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Hace 50 años un grupo pop inventó el ‘heavy’ y el ‘punk’

Primere edición del 'single' con "You Really Got Me", agosto de 1964 (Pyle Records)

Primera edición del ‘single’ con «You Really Got Me», agosto de 1964 (Pye Records)

El heavy metal —ese veterano y celebrado género del rock basado en las guitarras fuertes y distorsionadas, el ritmo enfático y el bajo y la batería añadiendo tormentosa densidad— y el punk —música exprimida de todo adorno para alcanzar la crudeza más básica— nacieron hace medio siglo en Londres, en el verano de 1964.

El par de estilos, que han labrado por su cuenta caminos propios y capturado por su fiereza a fanáticos de toda edad y procedencia geográfica, deben la esencia de su aspereza a una canción grabada en 1964 en Londres por un grupo de pop rock: You Really Got Me, el tercer single de The Kinks.

Dave Davies con la guitarra que tocó en "You Really Got Me"y el modelo el amplificador que utilizó. Abajo, el 'riff' de guitarra de la canción

Dave Davies con la guitarra que tocó en «You Really Got Me»y el modelo el amplificador que utilizó. Abajo, el ‘riff’ de guitarra de la canción

El riff de guitarra que puntúa como un martillo la canción estaba basado en una aberración armónica —las notas fa y sol repetidas como en una antimelodía— y había sido una ocurrencia instintiva de Ray Davies, el líder del grupo, transformada luego por su hermano Dave, el guitarrista, mediante el uso de power chords (quintas vacías).

Pero el riff aunó algún otro milagro. Dave, que tenía 17 años, estaba cansado del sonido demasiado limpio del amplificador barato que utilizaba, un Elpico transportable, y rajó con una navaja barbera la membrana del aparato. Tocada con una guitarra Harmony Meteor, un instrumento originalmente pensado para el jazz, la combinación de notas emergió entonces del amplificador roto con una distorsión extrema.

Es necesario fijar el momento para entender la conmoción. En 1964 el pop inglés adoraba el sonido celestial de los Beatles —armonía pura y desbravadas y dulces versiones de los pioneros del rock and roll estadounidense—. A partir de You Really Got Me, los compañeros de generación de la beatlemanía —The Who, The Yardbirds, Them…— entendieron que el ruido y el arrebato podía mostrar mejor que el yeah-yeah-yeah la angustia y la desesperación generacionales.

En el riff de la canción precursora de la rudeza heavy y la tosquedad punk se han encontrado referencias variopintas. Los hermanos Davies han citado la influencia de The Train and the River (1957), del pionero de la improvisación jazística Jimmy Giuffre; de Louie Louie (1963), el éxito de culto garajero de los Kingsmen; de Tequila, de los Champs (1958), y de los lamentos por la falta de sexo o la actitud reacia de la mujer amada de los bluesmen Leadbelly y Big Bill Broonzy —después de todo, You Really Got Me es un plañido similar al de los blues: Me tienes tan pillado que no sé hacia dónde voy, dice la letra—.

Contrariamente a la vieja creencia de que en la canción tocó Jimmy Page —uno de los mercenarios de estudio más activos del momento y futuro fundador de Led Zeppelin, acaso el primer grupo plenamente heavy—, el guitarrista no intervino en la sesión, según ha confirmado el productor Shel Talmy, convencido desde el primer momento en que la canción sería histórica: «Tan pronto escuché el riff, supe que el tema era un hit«.

The Kinks, 1965

The Kinks, 1965

You Really Got Me fue la salvación para el cuarteto, que con sus dos primeros singles —una versión demasiado beatle de la clásica de Little Richard Long Tall Sally y You Still Want Me, un soso medio tiempo— no había llamado la atención de casi nadie. Los hermanos Davies, que seguían viviendo en la casa paterna, empezaban a sentirse desilusionados e incapaces.

Los Kinks hicieron cinco tomas de la pieza. El productor grabó la pista de guitarra en dos canales, uno con distorsión y otro sin ella. El tema, versionado centenares de veces desde entonces, fue número uno en el Reino Unido y, aunque el grupo exploró aguas menos tórridas en los siguientes años —fueron cronistas sociales y valientes investigadores de la psicodelia desde la tradición british—, You Really Got Me se convirtió en una canción inapelable.

No pensaban lo mismo los ejecutivos de la discográfica Pye Records, que definieron la guitarra mitológica de Dave Davies como «un ladrido de perro» y estuvieron a punto de esconder You Really Got Me en la cara B del single.

Gracias al cielo no lo hicieron, Ray Davies se convenció de que era un gran compositor y los Kinks nos regalaron en sucesión: All Day and All of the Night, Set Me Free, Tired of Waiting for You, A Well Respected Man, Dedicated Follower of Fashion, Sunny Afternoon, Waterloo Sunset

Escuchadas una tras otra parecen producto de un milagro.

Ánxel Grove

La lider de las Shaggs regresa con el segundo disco más estúpido de la historia

"Redy! Get! Go!"

«Redy! Get! Go!»

Dorothy Dot Wiggin regresa con el álbum Ready! Get! Go!. Tiene 61 años y ha permanecido en silencio los últimos 44, desde que en 1969 participara como líder, cantante y guitarrista de The Shaggs en Philosophy of the World, quizá el disco más idiota de todos los tiempos. El álbum de retorno, apadrinado por Alternative Tentacles, la productora del anarco-punk Jello Biafra, podría disputar ahora la posición del segundo más idiota de la historia.

Las Shaggs, uno de esos grupos venerados por su rareza, nacieron de una sesión de quiromancia. El padre de las hermanas Wiggin fue avisado en una lectura de las palmas de la mano de que sus hijas serían estrellas del rock. Convencido de la certeza de la predicción, las saco del colegio y montó con las tres muchachas adolescentes un trío al que bautizó con una referencia a los peinados shaggy, a lo perro lanudo, que lucían las chicas.

"Philosophy of the World" (1969)

«Philosophy of the World» (1969)

Sin más conocimientos que tres acordes y haciendo de la disonancia un estilo, grabaron Philosophy of the World, una colección de temas que de tan insensatos lograban hacer gracia por la inocencia desvergonzada con que las chicas cantaban, siempre desafinando, canciones que no pretendían ser paródicas, sino éxitos pop.

Los ricos quieren lo que tienen los pobres / y los pobres quieren lo que tienen los ricos / los flacos quieren lo que tienen los gordos / y los gordos quieren lo que tienen los flacos, dicen en la pieza central que da título al álbum. Los padres nos entienden / Debemos recordarlo /  A los padres les importamos / Los padres siempre están ahí, añaden en Who are Parents?

El disco, cuya primera tirada fue de mil ejemplares, se convirtió en objeto de culto cuando el iconoclasta Frank Zappa lo mencionó en una entrevista como uno de sus álbumes favoritos. «Las Shaggs son mejores que los Beatles», declaró. Kurt Cobain, a quien también le agradaba hacerse el enterado en plan yo-sé-algo-que-tú-no-sabes, definió al trío como «auténtico».

No hizo falta mucho más que los halagos de ambas celebrities para que el disco, reeditado en los años ochenta, fuese considerado como un trabajo protopunk y un ejemplo de música outsider ajena a cualquier tipo de norma. La pasión y el espanto jugaron a la polaridad: algunos decían que era un obra precursora mientras otros lo consideraban el peor disco de todos los tiempos. Tras la entrada inserto un vídeo con el álbum completo para que los lectores entren en el debate si lo desean.

El regreso de Dot Wiggin ha sido pulido con la ayuda de músicos profesionales pero no hay demasiado cambio. El single, Banana Bike suena así:

La película podría tener el mismo título que la protagonizada a diario por los políticos: la solvencia de la ineptitud.

Ánxel Grove

El final del sueño: la triste última sesión de fotos de los Beatles

The Beatles, 22 de agosto 1970

The Beatles, 22 de agosto 1969. Foto: Monte Fresco

Además de otros notables dones —sobre todo, componer e interpretar canciones que contenían poder suficiente como para que el mundo girase y en cada rotación fuese un mundo distinto—, los Beatles solían ejercer una inocencia casi ingenua en sus sesiones de fotos. Siempre me pareció que las imágenes del grupo, tanto las obligadas por la promoción y el comercio como las improvisadas, mostraban sin filtros el alma de los cuatro músicos: tipos de clase tirando a baja, algo pillastres, con una cultura obtenida en el camino y no en los púlpitos de las academias y un sentido del humor bastante simplón. Ni siquiera cuando se creyeron en la necesidad de mostrarse como artistas con aspiración de perpetuidad —véase la cubierta pop de Sgt. Pepper’s Loney Hearts Club Band— dejaban de parecer unos muchachos disfrazados para una juerga de carnaval.

