Entradas etiquetadas como ‘racismo’

‘XING’ significa otra mujer asiática

Hoy hice un breve ejercicio mental y salió mal. Pensé «mujer asiática», buscando la consonancia de las palabras que vaporosas surgían en mi mente. Aparecieron «camarera», «ni hao», «masajista», «esclava téxtil», «manicura», «silencio», «copiadora», «cerámica», «timidez», «delicadeza», «reino de los sentidos», «dumpling», «zapato pequeño»…

En definitiva, una clase de XING. Ha salido mal, digo. Maldigo el lenguaje y mis carencias. Prueba de cargo de un imaginario roto.

XING es un proyecto fotográfico, nuevo ejercicio mental, que defiende a las vagabundas del imaginario, la minoría concretada en el otro, desafía la hegemonía y celebra una unidad a través de imágenes y prosa. XING explora la representación de la mujer asiática en un mundo convulso, sexualizado, cercenado en su humanismo, aburrido en la monótona compresión del extranjero o extraño.

©Xing Project. Fotógrafa: Tammy Volpe

©Xing Project. Fotógrafa: Tammy Volpe

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XING en mandarín significa «sexo», «sexualidad», «esencia de una persona», u «otro». XING aquí significa «las otras», las olvidadas, las cosificadas, las subyugadas a un fenotipo racista, acosadas sexual y emocionalmente, rebuscando, reedificando su personalidad en un edificio vacío, alzándose sobre suburbios emocionales.

Lee el resto de la entrada »

Cuando vivir es protestar, el Instagram rebelde del jamaicano Ruddy Roye

Untitled, 2016 © Ruddy Roye

Untitled, 2016 © Ruddy Roye

Ruddy Roye, un fotógrafo jamaicano que vive en Nueva York y tiene 47 años, no duda al definirse: «Humanista/Activista», con iniciales tan mayúsculas como grandes son los significados esas dos palabras, separadas por una barra inclinada que en realidad engarza aún más los términos.

Amplía así el radiograma: «Fotógrafo con conciencia, pelando la cornea de mis ojos para compartirla en Instagram«. Todo reluce excepto la empresa con que finaliza la frase. Compartes, sí, pero también les regalas contenido, engordas su cash flow, trabajas sin que ni siquiera te consideres trabajador.

@ruddyroye es el ojo que nunca duerme. Lo conocen y defienden más de 250.000 seguidores. En cada imagen que sube a su cuenta —lleva más de 4.000 y tiene otra, solo para fotos en blanco y negro, @ruddynegus— añade una reflexión escrita. Es también el dedo que nunca duerme sobre el teclado que resplandece como una retina.

No me emociona Instagram, ni me gusta el estilo que impera, tampoco el de Roye —demasiado filtro de enfoque, ninguna duda en el tema de cada imagen, escasos puntos de fuga, una búsqueda algo robótica de una perfección que no existe, porque es el fuera de foco, lo confuso, quien va de nuestra mano en esta trinchera…—, pero en el caso del jamaicano hay un sesgo peculiar: Roye hace fotos como cantando en el dancehall.

Parece puesto, siempre un gramo por encima de la realidad… Puedes notar el retumbe selvático del bajo, la llamada de la espesura.

Lee el resto de la entrada »

Comentarios racistas en Internet convertidos en grandes carteles

Uno de los carteles de 'Racismo virtual' -Foto: racismovirtual.com.br

Uno de los carteles de ‘Racismo virtual’ – Foto: racismovirtual.com.br

«He llegado a casa oliendo a negro». La frase es de un usuario que en las redes sociales escribe lo que no habría dicho en el transporte público o en una cafetería. Es uno de tantos que sienten una falsa superioridad en Internet. El mundo virtual, en apariencia, tiene la capacidad de hacerte invisible, es un potencial nicho de mezquindad y cobardía, un paraíso para despacharse a gusto porque parece imposible que nadie te relacione en la vida real con aquello que has escrito.

El nombre está pixelado y la foto de perfil también, pero la frase —escrita desde algún dispositivo electrónico de Vila Velha, un municipio costero del sureste de Brasil— se lee en un gigantesco cartel exhibido en una valla publicitaria.

Lee el resto de la entrada »

Una joven sureña blanca y de a pie, heroína del antirracismo en los EE UU

Joan Trumpauer - Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer – Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer tenía 19 años cuando, en junio de 1961, la Policía de Jackson, en el estado de Misisipi, en el sur profundo de los EE UU, la fichó y retrató de frente y perfil.

Unos días antes el autobús en el que Joan viajaba junto con otros militantes antisegregacionistas había sido quemado por una turbamulta de arios racistas. La joven escapó de milagro pero fue golpeada, pateada y detenida. Como se negó a pagar la multa por los desórdenes de los que fue acusada o la fianza sustitutoria, la encerraron en la prisión más dura del país, Parchman Farm. La tuvieron en una celda del pabellón de la muerte durante dos meses antes de fijar una fecha para la vista del juicio y dejarla en libertad.

Durante aquel encierro arbitrario y desproporcionado Joan canturreaba con cierta constancia una cancioncilla religiosa que le habían enseñado en la catequesis:

Cristo quiere a los niños
A todos los niños del mundo
Rojos y amarillos, negros y blancos
Todos son preciosos para Él

Además de las convicciones, la muchacha no tenía nada especial que la distinguiera de otras, era una chica de a pie. Había nacido en Georgia, sus abuelos habían sido dueños de esclavos negros y sus padres eran aparceros sin demasiados medios pero que, sin embargo, podían permitirse pagar a una criada, también negra, para que cuidara de los niños. Cuando algo se torcía en la vida de la familia Trumpauer, la madre, racista visceral, solía utilizar siempre la misma fórmula: «Podremos con esto. Pase lo que pase, al menos no somos negros».

