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Los ‘trabajos forzados’ de los escritores

Fernando Pessoa

Fernando Pessoa

Fernando Pessoa, uno de los mejores escritores del siglo XX, combatió con discreción y silencio el peso de la vida. Ganaba unos pesos traduciendo correspondencia empresarial para empresas navieras y los gastaba en el aguardiente inspirador que consumía en soledad en melancólicas cafeterías y tabernas de Lisboa mientras escribía poemas con la voz de las veinte identidades que habitaban bajo el fieltro fatigado de su sombrero.

Franz Kafka, el primer escritor moderno, acaso el único que merece ser considerado moderno, tuvo entre 1908 y 1922 un empleo donde le entregaban un sueldo que, según el mismo afirmaba, le alcanzaba para «pagar el pan». Era redactor de informes en el Instituto de Seguros de Accidentes Laborales para el Reino de Bohemia. Componía precisos memorandos—¡podemos imaginar cuan precisos!— para que la compañía pagase o dejase de pagar indemnizaciones a trabajadores heridos en el puesto de trabajo. A la salida corría a casa de sus padres, cenaba frugalmente un apio y una zanahoria —era vegetariano— y dedicaba la noche entera a iluminar los caprichos de la tinta sobre el papel con las candelas de su mirada esquizoide. A veces sentía remordimientos por entregarse a una vida laboral adocenante, pero en ocasiones se mostraba indulgente y afirmaba que el trabajo libera al hombre «del sueño que lo deslumbra».

Arthur Rimbaud, sublime autor de poemas de febril adolescencia que siguen capturando fanáticos, renegó de la literatura para perderse en el África oriental de las hienas y los caníbales y hacer fortuna traficando con armas y marfil y tal vez con esclavos. Siguió escribiendo hasta la muerte prematura, pero solamente cartas familiares y comerciales entre cuyas líneas apenas asoma la locura de quien fuera un niño demonio.

"Trabajos forzados"- Daria Galeteria (Impedimenta)

"Trabajos forzados"- Daria Galeteria (Impedimenta, 2012)

Sí, señores. Los escritores trabajan en algo más que inventar historias que nos permiten seguir viviendo. Lo hacen para sobrevivir, pagar vicios, postergar la pobreza, abrir las puertas del tiempo, ganarle horas a la muerte… Otros trabajan para olvidar que la literatura es el verdadero trabajo.

Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, que publica la editorial Impedimenta, es una guía de las formas de supervivencia que encontraron, por opción personal, casualidad u obligación, algunos de los escritores más conocidos de los últimos siglos. La autora, Daria Galateria (Roma-Italia, 1950), ha compuesto uno de esos manuales complementarios que se leen de buen grado y descubren a la personas tangibles tras los inmateriales libros que nos conmueven.

En el prólogo del ensayo, Galatera precisa lo que es fácil de sospechar: casi todos los escritores, poetas o ensayistas, sea cual sea su trabajo forzoso, se quejan de que la escritura es «la tarea más agotadora de todas».

Aprovechando la edición del libro, que se termina de un tirón y del que sales con una necesidad apremiante de ponerte a leer lo que escribían estos hombres en las horas libres que les dejaba el trabajo, vamos a dedicar un Cotilleando a… los otros oficios de unos cuantos escritores.

Maxim Gorky

Maxim Gorky

1. El mendigo. Maxim Gorki, bolchevique, amigo de Lenin y Stalin y autor de novelas socializantes y educativas como La madre (1907), combatió la pobreza extrema y los viles maltratos hogareños —su abuelo, su madre y sus hermanos le daban palizas que lo llevaron al vestíbulo de la muerte— haciendo de todo. De niño recogía trapos y clavos para revenderlos (sus compañeros le llamaban «el mendigo») y cazaba pájaros para llevarlos al mercado; a los 11 años, le echaron de casa y se empleó en una zapatería; a los 12, fue pinche de cocina y luego fogonero en un vapor que recorría el Volga; en la adolescencia, formó parte de una pandilla de ladrones de leña; para pagar la universidad, se empleó de estibador y en una fábrica de galletas… Trabajaba catorce horas al día y tenía tiempo y ganas para asistir a las reuniones clandestinas de los revolucionarios que soñaban con una «república de trabajadores». A los 19 años ya le vigilaba la policía zarista y decidió perderse recorriendo Rusia. Fue pescador, vendimiador, trabajó en salinas, pescador, obrero de carreteras… No es extraño su nombre literario —el de nacimiento era Alekséi Maksímovich Péshkov—: gorki significa amargo en ruso. Cuando ya había alcanzado la fama  se empleó como redactor en un diario. Cuando le encargaron dos artículos al día rechazó el puesto porque le parecía demasiado trabajo, como estar «en galeras».