Como sus canciones —y esa pureza les diferenciaba de otros grupos de su generación—, los Beatles eran veraces y no sabían impostar.

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Russell

The Beatles, 22 de agosto 1969. Foto: Ethan Russell

El 22 de agosto de 1969, dos días después del que sería su último encuentro en un estudio de grabación —terminaron de mezclar una canción de John Lennon, I Want You (She’s so heavy), los músicos más famosos de la historia quedaron para hacerse unas fotos de promoción para satisfacer las demandas de los medios de comunicación, que llevaban meses sin saber casi nada del grupo.

Los cuatro sabían que sería la sesión final de posados ante una cámara porque el grupo estaba condenado a la desintegración. Lennon —que había editado en julio el primer disco en solitario de un beatle, el sencillo Give Peace a Chance, firmado por la Plastic Ono Band (agasajo de amor por la artista y dominatrix emocional Yoko Ono, una japonesa de sangre imperial y escasísima gracia con la que se había casado en Gibraltar en marzo de 1969)— comunicó a los otros tres el 20 de septiembre, menos de un mes después de la sesión de fotos, que materializaba la ruptura y se largaba. Decidió no hacer público el divorcio para no enturbiar los resultados de caja del inminente álbum Abbey Road, que apareció seis días más tarde y se convirtió en un testamento dorado: es el elepé más vendido de los Beatles, que se disolvieron legalmente  al año siguiente.

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Russell

The Beatles, 22 de agosto 1969 . Foto: Ethan Rusell

Transparentes como siempre, Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr no pueden ocultar el fracaso en las imágenes de aquella sesión postrera de fotografías, tomadas por el eficaz Ethan Russell y el especialista en deportes Monte Fresco en Tittenhurst Park, la mansión que Lennon y Ono acababan de comprar en la campiña de Ascot (Berkshire).

Ninguna mirada brilla, Lennon está ausente en su limbo —aunque preocupado por llamar la atención y destacar con el atroz atuendo que acababa de comprar (sombrero cordobés incluido) en una tienda trendy—, McCartney no busca el objetivo con el hambre habitual por  lucir favorecido y Harrison simplemente no quiere estar allí. «¿Qué necesidad tenía yo de participar en aquello para ser feliz?», escribió más tarde el beatle invisible, ninguneado por sus compañeros una vez y otra.

La excursión fotográfica familiar —también asistieron Ono y Linda McCartney, embarazada de su primera hija con Paul— terminó en ceremonia fúnebre y las últimas imágenes de los Beatles juntos son melancólicas y tristes.

Poco tiempo después los cuatro músicos que cambiaron el mundo, o al menos la forma de ver el mundo de una generación, sólo se reunían, con abogados presentes, para hablar de dinero y echarse en cara con furiosa saña los pecados que se atribuían unos a otros.

Las últimas fotos de los Beatles, transparentes y ligeras como las muchas que el grupo repartió por el mundo, son la verificación de que los sueños, por enormes que sean, también se acaban.

Ánxel Grove

45 años de «Music from Big Pink», el disco que acabó con los excesos de la psicodelia

© Elliott Landy

«Next of Kin» © Elliott Landy, 1968

Primero, el momento: 1968, año de vuelos astrales, she’s leaving home, dinamitando a la familia, jergas secretas, saris para ella y abrigos afganos para él, far out, «¿sabes que los Beatles van a parar la guerra de Vietnam?», quemando libros de texto (y alguno de T.S. Eliot, a la pira también), lo quiero todo y lo quiero ya…

¿Qué pensar si encuentras esta foto de parranda consanguínea al desplegar la carpeta de un disco editado cuando el mundo se entrega a la celebración psicodélica?

La imagen se titula Next of Kin (familiares cercanos) y está poblada por presuntos partidarios de la trama patriarcal a los que juzgas, como buen hijo del espíritu de 1968, según la calaña de los abrigos de las señoras, las medias de domingo de las niñas y el aspecto general de gente que puede manejarse con un tractor. Eres capaz de detectar los orines del ganado que crían, no con la intención de contribuir a la paz celeste sino para comerlo, convenienemente troceado y a la parrilla. Detectas que comparten café con el agente de policía del pueblo, que consultan los diarios de provincias, que prefieren el bourbon a la marihuana, que no saben quién demonios es Mary Quant ni conocen el significado de ninguna de estas palabras: groupie, dude, foxy, groovy, hip…´

Las 33 personas de la foto —una cifra no buscada por aspiraciones cabalísticas o bíblicas, pero a la que se pueden aplicar ambas condiciones— no son el mejor elenco para hacer amigos en 1968: los primos Anette y Paul, las sobrinas Lori y Maury, la abuela Smith, el tío Lelo y Mamá Leola, la tía Jean… Ahora es posible saber quién es quién en la imagen, pero en 1968, cuando te cae el disco en las manos, ni siquiera logras dilucidar dónde están los músicos de no ser porque en el lado contrario de la carpeta  aparece otra foto.

The Band, 1968 © Elliott Landy

The Band, 1968 © Elliott Landy

Podrían ser enterradores o difuntos, pistoleros o tahúres, tienen aspecto de atemporal suficiencia y de conceder escasa importancia a la idea engañosa de lo contemporáneo. Prefieren la grandeza moral del negro a la degeneración estrambótica de la paleta de colores del hippismo y nada de lo que llevan puesto ha sido comprado en una boutique, aunque sí, quizá, pedido prestado a los padres, a quienes respetan y admiran. Han llegado a la conclusión, después de tocar en burdeles y bares que podrían ser casas de reposo pero también manicomios, de que lo moderno siempre se conjuga en pasado.

Desde la izquierda: Rick Danko (26 años), Levon Helm (28), Richard Manuel (25), Garth Hudson (31) y Robbie Robertson (25). Cuatro canadienses y un granjero de Arkansas, Helm, que se había retirado de la música para trabajar en una plataforma petrolífera del Golfo de México. Le llamaron: «Tenemos algunas canciones que sólo tú puedes cantar. Ven a las Catskills». Habían alquilado una casa de dos cuartos, un sótano y lejanía suficiente —los montes del estado de Nueva York— y querían hacer música con la revolucionaria intención de divertirse cuando el objetivo generacional era la pasarela.

Hace 45 años, estos cinco tipos, hasta ese momento solamente conocidos como músicos mercenarios —primero acompañando a Ronnie Hawkins, un rocker canalla y grasiento, y después a otro loco, un tal Bob Dylan— y a partir de ahí llamados The Band, editaron Music From Big Pink, uno de los escasos discos de los que es posible afirmar que ennoblecen al género humano, una obra que demuestra que el rock no puede viajar en limusina porque necesita un vehículo con bastante más espacio, acaso un tren de vapor poblado de negros rumiando blues, predicadores espantando al demonio con el agua bendita del góspel, vaqueros brutos capaces de pegarte un tiro y escribir una canción para contar cómo te desangraste, señoras de los Apalaches con batas floreadas y ánimo podrido, camioneros que imaginan compases en las noches infinitas de las highway

En lo que a mí respecta, es el único disco sustancial. Lo podría escuchar desde el primer café hasta el último bostezo. No concibo que tenga 45 años porque acaba de nacer.

Dado que no tengo a mano o no alcanzo a encontrar las palabras apropiadas, les propongo que opriman el play de este vídeo. Contiene el álbum completo, única prueba necesaria para sostener su grandeza.

