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Mejor sin techo que repelente en el Palace

Son 500 millones en todo el mundo según la ONU. Tres millones en la UE.

Les llamamos, para que no duela, sin hogar, sin techo o, todavía más asépticamente, homeless, bajo el manto de éter de otro idioma. Nunca importan demasiado: son población invisible, ajena a la mecánica del sistema, son uno de los top secrets que entre todos mantenemos escondido bajo la alfombra de la comodidad.

Hace unos días la prensa del mundo volvió a ejercer la consejería moral: cuidado, muchacho, la calle puede ser tu casa.

Nos mostraron a un homeless que una vez fue rico y famoso: el músico Sly Stone, inventor del funk, gran disoluto, triunfador en el Festival de Woodstock -donde los negros estaban vetados por el racismo en sordina de la mafia hippie (Hendrix actuó, sí, pero Hendrix nunca ejerció la negritud, era pálido)-, autor del primer disco moderno de soul electrónico, There’s a Riot Going’ On (1971) -escuchen Africa Talks to You ‘The Asphalt Jungle’ -.

A partir de una información bastante tendenciosa del New York Post del aprendiz de espía Robert Murdoch -el mismo diario cuyo nivel de seriedad quedó patente cuando llamó Osama a Obama-, los media de varios continentes copiaron y pegaron.

El resumen venía a ser: «Sly Stone vive en una caravana en Los Ángeles y una pareja de jubilados le da de comer». Si sustituimos el vehículo por una madriguera de tres metros por dos, el titular valdría para varios millones de jóvenes españoles que han regresado a casa de papá y mamá por culpa de gente que frecuenta los mismos salones que Murdoch.

Sly & The Family Stone, 1970

Sly & The Family Stone, 1970

Adoro a Sly Stone desde que escuché su música a los 13 años, en 1967 (en concreto, esta barbaridad que todavía me lleva a brincar) y mis primeras fiestas adolescentes llegaban al clímax de sensualidad que nos era permitido, bastante light, con Family Affair.

De otro lado, me suelo entender bastante bien con todos los heridos -por bala, enfermedad, despido patronal o deshaucio bancario- y me saca de las casillas el estigma que, incluso sin conciencia, se marca con ácido en las frentes de los débiles.

Voy a glosar a media docena de músicos que han vivido en la calle, en los márgenes de lo correcto. Son mi ejército secreto de hoy. Los prefiero a cualquier residente-repelente en el Palace.

1. Ted Hawkins (1936-1995). Nació negro y pobre en el sur de los EE UU, donde ambas condiciones garantizan una amplia probabilidad de que te envíen al reformatorio y a la cárcel, lo cual sucedió. Prefirió las aceras a los escenarios. Pese a un postrero éxito en Europa, regresó al vagabundeo y la música a cambio de propinas. Dormía en la playa de Venice, en Los Ángeles. De día ponía los pelos de punta a los turistas con su gospel dolorido.

2. Blind Willie Johnson (1897-1945). Otro tipo pobre y sureño. Desde niño, además, ciego porque su madrastra le arrojó lejía a la cara durante una disputa familiar. Hizo su primera guitarra con una lata de tabaco. No le hacía falta nada más para cantar blues. Durante toda su vida tocó y predicó la buenaventura de dios en la calle. Ni siquiera está claro dónde está su tumba. Yo sé dónde: en todo pecho hendido por la pena.

3. KRS-One (1965). El blues de nuestro tiempo es el hip-hop. Ninguna otra música ha sabido meterse en la sangre del modo abrasivo y generalista del rap en sus más dignas formas. Este cantante-compositor se largó de un hogar violento a los 14 años y vivió como homeless en Nueva York. Lawrence Krisna Parker, al que todos llaman KRS-One, tiene, entre otros méritos musicales, el de haber merecido el interés de otro tabloide repulsivo, el New York Daily News, que tildó al cantante de «anarquista» y escribió en un editorial: «Si Osama Bin Laden compra alguna vez un disco de rap, será un CD de KRS-One».

4. Seasick Steve (1941). Una vez dijo: «Los vagabundos son gente que se mueve en busca de trabajo. Los caminantes se mueven, pero no les interesa el trabajo. Los vagos ni se mueven ni trabajan. Yo he sido de los tres». Steven Gene Wold -su nombre de registro- transitó durante más de veinte años por EE UU sin tener un destino preciso. Luego se arrimó a la música -llegó a tocar con Janis Joplin- y trabajó como técnico de sonido antes de sentir otra vez la llamada del camino y largarse a Europa, donde se ganaba el pan en la calle haciendo lo que mejor sabe, cantar blues acompañado de su guitarra. Ahora es bastante famoso, pero en su mirada sigue habiendo tierra.

5. Dan Tracey (Television Personalities). Eran inteligentes y odiaban las poses en el Reino Unido o-eres-trendy-o-no-me-importas de los ochenta. Dan Tracey (1960) era el alma del grupo, los exquisitos Television Personalities. Lo pillaron robando en una tienda a finales de la década siguiente: tenía que pagar su afición al crack. Condena de cárcel, ruina y, al salir de entre rejas, la calle como hogar. Volvió a hacer discos, algunos con canciones tan deslumbrantes como All the Young Children on Crack (2006).

6. John Fahey (1939-2001). Desde mediados de la década de los setenta y durante unos veinte años, Fahey, quizá el mejor guitarrista steel de la historia, malvivió, vendiendo poco a poco su colección de acetatos clásicos, para poder comprar una botella más de alcohol. El último acto de expiación fue la entrega a la usura de las casas de empeño de su guitarra. Pasó muchas noches a la intemperie. Le importaba todo bastante poco. De ese desapego sólo excluía a su bellísima música.

Todos fueron homeless de un modo radical. No se trata de invitarles a comer. Se trata de que nos enseñen a vivir.

Ánxel Grove