Jack London

Jack London

2. Niño explotado. Ladrón de ostras, cazador de focas, marinero dedicado al tráfico de opio, porteador de carga durante la fiebre del oro de Alaska… El personaje aventurero y pintoresco que nos viene a la memoria al hablar de Jack London, tiene su envés en su otra condición, la de trabajador industrial desde niño en fábricas de conservas —diez horas al día, de lunes a domingo—, carbonerías —un dólar por un turno de ocho horas—, lavanderías… Nacido en un hogar pobre y sin suerte, London tuvo que llevar dinero a casa desde los 10 años, pero se las arreglaba para dedicar todo el tiempo que le sobraba en la biblioteca, de cuya sala de lectura salía preso de una gran agitación nerviosa por las emociones que encerraban los libros. Con los años llegó a ser el escritor mejor pagado de su tiempo, pero los esfuerzos de la niñez y la adolescencia le pasaron factura: padeció de un intenso dolor crónico de espalda, brazos y manos durante el resto de su vida.

Sidonie-Gabrielle Colette

Sidonie-Gabrielle Colette

3. Contra el terror a envejecer. Sidonie-Gabrielle Colette, la autora de cincuenta novelas, colecciones de cuentos y libros de memorias, intentó hacer fortuna montando una línea de cosméticos en 1932, en plena Gran Depresión. La iniciativa fue del amante de la escritora, Maurice Goudeket, que convenció a la exestrella del Moulin Rouge y subversiva bon vivant liberada de que debía sacar provecho económico de su imagen pública —Colette tenía entonces sesenta años y sus buenos tiempos como sex symbol quedaban lejos—. No le hizo falta insistir: pese a que ella afirmaba ser, sobre todo, «una escritora», la publicidad la seguía volviendo loca. «Un escritor hará publicidad si se siente capaz, si siente pasión por lo nuevo, si tiene capacidad de comunicar y un vocabulario lo bastante rico», había declarado dos años antes para justificar sus participación en una campaña de anuncios de los cigarrillos Lucky Strike. Con las cremas y potingues, dijo, quería «renovar el contacto con las personas normales» y salvar a las mujeres «de la pérdida del placer y del terror a envejecer». Convenció para que entrasen en el negocio a una heredera de la fortuna de las máquinas de coser Singer, un bajá oriental y un miembro de la saga de banqueros Dreyfus y compró un local en el centro de París que decoraron con estricto y elegante estilo art déco. Ella misma se encargó en la inauguración de maquillar a algunas de las asistentes. «Encuentro bellísimas a las mujeres cuando emergen bajo mis dedos de escritora. Sé lo que hay que poner en la cara de una mujer tan aterrorizada, tan llena de esperanza, en su declive», explicó, aunque algunos diarios hablaron de que los colores rosa canalla y azulón del maquillaje era propio de «mujeres de la calle». El negoció quebró en dos años, Maurice Goudeket se dedicó a la venta de lavadoras y Colette siguió escribiendo.

Raymond Chandler

Raymond Chandler

4. Contable alcohólico. Los padres fundadores de la novela negra, Raymond Chandler y Dashiell Hammett, tardaron en poder ganarse la vida con las tremendas novelas que ahora se estudian en las universidades. El primero, según cuenta Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, llegó a acumular 36 decepcionantes trabajos —desde recogedor de albaricoques hasta encordador de raquetas de tenis—. Su vocación, pese al carácter temperamental y cínico de su gran héroe de ficción Sam Spade, era la contabilidad. Durante dos décadas, Chandler trabajó (y cumplió) en el departamento de cuentas de Dabney Oil Syndicate, la segunda petrolera de Los Ángeles tras Shell durante el boom del oro negro en California. Llegó a ser subdirector de la compañía escalando posiciones gracias a una cadena de sucesos que parecen extraidos de la trama de una de sus novelas: un jefe de contable fue encarcelado por fuga de capitales y el sucesor murió de un ataque cardíaco sobre la mesa de la oficina. En 1932 a Chandler lo prejubilaron por alcoholismo con una paga más que genrosa para evitar el escándalo. Para llenar el tiempo libre se matriculó en un taller de literatura y devoró todas las novelas pulp que encontraba. Le gustaba especialmente Dashiell Hammet y decidió imitarlo.