Estamos ante un artilugio que no está sometido, como el resto de sus hermanos de añada —Electric Ladyland, We’re Only in It For The Money, Beggars Banquet, The Beatles, Waiting for the Sun, Cheap Thrills, Wheels of Fire… y toda aquella sinfonía causada por el exceso de egolatría y el LSD— a la condena irrefutable que dicta el tribunal del tiempo. Si esos álbumes huelen a arqueología y materia de reflexión universitaria, Music from Big Pink rezuma mugre y vida: es una colección de cantos marinos, baladas de lagrimeo, cuentos morales, escenas sexuales en el arroyo, letanías sobre el fardo que cargamos colectivamente hasta que nos morimos y entonces se lo pasamos a otros, lamentos y sumisiones, canciones que demuestran que la telepatía pasado-futuro existe, que las ventanas deben estar abiertas, que los abuelos son superiores a los nietos, que la serenidad puede ser un ladrido, que la textura es el único virtuosismo que merece la pena…

"Music From Big Pink" (1968)

«Music from Big Pink» (1968)

Nacido en el sótano de una casa de montaña alejada de los vértices urbanos sobre los cuales giraban las galaxias del rock vanidoso y excesivo (en el sentido nocivo) de finales de los años sesenta —Londres, San Francisco, Los Ángeles, Nueva York…—, ensayado ante una grabadora de bobinas y cuatro micrófonos baratos, tocado sin ansias de volumen ni estridencia, Music from Big Pink dejó boquiabiertos a todos por la pureza y la tensión de un manojo de piezas tocadas en círculo y sin apenas amplificación: los Beatles —por intermediación de George Harrison, que estuvo de visita en las sesiones— decidieron olvidarse de mandangas y volver a ser un grupo de rock para decirnos adiós (no es casual que Don’t Let Me Down, quizá la mejor canción de los meses finales de la banda, parezca una prolongación de los temas de The Band); Eric Clapton cortó con el proyecto megalomaníaco de Cream para volver a  la sencillez; Roger Waters acaba de declarar que Pink Floyd nunca hubieran sido quienes son sin Music from Big Pink…

The Band, en Big Pink

The Band, en Big Pink © Elliott Landy

¿Qué fue de los actores que hace 45 años editaron uno de los mejores discos de la historia saliendo de la nada?

Rick Danko, el de corazón más sensible, sufrió un grave accidente de tráfico en 1968. Padeció un abusivo dolor de espalda durante el resto de su vida. Sólo se sentía en paz cuando se picaba heroína. Murió el 10 de diciembre de 1999 mientras dormía, a los 56 años.

Richard Manuel, la voz más bella de su tiempo, se ahorcó en un motel de Winter Park (Florida) el 4 de marzo de 1986. Vivía en la depresión, era alcohólico y consumidor de heroína.

Garth Hudson, mago de los teclados y lo imprevisto, edita discos melindrosos con su mujer, Maud. Vendió la grabadora Uher con la que se gestó Music from Big Pink. a la corporación que gestiona los Hard Rock Café.

Robbie Robertson, el gran compositor y guitarrista de mano telegráfica, se dedica a las bandas sonoras de las películas de su amigo Martin Scorsese, a la exploración etnográfica de sus orígenes mohawk y a cultivar las apariencias en las fiestas de clase alta.

Levon Helm, que cantaba como un soldado agonizante en las trincheras y tocaba la batería con el cuello torcido y el ceño de un hombre enfermo, grabó un montón de discos, peleó diez años contra el cáncer, apoyó las guerras de castigo de George W. Bush y murió en 2012 a los 72 años.

Big Pink

Big Pink

Big Pink. La Casa Rosada del 2188 de Stoll Road con Parnassus Lane, West Saugerties, estado de Nueva York, escenario del milagro, sigue en pie. Es propiedad de una pareja de músicos que han montado un estudio de grabación en el sótano. No los creo cuando afirman que no hay fantasmas en la casa.

Ánxel Grove

El fotógrafo que inventó a Brigitte Bardot

Mala actriz pero adorable criatura, Brigitte Bardot, aunque todavía reside entre nosotros —cumple 79 años en septiembre—, habita desde hace décadas en el panteón de la antropología social: fue uno de los mitos del siglo XX y uno de los símbolos sexuales más potentes de la contemporaneidad.

Pícara, perfecta, dulce pero con una señal de alto voltaje en los labios y las curvas, fue una de las gatitas más deseadas y su imagen —casi siempre en corsé u otras prendas de ropa interior— humedece la cultura popular: popularizó el biquini; escandalizó al mundo desde la pantalla con fuego de nivel intermedio —quemaba pero no ardía, prometía pero no regalaba—; los Beatles la tentaron para que actuase en sus películas porque la idolatraban unánimemente George Harrison, Paul McCartney y John Lennon —que la conocería en persona en 1968, aunque tuvo la ocurrencia de tomarse un LSD antes y se portó como un alelado zombie ante la diosa—; aparece citada en el cancionero de Bob Dylan —que  antes había compuesto su primera canción adolescente como declaración de amor a la actriz—; en Francia se vendían más postales de BB semidesnuda que de la Torre Eiffel…

Pese a sus últimas salidas de tono integristas —de la defensa animal como único norte espiritual ha pasado, sin pausa, a una no menos irracional islamofobia (ha sido multada cinco veces por incitar al odio racial)—, BB podría ser una quimera, una habitante con derecho pleno de la fábula colectiva en la que residimos.

El hombre que la construyó, quien hizo que la jovencilla aspirante a actriz y cantante se convirtiera en una bomba sensual, es el autor de las imágenes que abren esta entrada, Sam Lévin (1904-1992), un fotógrafo condenado al injusto olvido de quienes trabajan con fines promocionales, ajenos a la necedad de las pretensiones.

Nacido en Ucrania y emigrado a París cuando era niño, Lévin fue el creador de todas las estampas de la edad de oro del cine francés. Entre 1950 y 1970 retrató a unas seis mil personas en su estudio de la capital francesa. Eran fotos perfectas, iluminadas con maestría y de impacto inmediato. De eso se trataba: la mayoría de las imágenes se imprimían en tarjetas postales para regalar o poner a la venta: se trataba de productos sin otra pretensión que propagar la imagen de los actores y actrices, convertirlos en materia popular. Andy Warhol hizo lo mismo, y con bastante peor maña, y le llaman artista.

Las fotos de Lévin, que nunca se han expuesto en condiciones, son retratos comparables en elegancia a los de Cecil Beaton; en glamour, a los de de Lillian Bassman; en modernidad, a los de Norman Parkinson… Patentó un estilo chic de colores alborotados, sexualidad animal y cierto aire naíf que merece un destino distinto al coleccionismo de estampas.

Ánxel Grove

El fotógrafo ‘yé-yé’ que entró y salió de la fama en silencio

Marianne Faithfull  © Roger Kasparian

Marianne Faithfull © Roger Kasparian

Roger Kasparian (París, 1938) no ha merecido la suerte de pasar a la historia. Era un personaje secundario en la penumbra del abigarrado mundo de la fotografía de músicos durante los fértiles años sesenta y sólo ahora ha sido recuperado de ese papel de relleno con la exposición Roger Kasparian: The Sixties en las Snap Galleries de Londres.

El mundo era entonces menos complejo y Kasparian, hijo de un fotógrafo armenio dueño de un estudio en las afueras de París, entró en la nómina de los paparazzi de la capital francesa una noche de noviembre de 1961 por la simple razón de que tenía coche. Había conocido por casualidad a un reportero de Paris Jour que necesitaba transporte para acercarse a un club donde, le había soplado, estaban de juerga algunos famosos.

Kasparian se ofreció a servir de transportrista y entró en el garito con su nuevo amigo, que le dejó una cámara y le dió un consejo: «En cuanto veas a algún famoso, dispara». Tuvo la suerte de los principiantes y logró retratar al cineasta Claude Chabrol, que estaba de farra con un grupo de amigos. Los editores de Paris Jour compraron las fotos a la mañana siguiente, sin saber que la decisión quizá salvaba la vida de Kasparian, que ya había sido obligado a alistarse en el Ejército para ser enviado a la Guerra de Argelia y sólo podía eludir el servicio militar bélico demostrando que trabajaba.

Serge Gainbourg © Roger Kasparian

Serge Gainbourg © Roger Kasparian

A lo largo del resto de la década de los sesenta, el fotógrafo se especializó en celebridades, sobre todo musicales. Empezó con los yé-yés franceses —así les llamaban los medios, usando el mismo término que importaríamos en España al poco—: Johnny Hallyday, Françoise Hardy, Serge Gainsbourgh… y siguió con la avalancha derivada del corredor de abastecimiento mútuo entre París y Londres que traía a Francia a las rutilantes estrellas del pop rock inglés.

Kasparian estaba siempre al quite y terminó por ser contratado como fotógrafo de plantilla de Musicorama, el show musical de la radio Europe 1 que se grababa en directo en el mítico teatro Olympia del Boulevard des Capucines.

La exposición de Londres muestra fotos de, entre otros, The Beatles, The Rolling Stones, Little Stevie Wonder, The Kinks, The Who, The Troggs, The Beach Boys, The Animals

Con la misma moderación con que había llegado al negocio, Kasparian lo dejó. En 1970, cuando la inocencia de la década anterior dió paso a la profesionalización y todos sus males añadidos (managers, derechos, permisos, contratos, mafias…), el fotógrafo yé-yé regresó al estudio de su padre y se dedicó a hacer fotos de bodas, bautizos y otros ritos sociales.