Joan abrió los ojos cuando empezaron a proliferar las protestas contra la segregación que permitía el trato diferente según el color de la piel. A los 18 años participó en la primera sentada. La detuvieron y catalogaron como «mentalmente inestable» porque sólo la locura podía explicar que una señorita del sur compartiese ideales y movilizaciones con negros.

Al año siguiente se implicó en los Freedom Riders (Viajeros de la libertad), los centenares de chicos y chicas de ambas razas que se desplazaban en autobuses por las zonas más despiadadas del racismo para organizar protestas no violentas en bares con entradas separadas, colegios que no admitían negros, piscinas en las que sólo la piel blanca tenía derecho de chapoteo en el largo y ardiente verano…

Tres 'viajeros de la libertad' son increpados y atacados por chicos blancos en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi.

Tres ‘viajeros de la libertad’ son increpados y atacados por chicos blancos por entrar en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi (Foto: Fred Blackwell)

Fred Blackwell, reportero del Jackson Daily News, se subió a la barra del Woolworth para poder hacer esta foto. No hay sangre, pero quizá sea una de las imágenes más violentas de la lucha contra la segregación racial en los EE UU por la rabia, burla y odio de los jovencillos que atacan a los tres viajeros de la libertad, desde la izquierda, John Salter, Joan Trumpauer y Anne Moody. Habían entrado en la fuente de soda segregada con una chica negra, la última de las activistas citadas, para hacer una sentada pacífica en la barra sólo para blancos. A Salter le regaron la ropa con sirope y la cabeza con azúcar. A Trumpauer le esperaba la misma humillación. La policía no apareció por el lugar pese a las llamadas del encargado.

Hubo muchos otros sit-in en cafeterías de los estados racistas que se oponían a la abolición de la segregación y la aprobación de una ley de garantía de los derechos civiles. Todos los actos, coordinados por el Congreso por la Igualdad Racial, fueron pacíficos. Este set de Flickr agrupa unas cuantas decenas de fotos de las movilizaciones y en alguna se puede reconocer a Joan con su tranquila prestancia haciendo frente sin un pestañeo a matonzuelos arengados por el Partido Nazi Americano.

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Trampauer fue coherente con el credo de la canción que había aprendido en la iglesia cuando era cría: se matriculó en un instituto para negros preguntándose cómo respondería la sociedad —lo supo pronto: la tildaron de «puta» en artículos de opinión en la prensa— y fue expulsada de la muy prestigiosa Universidad de Duke por negarse a abandonar el activismo.

Era sureña y blanca, tenía más que perder que nadie y embravecía con más intensidad a los intolerantes.

Se retiró a la honrosa condición de ciudadana digna y coherente cuando la lucha alcanzó los resultados legislativos soñados —concretados en la Civil Rights Act (Ley de los Derechos Civiles, 1964), que tardó lo suyo en servir para algo pero al menos ilegalizó la segregación en el plano teórico—.

Sin salir del anonimato de nuevo Joan trabajó en el Smithsonian, fue funcionaria de los ministerios de Justicia y Comercio y profesora voluntaria de Inglés como segundo idioma en una organización de ayuda a inmigrantes ilegales. Está jubilada, tiene 73 años y cinco hijos.

Cuando en 2013 la trajeron otra vez a la actualidad como protagonista del documental An Ordinary Hero: The True Story of Joan Trumpauer (Una heroína corriente: la verdadera historia de Joan Trumpauer) declaró que volvería a repetir cada paso de su vida porque el racismo convierte a cualquier territorio en «el corazón de las tinieblas».

Jose Ángel González

¿Qué hacen tres nazis en un mitin de Malcolm X?

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

Pese a que tiene más de medio siglo de edad, la foto, tomada el 25 de febrero de 1962 en el International Amphitheater de Chicago, contiene una cadena de contrasentidos, una sucesión de disparates que, enlazados, siguen diciendo bastante de la naturaleza espuria de la política y sus bastardías raciales y sociales, superiores en socarronería a cualquier serie cómica.

1. El hombre que ocupa el centro de la imagen es George Lincoln Rockwell, autoproclamado American Hitler o American Führer. Aparece flanqueado por dos tipejos de su guardia de corps, émulos presuntos de los Leibstandarte de las SS, matones de protección al servicio de Hitler.

2. El trío de paletos sobrados de gomina para mantener a raya germánica las indómitas raíces mediterráneo-gitanas de las melenas son miembros del American Nazi Party (Partido Nazi Americano), fundado en 1960 con el peregrino y escasamente comercial nombre de World Union of Free Enterprise National Socialists, cambiado a los pocos meses. La formación sigue en activo y la web oficial demuestra que no hay diseñadores en sus filas que superen el nivel de lo deplorable.

3. El Partido Nazi Americano —aquí pueden leer un informe desclasificado de 60 páginas del FBI que situaba a los militantes de 1965 al borde del umbral de la imbecilidad y otorgaba a Rockwell tendencia a los placeres de la homosexualidad— fue y sigue siendo negacionista con respecto al holocausto («un fraude» inventado por los judíos, dijo su fundador en 1966 en una entrevista en la revista Playboy. Para el encuentro informativo sólo puso una condición: que el periodista lo tratara de «comandante»).

4. Rockwell había nacido en 1918 de una pareja de actores de vodevil que frecuentaban la amistad de, entre otros, Groucho Marx, el libertario comediante —de orígen judío— que deseaba para su tumba el más correcto epitafio: «Perdonen que no me levante».

El 'Hate Bus' de Rockwell en 1961

El ‘Hate Bus’ de Rockwell en 1961

5. Antes de convertirse, entrado en la cuarentena, en el Hitler de las praderas, Rockwell había dirigido una revista de humor fecal en el instituto, servido con honores en la II Guerra Mundial y la de Corea e intentado labrarse un futuro como relaciones públicas y editor de un semanario femenino con una cabecera diáfana y de escasa perspicacia: U.S. Lady (Mujer Estadounidense), que no pasó del número cero. Cuando leyó Mein Kampf, el libro de Hitler inspirado en El judío internacional (1920), del empresario automovilístico Henry Ford (al que Rockwell no se molestó en cotejar porque deseaba ser el primero en emular el nazismo del lado de allá del Atlántico), se sintió «paralizado, trastornado». De no dar muestras de otras ambiciones que fumar en pipa y ejercer de padre de familia pasó a profeta del odio racial.

