Entradas etiquetadas como ‘rock’

Neil Young piropea a Donald Trump

Trump y Young antes de que el primero fuese elegido presidente - Foto: Instagram

Trump y Young antes de que el primero fuese elegido presidente – Foto: @realDonaldTrump

Los señores de la foto —publicada en la cuenta de Twitter de Donald Trump en junio de 2015, antes de la elección que ha congelado todas las sonrisas de la gente decente del planeta— no son tan antagónicos seres humanos como podríamos suponer.

Del presidente de los EE UU conocemos el lado esperpéntico y, como diría Valle Inclán, «fantocheril». Ninguna sorpresa que Trump se deje hacer y muestre hiperdentadura mientras choca los cinco con un cantautor roquista, country y ruidista

Lo chocante viene de Young, que, en teoría y según dicen sus fanáticos, es indomable, está ojo avizor ante toda injusticia y despliega una intensa furia contra los enemigos de la libertad.

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Solo uno de los Beatles era un músico virtuoso, ¿sabes quién?

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Russell

The Beatles, 22 de agosto 1970 . Foto: Ethan Rusell

No soy de los que piensan que los Beatles eran buenos músicos. Al contrario, opino que, como desmostraron sus pésimas carreras como solistas tras la separación del grupo, eran poco imaginativos, mediocres, bastante incultos y tenían escasa intuición o sentimiento.

Como unidad, la carencia de uno cualquiera era suplida por el genio de alguno de los otros tres y, en una artesanía combinatoria que parece demostrar la existencia de un destino divino para los cuatro: en tanto se soportasen como personas funcionarían como la mejor de las máquinas de rock. Lo hicieron. Siguen siendo centrales, únicos, pero como grupo.

Encuentro una sola excepción a la medianía musical de los fab four —no hay ninguna, por ejemplo, en su estrechísima vulgaridad como letristas: ninguno era capaz de hilvanar dos versos seguidos sin caer en el lugar común o la vulgaridad verbenera—: el único beatle que me parece un excelente intérprete, un verdadero virtuoso musical, es Paul McCartney, uno de los mejores intérpretes de bajo eléctrico de todos los tiempos, un ejecutante sólido, de gran inventiva en la confección de líneas melódicas, bravo sin ser grosero, generoso con el lucimiento de los demás músicos…

El bajo de Macca gruñe, maulla, susurra y marca. Es el único instrumento tocado por los Beatles que lleva firma: en el ataque inconfundible y el uso novedoso de los silencios —¡esas paradas inesperadas!— y las notas altas.

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Una ‘playlist’ con las 336 canciones que Springsteen menciona en su autobiografía

Cubierta de 'Born to Run', la autobiografía de Bruce Springsteen - Foto: Random House Mondadori

Cubierta de ‘Born to Run’, la autobiografía de Bruce Springsteen – Foto: Random House Mondadori

En la autobiografía Born to Run, que convierte al venerado bardo Bruce Springsteen en best seller también en literatura —la beatificación llega en un buen momento: en lo musical, la pobreza del cantante y compositor va cuesta abajo desde hace años—, el músico vuelve a confirmar el auto de fe roquista que nadie pone en duda y que puede resumirse en una obviedad irrebatible: Elvis Presley fue el cuerpo, Bob Dylan fue el cerebro, el soul fue el sexo y el Boss agitó la coctelera.

Nacido en un buen momento, quizá el mejor (1949), para crecer con la educación sulfurosa del rock and roll y todo su linaje, oficial o bastardo, el Boss menciona en el libro 336 canciones. Todas están en una lista de reproducción que acaba de colgar la plataforma de streaming musical Spotify.

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Merry Clayton, la vocalista que abortó por llegar al límite cantando para Jagger

Merry Clayton

Merry Clayton

Merry Clayton no necesitaba lecciones de nadie para cantar. La cuna era suficiente: había nacido el día de Navidad de 1948 en Gert Town, el mismo barrio de la ardiente Nueva Orleans que fue hogar natal de Allen Toussaint, depositario y preservador de la esencia musical de la vieja ciudad del delta hasta que un infarto le mató en Madrid, tras un concierto en Madrid en noviembre de 2015 —las imágenes en vídeo de la procesión funeraria demuestra el cariño que había sembrado—.