Ánxel Grove

The Who live at La Locomotive @ Roger Kasparian

The Who live at La Locomotive @ Roger Kasparian

Van Morrison © Roger Kasparian

Van Morrison © Roger Kasparian

The Beach Boys © Roger Kasparian

The Beach Boys © Roger Kasparian

The Beatles, live 1965 © Roger Kasparian

The Beatles, live 1965 © Roger Kasparian

Keith Richards © Roger Kasparian

Keith Richards © Roger Kasparian

Francoise Hardy © Roger Kasparian

Françoise Hardy © Roger Kasparian

La estatuilla a un nazi, el sueldo de un acomodador y otras vanidades de los Oscar

© Chris Vector

© Chris Vector

Cuando 3.300 seres humanos engalanados y bellos —no he utilizado, con intención, los mayoritariamente improcedentes adjetivos inteligentes y cultos— se sienten el domingo en las butacas del Dolby Theatre de Los Ángeles para asistir a la 85ª ceremonia de entrega de los Premios Oscar, a ninguno de ellos le faltarán razones para la sonrisa. Lo que está en juego, el motivo final de la noche, se puede medir con la más estimada de las unidades en estos tiempos codiciosos, el papel moneda.

El negocio del cine, verdadero anfitrión de la gala, ingresó en 2012 y sólo en los EE UU 10.7000 millones de dólares (unos 8.000 millones de euros) —sobre la caja mundial no hay datos fiables, pero se suele admitir que es cuatro veces superior a la estadounidense: hablamos, por ende, de unos 32.000 millones—. La cifra, que se limita a las entradas vendidas en taquilla y deja fuera la comercialización doméstica, explica los atrevidos modelos de haute couture, la joyería obscena y el simpático charmant sobre la alfombra, pero conviene recordar que con estos galantes señores y señoras sucede lo mismo que con los policías antidisturbios que vigilan las sedes de los partidos políticos investigados por corrupción: les estamos pagando el sueldo, la pose y la vanidad (el año pasado se metieron en los tractos digestivos 1.200 botellas de champán, 1.200 ostras japonesas y 18 kilos de caviar en el ágape posterior, anunciado como «anticrisis»).

Mantengamos la calma y llamemos al Señor Lobo

Mantengamos la calma y llamemos al Señor Lobo

En vísperas de la kermesse, van unas cuantas curiosidades sobre los Academy Awards desde el más profundo desprecio hacia los bailes de beneficencia y las mesas petitorias del gremialismo. Y no se trata de una posición personal: el año pasado la ceremonia masturbatoria de Hollywood tuvo una audiencia de casi 40 millones de televidentes, algo así como un 0,5% de la población mundial, lo que me anima a considerar que la gente del cine haría bien en aplicarse como norma de conducta el consejo de humildad que desde la pantalla repartía el inolvidable Señor Lobo: «No empecemos a chuparnos las pollas todavía».

1. Una sola peli X. El único premio a la mejor película para una obra calificada como X (en los EE UU) fue para Cowboy de Medianoche (John Schlesinger), que lo ganó en 1970. La consideración del film como explícito es cuando menos discutible y la categoría está relacionada con la secuencia de la fiesta sicodélica en la que participaron algunas super stars de la Factory de Andy Warhol. El film fue reclasificado poco después del estreno como R (contenido recomendado para mayores de 17 años).

2. Y muy pocas para todos los públicos. Desde 1969, cuando ganó el Oscar como mejor película Oliver! (Carol Reed), ninguna clasificada G (para todos los públicos) se ha llevado el galardón.

Julie Christie, desnuda

Julie Christie, desnuda

3. El primer desnudo premiado. Julie Christie, en 1966, fue la primera mujer que ganó el premio a la mejor actriz tras aparecer desnuda en una película (Darling, también de John Schlesinger, el director de Cowboy de Medianoche). El desnudo era muy cándido (culo y pechos en escorzo) y la actriz había montado una escandalera en el rodaje, con llanto y mocos incluidos, para que el director la exonerase de desvestirse.

4. Oscar para un nazi. El alemán Emil Jannings ganó el premio como mejor actor en 1929 —en la primera convocatoria del certamen— por sus interpretaciones en dos películas, La última orden (Josef von Sternberg) y El destino de la carne (Victor Fleming). La Academia tuvo el detalle de darle la estatuilla una semana antes de la ceremonia para que Jannings pudiese volar a su natal Alemania, donde tenía compromisos. Unos años más tarde Hitler nombraría al actor responsable de los estudios UFA y el ministro nazi de Propaganda, Josef Goebbels, le condecoró como Artista del Estado por su participación en películas de propaganda como Ohm Krüger (1941). Tras la derrota de sus colegas nazis, fue detenido —«¡no disparen, gané el Oscar!», gritó a los soldados estadounidenses, llevando la estatuilla sobre la cabeza— y adujo que le habían obligado a colaborar a la fuerza. Murió en 1950, con el hígado destrozado por el alcohol.

5. Los Beatles también tienen un Oscar. El grupo más famoso de todos los tiempos ganó el premio a la mejor música original en 1971 por Let It Be (Michael Lindsay-Hogg), pero sólo fue a recogerlo Paul McCartney: el grupo se había separado unos meses antes porque, como muestra el documental, los cuatro músicos no se soportaban entre sí. La película, la única decente de la filmografía beatle, no ha sido reeditada porque McCartney y Yoko Ono Lennon siguen vendiendo una falsa historia de hermandad que las imágenes desmienten.

Cartel de "La Ciociara" ("Dos mujeres")

Cartel de «La Ciociara» («Dos mujeres»)

6. Sophia, la primera que no hablaba inglés. El primer Oscar para un actor o actriz por un papel protagonista no hablado en inglés fue para Sophia Loren, que lo ganó en 1962 por el drama neorrealista Dos Mujeres (Vittorio De Sica).

7. Italia, diez. A la cabeza en el ranking de mejores películas extranjeras está Italia, con diez, entre ellas tres de Federico Fellini: Las noches de Cabiria, Amarcord y .

8. Cinco papeles, cinco mejores películas, ningún premio. Uno de los grandes actores de los años setenta, John Cazale, que murió a los 42, sólo tuvo tiempo de participar en cinco películas. Lo bordó en cada una y, aunque no fue nominado, todas estuvieron en la batalla por el Oscar al mejor largometraje: El padrino, La conversación, El padrino parte II, Tarde de perros y El cazador —las tres primeras dirigidas por Francis Ford Coppola y las dos últimas por Sidney Lumet y Michael Cimino—. Tres de ellas, los dos padrinos y El Cazador, ganaron el premio. Cazale rodó la última conociendo que padecía un letal cáncer de pulmones.

9. ¿Westerns? Mejor no. Sólo tres obras del género épico de las praderas y la soledad del pionero han ganado el premio a la mejor película: Cimarron (Wesley Ruggles, 1931), Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990) y Sin perdón (Clint Eastwood, 1992).

Francis Ford Copola y su hija Sofía

Francis Ford Copola y su hija Sofía

10. Clanes. Un par de familias asiduas a las nominaciones: los Newman y los Coppola. Los primeros son compositores de música original y proceden de la saga de Alfred Newman, que fue postulado para 45 premios y ganó nueve. Era el compositor de confianza de John Ford. El hijo del músico, Thomas Newman, ha sido nominado nueve veces, pero no ha ganado ninguna estatuilla. Otros Newman que han concurrido al certamen son Alfred, Lionel, Emil, Thomas, David y Randy. El clan familiar atesora 87 nominaciones. Los Coppola —Francis Ford, Carmine, Sofia, Talia Shire y Nicolas Cage— tienen 24.

11. El mayor y la menor. La persona más joven que ha ganado un Oscar fue la (insufrible) niña prodigio Shirley Temple, que recibió un premio honorario en 1934, cuando tenía cinco años. El más viejo fue el actor Christopher Plummer, mejor actor de reparto en 2012 por Beginners (Mike Mills), a los 82.

12. Oscar y Nobel. Sólo una persona obtuvo los dos premios, el escritor George Bernard Shaw, que ganó enl Nobel de Literatura en 1925 y el Oscar al mejor guión adaptado en 1938 por Pygmalion. Otros tres escritores con el Nobel optaron a la estatuilla pero sin éxito: John Steinbeck, Jean-Paul Sartre y Harold Pinter.