6. Para compensar las campañas de los negros en contra de la segregación racial y a favor de los derechos civiles y los periplos en autobús de los Freedom Riders (Viajeros de la libertad) cercanos a Martin Luther King, el Partido Nazi transformó una furgoneta Volkswagen en el Hate Bus (Autobús del Odio). Era bastante cutre, pero Rockwell se sentía importante conduciendo el vehículo y transportando a sus fieles a ferias agrícolas y otros eventos. También reconvirtió con automática imaginación la proclama Black Power en White Power y editó unos cuantos discos xenófobos —y pésimos: simples singalongs para reuniones de cerveceros—.

7. La autora de la foto que abre esta entrada, la avispada (y diminuta) reportera Eve Arnold, había nacido en una familia de inmigrantes judíos fundada por un rabino ucraniano. Su padre era tan carca como Rockwell pero desde el extremismo del judaísmo: Eve tuvo que superar los obstáculos diarios que encontraba en casa. Acaso de esas dificultades extrajo la cualidad de ser en extremo cuidadosa y nunca juzgar a los modelos de las fotos. La imagen de los tres nazis no es denigrante sino práctica: son ellos, no la imagen, quienes nos aseguran la condición de payasos.

8. El Partido Nazi Americano nunca pasó del centenar de militantes.

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam  © Eve Arnold

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

9. ¿A quién estaban escuchando Rockwell y sus dos coleguitas el 25 de febrero de 1962? La respuesta es el gran oxímoron. En la tribuna de oradores estaba el carismático e influyente Malcolm X —nombre oficial:  El-Hajj Malik El-Shabazz—, uno de los líderes de la Nación del Islam (25.000 afiliados en la época) y uno de los personajes mediáticos con mayor pegada de los EE UU después del luminoso discurso de 1959 en el que señalaba a la mayoría blanca de responsabilidad en la siembra y crecimiento de la simiente del odio racial: «Nos acusan de lo que ellos mismos son culpables. Es lo que siempre hace el criminal: te bombardea y luego te acusa de haberlo atacado. Esto es lo que los racistas han hecho siempre; lo que ha hecho el criminal, el que ha desarrollado métodos criminales hasta convertirlos en una ciencia: ejecuta sus crímenes y luego utiliza la prensa para atacarte. Hace que la víctima aparezca como el criminal y el criminal como la víctima«.

10. Malcolm X había invitado personalmente a Rockwell al mitín, en el que también habló Elijah Muhammad, gran líder de los musulmanes afroestadounidenses, definido por el dirigente nazi como «el Hitler de los negros». Rockwell admiraba a los dos militantes por la intransigencia con que predicaban la separación racial y parece que en alguna ocasión mantuvo reuniones privadas con ambos. «Ellos, como yo, quieren naciones separadas: una para blancos y otra para negros», dijo el comandante en la entrevista de Playboy.

11. Al final del mitín, cuando fue solicitada la donación de ayudas económicas, Rockwell dejó 20 dólares en el cepillo de la Nación del Islam.

12. Al par de protagonistas principales de este episodio casi burlesco de extremos que se encuentran y adulteración del discurso racial les aguardaban sendos finales trágicos de pólvora y venganzas. Unos años después del mitín en que los nazis apluadieron a los negros extremistas, Rockwell y Malcolm X serían asesinados por enemigos que no salieron del bando contrario sino de entre sus propias manadas.

"Final violento del hombre llamado Malcolm X" - Doble página de 'Life' sobre el asesinato del líder negro

«Final violento del hombre llamado Malcolm» – Doble página de ‘Life’ sobre el asesinato del líder negro

13. El 21 de febrero de 1965, en el Audubon Ballroom de Manhattan, Malcolm X fue tiroteado con una escopeta recortada y varias pistolas —recibió en total 16 balazos— y murió en el acto antes de pronunciar un mitin de la Organización de la Unidad Afroamericana, el nuevo grupo político secular que había fundado un año antes, cuando dejó la Nación del Islam por los escándalos sexuales de Elijah Muhammad, que se llevaba a la cama a todas las empleadas y voluntarias alegando su condición de profeta.

14. Aunque tras el crimen hubo cinco detenidos, todos miembros de la Nación del Islam, el caso sigue sin estar claro y han surgido teorías que van de la acción de agentes gubernamentales infiltrados a la participación indirecta del actual líder del grupo, Louis Abdul Farrakhan.

15. Malcolm X tenía 39 años. Quienes llevan camisetas con su estampa no recuerdan lo que declaró tras el asesinato de John Fitzgerald Kennedy:  «Es un caso de los pollos que vuelven a casa a dormir y cuando los pollos regresan a casa a dormir no me siento triste, siempre me alegro«.

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

16. El 21 de agosto de 1967, Rockwell fue asesinado de dos tiros mientras conducía su coche en Arlington (Virginia). El pistolero, un militante del Partido Nazi, fue detenido en cuestión de horas, pero no quedaron claras las motivaciones del crimen.

17. Tras salir arrástrándose del Chevrolet, el hombre que soñó con un Reich en los EE UU murió sobre la calzada en apenas dos minutos. Una de las dos balas le había acertado en el corazón.

18. El American Führer, que tenía 48 años, ocho menos que Hitler en el búnker final, acababa de hacer la colada en una lavandería barata.

