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El arte que se esconde en las agujas del reloj

El conjunto de palitos negros se mueve en la misma dirección, crea efectos visuales envolventes, forma de pronto una serie de números que se desvanecen tal y como llegaron… Es fácil olvidar que no son más que agujas de reloj.

El estudio sueco Humans since 1982 experimenta con el diseño de los relojes de agujas para alterar su funcionamiento y construir esculturas cinéticas. En la sucesión de proyectos relacionados con el sencillo mecanismo han crecido en sofisticación e inventiva. En 6 at 6 modificaron media docena de relojes que hacían coincidir las manillas para formar el número seis a las seis. Para The Clock Clock construyeron paneles de varios que juntos daban la hora en números formados por las agujas, cuadriculados como en los relojes digitales. Clock typefont II es un asombroso juego de tipografías.

La última de sus instalaciones escapa de los patrones numéricos y utiliza las agujas con un fin puramente estético.  A million times (un título que juega a los varios significados del término inglés time, que puede traducirse por tiempo y también vez) está formada por cerca de 300 relojes analógicos interconectados, cada uno con dos motores para que las dos manecillas se muevan sin depender la una de la otra y formar así coreografías.

La obra, de 3,44 metros de largo y 1,80 de ancho, se expone del 18 al 21 de marzo en Design Days Dubai, una feria especializada en muebles y objetos de diseño de edición limitada y enfocada al coleccionismo.

Helena Celdrán

Vivir atrapado en la esfera de un reloj

Un hombre trajeado extiende el brazo hacia su colega esperando un apretón de manos. El receptor lo sorprende cruzando los brazos en un claro desprecio a su amistad. Les guste o no, el momento de encontrarse siempre llega. El personaje que apoya el pie sobre el segundero (el rechazado) se mueve al ritmo del tiempo hasta que se cruza con su eterno compañero, que le espera con actitud desafiante en la aguja de los minutos.

'Watch sweeper' - Dominic Wilcox

'Watch sweeper' - Dominic Wilcox

El diseñador británico Dominic Wilcox modifica relojes y crea sobre ellos pequeños -y no tan pequeños- sucesos.

Su trabajo se exhibe en el espacio artístico Dezzen Space de Londres, con motivo del London Design Festival, el festival de diseño que promueve a los artistas británicos y que se está celebrando estos días en la capital británica.

Wilcox les quita a los relojes su esfera original y la sustituye por una campana de cristal soplada a mano que coincide con el tamaño de la circunferencia. Debajo viven resguardadas las miniaturas, que el artista sitúa sobre las manillas para que interactuen.

Entre los modelos hay uno de un saqueador encapuchado de los disturbios de Londres llevándose una pantalla LCD ante la pasividad asombrada de un policía, unos niños jugando al escondite o un hombre tan ensimismado con su móvil de última generación que no presta atención a una señora patinando, en cuyo brazo hay un niño haciéndo pesas con un mono en la cabeza.

Una de las primeras piezas que creó es también una de las más reflexivas: el del hombre que se sienta sólo durante el segundo en que coincide con la silla. «Simboliza la trampa en la que vivimos. Ya no tenemos tiempo para nada y en cuanto nos sentamos ya tenemos que ponernos en marcha de nuevo», dice el artista.

Helena Celdrán

Blaise Cendrars, rompiendo relojes a martillazos

Blaise Cendrars, pintado por Amadeo Modigliani

Blaise Cendrars, pintado por Amadeo Modigliani

Henry Miller afirmaba que para escribir «hay que estar poseído y obsesionado”.

Blaise Cendrars (1887-1961) -a quien Miller idolatraba- cumplía ambos requisitos.

Vivió cada mañana como si fuese la primera y cada noche como si fuese la última. Se dió de baja en todo para ejercer la vida.

Renunció a la educación por castrante. Renunció a su tierra natal, Suiza, por somnífera. Renunció a su clase social, la burguesía (si es suiza, insufrible), para largarse a Rusia a los 17 años y trabajar como aprendiz de relojero. Sólo se llevó unos paquetes de cigarrillos.

En el oscuro taller de San Petesburgo donde se maneja con las miniaturas que pretenden en vano simplificar el tiempo a través de la mecánica comprendio que el único destino de los relojes es el martillo.

