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Almayso, fotógrafo e hijo del fundador de la cervecera Mahou

Almayso. Disfrutando de una cerveza en el Retiro, 1901 © Fondo Almayso

Almayso. Disfrutando de una cerveza en el Retiro, 1901 © Fondo Almayso

El joven Alfredo Mahou y Solana (1850-1913), uno de los hijos del tenaz empresario Casimiro Mahou Bierhans —nacido en Lorena, entonces región alemana, ahora francesa—, se fue de viaje a Europa cuando tenía 20 años con un encargo paterno: buscar maquinaria para el negocio familiar, una fábrica madrileña de papel pintado de nombre muy alambicado: El Arco Iris, Gran Fábrica de Colores al Temple y al Olio.

Cuando el muchacho regresó a Madrid trajo algo más que ingenios mecánicos para la factoría: había descubierto la fotografía, todavía incipiente y compleja, pero en expansión imparable. En 1870 abrió en la capital española el primer estudio fotográfico. Lo bautizó con un acrónimo de sus iniciales, Almayso, y se instaló en los locales de la empresa familiar, en la calle Amaniel, 29.

Aunque el negocio de los Mahou y Solana cambió de objetivo —en 1890, ya fallecido el fundador, los cuatro hijos, entre ellos Alfredo, decidieron dedicarse a la fabricación de cerveza, quizá sin saber que se convertirían en millonarios con una de las marcas más señeras del historial de la bebida en España, Mahou—, el fotógrafo logró compaginar las actividades de gerente empresarial de un producto de éxito y retratista.

Almayso no era un artista de la fotografía y no destaca por la técnica o la excelencia en la composición y el positivado. Al contrario, era tirando a torpe y primario y la intención de la mirada ni siquiera se adivina.

Lo suyo era la cantidad: al morir dejó un archivo de 6.000 originales que han sido restaurados y digitalizados en los últimos años. Mahou, que celebra en 2015 el 125º aniversario de la fundación de la empresa, expone parte de ellos en la exposición Historia de Almayso. Pasado, presente y futuro de la obra de Alfredo Mahou y Solana.

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‘Creación artística’, un corto en ‘time lapse’ de 1901

Fotograma de "Artistic Creation" (1901)

Fotograma de «Artistic Creation» (1901)

La frecuente sociedad de los adjetivos cineasta y mago adquiere una exactitud plena en los cortometrajes realizados hace más de un siglo por el inglés Walter R. Booth (1869-1938), capaz de p0ner vehículos a circular por los anillos de Saturno o predecir las jugarretas del time lapse cuando el término ni siquiera se había inventado…

No es casualidad que Booth, que permanece injustamente olvidado entre los pioneros del cine experimental de finales del siglo XIX y principios del XX, supiese cómo hacer asombrosos trucos con las posibilidades de los efectos especiales en el recién inventado medio, presentado en sociedad en 1895 en París por los hermanos Lumière —la fecha es discutida y existen muchos otros nombres y fechas ligados a la invención del cinematógrafo—.

Hijo de un ceramista de quien heredó la facultad de pintar con soltura para elaborar escenografías y construir objetos en tres dimensiones y practicante profesional de la magia y el ilusionismo, Booth dejó ambas vocaciones a partir de 1896, cuando conoció en 1895 a Robert W. Paul (1869-1943), científico, electricista, inventor y precursor del cine en el Reino Unido. Desde entonces, ambos visionarios se dedicaron a producir y realizar trick films (films con truco), cortos o mediometrajes basados en una demostración humorística de la ruptura de las leyes de lo posible.

Artistic Creation quizá sea el más poético de los trick films del mago-cineasta. Es un corto de 1901 que en apenas dos minutos resume la filosofía cinematográfica de Booth: simpatía, candidez y sentido de la maravilla.

Un artista, idealizado como un arlequín-payaso de la Commedia dell’Arte, pinta y a la vez da vida a una mujer. Lo hace por partes: primero la cabeza, luego el torso, después los brazos y finalmente las piernas. Hay un añadido final, un rizo inesperado en el guión, pero no lo mencionaré para obligarles a ver la obra, antecedente primario de la hoy tan socorrida animación por time lapse.