Jose Ángel González

Los vecinos que se niegan a abandonar Detroit

© Dave Jordano

© Dave Jordano

Las tres fotos de la línea superior fueron tomadas entre 1971 y 1972. Las cuatro de abajo, entre 2013 y 2014. En medio de ambos grupos hay una brecha de al menos cuatro décadas, lapso que dice poco y que acaso debiera formularse con un contraste más visible que la neblina del tiempo: el national average wage —el índice oficial de ingresos medios anuales por persona de los EE UU— era en 1971 de unos 6.500 dólares; en 2012, el último año con dato disponible, fue de 44.300.

En las seis personas que aparecen en las fotos de arriba hay ansia de futuro, espléndidas sonrisas, orgullo, ganas de jugar. En las de abajo, la tristeza se asoma a los ojos y ni siquiera la saturación de los colores puede evitar el sentimiento de luto. Sin embargo, no todo es dolor.

Las siete fotos tienen en común al fotógrafo que las hizo, Dave Jordano, y la ciudad donde fueron tomadas, Detroit, la desmesurada megalópolis de 3.463 kilómetros cuadrados de extensión en la que cabrían tres ciudades del tamaño de Madrid o también Manhattan, Boston y San Francisco juntas.

Asomarse al mapa de Detroit implica el mareo, la certeza de que no hay direcciones cardinales que valgan ni un trazado racional y determinista basado en los ángulos rectos y las paralelas. Detroit es una ciudad autogenerada por la simbiosis de los seres humanos, las factorías y el terreno lacustre y plano. Vista desde el espacio la huella de la ciudad parece un contrasentido abstracto al que están a punto de deglutir las masas de agua.

Portada de la revista "Life" del 4 de agosto de 1967

Portada de la revista «Life» del 4 de agosto de 1967

En el verano de 1967 esta ciudad-madeja fue el escenario de los disturbios raciales más violentos de la historia de los EE UU: 43 muertos, 1.189 heridos, 11.000 detnidos, más de 2.000 edificios destruidos y soldados-paracaidistas con bayoneta calada haciendo la guerra en casa y atacando a la población civil. El origen de la revuelta fue el trato brutal y arbitrario contra los ciudadanos negros de la policía local, un cuerpo 95% blanco.

La ciudad ha cultivado una histórica y pertinaz tendencia a la segregación racial, con ataques frecuentes con artecatos incendiarios a viviendas y barrios negros y mucha mayor actividad de grupos supremacistas que cualquier otra colectividad de la región. Los sindicatos de trabajadores blancos de la grandes factorías de automóviles llegaron a declararse en huelga cuando las empresas, en los años cincuenta, admitieron a los primeros operarios negros en las líneas de producción.

Jordano, un ario nacido en Detroit en 1948, empezó a retratar las calles de la ciudad cuando tenía 23 años, estudiaba fotografía y sólo había transcurrido un quinquenio desde la gran explosión de ira de los negros en 1967.

Las fotos que el reportero hizo entonces son plácidas y elocuentes citas gráfica de una ciudad movida por el ritmo del melting pot racial y sostenida por las Big Three (las tres grandes factorías de automóviles: General Motors, Ford y Chrysler).

Después de irse a vivir a Chicago, Jordano decidió regresar a Detroit para documentar el ocaso reciente de su ciudad natal. Quería regresar a los escenarios donde había aprendido el arte de mostrar lo cotidiano y deseaba, según cuenta en una entrevista, esquivar la «pornográfica visión de ruinas» que ha dominado la imagen pública de la ciudad desde que se convirtió en la primera gran urbe de los EE UU en declararse en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros).

Al volante de un automóvil, Jordano entró en el laberinto de barrios superpuestos y calles trazadas por capricho y empezó a dar forma a Unbroken Down, una narrativa sobre quienes se quedaron. Son pocos y viven mal: la población, que en los años setenta rozaba los dos miillones de habitantes, supera escasamente ahora los 700.000, la tercera parte de los cuales vive por debajo del umbral de la pobreza; sólo uno de cada cuatro jóvenes termina la Secundaria; el índice de desempleo es del 28 por ciento, el más alto entre las ciudades de más de 250.000 habitantes de los EE UU; los ingresos han caído un 35 por ciento en la última década…

En los escenarios de la tierra quemada por la quiebra, la injusticia y la especulación, el fotógrafo ha dado con valerosas historias de fidelidad, decencia y coraje: un hombre canta un blues en el salón, una familia posa ante una casa que no por arruinada deja de ser un hogar, una barbería mantiene el mismo ambiente de palabrería y risas que uno busca en la íntima ceremonia de dejar que un extraño le corte el pelo…

La última foto de la derecha quizá es el más escrupuloso resumen del no querer dejar la ciudad, de la permanencia y el lazo que nos ata a nuestro mapa, por muy confuso que resulte.  La mujer se llama Kristal y vive en el Northside, uno de los barrios con más criminalidad de Detroit. Un hermano y un sobrino de Kristal han muerto en los últimos meses por enfrentamientos entre pandillas, pero ella se siente la «matriarca» de su familia y no está dipuesta a moverse ni a que la muevan.

Ánxel Grove

Otros de nuestros artículos sobre Detroit:

Ernest Cole, el fotógrafo negro que documentó el ‘apartheid’ y murió como un ‘homeless’ en Nueva York

© The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Swede

© The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden

El fotógrafo Ernest Cole creyó necesario añadir un título largo y explicativo a esta foto:

«Un centavo, jefe, un centavo, por favor, jefe, tengo hambre». Escena nocturna en Golden City, con niños negros suplicando limosna a blancos. Puede que les den una moneda o, como aquí, una bofetada.

El título añade poco a lo que vemos, pero acaso el fotógrafo necesitaba la carga verbal para mitigar el dolor que padecía retratando el infierno.

Cole se llamaba en realidad Ernest Levi Tsoloane Kole y había nacido en 1940 en Eersterust, un suburbio de Pretoria (Sudáfrica). Era el cuarto de los seis hijos de un sastre y una lavandera negros y no tenía otro futuro que el hambre en el país que estableció el régimen segregacionista más atroz de la segunda mitad del siglo XX, el apartheid.