Clayton, una mujer de pulmones tan anchos como el río Misisipi, había cantado gospel en la parroquia que atendía como pastor su padre y después buscó acomodo como corista en los años sesenta, poblados de ritmo y posibilidades. No le fue mal: hizo voces de apoyo para Ray Charles, excomulgado por todos los ministros evengélicos por convertir la música sacra en lava ardiente para los ritmos del diablo, y apareció también en el debut de Neil Young como solista. Sabía adaptarse al ardor y al lamento.

El momento de gloria de Clayton, el que justifica una vida, ocurrió una noche de noviembre de 1969, cuando su voz convirtió una de las mejores canciones de los Rolling Stones, Gimme Shelter, en un grito, un tumulto, una erupción

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PJ Harvey, te prefería como dominatrix

'Dry' y 'The Hope Six Demolitions Project'

‘Dry’ y ‘The Hope Six Demolitions Project’

Nos rodean múltiples avatares de relojes. Las portadas de los discos, por ejemplo. Entre Dry, el de derecha, y The Hope Six Demolition Project, al lado, han transcurrido 24 años —casi con exactitud: el primero fue publicado en marzo de 1992 (año de Maastricht, beatificación de Escrivá de Balaguer y, en otro terreno mafioso, la condena a cárcel de por vida a John Gotti, Don Teflon) y el segundo apareció en abril de 2016 (año del que no hace falta que les hable porque ustedes mismos están soportando la fetidez de tanto compi yogui)—.

La matemática es también implacable con la artista, Polly Jean Harvey, a quien todos llamamos como a ella le gusta, PJ Harvey, sin puntos que injerten aire entre el primer nombre y el segundo. Cuando apareció Dry, era una niñata de 22 años que hociqueaba contra el cristal de una fotocopiadora en una metáfora de la sequedad, es decir, la ausencia de lubricación. «Nada me pone. No me haces falta», decía.

Ahora tiene 46 y se ha alejado de los tratos públicos con la sexualidad. El escudo de armas es maduro y tiende al realismo —un perro de dos cabezas, una cabra, un rifle de asalto, un manojo de flechas, alambre de espino…—, podrido como toda santidad, parece el blasón de una cofradía… «Hacemos falta, cortemos la alambrada«, parece decir.

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Los Stones se exhiben, ¿deberíamos escondernos?

Cartel oficial de la exposición - Foto: Rolling Stones Archive

Cartel oficial de la exposición – Foto: Rolling Stones Archive

Recién llegados del Caribe —en Cuba fueron recibidos como apóstoles del capitalismo que viene: no es para menos, la actuación gratuita en La Habana, bendecida por Obama, pagada por una bastante opaca asesoría financiera establecida en el paraíso offshore de Curazao y celebrada por los medios con un acrítico y complaciente diluvio de adjetivos y sin ápice de ecuanimidad—, los Rolling Stones se entregan al exhibicionismo en Londres.

Después del ridículo «los tiempos están cambiando» de Jagger en un país al que han llamado con indecencia «la última frontera del rock» (pregunten en Yemen, Liberia y Sudán, por ejemplo), ahora toca un espacio vip, la Galería Saatchi de Kings Road, en la City, el lugar en el que se sienten en casa. Londres es ahora la ciudad con más milmillonarios del mundo. Territorio de gánsteres.

Exhibitionism, la exposición sobre el grupo en el local del magnate de la publicidad Charles Saatchi —el hombre que vendió a la opinión pública el gruñido El laborismo no funciona, y llevó en volandas al 10 de Downing Street a la pérfida Margaret Tatcher—, es la alternativa stone a las muestras museísticas que proliferan últimamente en torno al olimpo del pop. Al contrario que el par de antecesoras, David Bowie Is… y The Velvet Underground – New York Extravaganza, que han elegido para desplegarse los espacios que la humanidad ha dedicado al arte desde hace varios siglos, los museos públicos, los Stones optan por una galería privada y clasista.