Tumba de Haing S. Ngor

Tumba de Haing S. Ngor

13. Un Oscar asesinado. ¿El único ganador de los premios que fue víctima de una asesinato? El actor camboyano Haing S. Ngor, muerto a tiros en la puerta de su casa en 1996 cuando se negó a entregar a unos asaltantes un relicario de oro con una foto de su mujer, muerta en un campo de prisioneros de los Jemeres Rojos. Ngor había ganado el Oscar al mejor actor de reparto por Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984), una película sobre el ascenso al poder en Camboya del régimen de terror de los Jemeres.

Foto policial de Dalton Trumbo, detenido por "antiamericano"

Foto policial de Dalton Trumbo, detenido por «antiestadounidense»

14. Ganadores con identidades falsas. Tres guionistas acusados de «antiestadounidenses» durante la la caza de brujas y condenados al ostracismo ganaron sendos premios adoptando identidades falsas que les permitían seguir trabajando: Dalton Trumbo —en 1956 por El Bravo (Irving Rapper), con el nombre de Robert Rich— y Carl Foreman y Michael Wilson, que se lo llevaron al unísono en 1957, ocultando su filiación con el nombre del novelista (real) Pierre Boulle, por el guión de El puente sobre el río Kwai (David Lean). La Academia les volvió a entregar a los tres los premios en 1985, esta vez con sus identidades reales. Foreman y Wilson ya habían muerto y sus viudas recogieron las estatuillas.

15. Sólo un Oscar ganó el Oscar. El único ganador del premio que comparte nombre con la estatuilla es Oscar Hammerstein II: mejor canción en 1941 —coescrita con Jerome Kern— por The Last Time I Saw Paris, de la película Lady Be Good (Norman Z. McLeod).

16. Oscar de madera. En 1937 el ventrilocuo Edgar Bergen —creador del muñeco Charlie McCarthy— recibió un Oscar honorario. La estatuilla era de madera y tenía la mandíbula articulada. La hija del artista, Candice Bergen —la Murphy Brown televisiva— fue nominada en 1979 por Comenzar de nuevo (Alan J. Pakula), pero le ganó la inevitable Meryl Streep.

La fabrica de las estatuillas

La fabrica de las estatuillas

17. Despidos en la fabrica de estatuillas. Desde la primera edición de los premios los organizadores han entregado 2.809 estatuillas. Durante la II Guerra Mundial, por escasez de metales (dedicados a la maquinaria bélica), fueron de plástico. Diseñada por Cedric Gibbons, director artístico de la Metro (y ganador de once premios por películas como El mago de Oz), la figura representa a un caballero sobre un rollo de película y sosteniendo una espada. Las estatuillas de oro (3,6 kilos de peso y 34,29 centímetros de altura) han sido fabricadas desde 1982 por la empresa de Chicago R. S. Owens & Company, cuyos artesanos tardan un mes en realizar las 50 figuras que se entregan en cada gala. La empresa está en crisis y acaba de despedir a 95 empleados.

Prepartivos para la gala de este año (Darren Decker / ©A.M.P.A.S.)

Prepartivos para la gala de este año (Darren Decker / ©A.M.P.A.S.)

18. Hombres, blancos, maduros y autopremiados. La entidad organizadora de los Oscar, la Academy of Motion Picture Arts and Sciences, está formada por 5.765 miembros del gremio del cine. Según una encuesta de Los Angeles Times, el 94% son blancos; el 77%, hombres; el 86% tiene más de 50 años y el 33% ha ganado alguno de los premios.

19. Patrones. La Academia tiene unos activos financieros de 196 millones de dólares (unos 146 millones de euros) y la la gala de los Oscar produce un beneficio de 81,3 millones de dólares (60 millones de euros).

20. Empleados. Los acomodadores del teatro durante la ceremonia reciben una paga de 125 dólares por una noche de trabajo, 93 euros.

Ánxel Grove

Las diez mejores canciones de ‘Soulandia’

Logotipo de Stax

Logotipo de Stax

Algunas direcciones deberían tener carácter sacramental. Un ejemplo: 926 East McLemore Avenue, Memphis. En la casa de planta baja había una tienda de discos. En el sótano jugaban los dioses.

El inmueble, no hay casualidades cuando hablamos de las posibles variaciones que adopta el cielo cuando se reproduce en la tierra, había acogido un cine, un cofre para encerrarse con los sueños. De esa vida anterior, el local mantenía la marquesina y pronto colgaron de ella orgullosas letras rojas que bautizaban la sede musical: Soulville USA, algo así como Soulandia, EE UU.

Stax. Las marcas a veces lo dicen todo. El chasquido del ritmo primordial: rozas los dedos y haces música.

Stax fue el mejor sello discográfico de soul de la historia, la alternativa rugiente a la blandenguería coetánea de Motown, cuyos artistas aprendían buenos modales en clases pagadas por la empresa, vestían como responsables jóvenes negros que nunca participarían en un disturbio racial y eran contratados sin miedo en los hoteles de los millonarios blancos. No es posible imaginar a Diana Ross robando una cartera.

En Motown sonreían, en Stax sudaban. Motown era el gueto absorbido por el sistema; Stax, la revolución en marcha. Los nombres de las sedes entregaban indicios suficientes sobre las diferencias: Motown operaba desde Hitsville, Exitolandia. Stax, ya lo he dicho, en Soulville. La máquina registradora contra el alma.

Las canciones de Stax fueron la pólvora de los años sesenta. Cada disco que salía del sótano de la avenida East McLemore era un huracán y, pese a las zancadillas de Atlantic, a quien habían entregado la distribución para concentrarse en la música y sin sospechar que la potente discográfica minimizaría a los artistas de Stax para que no hicieran sombra a los suyos (entre ellos a su buque insignia, la dama del soul Aretha Franklin, que competía en la misma liga), se coló en la banda sonora de la época para no ser desbancado jamás.

Sede de Stax, 'Soulandia'

Sede de Stax, ‘Soulandia’

Antes de entrar en materia, un apunte aclaratorio: soy fanático de Motown (una discográfica de negros que cantaban para blancos) y sigo escuchando con harta frecuencia las ñoñerías sublimes de The Supremes y las telenovelas de tres minutos de Smokey Robinson and The Miracles. Me pasma como algunos intérpretes del sello de Detroit se atrevieron a acercarse a la sensibilidad lisérgica de los hippies (sobre todo los inolvidables The Temptations) y como otros, con el tiempo, se enfrentaron a las reglas morales de la casa: respeto eterno e inmutable para Marvin Gaye y What’s Going On, llamado con justicia el Sgt. Pepper’s negro.

Pero, aún así, me quedo con la bravuconería de Stax, una discográfica fundada por blancos —Jim Stewart y su hermana Estelle Axton: STewart/AXton = Stax— pero entregada sin reservas a la sensibilidad negra: baile y sensualidad. Y sin perdir perdón.

Este es, en cuenta atrás, mi top ten de Soulandia.

10.
Who’s Making Love
– Johnny Taylor, 1968

¿Quién está haciendo el amor a mi chica / Mientras yo estoy por ahí haciendo el amor?, se pregunta el Filósofo del Soul, Johnny Taylor, una máquina de gemidos que no tenía nada que envidiar a James  Brown. Who’s Making Love fue su mayor éxito y uno de los primeros de Stax tras la ruptura de la empresa con Atlantic. En la grabación puede escucharse al siempre carnoso grupo de la casa, Booker T. & the MG’s, y al piano es posible adivinar al por entonces todavía desconocido para las masas Isaac Hayes. Taylor, un gran vocalista injustamente colocado entre los segundones del soul, era también un baladista seductor. Murió en 2000, a los 66 años, de un ataque al corazón.

9.
634-5789
– Wilson Pickett, 1966

Palabras mayores. Wilson Pickett (1941-2006), intérprete de al menos medio centenar de canciones fundamentales, encontró en Stax la casa que necesitaba para soltarse como vocalista brioso y funky, uno de los grandes. Quizá este medio tiempo —titulado con el número real de telefóno de la discográfica— no sea una de sus canciones más conocidas, pero sirve para comprobar la amplísima expresividad de su voz, educada, como puede apreciarse, en los coros de gospel de las parroquias y convertida en aullido en las calles.

8.
Everybody Loves a Winner
– William Bell, 1967

William Bell fue uno de los más activos músicos de Stax, a quienes había entregado en 1961 uno de los primeros grandes éxitos de la casa, You Don’t Miss Your Water. Prefiero Everybody Loves a Winner, un lamento contenido sobre la delgada línea que separa la fama y la bancarrota (Todos aman a un gandaor / Pero cuando pierdes, pierdes en soledad).