En casa no había comida suficiente y la malnutrición hizo mella en los críos: Cole sólo alcanzó como adulto una estatura de 150 centímetros.

Con la cámara que le regaló un misionero católico, el joven Cole empezó a hacer fotos y terminó encontrando empleo como ayudante de laboratorio en la revista Drum, el único medio que se atrevía a informar de la vida en las townships, los guetos obligatorios para negros.

Lo que a Cole le faltaba en altura le sobraba en coraje. Durante la década de los años sesenta —los años brutales de las recolocaciones forzosas y la represión desatada contra la mayoría negra (ocho de cada diez habitantes de Sudáfrica)—, el fotógrafo se conjuró para mostar lo que sucedía. No era un suicida y sabía cómo actuar: se escondía, utilizaba teleobjetivos, disimulaba la cámara entre la ropa o en tuppers de comida para entrar en minas o en cárceles y hacer imágenes que le resultaban suficientemente inexplicables como para añadirles títulos muy largos…

Incluso tramó un engaño burocrático que le salió bien durante un tiempo: inscribió su identidad racial como coloured, de color, con razas mezcladas, una de las gradaciones de la negritud establecida por los teóricos del apartheid para el diseño social. Si eras de color tenías un poco más de libertad que si eras negro: podías, por ejemplo, viajar de un township a otro sin que el desplazamiento fuese considerado delito. La triquiñuela funcionó —Cole tenía un tono de piel no del todo negra— y pudo recorrer los escenarios del horror que punteaban el país entero.

1960-1966 © The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden

Earnest boy squats on haunches and strains to follow lesson in heat of packed classroom, 1960-1966 © The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden

After processing they wait at railroad station for transportation to mine. Identity tag on wrist shows shipment of labor to which man is assigned 1960-1966 © The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden

After processing they wait at railroad station for transportation to mine. Identity tag on wrist shows shipment of labor to which man is assigned, 1960-1966 © The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden

La obra de Cole es de una pureza salvaje y una moralidad aplastante porque, aunque nadie se atrevía a publicar las fotos, el reportero seguía en la brecha y no abandonaba. Mostraba —y confiaba en que el trabajo llegase a otros algún día— la realidad de un país montado bajo un sistema nazi, donde los negros no podían optar a cargos públicos, establecer negocios, entrar en zonas asignadas a blancos, disponer de energía eléctrica o recibir una educación mínima (la educación de un niño negro costaba el 10% de la correspondiente a un blanco y la universitaria era directamente imposible para los negros).

En 1966, mientras retrataba a una pandilla de ladronzuelos callejeros, la feroz policía sudafricana detuvo a Cole. Era una redada rutinaria, pero en la comisaría descubrieron que el fotógrafo había mentido sobre su perfil racial. Tras unas cuantas sesiones de golpes y otras torturas, le ofrecieron dos opciones: convertirse en soplón o ser juzgado por fraude y, con seguridad, condenado a varios años de cárcel.

Con la ayuda de amigos que participaban de los cada vez más potentes grupos de resistencia antiapartheid el fotógrafo logró escapar a Europa. Unos días después, una persona blanca que no despertaba sospechas en las aduanas sacó del país los negativos de su archivo de fotos de títulos como letanías.

Newspapers are her carpet, fruit crates her chairs and table 1960-1966 Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden © The Ernest Cole Family Trust

Newspapers are her carpet, fruit crates her chairs and table, 1960-1966 Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden © The Ernest Cole Family Trust

Pensive tribesmen, newly recruited to mine labour, awaiting processing and assignment 1960-1966 © The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden

Pensive tribesmen, newly recruited to mine labour, awaiting processing and assignment, 1960-1966 © The Ernest Cole Family Trust Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden

En 1967 Cole hizo realidad el sueño de su vida: editaron en los EE UU el fotolibro House of Bondage (Casa de cautiverio), su crónica, en fotos y pies de foto, de lo que estaba sucediendo en su tierra. Aunque fue prohibido en Sudáfrica, ejemplares de contrabando y fotocopiados circularon con profusión y se convirtieron en un pilar del activismo fotográfico que ejercieron en las décadas siguientes David Goldblatt, Eli Weinberg, Omar Badsha, Joao Silva y Jürgen Schadeberg.

Pero el hombre de 150 centímetros de estatura y una valentía de rascacielos nunca volvió a ser el mismo: tenía rota el alma y se sentía divorciado del mundo. Jamás regresó a Sudáfrica y, después de 23 años de exilio, murió en Nueva York en 1990. Era un homeless, dormía entre cartones y jamás hizo una foto desde que se marchó de su país.

 Ánxel Grove

Every African must show his pass before being allowed to go about his business. Sometimes check broadens into search of a man’s person and belongings 1960-1966 Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden © The Ernest Cole Family Trust

Every African must show his pass before being allowed to go about his business. Sometimes check broadens into search of a man’s person and belongings, 1960-1966
Courtesy of the Hasselblad Foundation, Gothenburg, Sweden © The Ernest Cole Family Trust

Las ‘big mamas’ que parieron el blues

"The Complete Columbia Recordings" - Bessie Smith

«The Complete Columbia Recordings» – Bessie Smith

Acaban de publicar la colección The Complete Columbia Recordings, un compendio integral de diez discos con todas las grabaciones entre 1923 y 1932 de la mejor cantante de blues de todos los tiempos, Bessie Smith (1894-1937).

La circunstancia de la edición —una vieja demanda de los amantes del blues finalmente cumplida— justifica que repasemos la vida y la obra de unas cuantas pioneras, con frecuencia olvidadas por la propaganda o los falsos mitos (¡he llegado a escuchar más de una vez que Billie Holiday, que llegó más tarde y se inspiró en las big mamas, fue la primera mujer que cantó un blues!).

