas

Izquierda, 1974, 29 años - Derecha, 2013, 69 años © Lucy Hilmer

Izquierda, 1974, 29 años – Derecha, 2014, 69 años © Lucy Hilmer

La misma mujer, la misma ropa interior —unas bragas lollipop de algodón blanco—, la misma piel, la misma pose, el mismo topless… Durante cuarenta años.

Lucy Hilmer ha tomado la misma foto el mismo día del año, el 22 de abril, su cumpleaños, desde 1974.

La serie de autorretratos, titulada con sorna y buen humor Birthday Suits (Trajes de cumpleaños), es un canto de amor al tiempo y a la vida, una cronología gozosa de una mujer que, como puede advertirse al contraponer las poses de la primera y la última fotos, ya no tiene miedo ni necesita colocarse a cinco metros de la cámara. Lucy Hilmer ha empleado radicalmente el derecho a exponerse.

El proyecto de Hilmer, que ahora va camino de ser un libro y quizá una película, ha ganado uno de los premios de talentos fotográficos emergentes de 2014 del prestigioso blog Lens Culture.

La mujer, una de esas aficionadas a hacer fotos que sólo admiten con cierto rubor que, «está bien, si quieres puedes decir que soy fotógrafa, pero es una palabra demasiado grande«, sólo se atrevió hace poco a sacar del encierro familiar y mostrar en público la serie de imágenes de su cita anual consigo misma.

Empezó casi en broma, en el Valle de la Muerte al que decidió viajar en 1974, cuando cumplía 29, como homenaje privado a la película de Antonioni Zabriskie PointHilmer es una hippie y no se avergüenza—. Tomó varios autorretratos, con varios atuendos y en distintas poses. «Sólo me vi a mí misma con zapatos, calcetines y las bragas Lollipop. Las demás no se parecían a mí», explica para justificar la elección de la foto que seguiría haciendo, cada 22 de abril, durante las siguientes cuatro décadas.

El resultado de la crónica de trajes de cumpleaños es «una historia codificada del viaje de una mujer a través del tiempo», añade Hilmer, a quien movió cierto espíritu de rebeldía: «Quería ir contra los estereotipos de una cultura que me marcaba como a una chica bonita, lo suficientemente delgada para ser una modelo de moda y no mucho más».

Luego, con el paso de los años tuvo la intuición de que aquel rito era una alianza que la acompañaría de por vida: «Armada con mi cámara y el trípode, encontré una manera de definirme en mis propios términos y en la forma más abierta y vulnerable que pude. Mi proyecto es a largo plazo y continuará el tiempo que viva».

Visto en conjunto, el suave viaje de autorrepresentación en topless y bragas de esta fotógrafa con la mirada iluminada, compone una narrativa superpuesta a la fotográfica. Es simple —el matrimonio, los hijos, los nietos, el inevitable avance de las arrugas…— pero de hondo consuelo: Hilmer ha sembrado el camino de señales para regresar sin drama a la casa común de la tierra que a todos nos aguarda.

Ánxel Grove