7.
Green Onions – Booker T & The MG’s, 1962

¡Esto es de 1962, cuando los Beatles aún sonaban como una rondalla! El riff de guitarra de Steve Crooper es un martillo económico pero radical (¡por ese solo darían la vida muchos!), el bajo de Donald Duck Dunn rompe las paredes, la batería de Al Jackson asusta y el órgano de Booker T. Jones es la esencia de lo impecable. Todo el porvenir está en este instrumental: las filigranas de Hendrix, el orgullo de los mod, la estampa del mejor R&B, el ánimo cool del bebopBooker T & The MG’s, la banda de negros y blancos que tocaba en casi todas las canciones de Stax, fue el primer supergrupo de la historia. Hicieron tanto y tan intensamente que parecen de otro planeta. Muchos creen que fueron el mejor grupo de la historia. No es exagerado pensarlo.


6.
Walking the Dog – Rufus Thomas, 1963

Mentor y padrino de gran parte de las figuras del northern soul, pionero del rock and roll, padre de Carla Thomas —importante por sí misma—, Rufus Thomas empezó como comediante y nunca dejó de lado la vis cómica en sus canciones directas y divertidas en las que circulaba por el lado brillante de la vida. Walking the Dog, que los Rolling Stones versionaron con nula intensidad en su primer disco, fue uno de los grandes éxitos que grabó en los primeros tiempos de Stax.

5.
I’ve Been Loving You Too Long – Otis Redding, 1963

Es muy probable que la evolución musical del soul y el R&B hubiese cambiado de no mediar la prematura muerte del más rutilante y dotado de sus intérpretes, Otis Redding, víctima mortal de un accidente de avioneta en diciembre de 1967, poco después de cumplir 26 años. Es tanta y tan enorme la obra de Redding pese a la tragedia que la truncó antes de tiempo, que esta lista podría limitarse solamente a sus canciones, pero, puestos a elegir, I’ve Been Loving You Too Long es una apuesta segura. Redding, que era un gran compositor —a diferencia de buena parte de los vocalistas de soul, que sólo ponían garganta y sentimiento—, escribió la pieza en la soledad nocturna de un hotel y a medias con Jerry Buttler, el cantante de los Impressions. La lejanía de la persona amada y el sentido de separación que multiplica la entrega y la dependencia brotan, palpables, de la intrepretación, que dejó a los hippies con la boca abierta y en ridículo cuando Redding cantó el tema, unos meses antes de morir, en el Festival de Monterey, demostrando que no es necesario quemar una guitarra en el escenario cuando es tu alma la que está ardiendo. La canción ha sido ampliamente versionada: los Rolling Stones hicieron el ridículo al enfrentarse a una pieza que les viene demasiado grande —Redding les devolvió al favor mejorando Satisfaction con gasolina negra—, mientras que Ike and Tina Turner se pasaron de revoluciones lúbricas —ya se sabe que la contención no es una de las virtudes de Tina—.

4.
In the Midnight Hour
– Wilson Pickett, 1965

Segunda aparición en este top ten de Pickett —otro que merece un hit parade exclusivo—, esta vez con la inevitable In the Midnight Hour, que el cantante coescribió con Steve Crooper, el guitarrista de Booker T and The MG’s, en un cuarto del motel Lorraine de Memphis, donde en 1968 sería asesinado Martin Luther King. La canción es una de las más recurridas de todos los tiempos (la han tocado desde The Jam —nada mal pese a la reconversión a estilo mod— hasta Roxy Music —patéticos en una recreación de burdel—) pero los copistas harían bien en borrar de la memoria humana todas las versiones: nadie sabe cantar esta propuesta de sexo a medianoche como Pickett, roto y recompuesto en cada verso.

3.
Knock on Wood – Eddie Floyd, 1966

La quintaesencia del estilo energético del soul de Stax contenida en tres minutos. Compuesta por Eddie Floyd con la ayuda, otra vez, del incansable Cropper, el primero la canta con poderío, suficiencia y un increible cromatismo. El tema era tan bueno que todo el elenco de cantantes de la casa quiso cantarlo, pero ni siquiera la versión a dúo de Otis Redding y Carla Thomas se acerca a la original.

2.
Hold On, I’m Comin’ – Sam & Dave, 1966

Samuel David Moore y Dave Prater, tenor alto y barítono respectívamente, cantaban juntos como Sam & Dave sin mayor gloria desde 1961. Todo cambió cuando ficharon para Stax cuatro años más tarde y uno de los tándems de compositores de la casa, David Porter e Isaac Hayes, comenzó a entregarles canciones resueltas, altivas y animosas que empujan a la ceremonia del baile desde la primera progresión de acordes. Hold On, I’m Comin’ es uno de esos himnos, quizá el más potente, y demuestra la influencia de las candentes maneras interpretativas del dúo en artistas posteriores como Bruce Springsteen, que siempre ha señalado a Sam & Dave como referencia.

1.
(Sittin’ On) The Dock of the Bay – Otis Redding, 1968

Una de esas canciones que son patrimonio de la humanidad con más merecimiento que cualquier catedral gótica. Conocida, no creo exagerar, por nueve de cada diez habitantes del planeta, contiene un mensaje de dulce saudade que todos merecemos compartir. Grabada pocos días antes de la muerte de Redding y editada pocas semanas después del entierro —fue el primer número uno póstumo de la historia de las listas de éxito—, nadie creía en la sencillez pop de la balada, ni siquiera la viuda del cantante, que hizo todo lo posible por evitar la publicación porque estaba convencida de que decepcionaría a los seguidores del cantante más carismático de Stax. Redding y Steve Cropper —ya sabemos quién era el genio musical de la discográfica— compusieron el tema en una casa flotante de la bahía de San Francisco, donde descansaban tras el Festival de Monterey. Redding, un tipo físico (190 cm. de altura y 100 kilos de peso) pero muy abierto a las emociones, estaba convencido de que el soul debería migrar, como lo estaba haciendo el rock, hacia terrenos más eclécticos y menos dominados por la fórmula. Le encantaban los discos psicodélicos de los Beatles y pretendía hacer algo parecido con el R&B.

La sagrada biblia

La sagrada biblia

Adenda
The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968
Stax Tour of Norway, 1967
Otis Redding live at Montery

La abigarrada historia de Stax no merece el límite de diez canciones que le ha otorgado esta entrada. Para quienes deseen inmersión completa, el cofre de diez discos The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968 es la opción definitiva: permite apagar la luz, cerrar los ojos y someterse.

Los necesitados de comprobación audiovisual del tóxico poder del mejor soul de la historia pueden acudir a la visión de la lista de reproducción de vídeos que inserto más abajo: 45 minutos con los cabezas de cartel de la discográfica tocando y cantando en directo en la televisión noruega en 1967. Atención a la temperatura ascendente de la fiebre del público: dos centenares de jóvenes nórdicos que empiezan el concierto con cierto aire de arrogante escepticismo y acaban queriendo llevarse con ellos a casa a Otis Redding.

Dos vídeos más cierran el post con la memorable actuación de Redding en el festival de Monterey, quizá una de las mejores descargas en directo de la historia del pop.

Ánxel Grove

¿Dónde estabas cuando te sacudió por primera vez Led Zeppelin?

Por razones como ésta nos gustaba el rock: peligroso, vulgar, explosivo, con el pecho al aire y las caderas revueltas. Mostrenco pero con ropa de terciopelo. Bruto pero con un aire de sexy prerrafaelismo.

La más justa forma de reconocer qué música debemos salvar del paredón es la memoria, volver al lugar del crimen primario, al desolladero donde te arrancaron la piel. Cuando quiero saber qué soundtrack es el indicado —porque, lo confieso, he olvidado: mucho y sin más motivo que mi propio desgaste— me limito al intento de recordar. Conviene hacerse al menos una vez al día la pregunta ¿dónde estaba yo cuando…?.

Primera foto de promoción para Atlatic Records, 1968 (Foto: Dick Barnatt)

Primera foto de promoción para Atlatic Records, 1968 (Foto: Dick Barnatt)

Dónde: el santuario de mi cuarto, sagrado y algo necio como todas las habitaciones de todos los quinceañeros de Occidente. Cuándo: algún día de enero de 1969. Qué: el disco de vinilo contenido en una carpeta que mostraba, con el grano tipográfico roto tras una ampliación extrema, al Hindenburg, orgullo nazi, ardiendo en el cielo estadounidense —yo tenía una vaga evocación visual del desastre del zepelín, pero casi nada sabía de la cronología nazi ni del lugar del desastre—.

