Entradas etiquetadas como ‘República Democrática Alemana’

Arquitectura brutalista hecha con Lego

Uno de los modelos arquitectónicos de Arndt Schlaudraff

Uno de los modelos arquitectónicos de Arndt Schlaudraff

Acostumbrados a la apariencia colorista de las construcciones de Lego (incluso en las más ambiciosas y profesionales), los modelos de Arndt Schlaudraff se distancian del espíritu desenfadado del juego de construcción. Inspirados en edificios reales o reproducidos con la mayor exactitud posible, son un canto de amor a la arquitectura brutalista, que de los años cincuenta a los setenta se identificó por el generoso uso del hormigón crudo.

El artista alemán sólo trabaja con piezas blancas y transparentes, obedeciendo a la naturaleza fría y limpia de los edificios que versiona. Desvela que su mejor herramienta es la caja de Lego Architecture Studio, de 1210 piezas inmaculadas y clasificada para un público de 16 años en adelante. Diseñado para —en palabras de la compañía— «liberar a tu arquitecto interior», el set cuenta con un libreto con trucos y técnicas para crear las construcciones y está avalado por despachos como el neoyorquino Rex Architecture P.C o el japonés Sou Fujimoto Architects.

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Muere el primer fotógrafo que llevó a las «chicas del Este» a Playboy

Günter Rössler

Günter Rössler

El autor de esta foto y de muchos otros desnudos de «chicas» —el entrecomillado es suyo, ya que nunca quiso acudir a la palabra «modelo», que quizá no le parecía suficientemente cómplice— murió el último día de 2012, tras sufrir un ataque al corazón, en un hospital de Leipzig (Alemania), la misma ciudad en la que había nacido hace 86 años.

A Günter Rössler le llamaban «el Helmut Newton de la República Democrática Alemana». Anque no le gustaba nada la comparación («Newton buscaba la pose, yo busco la naturalidad de las chicas»), no había demasiada injusticia en el cotejo. Ambos eran alemanes, nacieron con seis años de diferencia y retraron con obcecación un tema único: el bodegón anatómico femenino. Les separaba una circunstancia histórica: Newton se fue del país antes de que los nazis decidiesen que había llegado el momento de convertir el germanismo en una forma perfecta para justificar el crimen como capricho, y Rössler, del que ningún dato conozco sobre su actividad durante el nazismo y la guerra, se quedó en el país pero en el territorio que el reparto aliado concedió a Stalin, la RDA.

Günter Rössler

Günter Rössler

Desde 1951 trabajó como fotógrafo. Hizo inspiradas fotos comerciales de moda para la revista Modische Maschen y algún que otro trabajo documental. A partir de mediados de los años sesenta empezó a retratar a «chicas» desnudas. En algunos casos siguió el canon de Newton —mujeres fuertes que se plantan ante la cámara del fotógrafo voyeur con un orgullo sexual altivo—. En otros, como en la imagen que abre la entrada, practicó con los obtusos lugares comunes del diván y la exhibición de vello púbico y pezones duros, siempre celebrada por quienes superponen fotografía y ginecología, una especie de ser humano desviado muy abundante en el Reino Unido.

Casi nada era fácil en la RDA, el país donde el comunismo demostró su desarrollo final lógico: la paranoia y la delación, y debemos otorgar a Rössler la cualidad de la valentía, que, también es verdad, es un ideal que suele estar de saldo en los régimenes totalitarios si siendo valiente no pones en duda al poder u hostigas a sus lebreles. Las «chicas Rössler» crujían en el paraíso de los trabajadores, pero sólo un poquito. No relata la historia el caso de ningún muro que cayese por la imágen en claroscuro de un culo en un sofá.

En 1979 la primera exposición del fotógrafo fue un escándalo de alcance local. Las autoridades no censuraron la obra ni sometieron al autor a un interrogatorio de la Stasi, pero, en una decisión muy higienista que seguramente adoptó una Ana Botella de la vida de la RDA —los extremos siempre están conectados, como sabemos por la física de fluidos—, prohibieron que la galería fuese «visitada por escolares».