En un momento nada cómodo —depresión económica, racismo y sexismo rampantes, tiranía blanca en las radios y prohibición expresa de que los negros cantasen todo aquello que no fuese vodevil costumbrista— este grupo de vocalistas se enfrentó al estatus dominante y logró consolidar la música racial de los doce compases y el dolor.

Su historia también contiene una paradoja: aunque cantaban sobre las fracturas del alma y la ingratitud de la vida de la misma manera que lo hacían los bluesmen rurales de las plantaciones de algodón, las big mamas se comportaban como divas, gastaban fortunas en vestuario y joyas y azucaraban formalmente el género contaminándolo con la herencia del vodevil. Sentían el blues, pero lo difrazaban por motivos coyunturales. Como siempre, hay excepciones.

Bessie Smith

Bessie Smith

Bessie Smith: la Emperatriz muerta en la Autopista del blues. No fue la primera, pero sí la mejor y la más radical, la emperatriz, como sugería su apodo, que reinaba sobre una forma expresiva puramente femenina que contiene todo el espectro de las emociones humanas. Con Smith, como ha escrito algún crítico, pasas de la carcajada al llanto y ambos estímulos nacen del mismo rincón de tu alma.

Huérfana de padre –campesino y pastor baptista dominical— y también de madre desde los nueve años, creció en una cabaña miserable y se buscó la vida como niña cantante y bailarina en las esquinas de su pueblo natal, Chattanooga (Tennessee).

Surcó carreteras secundarias para actuar por cuatro monedas en locales de mala muerte antes de que fuera fichada por Columbia en 1923. Su primera grabación Down Hearted Blues, un lamento sobre los «malditos hombres» y su modo de tratar a las mujeres, fue un éxito masivo (780.000 copias vendidas en seis meses) en una época en que la difusión de música negra era muy limitada.

La voz poderosa de Smith, que nunca necesitó amplificación para cantar en teatros y bares, era también vulnerable y majestuosa. Grabó 160 canciones y fue solicitada por los mejores músicos de su época, consiguiendo que la discográfica le ofreciera un contrato de 400.000 dólares, una cantidad elevadísima en un tiempo en que los negros cobraban diez dólares por grabación.

Bessie Smith

Bessie Smith

Vivió a lo grande, bebió a lo grande, cultivó una desgraciada selección de amantes que la explotaron y maltrataron y fue capaz de reducir a golpes y empellones y sin ayuda a un piquete del Klu Klux Klan que le quiso reventar una actuación.

Murió en un accidente de coche a los 43 años, cuando su lujoso Packard descapotable chocó con un camión que estaba detenido al borde de la mítica Highway 61 —la carretera que los bluesmen del Delta utilizaron para emigrar hacia Chicago y dar origen al blues urbano y eléctrico de las décadas siguientes—.

Por culpa de algunos cronistas blancos con ganas de sensacionalismo se extendió la certeza de que había muerto desangrada porque un hospital segregacionista se había negado a atenderla, cuando lo cierto es que había fallecido en la ambulancia.

La enterraron en un cementerio cercano al lugar del accidente y se encontraron con que la gran dama del blues estaba arruinada y no había fondos para pagar un túmulo funerario. La tumba permaneció sin marcar hasta 1970, cuando dos mujeres se aliaron para pagar una losa de mármol. Eran Juanita Green, que había sido criada de Smith, y una cantante blanca de blues llamada Janis Joplin. La inscripción dice: «La mejor cantante de blues del mundo nunca dejará de cantar».

Existe una infrecuente oportunidad de ver a Smith y escuchar su voz en el cortometraje St. Louis Blues, rodado en 1929 para narrar en cine la historia de la canción del mismo título, escrita por W.C. Handy y con Louis Armstrong en la trompeta.

Mamie Smith

Mamie Smith

Mamie Smith (1883-1946), la primera mujer que grabó un blues. La segunda Smith de esta relación —no hay lazos familiares con Bessie— figura en la historia de la música como la primera mujer negra en grabar un blues.

El hito corresponde a Crazy Blues, registrado en acetato el 10 de agosto de 1920 en Nueva York por el sello OKeh. La partipación de Smith fue un accidente, porque en la sesión estaba prevista otra cantante, que no pudo acudir por un catarro.

La canción, un blues urbano, con muchos guiños al vodevil del que procedía Smith, fue un gran éxito de ventas y empujó a las discográficas a buscar con ardor a vocalistas de blues para aprovechar la disposición del mercado.

La operación mercantil fue beneficiosa para el género, que consiguió el reconocimiento que merecía, pero también conllevó, como señala el Ted Giogia Gioia en su fundamentela libro El blues, una perversión sobre el pathos original, convirtiendo la declaración íntima de la tragedia del alma en una ceremonia de orgullo adecuada para teatros, con músicos profesionales dando lustre a las canciones.

Mamie Smith, con su voz penetrante y muy femenina, abrió el camino a muchas otras cantantes y vivió una corta gloria. «Pienso que mi público quiere verme cada vez más elegante y no pienso defraudarlo», dijo en una entrevista de aquella época.

Apareció en algunas películas cantando pero murió en la indigencia.

Ma Rainey

Ma Rainey

Ma Rainey (1886 – 1939), la verdadera Madre. Si alguien tiene derecho a la condición materna es esta mujer de limitadísimas dotes vocales, cuyas canciones demuestran que la grandeza del blues no está en el vituosismo sino en la emoción transmitida mediante la voz.

Las empresas discográficas no fueron rápidas con ella y no parece que a Ma Rainey, nacida como Gertrude Pridgett en una villa rural de Georgia, le importase demasiado. Cantó en carpas ambulantes de circos y con matasanos vendedores de tónicos durante tres décadas antes de grabar un disco. Le gustaba compartir descargas con otros artistas y algunos de sus biógrafos sostienen que secuestró durante dos años a la niña Bessie Smith, de quien fue gran protectora, para enseñarle a cantar blues con propiedad.

