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El Cupido de Rubens se escapa de un cuadro en el aeropuerto de Bruselas

En este vídeo mapping Cupido se escapa del cuadro de Rubensque cuelga de una pared blanca, higiénica, anodina, casi diría que utilitaria, sobria, vulgar, un insulto a las paredes del mundo, y a las tapias, murallas, tabiques y poyetes, situada en el aeropuerto de Bruselas.

Cupido vuela fuera del lienzo flamenco en un reflejo azaroso sobre esa pared horrible.

Los cuadros y las paredes suelen ser cosas muertas, materia bella sin vida, como la piel de un dinosaurio que se seca en una galería ajena al meteorito destructor. Pero en esta ocasión los personajes de Rubens no parecen dispuestos a aceptar la eternidad inmóvil, vacía. La pared tampoco. Cupido es otra vez el niño rebelde, capaz de ensartar corazones, inducir guerras, hundir familias. Cupido perfora cual termita los límites del marco, que son también los límites del arte, y deambula sobre el lienzo como buscando una salida, harto de su condición de exposición, cansado de ser un objeto, pero no sexual, peor aún, artístico, el receptáculo de unas miradas aburridas que solo esperan el avión salvador que los devuelva a casa. Si tú fueras el personaje de un cuadro harías lo mismo. Si tú fueras un pasajero que espera en Bruselas el vuelo low cost te gustaría salir volando como este cupido. Si tú fueras una pared no te gustaría que te llamaran poyete

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¿Es este el cuadro más atroz de la historia?

'Castigo de Marsias' - Tiziano, c. 1570-1576 - Foto: Creative Commons

‘Castigo de Marsias’ – Tiziano, c. 1570-1576 – Foto: Creative Commons

Al sátiro Marsias, mitad hombre y mitad carnero, le perdió el orgullo. Era un sobrado y, según cuenta Ovidio, se creía el más dotado tocando el aulós, la flauta doble. Decían que había encontrado el instrumento en el suelo, donde lo había dejado su inventora, Atenea, acomplejada porque los demás dioses se burlaban de ella por la manera exagerada en que hinchaba las mejillas al tocar.

Era tal el tamaño de la arrogancia del sátiro que retó a un duelo musical a Apolo, dios de muchas dotes —representaba la verdad, la purificación, las habilidades artísticas, la divina distancia y la humildad y era el patrón de la música y la poesía—. Después de Zeus, era la deidad más venerada en el poblado panteón de la antigüedad clásica.

El envite entre ambos rivales se celebró bajo la premisa de que el ganador establecería el castigo para el perdedor. Serían jurado las musas. La más detallada de las versiones indica que Marsias tocó mejor que Apolo, que eligió la lira, pero el dios decidió entonces dar una lección de modestia al rival por su hibris —impulso irracional que empuja hacia la desmesura— y tocó la misma melodía pero esta vez con la doble flauta colocada al reves. Las musas nombraron a Apolo vencedor.

La tragedia del castigo fue escenificada en una cueva cercana y es el tema del óleo más crudo y atroz de la historia del arte.

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