Charles Bukowski

Charles Bukowski

5. El buen cartero Chinaski.  El mala baba Charles Bukowski, tantas veces presentado como profeta de la transgresión —sobre todo por él mismo, que gustaba de falsear su biografía para añadirle dramatismo a su cartas a las editoriales—, fue un responsable cartero durante 14 años por un 1,82 dólares la hora. Intentaron despedirlo en 1969 por un episodio de absentismo, pero prometió que no se volvería a repetir y anularon el expediente. Solía quejarse de que el trabajo le había causado dolores crónicos de espalda, pero la experiencia le valió para, Cartero, donde aparece el alter ego Henry Chinaski. Fue una de sus primeras narraciones para el editor John Martin, que le prometió, a cambio de que siguiera escribiendo, cien dólares al mes de por vida (35 para el alquiler, 20 para comida, 15 para cerveza y cigarrillos, más el teléfono y el gas). A los 49 años, Bukowski dejó el servicio postal.

Louis-Ferdinand Céline

Louis-Ferdinand Céline

6. Peligroso Ford. En julio de 1923, Louis-Ferdinand Céline recibió su primer destino como médico: le enviaron a un pueblo de las Árdenas francesas. Un año más tarde le concedieron una beca de la Fundación Rockefeller para trabajar como responsable de los programas mundiales de higiene de la Sociedad de Naciones, el embrión de la ONU. Viajó durante tres años por EE UU, Canadá, Cuba,  Holanda, Italia y Senegal, pero terminó convencido de que «la medicina burguesa está muerta», se empleó en un ambulatorio popular y se enfrascó en la redacción de la novela nihilista y antibélica Viaje al fin de la noche, que publicaron en 1932. Tras la II Guerra Mundial le declararon «desgracia nacional» en Francia por su colaboracionismo con los nazis y el antisemitismo de algunas obras menores.  La autora de Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores recuerda que durante su gira por los EE UU, el entonces joven médico había visitado las factorías automovilístucas de Henry Ford,  el multimillonario antisemita que publicaba en sus diarios artículos titulados Como los judíos controlan la venta de alcohol o El jazz es un invento de los judíos.

Ánxel Grove

«¿Está enterrado ahí un tal Dashiell Hammett?»

Dashiell Hammet (1894-1961)

Dashiell Hammet (1894-1961)

Dashiell Hammett murió hace cincuenta años.

Conocido el gusto editorial y mediático por la efeméride redonda y tratándose de quien se trata, quizá uno de entre los diez mejores escritores estadounidenses del siglo, es notable el desinterés.

El muro de silencio ha sido roto, en estos días, por dos excepciones editoriales.

Todos los casos de Sam Spade (RBA), reune las cuatro obras que Hammett escribió para su más famoso (pero no más logrado) personaje (los cuentos Demasiados han vivido, Sólo pueden colgarte una vez y Un tal Samuel Spade, publicados originalmente en The American Magazine en 1932, y la novela El halcón maltés, editada en 1930).

Interrogatorios (Errata Naturae) reproduce por primera vez en castellano las actas de las bravas comparecencias de Hammett ante los comités de la caza de brujas (1949 y 1953), que le valieron ser condenado a prisión por la torva justicia del maccarthismo y al ostracismo y la ruina económica por la aún más bellaca justicia de la sociedad sordomuda. Como magnífica adenda, el libro añade el cuento Sombra en la noche, que aparece esgrimido en los interrogatorios como posible prueba del talante anti-americano y subversivo del autor y acusado.