El ejercicio del recuerdo es cumplidor para las patadas feroces. Todo cambió el día en que escuché, pasmado, el primer disco de Led Zeppelin: supe que la violencia también era una forma de amor.

Desde hace unos pocos días está en los mercados. Tiene las etiquetas magnéticas de PVP bien lustrosas en todas las piezas de ese paquete comercial que llaman multiplaforma —un feo término con ínfulas técnicas para decir: te voy a cobrar varias veces por el mismo caramelo—. Celebration Day, el concierto de reencuentro de Led Zeppelin en Londres, en diciembre de 2007. Como la jugada salió bien, las cuentas corrientes echaron chispas y las críticas fueron complacientes —pese a la postproducción de efectos en vivo durante el show—, ahora anuncian la reedición limpia —eso que llaman remastered no es más que un filtrado y algunas triquiñuelas de edición— de todos los discos del grupo con «sustanciales» rarezas, otra palabra tramposa: dicen rareza y quieren decir carnada. También acude al festín consumista un nuevo libro autorizado: Get the Led Out: How Led Zeppelin Became the Biggest Band in the World.

Aunque no me importa Celebration Day ni seré cliente de las reediciones porque todo lo que necesito de Led Zeppelin lo llevo conmigo desde aquel día de 1969, cuando yo tenía 15 años y ellos me rompieron la cabeza a cadenazos, aprovecho el tsunami para presentar un decálogo personal sobre uno de los escasos grupos de los que se puede decir que construyeron un golem: nadie suena como Led Zeppelin, los reconoces en medio de una tormenta, en el umbral del ruido y en el maldito infierno de la indecencia cotidiana.

Led Zeppelin en concierto, 1973

Led Zeppelin en concierto, 1973

1. La máquina. Eslabón entre el heavy metal y el rock de estadio; atrevidos, valientes, caóticos y honestos; mucho mejores como suma de sus partes que como músicos individuales; creadores de un corpus que nadie pudo ni podrá imitar; dueños de la patente del trueno; esenciales y paradójicos; simplones y de cultura básica; pesimos letristas; plagiadores sin recato y sin descanso… Pero no hay otros que se les acerquen: Led Zeppelin, una historia de doce años de los cuales sólo la mitad (1968-1975), seis, basta para justificarlos. Ningún otro grupo detonó con una cinética tan rápida, intensa y calórica los valores del rock para mezclarlos con los latidos del blues (básico), el hard rock (pélvico) y el folk acústico británico (sentimental) y añadirle un cierto grado de dramatismo y ópera. Donde los Beatles ofrecían mansedumbre, ellos eran lobos. Donde los Rolling Stones posaban con orgullo de alta costura, ellos eran simple adrenalina. Led Zeppelin: nadie necesitó nunca otra deflagración para reventar.

Jimmy Page, 1970 (Foto: Jorgen Allen)

Jimmy Page, 1970 (Foto: Jorgen Allen)

2. El líder. Jimmy Page (1944), hijo de la clase media, niño prodigio —primera guitarra, a los 12 años; primeros grupos y actuaciones, a los 14; primeras grabaciones, a los 17— y mercenario mal pagado y sin derecho a crédito en los discos donde otros no eran capaces de tocar bien: se ha llegado a calcular que entre 1963 y 1965 su guitarra se escucha en entre el 50 y el 90% de todas las canciones pop y rock grabadas en Londres. Tres ejemplos: el primer single de los Who, I Can’t Explain; Heart of Stone, de los Rolling Stones, y Baby Please Don’t Go, de Them, el grupo de Van Morrison… Page se descolgó de la espiral del anonimato del estudio con The Yardbirds, un tremendo grupo de rock duro, que publicó grandes canciones, fue ninguneado sin compasión,  sirvió como cuna natal de guitarristas de fuste (además de Page, Jeff Beck y Eric Clapton) y apareció en una inolvidable escena de la película Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966). Desde que montó Led Zeppelin (1968), el grupo fue su maquinaria personal. Compone, produce, arregla y dicta. Gran virtuoso y también débil e inseguro, la fama universal de la banda le llevó a los paraísos analgésicos de la heroína, de la que estuvo muy colgado a finales de los años setenta. También desarrolló por la misma época una fijación neurótica con el seudosatanismo del cantamañanas Aleister Crowley. Ahora Page es un millonario y condecorado caballero británico y, sin duda, aparece en los libros como uno de los mejores guitarristas de rock de todos los tiempos. Sus colegas no dejan de lanzarle flores, pero ya no es quien era: suena académico.


Robert Plant, 1971 (Foto: Fin Costello)

Robert Plant, 1971 (Foto: Fin Costello)

3. Cuerpo y cuerdas vocales. Robert Plant (1948). Procedía de una familia solvente —padre ingeniero— e iba para contable, pero a los 16 años se largó de casa por culpa de la música. Cantó en grupos oscuros que no dejaron demasiada huella y acabó haciendo baladas bluesy y sicodélicas en Band of Joy, donde tocaba la batería un tal John Bonham. Cuando se enteró de que Page buscaba vocalista para un nuevo proyecto —y le había fallado la primera opción, el carnoso Terry Reid, que no lo vió claro y decidió seguir como solista—, Plant se ofreció para una prueba y apasionó al líder con sus voz de amplio registro. En directo fue uno de los más carismáticos dioses del rock: pecho al aire, melena salvaje, manos locas y gesticulación corporal frenética. No comenzó a escribir letras para el grupo hasta el tercer disco, Led Zeppelin III (1970). Estuvo a punto de matarse en un accidente de coche en Grecia en 1975 y dos años después murió su primer hijo (5) de una infección estomacal vírica. Plant se dedica ahora a proyectos musicales situados en las antípodas del rock duro, entre ellos una colaboración que ha dado muy buenos resultados comerciales con la cantante country Alison Kraus. Es vicepresidente del equipo de futbol de la segunda división inglesa Wolverhampton Wanderers.

John Paul Jones, 1971

John Paul Jones, 1971

4. El ritmo. John Paul Jones (1946). Su nombre de registro civil es John Paul Baldwin, pero adoptó el artístico de John Paul Jones en homenaje a una película sobre un héroe de la marina. El menos visible pero quizá el más importante para explicar la furiosa pegada rítmica de Led Zeppelin. Extraordinario intérprete de bajo eléctrico —uno de los mejores de la historia—, es hijo de un arreglista de big bands con cierto nombre y aprendió solfeo y piano a los seis años. Como Page, se curtió en la fertil escena pop londinense de los años sesenta como músico de sesión, aplicando sus amplísimas capacidades para firmar hasta 60 arreglos orquestales cada semana. Son suyos, por ejemplo, los de She’s a Rainbow, de los Rolling Stones, y Hurdy Gurdy Man, de Donovan. En la sesión de grabación de esta canción coincidió con Page y hablaron de tocar juntos. A las dos semanas estaban ensayando con los embrionarios Led Zeppelin, que en principio se iban a llamar, con escasa imaginación, The New Yardbirds. Algunas de las líneas de bajo que aportó al grupo son inolvidables por su poder (The Lemon Song) o por su imaginativa estructura (Ramble On). Aunque era tan fullero y dado a los excesos de drogas, alcohol y sexo como sus compañeros, siempre se dejó llevar por el sano instinto de no llamar la atención y mantenerse en un segundo plano. Tras la ruptura del grupo nunca le faltó trabajo y su educación musical le ha llevado a colaborar con artistas de tan variado registro como Brian Eno o REM, para quienes firmó los arreglos del álbum Automatic for the People (1992). En 2009 participó en el supergrupo Them Crooked Vultures. Es un tipo feliz y cada día, al contrario que Jimmy Page, toca mejor.

Bonzo

Bonzo

5. La furia. John Bonham (1948-1980). Un metrónomo con forma humana y el poder de un huracán. Uno de los mejores bateristas que ha pisado el mundo. Bonham, Bonzo o La Bestia, tocaba con pasión los tambores desde que era un niño de seis años. Terminó sin ganas el insituto («podrá convertirse en un millonario o un mendigo«, predijo un profesor en una evaluación), fue aprendiz de carpintero, tocó en grupos de segunda y aterrizó en Led Zeppelin, por recomendación de Plant, para dejar en evidencia a todos sus compañeros de generación. Dotado de una fuerza muscular atroz —tocaba siempre con las baquetas más grandes y pesadas, a veces con un par en cada mano y les llamaba «los árboles»— y admirador del ritmo sincopado de la música soul (James Brown era su ídolo), marcó el sonido de Led Zeppelin con sus poderosos arreglos. Ávido coleccionista de coches de época y motos, también era un bebedor compulsivo. El 24 de septiembre de 1980, antes durante y después de un ensayo, bebió dos litros de vodka. Esa noche murió ahogado en su vómito y fue encontrado en su cuarto por John Paul Jones. Tenía 32 años.