Los precios de las entradas no son casualidad: de 19 a 21 libras esterlinas. En Londres no hay mecenas offshore ni está a mano el Deutsche Bank, mano armada del liberalismo matón y cómplice de la que está cayendo, para cuyos 700 más hidalgos ejecutivos y clientes selectos tocaron los Stones en una actuación privada en 2007 en el barcelonés Museu Nacional d’Art de Catalunya a cambio de los cuatro millones de euros que pagó la entidad en dinero que hemos de suponer bastante manchado, dadas las operaciones alegales por las que ha sido señalado una vez y otra el macrobanco de Fráncfort como cómplice de tropelías —el escándalo del Libor, hacer negocios con países sujetos a sanciones (Siria y Libia entre ellos), lavado de dinero…—.

«Los tiempos están cambiando», dijo Jagger en La Habana. ¿Deberíamos buscar refugio?

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Documental sobre el grupo libertario The Residents

Póster de "Theory of Obscurity"

Póster de «Theory of Obscurity»

Buena noticia para otro lunes plomizo: la gloriosa historia de los Residents, esa unidad de sabotaje de la normalidad y de cada una de las convenciones que inventan o nos inventamos para seguir siendo esclavos, tiene película documental.

El grupo, al que con ocasión de su 40º aniversario llamé El Sendero Luminoso del poprock, ha prestado su colaboración en la cinta y está retratado con realismo desde el título: Theory of Obscurity (Teoría de la oscuridad). Nótese el conveniente signo de interrogación en el póster: hablamos de unos tipos que sólo tienen las certezas de que la única forma posible de vida es convertir cada hora en un minuto (durante los otros 59 somos cadáveres animados) y cada afirmación en un eructo.

El documental, que obtuvo 40.000 dólares gracias al mecenazgo colectivo con una campaña en línea del director Don Hardy, viene acompañado por el regreso a los escenarios de la banda, que tocará a partir de abril en varias ciudades de los EE UU en la gira Shadowland (Sombralandia). Ya avisé: esta gente prefiere habitar en las penumbras y acechar, buscar el momento de indefensión para clavarte la daga.

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El inesperado fenómeno Zanón

Carloz Zanón - Foto: Jorge París

Carloz Zanón – Foto: Jorge París

He visto el futuro del rock and roll y se llama Carlos Zanón.

No creo que me demande si copio y pego algo de su propiedad, un extracto largo de un relato.

Los rockers de verdad nunca demandan.

Va entonces:

Cuando viajo, y siempre estoy viajando, no salgo de las habitaciones de los hoteles. La gente me asusta. Pienso en ellos, conocidos y desconocidos, y me aterran. Me bloquea tener que abordarlos, saludarlos, empujarlos, tener que abrir la boca para achicar el espacio entre ellos y yo, disimular la extrañeza, disolver el aroma a miedo y holocausto. Palabras nacidas muertas, gestos imitados, una manera pactada de moverse, alzar una copa de la mesa, apretar el botón del ascensor, ser yo y, al mismo tiempo, el espejo de lo que quieren ver los otros, ser también todo lo demás que no puedo ni quiero ser yo.
¿Puedes oírlos? Son helicópteros. ¿Puedes oírlos? No, no puedes pero créeme: son helicópteros.
Soy una estrella. Soy una mierda. Soy el hombre que asesinó al hombre que quería y no quería ser una estrella. Nadie escucha(rá) mis canciones. Nadie lee(rá) lo que (no) digan de mí los libros. Nadie ve(rá) mis películas. Yo ya no escucho las canciones de los otros porque me lo sé todo y estoy encerrado en mi mente, sin víveres ni agua, sin puertas ni ventanas. Solo cristal traslúcido a mi alrededor. Metal caliente, frío abisal. Soy una estrella. Un niño perdido en la feria. Un hombre asustado palpándose y observando que las mejillas apenas cubren ya mis pómulos como fundas en los brazos de un sofá.
(…)
¿Puedes oírlos? Dime si puedes oírlos.
Me gusta ganar, dejar, olvidar pero quizás no a ti.
Necesitabas a alguien que te dijera que los Reyes son los padres solo para los niños malos y las niñas ricas. Así luego, poder dormirte pulcra e inocente sobre las cajas de cartón vacías. Noche del cinco de enero: todos a encerrarse a sus casas. Acostarse pronto. Más que la llegada de los Reyes Magos parece que arribe el Ángel de la Muerte, cal viva sobre insomnes y padres miserables que no tienen dinero para regalos.
En la India se derrumba un edificio de siete plantas lleno de gente cosiendo mis deportivas, tus camisetas.
(…)
Quién hubiera dicho que Leonard Cohen me iba a sobrevivir?
Pudo ser todo mucho más hermoso, más grande. Fantaseo con mi obituario y los imbéciles que dirán o insinuarán cosas sobre mí. Los excesos me reventaron por dentro. Maybe. ¿Qué importa? La última vez que estuviste aquí me hubiera gustado decirte que nunca aceptes el trueque de fantasía por verdad. Me hubiera gustado darte las gracias por follarme debajo de las sábanas en nuestro particular iglú sin oxígeno. Me hubiera gustado invitarte a cenar, una copa más en cualquier sitio, carreras por las aceras de Manhattan tras el amor de tu vida que estás a punto de perder, cualquiera de esas tonterías que hacen que la vida sea una mentira entusiasta.
A ratos eras bonita, a ratos loca, siempre decente y leal, qué divertido fue: la corza que desconfía y el paciente inglés muriéndose de sed en la cueva.
(…)
Me iré sin saber si me gustó el poder o el sexo.
Estar enamorado o enamorar.
Beber o estar borracho.
Me iré sin que me gusten los primeros discos de Roxy Music.
Me hubiera gustado colgarte de mi pelo.
Me hubiera gustado amarte, que me amaras, vivir en tu casa, ser débil y generoso, normal y anónimo, nada ni nadie.
¿Puedes oírlos? Son helicópteros.
¿Puedes oírlos? No, no puedes, pero, créeme, es Herodes bombardeando Belén.
Quimioterapia.
Gases de la risa.
Venganza.