Sólo tuvo contrato entre 1923 y 1928. Durante esos años, grabó cien canciones, entre ellas los clásicos See See Rider Blues y Bo Weavil Blues.

Áspera, espontánea y sin concesiones a la galería, fue la más honda de las blueswomen. También la menos apegada a la fama: en 1933, cuando se cansó de los aplausos y las fiestas, regresó a su pueblo y alquiló un par de teatros para exhibir películas, progranar actuaciones y pagar los recibos. Sólo cantaba cuando le apetecía y siempre ante familiares y amigos.

Murió de un ataque al corazón en 1939.

Para terminar les dejo una pequeña recopilación de canciones de mujeres que cantaron alto, fuerte y hace casi un siglo en el idioma del blues, el género, de «seca mordacidad» sin el cual, como anota Ted Giogia Gioia, la banda sonora de nuestra vida sería «esencialmente distinta, tibia y desprovista de entrañas».

Ánxel Grove

Los gemelos rubios brasileños del ‘Ángel de la Muerte’ de Auschwitz

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Darles y Darlene Wolkeins. Tenían diez años cuando posaron en un columpio del colegio ante la cámara del fotógrafo italiano Gabriele Galimetti (Arezzo, 1977). Los niños gemelos son hijos de un granjero de la zona y una maestra de la misma escuela en cuyo patio fue tomada la imagen.

Si les propongo adivinar  la localización de la fotografía o la procedencia de los niños y dado el perfil racial de los gemelos (pigmentación blanquísima de la piel, ojos azules, rubios), es posible que las respuestas se concentren en Austria, Alemania, Holanda, otros países del centro y el norte de Europa, ciertas zonas de los Estados Unidos o, en resumen, cualquier lugar donde primen los rasgos de la llamada —con injusticia e imprecisión— raza blanca, equívoco término tantas veces usado para justificar el racismo, la xenofobia y otro tipo de desmanes.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Segunda foto: Kitana and Tauhana Lunkes, de cinco años, sonrientes y juguetonas en el sofá de su casa. De nuevo, gemelas y con el mismo patrón biológico de los anteriores.

Ambas fotografías son del pequeño poblado de Linha de São Pedro, en Cândido Godói, municipio de unos 7.000 habitantes del estado brasileño de Rio Grande do Sul, no muy lejos de la frontera con Argentina, una zona poblada a partir de comunidades de inmigrantes alemanes y polacos.

El pueblo del lejano y fértil límite sureño de Brasil, donde la tierra es dócil y permite dos o tres cosechas al año, aparece en los libros por una característica singular. En la villa se da la mayor cantidad proporcional de gemelos del mundo.

De cada diez embarazadas de Linha de São Pedro, una da a luz a gemelos monocigóticos, nacidos de un embrión fecundado por un único óvulo y un único espermatozoide.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Los expertos en genética dicen que la extraordinaria abundancia de gemelos se debe a lo que se llama efecto fundador (presencia inusitada de un rasgo determinado en poblaciones muy pequeñas) que ya se daba en la región renana de Hunsrück, en la que tienen ancestros comunes muchos de los habitantes del poblado brasileño.

El fotógrafo Galimbetti cree en otra teoría y culpa de la explosión de gemelos al hombre que dormía en la cama con mosquitero de la foto de la izquierda. Se hacía llamar Rudolph Weiss y visitó el pueblo con cierta asiduidad durante las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Algunos granjeros todavía le recuerdan, le describen como «simpático» y «muy buen veterinario». Weiss daba charlas sobre técnicas de reproducción animal y, a veces, atendía a las mujeres embarazadas de la zona, que en aquellos tiempos no contaba con asistencia médica.

Lo tenebroso del asunto es que bajo la falsa identidad de Weiss se ocultaba Josef Mengele (1911-1979), el médico nazi que hacía experimentos genéticos con prisioneros del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau para intentar crear una raza de superhombres arios para Hitler. La especialidad del Ángel de la Muerte, como era conocido, fue la experimentación con gemelos.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

El periodista argentino Jorge Camarasa sostiene en el libro de investigación Mengele: el Ángel de la Muerte en Sudamérica (2008) que el perverso médico, detenido pero liberado por los aliados porque no pudieron establecer su identidad real, y refugiado luego en Argentina, Paraguay y Brasil, está relacionado con la proliferación de gemelos en Linha de São Pedro, porque administró a mujeres embarazadas del pueblo «nuevos tipos de drogas y medicamentos» que las predispusieron al parto de gemelos arios.

Mengele habría elegido el lugar no por azar sino, precisamente, por la dominancia genética alemana, señala el periodista.

Pese a que los genetistas brasileños siguen insistiendo en que todo lo que sucede en el pueblo es fruto de la lotería del ADN y no tiene nada que ver con el prófugo nazi (¿qué otra cosa podrían decir para no poner en evidencia que su país fue cómplice en la huida de la justicia de un criminal psicópata que murió tranquilamente en la cama?), el trabajo del fotógrafo Galimbetti resulta turbador y produce escalofríos.

Ánxel Grove

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Fotos que hacen preguntas sobre la segregación racial provocada por la crisis

Una de las fotos de Mary Beth Meehan en Brockton

Una de las fotos de Mary Beth Meehan en Brockton

Brockton, una ciudad de casi 100.000 habitantes situada media hora al sur de Boston, tiene un lema singular: «City of Champions» (Ciudad de los campeones). El recuerdo de tintes heroicos es para un par de boxeadores nativos de la localidad, el gran Rocky Marciano, único campeón de los pesos pesados que se retiró invicto, y el extitular mundial de los medios Marvelous Marvin Hagler.

La ciudad no puede a estas alturas revalidar títulos ni reclamar glorias: está aquejada, desde hace veinte años, por la quiebra en cadena de las fábricas de calzado que habían fundado inmigrantes italianos e irlandeses a finales del siglo XIX. Convertida en un suburbio deprimido de Boston, Brockton es hoy una ciudad dormitorio poblada por un tipo no muy diferente de inmigrantes —desplazados por motivos económicos, expulsados por la guerra— y sólo diferentes según su procedencia: Cabo Verde, Haití y Centro y Sudamérica.