En Rusia es testigo del domingo negro del 9 de enero de 1905: los cosacos del zar atacan espada a mano a los 20.000 hambrientos, sobre todo campesinos, que se manifiestan ante la residencia de verano del tirano. Mil muertos.

Blaise Cendrars (1887-1961)

Blaise Cendrars (1887-1961)

El relojero suizo cultiva la amistad de anarquistas y bolcheviques. Algunos de sus colegas son condenados a muerte.

Empieza a escribir y publicar.

«No mojaré la pluma en un tintero, sino en la vida», afirma una mañana. No faltó a su palabra.

En 1913, establecido en el  trepidante París de la primera década del XX, amigo de los radicales del arte (Chagall, Léger, Modigliani), publica este poema:

Disonancias del arco iris en la telegrafía inalámbrica de la Torre
Mediodía
Medianoche
En todos los rincones del universo se murmura: “Merde”
Rayos
Cromo amarillo
Nos hemos contactado
Los transatlánticos se acercan desde todas las direcciones
Desaparecen
Todos están en movimiento
Y los relojes marchan
Paris-Midi informa que un profesor alemán fue devorado por los caníbales en el Congo
Bien hecho

Tiene agujas en los zapatos y se le clavan en la planta de los pies. No puede evitar el movimiento.

Habla seis idiomas. Intenta estudiar medicina en Berna para indagar en la verdad definitiva del desorden nervioso. Entiende que no son biológicos nuestros fantasmas y se matricula en Filosofía. Lo deja por el amor de su vida, la polaca Féla Poznanska. Regresa a San Petesburgo, viaja a Nueva York, vuelve a París en un barco en el que deportan a delincuentes y trabajadores del sexo. Se mezcla con ellos.

Renuncia a su filiación registral (Frédéric Louis Sauser) para incinerar el pasado. Elige nombre: Blaise Cendrars. En francés la palabra cendres significa cenizas. Un arte (ars) calcinado.

«Lo he derribado todo. He dejado atrás mi vida anterior, todo lo que sé, todo lo que ignoro, mis ideas, mis creencias, mis vulgaridades, mis demencias, mis estupideces, la vida y la muerte», escribe.

Apollinare le saluda como el mejor poeta del momento.

"Moravagine"

"Moravagine"

Escribe 19 poemas elásticos y prepara la que será su mejor novela, Moravagine. Vive con Féla en una granja. En  abril de 1914 nace su hijo Odilon, en honor al príncipe de los sueños Odilon Redon.

Sin que nadie en su círculo entienda por qué, se alista en la Legión Extranjera para combatir en la I Guerra Mundial. «Odio a los alemanes», se justifica con parquedad.

En febrero de 1915, en un combate sangriento, la metralla le arranca el brazo derecho. Describe las consecuencias, años más tarde, en la novela La mano cortada: «Me he comprometido y como muchas veces en mi vida, estaba listo para ir hasta el fondo de mis actos. Pero no sabía que la Legión me haría beber de ese cáliz hasta los excrementos para conquistar mi libertad como hombre. Ser. Ser un hombre. Y descubrir la soledad«.

El manco viaja a Brasil, a Hollywood, edita reportajes catárticos y vivenciales que predicen el nuevo periodismo; recopila literatura africana de tradición oral; escribe dos de las novelas más peculiares del siglo XX, Moravagine (1926) y El Hombre fulminado (1945)…

Varios adjetivos cuadran con la obra de Cendrars, lo cual implica que también se ajustan a su devenir sobre el mundo. Acaso el más justo sea vertiginoso.

Me entristece que en castellano sean tan escasas las posibilidades de encontrar sus libros (bellamente editados en el pasado, pero inencontrables entre tanta miseria en las librerías de hoy).

Por esa dejadez editorial tengo el atrevimiento de incluir a Cendrars -de cuya muerte se cumplieron cincuenta años en enero- en la sección Top Secret, admitiendo que su figura es demasiado grande para la consideración de autor de culto.

«La eternidad no es más que un breve instante en el espacio y el infinito lo atrapa a uno por los cabellos y lo fulmina en el acto. El tiempo no cuenta», escribió.

Siempre con el martillo a mano para romper relojes.

Ánxel Grove