Günter Rössler

Günter Rössler

Cinco años más tarde Rössler accedió al Olimpo de la epidermis cuando la revista Playboy publicó en su edición alemana, occidental, por supuesto, un reportaje —sé que insulto al género periodístico utilizando el término y acepto regañina— titulado Mädchen aus der DDR (Chicas de la RDA). Nada menos que diez páginas dedicadas a la difusión en papel glossy de jóvenes en cueros retratadas por el fotógrafo. Le pagaron 10.000 dólares, pero sólo recibió el 15%. El resto de las plusvalías derivadas de la explotación del vello púbico se lo quedó el Estado.

Rössler —que se había casado con una de sus «chicas», 40 años más joven que él— tuvo mucha actividad en 2012. En septiembre publicó la antología Starke Frauen im Osten (Mujeres fuertes en el Este), una recopilación de, ¡bingo!, desnudos, y en diciembre, poco antes de la muerte, protagonizó el documental Die Genialität des Augenblicks (La genialidad del momento).

Un detalle que permite cerrar con morbo la historia: en 2006 le dieron por muerto por una presunta neumonía grave y la revista Super Illu —les juro que se llama así— llegó a publicar un obituario donde celebraba al fotógrafo de «chicas» como el «gran maestro del desnudo alemán». No me consta que lo hayan reutilizado ahora.

Para no dar la impresión de que esta entrada tiene por exclusico target a los lectores del Reino Unido, inserto abajo algunas de las mejores fotos de Rössler. En ninguna hay ombligos.

Ánxel Grove

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Tres fotógrafas de la RDA hospedadas en el mismo espejo

sibylle bergemann - "Katharina Thalbach, Schauspielerin, Ostberlin 1973, República Democrática de Alemania"

Sibylle Bergemann - "Katharina Thalbach, Schauspielerin, Ostberlin", 1973

Diez años después de hacer el retrato de la izquierda, que acaso pueda justificar su vida entera, Sybille Bergemann, afirmó que sufría de insomnio.

Dijo: «Me pongo a pensar en las fotos que podría hacer y aún no he hecho y no logró conciliar el sueño en toda la noche».

El peso del deber deviene en una forma de trastorno grave del sueño en ciertas latitudes boreales. Bergemann era alemana, la tierra de la pubertad reiterada, pero también de las sendas de Heidegger («prefiero ser un sócrates dubitativo, que un cerdo satisfecho»), el territorio donde prendó la creencia, difundida por Thomas Mann y ejecutada por Adolfo Hitler, de que «la belleza, como el dolor, hace sufrir».

No es injusto pensar que la fotógrafa no disfrutó ni una sola de sus fotos. Necesitaba padecer la siguiente para olvidar la anterior.

La mirada atónita de la muchacha, retratada en uno de esos momentos de parálisis del alma que las cámaras sólo perciben cuando se dejan manejar por una persona triste, es la misma mirada de ojos que nada esperan que Bergemann nos mostraría en uno de sus autorretratos, plantada frente a un espejo, con la Nikon ocultando el centro del pecho, el hogar de las arañas que pasean bajo tu piel en las noches que padecemos con los ojos tan abiertos como los tragaluces de un caserón.

Sibilly Bergemann - "Kirsten Hoppenrade, Brandenburg", 1975

Sibylle Bergemann - "Kirsten Hoppenrade, Brandenburg", 1975

Así como algunos asesinos necesitan utilizar una vez y otra la misma pistola pese a las incriminantes evidencias de las huellas dactilares en la culata y las estrías en las vainas de la munición, algunos fotógrafos no dejan de hacer autorretratos.

Fotografíen lo que fotografíen (un trío de niñas negras antes del oficio dominical, una pandilla de pícaros en una pausa del juego, una cadena de montaje, las piernas tautadas de una teen…), todo es doble dirección: la foto que va siempre regresa.

Los ojos de Kirsten, la niña de harina retratada por Bergemann, impávida como un plato de sopa, son ajenos al engreimiento de la queja. Su ánima, como la de cualquier insomne, pide sangre de alquiler y sabemos con certeza que es Bergemann quien implora la súplica: «tampoco hoy podré dormir, ayúdame».

Traigo hoy a Xpo, la sección de fotografía que programamos los jueves en el blog, a tres fotógrafas de esta categoría, cronistas de sí mismas. Incapaces, por mucho que la paleta contenga otros colores, de salirse de los tonos primarios de su índole.