El personaje, su integra complejidad, merece un Cotilleando a…

1. Para empezar, una declaración. La pronuncia el otro grande de la literatura negra, Raymond Chandler. Sabiendo de su propensión a la parquedad y su repelencia al cumplido protocolario, hagámosle caso: «Hammett sacó el asesinato del jarrón veneciano y lo echó al callejón».

2. Para seguir, una cita de Dash: «Me gustan las mujeres. Realmente me gustan». No mentía. Ellas también le adoraron.

Dashiell Hammett

Dashiell Hammett

3. André Gide le consideraba el mejor escritor estadounidense del siglo XX, junto con (y a la misma altura de) William Faulkner. Creo que Dash secundaría la idea de éste: «Entre el dolor y la nada, me quedo con el dolor». Fue un escritor de novelas de policías, gangsters e intermediarios, es decir, un escritor que, como Balzac, Hugo y Dickens, transmitió la verdad. Alguien dijo que Hammet es «el puñetazo que nos merecemos todos, sin excepción«.

4. Samuel Dashiell Hammett nació el 27 de mayo de 1894 en la granja de tabaco Hopewell and Aim, propiedad de su abuelo, en el condado de St. Mary (Maryland), donde, como dice el lema de la comarca, se juntan los ríos Chesapeake y Potomac. Sus ancestros eran americanos viejos, llegados en el XVIII de Francia y los Paises Bajos. Sastres, marineros, artesanos…

5. Creció en Baltimore. A los 13 años lee Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant. No entiende casi nada, pero necesita las respuestas que no encontraba en los libros del colegio.

6. A los 14 su padre, que estaba en la ruina, le obliga a dejar los estudios para trabajar. Primero, mensajero; luego, vigilante. Odia ambos empleos. A los 16 empieza a beber. Regresa a casa borracho cada noche.

7. Su abuela materna está fascinada con el chico («te pareces a Wallace Reid«, la estrella de cine, le decía). Es ella quien le busca trabajo, en 1915, en la agencia de detectives Pinkerton. «Nunca dormimos», era el lema.  Dash, alto, apuesto, despierto, está encantado. Le pagan 20 dólares a la semana. Hace trabajos de vigilancia en casos de adulterio y estafas. Se acostumbra a ser una sombra silenciosa, casi invisible.

8. En una misión en una zona minera de Montana para investigar la muerte de un sindicalista se tropieza de frente con la dialéctica de los opresores y los oprimidos y su pervesión. Descubre que al hombre lo han matado detectives de Pinkerton.

9. En otro caso, dispara a un sospechoso que amenazaba a un compañero. El hombre huye, herido y sangrando. Dash se asusta tanto que se promete no usar un arma de fuego nunca más, excepto para cazar y siempre que la presa sea para comer. Cumple su palabra.

10. Le alistan en 1918 por la I Guerra Mundial. Asignado a una brigada de transportes sanitarios, sufre un accidente al volante de una ambulancia. Hay varios heridos leves. Promete no conducir jamás. También cumple.

11. En el campamento militar contrae la gripe española, que mató a entre 100 y 200 millones de personas en el mundo. Tras varios meses internado, le licencian con el grado de sargento y una pensión de 40 dólares al mes. Su salud no volverá a ser la misma por la tuberculosis que le queda como secuela. En el hospital conoce a la enfermera Josephine Annis Dolan. Se casan en 1921 y se establecen en San Francisco. Tienen dos hijas. Los servicios de Sanidad obligan al padre a vivir en un domicilio diferente al de las niñas por el peligro de que les contagie la tuberculosis.

12. En 1922 deja de trabajar como detective y ampieza a escribir. También hace trabajos por pieza para agencias de publicidad.

"Red Harvest" ("Cosecha Roja")

"Red Harvest" ("Cosecha Roja")

13. Entre 1929 y 1934 publica unas decenas de cuentos y las novelas Cosecha roja (1929), La maldición de los Dain (1929), El halcón maltés (1930), La llave de cristal (1931) y El hombre delgado (1934). La primera y las dos últimas son las mejores de la historia de la novela negra y deberían ser de lectura obligatoria para entender por qué nos siguen dando coces los que siempre nos han dado coces. Son las novelas que hubiese escrito Karl Marx si hubiese nacido con el don de la palabra inteligible.