Jones, Plant y Page, campestres

Jones, Plant y Page, campestres

6. El mejor disco. Led Zeppelin editó nueve álbumes de estudio entre 1969 y 1982. Los cuatro primeros son excepcionales. El resto, prescindibles (quizá salvando algunas canciones del sexto, Physical Graffiti, el doble elepé de 1975). Aunque elegir sólo un disco es un ejercicio meramente caprichoso, mi opción personal es Led Zeppelin III, el disco de 1970 donde demostraron que podían ser igual de penetrantes con instrumentos acústicos. Preparado  en una casa de campo sin luz ni energía eléctrica en Gales a la que Plant iba de vacaciones cuando era crío, el disco es menos ofuscado, tiene más matices que los dos primeros, Led Zeppelin y Led Zeppelin II, y un planteamiento más democrático: la guitarra de Page no ejerce una dictadura tan notable. Aunque contenía uno de los temas más bárbaros de la banda, Immigrant Song, el mundo esperaba otro cataclismo integral mientras que el grupo se atrevió a rondar con instrumentación acústica por los aires campestres del folk británico e irlandés. Ese quiebro les ennoblece.

Jimmy Page, 1975 (Foto: Charles Auringer)

Jimmy Page, 1975 (Foto: Charles Auringer)

7. El peor. Si es complejo y casi arbitrario elegir el mejor disco, lo mismo sucede con el peor. Houses of The Holy (1973), Presence (1976), In Through the Out Door (1979) y Coda (1982, una colección de descartes) son, en general, medianías indignas, desganadas y faltas de inspiración. En Presence, en especial, la vida disipada de Page y su íntima amistad con la heroína derivan en canciones abotargadas de las que conviene escapar.

8. Letras de instituto. Si fuera obligatorio prescindir de la música y recibir solamente las letras de las canciones, la experiencia dolería. Las de Led Zeppelin, mayoritariamente de Robert Plant, son simplonas, de rima fácil, misticismo barato y soniquete mitológico a lo Tolkien. Sólo en los últimos discos, y entonces ya no quedaba nada de la velocidad y el poder iniciales, el cantante se atrevió a escribir letras personales y a poner en ellas algo de su propia experiencia en vez de resumirnos manuales mal rimados sobre la espitualidad del musgo y los arcanos.

9. Los plagios. La grandeza como instrumentista, compositor y productor de Jimmy Page y su intuición visionaria del mensaje eléctrico y mágico del rock and roll quedan en entredicho por su larga tradición de ladrón de canciones, arreglos de guitarra y letras ajenas. El par de vídeos anteriores es más ilustrativo que cualquier enunciado (¡dos temas birlados nada menos que a Willie Dixon, uno los padres fundadores del blues, y escamoteados como si se tratara de composiciones originales!). Lo indignante es que el buen Page nunca ha admitido los robos ni pedido perdón en público —aunque tuvo que corregir las etiquetas de los discos en más de una ocasión por demandas judiciales— y sus defensores acérrimos no admiten las continuadas apropiaciones indebidas.

Jimmy Page, 1977 (Foto: Adrian Boot)

Jimmy Page, 1977 (Foto: Adrian Boot)

10. La ceremonia. Entre 1971 y 1977 no había nada mejor que un concierto de Led Zeppelin. El grupo actuó en directo unas 400 veces —desde 1971, con jet privado para desplazarse—. Los shows eran largos, con improvisaciones cimbreantes e inacabables (es mítica la de 43 minutos de Dazed and Confused en Los Ángeles en 1975), versiones de rock and roll y blues clásicos y una tensión que podía palparse. Famosos por las escandaleras que montaban los músicos y sus ayudantes en los hoteles tras las actuaciones, algunos alborotos entre el público con espectadores detenidos y los aforos más grandes de la época —casi 80.000 personas en un concierto record en 1977 en los EE UU—, las actuaciones del grupo eran, como escribió algún privilegiado asistente, «lo más parecido a uno de los conciertos del primer Elvis».

Como el retorno no es posible, inserto tras la entrada algún vídeo para practicar el viaje hacia el edén. En el momento en que escribo, son visibles online, pero apuren a bajarlos a su ordenador, porque Led Zeppelin están limpiando Internet de «grabaciones no autorizadas». Nos quieren hurtar el derecho a compartir la sacudida.

Ánxel Grove

La tragedia de Jimmie Nicol, ‘beatle’ durante diez días

Jimmie Nicol

Jimmie Nicol

La foto es una versión pop de la historia de Cenicienta. La mirada perpleja del joven de 24 años que espera el avión en el aeropuerto de Melbourne (Australia) es una forma elocuente de grito silencioso: el sueño ha terminado, no hay retorno.

Durante los diez días previos al de la imagen (14 de junio de 1964) Jimmie Nicol había vivido dentro de una violenta y deliciosa fantasía. Como en uno de esos concursos donde permiten al ganador hacer realidad todos los caprichos en un plazo cerrado de tiempo para luego regresar a la contingencia diaria, Nicol había formado parte del grupo de seres humanos más famosos del planeta: los Beatles.

Los Beatles con Jimmie Nicol (detrás, a la izquierda)

Los Beatles con Jimmie Nicol (detrás, a la izquierda)

Contratado de la noche a la mañana cuando el batería Ringo Starr sufrió una feroz infección de amigdalitis y tuvo que ser ingresado en una clínica, Nicol fue el parche de urgencia reclutado por el agente Brian Esptein para que la caja registradora del cuarteto no dejase de funcionar en la cúspide de la beatlemanía.

Fue fichado por teléfono el 3 de junio. Al día siguiente tenía que incorporarse. Aceptó, por supuesto. Excepto una simbólica protesta de George Harrison («si no va Ringo, yo tampoco»), nadie puso en tela de juicio la decisión y el grupo tragó. Epstein no sabía conjugar el verbo cancelar y los Beatles no sabían decir no a su ávido agente.

A Nicol le cortaron el pelo a lo mocker, le dieron permiso para que usara los uniformes beatle de Ringo (los pantalones le quedaban cortos, pero no era plan encargar prendas nuevas para un mercenario), eliminaron de las actuaciones I Wanna Be Your Man, la canción que cantaba Ringo (no se notó demasiado, los conciertos de los Beatles eran de solamente once temas, que pasaron a ser diez) y lo soltaron en la arena del circo.

Fue un beatle en ocho actuaciones en Australia —donde el grupo fue recibido por la mayor multitud que congregó nunca: 300.000 personas— , Hong Kong, Dinamarca y Holanda. En este país también participó en un programa de televisión e incluso fue entrevistado.

«Mejórate, Ringo. Jimmie está usando todos tus trajes«, telegrafió John Lennon al postrado batería oficial. Paul McCartney no llegó a tanta ironía e hizo uso de la portavocía de carita guapa del grupo: «Jimmie no deja de mirar a las fans y se olvida de tocar la batería».

Jimmie Nicol, 2005

Jimmie Nicol, 2005

La mañana en que la reincorporación de Ringo acabó con el sueño, Nicol salió temprano hacia el aeropuerto de Melbourne. Los demás beatles dormían y no se atrevió a despertarlos para despedirse. Antes de dejar el hotel Epstein le dió un cheque de 5.000 libras esterlinas y un reloj Eterna-matic en el que había encargado que grabasen: «De los Beatles y Brian Epstein a Jimmie, con agradecimiento y gratitud».

Los diez días de Nicol como beatle dejaron cicatrices. El músico no pudo superar la sensación de que había salido del mundo real, caído en una fantasía de veneración ciega, fama sideral y admiración sin condiciones para ser arrancado de ella y arrojado de nuevo a la vulgaridad de la vida.

Ahogó la confusión con un tren de vida loco y nueve meses después de ser un beatle temporal, se declaró en bancarrota.

Siguió tocando en proyectos tan absurdos como mediocres (entre ellos un grupo mexicano que intentó vanamente abrirse hueco en el mercado del bossa nova) y se buscó la vida con una empresita de reformas de viviendas.

Desde hace más de quince años, Jimmie Nicol vive recluido en su casa de Londres.

 Ánxel Grove