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¿Por qué el mejor fotógrafo de rock se apellida Rock?

Mick Rock (Foto: Riffraf)

Mick Rock (Foto: Riffraf)

«Soy fotógrafo de rock por los pecados que cometí en una vida anterior«. Mick Rock (Londres, 1948) suele explicar con mordaz crueldad y cierto deje de abandono anclado en la duhkha budista —la vida como samsara, insatisfacción sufriente— las razones que justifican su apodo nobiliario: The Man Who Shot the Seventies (El hombre que retrató los años setenta).

Estoy convencido de que hay otro motivo, también vinculado con el infinito y circular camino del karma: si te apellidas Rock, ¿a qué otra cosa puedes dedicarte?

Cuando deambulaba por la Universidad de Cambridge, de cuyas instalaciones siempre prefirió la biblioteca y, en concreto, los estantes dedicados a los malditos —Baudelaire, Coleridge, De Quincey, Rimbaud…—, las verdaderas protoestrellas de la disolución, seres con hambre de sexo y necesidad de iluminar las noches con carburantes químicos, el hoy encumbrado fotógrafo no sospechaba que su destino estaría ligado a las mismas ansias pero con una cámara en las manos.

Por casualidad o una especie de «conspiración» en la que tuvo bastante que ver, como él mismo suele decir, el LSD y su potencia astral, Rock acabó poblando nuestras vidas con algunas de las mejores fotos de rock de la historia. De las imágenes de este superviviente —su currículo quirúrgico incluye un cuadruple bypass— se alimenta la memoria sentimental de mi generación.

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Jack White edita un vinilo de tres velocidades

A John Anthony Gillis, uno de los diez hijos de un empleado del arzobispado de Detroit —como demuestra el número de vástagos, católico y practicante— le debemos agredecer que haya optado por el mucho más llevadero alias artístico de Jack White y además que, acaso por la consideración del trabajo como redención que aprendió como monaguillo (estuvo matriculado en un seminario pero en el último momento se arrepintió), sea un desatado workaholic.

A una edad temprana para las estrellas consolidadas —el próximo miércoles cumple 39 años que ha maquillado con perfección gracias a operaciones de estética y tratamientos de adelgazamiento—, White es dueño de una carrera amplísima e impecable, solamente dañada por una inncesaria propensión a estar siempre presente en los titulares.

Pese a algunos patinazos artísticos —sobre todo Get Behind Me Satan (2005) e Icky Thump (2007), los dos últimos y desnortados álbumes de The White Stripes, el dúo con su exmujer Meg (sí, estaban casados como demuestra la licencia de divorcio)—, las excentricidades son bastante menos gravosas que los golpes de genio en el el caso de este músico inapelable y, desde hace más de diez años, también protagonista de una carrera como empresario con coraje.