Booth fue muy prolífico durante una década, llevando al límite la imaginación y la inventiva en cortos de animación como The Haunted Curiosity Shop (1901), que desarrolla el tema de los juguetes que cobran vida, y otros de inocente ciencia ficción entre los que destaca The ‘?’ Motorist (1906), donde los dos viajeros de un automóvil sacan de quicio a un agente de policía y terminan volando hacia el espacio exterior.

Hay una precisa filmografía de este pionero en el British Film Institute, con enlaces a vídeos de los cortometrajes que firmó.

A partir de 1915, cuando el cine tomaba el camino de una industria en alza y los experimentos eran superados por los dramas o las comedias, Booth intentó ganarse la vida como publicista, pero su rastro se pierde y ni siquiera hay noticias de lo que hizo hasta su muerte en 1938 en Birmingham.

Jose Ángel González

El «almacén de espacio» del fotógrafo-aviador Alfred Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

El piloto Alfred George Buckham (1879-1956) jugaba un envite con el destino cada vez que se elevaba del suelo y volaba. Tenía mala salud, pulmones débiles y poca fuerza muscular. No había podido ir al colegio porque caía enfermo cada dos por tres y tuvo que escolarizarlo un tío materno con tiempo libre y vocación.

Nadie en el círculo familiar entendió qué pretendía aquel mequetrefe cuando se alistó en la aviación militar británica en 1917, pero no sólo le aceptaron, sino que hizo carrera: en la I Guerra Mundial fue ascendido a capitán y promovido a un puesto recién creado, jefe de la división de fotografía aérea.

Hizo muchas fotos desde allá arriba para la Royal Naval Air Service: tomas verticales y planas de reconocimiento que pretendían fijar objetivos bélicos y delimitar la posición de los ejércitos enemigos y sus piezas de artillería. La cámara apuntaba hacia el suelo y el objetivo estaba encajado en un hueco del fuselaje, abierto en la parte inferior del avión. En los escasos momentos de tranquilidad, Buckhman alzaba la vista. En el cielo era otra persona, un ser fuerte y libre.

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Tras el final de la guerra se hizo con una enorme cámara de madera con placas de cristal fotosensible y decidió dejar de mirar al suelo. Se ataba con una cuerda al fuselaje de su fiel biplano Sopwith Pup y soportaba sin queja, con la mirada encendida de alegría, las temperaturas bajo cero y las frecuentes salpicaduras de aceite hirviendo que escupía el motor. Al mismo tiempo que pilotaba, hacía fotos.

En las décadas de los años veinte y treinta sobrevoló la arisca espuma del Atlántico, el dorado Sahara, la solemne Amazonia, los silenciosos Andes, las placenteras campiñas inglesas y las patricias urbes europeas…

Se acercó temerariamente a conos volcánicos en erupción, serpenteó entre las descargas eléctricas de las tormentas tropicales, tuvo que explicar a recelosos funcionarios administrativos que aquello era una locura personal y no un trabajo de espionaje —llevaba encima un certificado expedido por el FBI en el que constaba que era «una persona de fiar pese al acento británico»— y sobrevivió a nueve aparatosos accidentes. Del último creyeron que no saldría con vida porque tenía una feísima y honda quemadura que le abrasó el cuello y la laringe. Tuvieron que instalarle una cánula y perdió la voz. A los pocos días de salir del hospital, todavía convaleciente y sólo capaz de comunicarse con gruñidos, volvió a subirse a un avión. No hacen mucha falta las palabras si estás volando.

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

No reduciría las miles de fotos que hizo Buckhman desde el cielo a la categoría casi cartográfica de la fotografía aérea. La mirada del piloto inglés era horizontal y muy profunda: le importaba tanto lo que estaba abajo como lo que tenía arriba, enfrente y atrás. Para fijar un referente, una unidad humana en la  desmesurada extensión celestial, utilizaba la imagen cercana de otro avión, la silueta escasa y siempre milagrosa de una maquina sostenida en la nada.

Pocos cielos fotográficos me parecen más dignos de ángeles y promesas que los de Buckham. Algunas de las imágenes [las Galerías Nacionales de Escocia tiene una excelente colección online y en esta página hay bastantes más] merecen la bendición de algún verso de Rilke: el cielo grande, lleno de magna contención, / un almacén de espacio, un exceso de mundo.

Ánxel Grove

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham