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Cuando Goya y la duquesa de Alba eran amantes

"Duquesa de Alba peinándose" (Goya, 1796)

«Duquesa de Alba peinándose» – Goya, 1796 (Wikimedia Commons)

En la aguada de tinta china, con leves retoques a lápiz negro y pluma, aparece la más poderosa noble de España del siglo XVIII: doña María del Pilar Teresa Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, décimotercera duquesa de Alba.

Hay algo turbador en el retrato solo bosquejado, un aroma a después del amor, a licencia, a sábanas y placeres recientes, a pelo revuelto por la cadencia del sexo. El dibujo es uno de los muchos que Francisco de Goya hizo de la duquesa. La leyenda dice que fueron amantes y, como sucede con todo lo legendario, es agradable pensar que se la leyenda se hizo carne.

En el libro Goya: pintor de retratos (Madrid, 1916) Aurelio de Beruete y Moret describe a María Teresa de Silva con una encendida prosa en la que es posible presentir, aunque el autor no es capaz de afirmarlo, que desearía dar validez histórica al affaire del maestro con la «dama más maja de su tiempo»:

Fue una mujer poco vulgar. Era lo que pudiera llamarse una modernista de su tiempo. Rompiendo con las tradiciones rigoristas de la aristocracia española, hizo una vida independiente y despreocupada, que la granjeó desde luego la simpatía del pueblo, el asombro de la clase media y la enemiga de los linajudos, sus iguales. Arrogante, esbelta, gentil y graciosa, de tez blanca y pelo negro, expresiva e inteligente, triunfó en Madrid la duquesa de Alba, compitiendo con la de Benavente y aun con la misma Reina María Luisa, a las que igualaba en lujo y esplendidez y superaba en belleza. Aficionada y protectora de las artes y modelo ella misma admirable para un artista refinado como Goya, la de Alba y el pintor tenían fatalmente que encontrarse y entenderse. Sus relaciones artísticas fueron origen de amistad, de protección y de simpatía. La intimidad de ambos personajes ha pasado a la Historia.

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