«¡Tu giradiscos todavía funciona!». El lema, que no es ninguna broma de merdacotecnia —la vida media de un tocadiscos supera con creces a la de cualquier otro aparato reproductor de música, incluso teniendo en cuenta que la aguja debe ser reemplazada cada, digamos sin ponernos exquisitos, mil horas de uso—, es la bandera de White en su casa discográfica, Third Man Records, que desde 2009 tiene la sede en una de las ciudades donde el viento sopla canciones, Nashville-Tennessee.

"Lazaretto - The Ultra Lp"

«Lazaretto – The Ultra Lp»

El vídeo que inicia esta entrada es un resumen de las prestaciones de la edición del último disco de White, Lazaretto, The Ultra LP, un prensaje limitado y especial del álbum que resume la intención del músico y sus socios de llevar al límite las posibilidades de los vinilos y demostrar que tienen una enorme capacidad de sorpresa y gran elásticidad como producto industrial.

El disco, que se vende, al menos en los EE UU, a buen precio (20 dólares, menos de 15 euros), está prensado en vinilo de 180 gramos que garantiza la mejor calidad de escucha —el estándar es de 120-140— y tiene características que lo hacen único: esconde dos temas que se escuchan colocando la aguja del tocadiscos sobre las etiquetas de papel de una y otra cara (uno de ellos suena a 45 revoluciones por minutos y otro a 78 mientras las demás canciones van a 33: es el primer disco con tres velocidades del que se tenga noticia), diferentes inicios según en qué surco coloques la aguja, un holograma impreso que sólo es visible iluminando el vinilo con una luz directa, uno de los lados debe ser reproducido desde el final y hacia afuera…

¿Caprichos de empresario? Algo de eso hay, pero es injusto reducir a lo extravagante la labor de White como defensor a ultranza del vinilo. Third Man, que no es una discográfica integrista y también comercia con formatos digitales, se ha aliado con United Records, una de las empresas de fabricación y prensaje de discos con mayor grado de excelencia —están en activo desde 1949 y tienen una cartera de clientes de impresión: desde los Beatles hasta Radiohead—, para poner en el mercado vinilos que rechazan los límites y rozan la locura.

Vinilo relleno de líquido

Vinilo relleno de líquido

En 2002 White editó un single de 12 pulgadas de su canción Sixteen Saltines y en medio del vinilo transparente del prensaje inyectaron líquido; en 20o9 puso en el mercado un sencillo de 7 pulgadas que brilla en la oscuridad de los góticos The Dead Weather, que también firman el que quizá sea el producto más radical de la discográfica, el single Blue Blood Bones, compuesto por un disco de 7 pulgadas insertado dentro de uno de 12: la única forma de escuchar el primero era destruir físicamente el segundo, romperlo

White explica la cruzada en defensa del vinilo —sin duda el mejor de los soportes nunca inventado para escuchar música (al menos rock, blues, jazz y derivados)— y las extravagancias de su discográfica en términos incontestables. «Algunos me preguntan. ‘¿qué hay de la música?’ Mi respuesta es: ¿Deberíamos haber pedido a los Ramones que se quitaran las chaquetas de cuero o a la Jimi Hendrix Experience que se afeitasen los pelos afro porque eso no tenía nada que ver con la música? «.

Aunque los productos especiales de White parten de la cultura de lo estrambótico —algunos son sólo para pudientes: como la notable caja de blues The Rise and Fall of Paramount Records 1917-1932, Volume 1: casi 300 euros— y no estamos hablando de discos pirata nacidos de la necesidad, como los grabados sobre radiografías usadas que se usaban en la URSS para burlar la censura que reseñamos hace unos días, me merece todo el respeto la defensa del goce pleno de la música con todos los matices y riqueza cromática que se han perdido con la digitalización y los smartphones y ordenadores como reproductores únicos.

Como firma al pie del contrato de militancia con el vinilo, White acaba de anunciar que va a vetar de sus conciertos los teléfonos móviles. Me parece que tiene razón: a las iglesias se entra sin chips.

Ánxel Grove