Helga Paris - "Pauer (from the series 'Berlin Teenagers')",1982

Helga Paris - "Pauer (from the series 'Berlin Teenagers')",1982

La segunda, Helga Paris, hizo sus mejores fotos en la década de los ochenta. Mientras el Occidente próspero se daba a la cocaína, la compra de segundas viviendas y otros desafueros, en Berlín Este soñaban con sacudirse las maldiciones.

En la serie Berlin Teenagers, Paris retrató a chicos en el bordillo de la vida, con las arrugas no del todo descuidadas. Pero era sólo eso, vestuario viejo, sangre de prestamista.

Porque todos maliciamos de las arañas, el muchacho afásico blinda el pecho con el símbolo universal del anarquismo, pero la letra A rodeada de un círculo («es el blanco, dispara») ha empalidecido y parece de contrabando, de un ceremonial de miércoles de ceniza.

Quizá la pose y la laca en el pelo pretendan que el efecto sobre el objetivo sea el de un partisano, un airado proto punk del Telón de Acero (los únicos punk que tenían derecho a serlo), pero los ojos tienen opacidad de estación ferroviaria y la pared no tiene vigencia, podría ser la de un templo copto, la de un centro de interrogatorios de la Stasi, la de una barraca de gulag…

La fotógrafa, una cronista de los que andaban apurados de caricias, elige el momento en que Pauer -así se llama el modelo- dirige la mirada hacia un punto ciego a ras de suelo. Estaría dispuesto a jurar que fue ella quien recomendó esa tangente, esa huida. «Mira hacia tu izquierda, abajo». Es el lugar hacia el cual miramos cuando escapamos de los espejos: a la izquierda, abajo.

Ute Mahler - " Untitled (from the series "Living Together"), 1973

Ute Mahler - " Untitled (from the series "Living Together"), 1973

Los muchachos de Ute Mahler nacieron con un lapiz negro en la mano. Ese único juguete les consintieron: la ciencia exacta de un universo asentado sobre el grafito.

Son deportados existenciales (tal vez una troupe nómada de un circo miserable) y todo el artificio (las manos sobre la sogra, los tupés silenciosos, la buena planta de potrillos sin domar…) empalidece ante la vergüenza del chico que se tapa el pecho como si alguien fuese a hurtarle el aire de los pulmones.

Siempre el pecho, ring de la batalla, tarima del fado, palazzo privado, prefacio sin obra.

Desconozco si las tres fotógrafas se conocieron. Es probable que sí. Sybille Bergemann, Helga Paris y Ute Mahler nacieron y trabajaron en el mismo tiempo de espasmos y en el mismo espacio opaco de la antigua República Democrática Alemana. Están hermanadas. Las unieron sin estruendo la convivencia con los vencidos, las batallas contra el hambre de pan y las tesis taciturnas de la vida basada en la exclusión.

Sibylle Bergemann - "Thomas, Theater RambaZamba, Berlin", 1997

Sibylle Bergemann - "Thomas, Theater RambaZamba, Berlin", 1997

Me pregunto, porque también lo desconozco y me aburre opinar sobre una materia tan imbécil como la biología, si la condición femenina también les concedió esa mirada como de párpados cauterizados que las obligaba, fuese cual fuese la foto, a autorretratarse.

En 1997, tres años antes de morir de cáncer, Sybille Bergemann, la fotógrafa que había perdido la capacidad de dormir porque la acosaban las fotos que le restaban por hacer, firmó su último gran reportaje: una serie de retratos de estudio de los actores de un grupo de teatro de minusválidos síquicos, heridos por la daga.

Estaban preparando una puesta en escena de Woyzeck, la «tragedia de los oprimidos» que el también alemán Georg Büchner, sorprendido por la muerte, no pudo concluir.

En uno de los cuadros de la obra, cuando el médico utiliza como conejillo de indias a Woyzeck para demostrar las consecuencias de la locura, las aberratio, el herido, el sufriente protagonista pregunta:

«Doctor, ¿ha visto usted alguna vez la naturaleza doble? ¡Cuando el sol está en el mediodía, como si el mundo fuera a estallar en llamas!».

Imagino a Sybille Bergemann, Helga Paris y Ute Mahler, tres huéspedes de los espejos, acompañando a Woyzeck en su deseo rebelde de no ver el mundo como un sumidero de angor angustiae, de proyectarse en el pecado luminoso de la vida de los otros, que es siempre nuestra misma vida doble.

Ánxel Grove