14. Se lía con la escritora Lillian Hellman, gran confidente y amiga durante el resto de la vida de Dash. Son una pareja abierta.

15. Tiene dinero y éxito. Hollywood se enamora de su prosa afilada y elegante. Es uno de los guionistas mejor remunerados de su tiempo. En 1938 la Metro le paga 80.000 dólares. Sólo diez del millar de escritores contratados por los estudios llegan a tamaño nivel de facturación.

16. En 1937 paga de su bolsillo parte del coste de producción del documental de apoyo a la República Española Spanish Earth (Tierra de España, de Joris Ivens y Ernest Hemingway). Firma una petición de los Amigos Americanos de la Democracia Española, para que el Gobierno de Roosvelt ayude ecónomica y militarmente a los republicanos «en nombre de la decencia y la humanidad», para que «aquellos que no aceptan ni el fascismo ni el nazismo tengan una oportunidad de luchar por sus vidas».

17. Entre 1938 y 1941 apoya o promueve causas en favor del derecho al voto de los negros, la libre actividad sindical, los programas de acogida de refugiados políticos, contra las actividades de la extrema derecha… En 1940 se afilia al Partido Comunista y es nombrado presidente del Comité de Derechos Electorales.

18. El FBI le enfila. Le siguen día y noche. Recopilan 278 páginas durante 25 años. También Hellman es espiada.

19. En 1941 se alista para pelear en la II Guerra Mundial. Tenía 47 años y una salud delicada, pero se sentía obligado a luchar contra el nazismo. Como era  considerado peligroso fue destinado a un campamento en Alaska. Montó un periódico para las tropas.

Hammett ante un comité de la caza de brujas

Hammett ante un comité de la caza de brujas

20. En 1951 es condenado a seis meses de cárcel en una prisión federal porque se negó a dar detalles sobre la particpación del Congreso por los Derechos Civiles, de cuyas cuentas es responsable, en el pago de las fianzas de miembros del Partido Comunista acusados de conspiración. Hammett se acoge una y otra vez a la Quinta Enmienda a la Constitución y se niega a responder porque considera ilégitimas las preguntas en una democracia. En la cárcel, en Kentucky, lee a Gogol y se encarga de la biblioteca. Sale de prisión envejecido y con la salud aún más rota.

21. En 1953 vuelve a ser citado por un comité de la caza de brujas. Le interroga el senador Joseph McCarthy en persona. Está interesado en saber por qué hay libros de un comunista en las bibliotecas públicas estadounidenses. ¿Es esa una buena forma de luchar contra el comunismo?, le pregunta al escritor. Hammet responde: «Bien, yo pienso (por supuesto no lo sé) que si estuviera luchando contra el comunismo creo que lo que haría es no darle a la gente ninguna clase de libros».

Lillian Hellman

Lillian Hellman

22. Hacienda le reclama 100.000 dólares en impuestos impagados. Hammet, que nunca había destacado por administrar con precaución sus ingresos, se declara insolvente. Todos sus amigos del pasado dorado le dan la espalda. Intenta terminar Tulip, una novela. No lo consigue. Está muy enfermo. Se recluye y vive como un ermitaño. Hellman le cuida. Los editores de Interrogatorios señalan en el prólogo: «El maestro indiscutible de la detective fiction pasó sus últimos veinticinco años sobre la tierra, casi la mitad de su vida, leyendo, bebiendo, follando, y también luchando por una sociedad más digna, sin escribir una sola línea digna de mención«.

23. El 10 de enero de 1961 muere en un hospital de Nueva York de un cáncer de pulmón diagnosticado dos meses antes.

24. La mejor biógrafa de Hammett, Diane Johnson, destaca el perfil contradictorio del escritor: marxista, pero autor de novelas sobre la violencia social y la corrupción cuyos protagonistas sólo intervienen para hacer «pequeñas correciones»;  virtuoso pero libertino; rico y pobre; descreído pero lleno de fe; asceta pero hedonista; comunista pero ardiente patriota…

25. Los informes del FBI sobre Hammett concluyen con el apunte de un agente que llama al cementerio para asegurarse de que «un tal Dashiell Hammett» está muerto y enterrado.

Ánxel Grove