Nancy DeSouza posa en Main Street (Foto: Mary Beth Mehan)

Nancy DeSouza posa en Main Street (Foto: Mary Beth Mehan)

En los últimos seis años el cambio en la radiografía racial de la ciudad ha sido dramático y ahora los negros, que se han duplicado en número, son el 33% de la población y los latinos el 10%.

«Los negros están arruinando la ciudad». La frase fue la cantinela diaria que escuchó durante años la fotógrafa Mary Beth Mehan, nacida en Brockton en 1967. Su proyecto City of Champions es una indagación personal. Quizá por eso contenga tanta emoción y tal grado de verdad.

«Brockton, Massachusetts, es mi hogar, donde mis bisabuelos irlandeses alimentaron a sus familias con los salarios de las fábricas de calzado. Aquellos negocios y las personas a las que mantenían se han desvanecido y las calles que un día fueron brillantes están destrozadas. Los viejos lamentan el lugar que recuerdan y culpan a los recién llegados. Nuevos inmigrantes de algunos de los lugares más pobres del planeta, países arrasados por guerras, toman el lugar de los viejos y viven en un paisaje que otros han abandonado. Pobreza, renovación, decadencia, esperanza… Contradicciones que adornan la vida en una ciudad estadounidense que alguna vez se sintió orgullosa de sí misma y que ahora muchas consideran muerta», escribe Mehan en el prólogo del proyecto.

Otra de las ampliaciones colocadas en el pueblo

Otra de las ampliaciones colocadas en el pueblo

Durante más de un año, la fotógrafa indagó en el día a día de su ciudad natal. Lo hizo sin condiciones y desde la implicación de una nativa cuya vida también está en juego. Ese risego es notable en el dramático —y dulce— ensayo fotográfico.

Meehan retrató a africanos asustados buscando calor bajo una manta con la bandera estadounidense estampada (un pastor católico se quejó de que la enseña apareciera en las fotos, porque «esa bandera ya no representa la esperanza para nadie»), a ancianos presos de la fatiga, a niños reteniendo una milagrosa sonrisa, a policías y funcionarios, a vagabundos y desempleados, a aburridas animadoras deportivas y tenderos con demasiado tiempo libre, a su padre desayunando en soledad…

Tras la encuesta fotográfica, encontró una respuesta: «La raza no es el problema de Brockton. El problema es económico. La división entre blancos y negros tiene raíces económicas«.

Un sinpapeles de Guinea Bissau en un apartamento de Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Un sinpapeles de Guinea Bissau en un apartamento de Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

La Massachusetts Foundation for the Humanities concedió a Mehan una beca para ampliar, a gran tamaño y en resistente vinilo, una docena de las fotos. Las colgó en la calle principal, en la capilla baptista, en esquinas frecuentadas, en la fachada del ayuntamiento, en edificios comunitarios, en entradas de aparcamientos… Las han exhibido durante un año, desde el 12 de septiembre de 2011 hasta el próximo domingo. Una vez a la semana había tours guiados para verlas en compañía de otros.

Las grandes fotos pretendían ser un reflejo que enfrentase a Brockton y sus habitantes con ellos mismos, una serie de espejos formulando preguntas sobre las realidades escondidas pero al alcance de la mano: «¿Dónde está el pasado de Brockton? ¿Por qué ha cambiado y cómo? ¿Cuáles son los retos ahora? ¿Qué menera de experimentar y vivir la ciudad tienen personas de diferentes culturas? ¿Cómo podemos hacer que Brockton despierte de nuevo?».

El domingo, cuando descuelguen las fotos, alguien debería empezar a contestar. Quizá deberíamos contestar cada uno de nosotros.

Ánxel Grove

Ashleigh Bruns posa con un ramo de flores de primavera en la plaza del Ayuntamiento (Foto: Mary Beth Meehan)

Ashleigh Bruns posa con un ramo de flores de primavera en la plaza del Ayuntamiento (Foto: Mary Beth Meehan)

La Iglesia Haitiana de Dios ocupa el edificio de una vieja factoría de zapatos (Foto: Mary Beth Mehan)

La Iglesia Haitiana de Dios ocupa el edificio de una vieja factoría de zapatos (Foto: Mary Beth Mehan)

Turon Andrade, cuyos padres llegaron de Cabo Verde, practica el deporte más popular en Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Turon Andrade, cuyos padres llegaron de Cabo Verde, practica el deporte más popular en Brockton (Foto: Mary Beth Mehan)

Melissa Cruz practica con la Brockton High School Marching Band (Foto: Mary Beth Mehan)

Melissa Cruz practica con la Brockton High School Marching Band (Foto: Mary Beth Mehan)

La familia Martel celebra el 4 de julio en la casa en la que viven desde 1950 (Foto: Mary Beth Mehan)

La familia Martel celebra el 4 de julio en la casa en la que viven desde 1950 (Foto: Mary Beth Mehan)

Marina Robles llega de Ecuador para vivir con su hermana (Foto: Mary Beth Mehan)

Marina Robles llega de Ecuador para vivir con su hermana (Foto: Mary Beth Mehan)

Francella McFarlane, de Jamaica (Foto: Mary Beth Meehan)

Francella McFarlane, de Jamaica (Foto: Mary Beth Meehan)

Las 'cheerleaders' New England Patriots (Foto: Mary Beth Meehan)

Las ‘cheerleaders’ New England Patriots (Foto: Mary Beth Meehan)

John Meehan, padre de la fotógrafa, en su casa de Brockton (Foto: Mary Beth Meehan)

John Meehan, padre de la fotógrafa, en su casa de Brockton (Foto: Mary Beth Meehan)