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Convierte a los superhéroes en retratos flamencos del siglo XVI

Imagina que Superman hubiera nacido en el siglo XVI; que el increíble Hulk no fuera un científico sino un duque; que el pintor flamenco Van Eyck hubiera podido pintar a Batman, el Joker o la Mujer Maravilla, juntos.

No imagines, solo observa…

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El fotógrafo de moda francés Sacha Goldberger se ha apropiado de estos iconos de la cultura popular estadounidense para confrontarlos con los artistas de la pintura flamenca. Crea un cruce entre la ciencia ficción y la historia del arte. En sus imágenes, que juegan con las técnicas de la luz y contraste de aquella época, los superhéroes se muestran nobles a la vez que frágiles, meditativos, cansados de tener que salvar al mundo sin descanso bajo la máscara del anonimato.

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Las dietas de Beyoncé, Kate Moss, Enrique VIII…, convertidas en bodegones

Bodegón de Dan Bannino que representa la dieta extrema a la que se sometió Beyoncé

Dos cucharadas soperas de zumo de limón o lima, dos de sirope de arce, una pizca de pimienta de Cayena, una taza de agua mineral. La cantante Beyoncé Knowles ingirió el preparado durante 14 días hasta 12 veces por día, sin comer nada y complementándolo con un té laxante. Su objetivo era perder 9 kilos en dos semanas justo antes del rodaje de la película Dreamgirls (Bill Condon, 2006). La arriesgada y tortuosa experiencia sirve al italiano Dan Bannino para construir una naturaleza muerta a la que añade graciosamente tres rollos de papel higiénico rosa.

En Still Diet (que se podría traducir por Bodegón de dieta) el fotógrafo evoca el género pictórico en un contexto histórico diferente. Las fotos, iluminadas con el esmero de los pintores de la época, responden a los caprichos y excesos de personajes famosos del pasado y de la actualidad, desde el poeta romántico inglés Lord Byron —patatas, agua con gas y por supuesto vinagre para lucir un aspecto pálido y poco saludable— hasta la actriz Gwyneth Paltrow, conocida por sus múltiples excentricidades dietéticas siempre con la idea fija de la desintoxicación.

Bodegón de Dan Bannino que representa la dieta del poeta romántico inglés Lord Byron

Bodegón de Dan Bannino que representa la dieta del poeta romántico inglés Lord Byron

La serie se compone de 10 ejemplos. A veces —como en el caso del rey Enrique VIII con el cochinillo, el pollo, el conejo, el cordero, las frutas y el vino— se basa en documentación histórica; en otras ocasiones (como en el bodegón de la modelo Kate Moss) en imágenes tomadas por paparazzi o en artículos de cotilleo sobre lo que piden los famosos en los camerinos o durante su estancia en un hotel.

«Mi objetivo era capturar la belleza que reside en esa terrible limitación de dietas y privaciones, dándoles la importancia de las pinturas de grandes maestros. Quería hacerlas significativas, como se vuelven las obras de arte clásicas conforme se hacen antiguas. Mi fin era demostrar cómo esta rareza no ha cambiado desde el siglo XV«, dice el fotógrafo sobre el proyecto.

Cada naturaleza muerta combina la fragilidad del cristal, la nobleza de la plata, la elegancia de un mantel bordado, la belleza formal de las frutas escogidas… El autor dispone e ilumina los objetos al estilo de los bodegones flamencos y holandeses del siglo XVII: pinturas de manjares y vajillas que implicaban lujo y sofisticación a la vez que transmitían mensajes a menudo relacionados con la condición efímera de la vida terrenal o con afán de recrear las sensaciones que producen los objetos y alimentos representados.

Helena Celdrán

Dan Bannino construye un bodegón con una de las dietas de "desintoxicación" de la actriz Gwyneth Paltrow

Dan Bannino construye un bodegón con una de las dietas de «desintoxicación» de la actriz Gwyneth Paltrow

Bodegón que representa la dieta de la sopa de repollo que siguió de Bill Clinton - Foto: Dan Bannino

Bodegón que representa la dieta de la sopa de repollo que siguió de Bill Clinton – Foto: Dan Bannino

Durante 9 meses, Charles Saatchi (empresario y coleccionista de arte) comió sólo 9 huevos al día, tres en cada comida. Foto: Dan Bannino

Durante 9 meses, Charles Saatchi (empresario y coleccionista de arte) comió sólo 9 huevos al día, tres en cada comida. Foto: Dan Bannino

 

Bodegón dedicado a la modelo inglesa Kate Moss. Foto: Dan Bannino

Bodegón dedicado a la modelo inglesa Kate Moss. Foto: Dan Bannino

Comida habitual del rey Enrique VIII de Inglaterra. Foto: Dan Bannino

Comida habitual del rey Enrique VIII de Inglaterra. Foto: Dan Bannino

Bodegón que ilustra la dieta de Luigi Cornaro (1467-1566), noble veneciano que escribió varios tratados sobre dietas. Foto: Dan Bannino

Bodegón que ilustra la dieta de Luigi Cornaro (1467-1566), noble veneciano que escribió varios tratados sobre dietas. Foto: Dan Bannino

La tragedia tras el cuadro de la nueva novela de Donna Tartt

"Het puttertje" (El jilguero) - Carel Fabritius, 1654

«Het puttertje» (El jilguero) – Carel Fabritius, 1654

El cuadro, un óleo sobre madera, supera sus delicadas dimensiones (33,5 por 22,8 cm) con la luz tangible y la equilibrada composición, más oriental que europea. Se titula Het puttertje (en holandés, El jilguero) y forma parte de la colección permanente del museo Mauritshuis —hogar también de Meisje met de parel (La joven de la perla) de Vermeer y De anatomische les van Dr Nicolaes Tulp (La lección de anatomía), de Rembrandt—. Las tres obras fueron pintados en la edad dorada, la primera mitad del siglo XVI, de la llamada escuela de Delft, una ciudad del sur de Holanda situada a medio camino entre Rotérdam y La Haya.

Es un cuadro tan misterioso, tan sencillo… Realmente tierno… Te invita a mirarlo más de cerca, ¿verdad? Después de todos esos faisanes muertos que hemos dejado atrás, aparece esta pequeña criatura viva.

"El jilguero" - Donna Tart (Lumen, 2014)

«El jilguero» – Donna Tart (Lumen, 2014)

La descripción procede de la novela El jilguero, que acaba de editar Donna Tartt (Greenwood, Misisipí, 1963), esa mujer con traje chaqueta y mirada que atemoriza como una tomografía que más o menos cada diez años nos regala mil páginas  que tienen la solvencia de Dickens, la iluminación de Stevenson y el tono metafísico de baja intensidad de Melville.

Si no han leído El secreto (1992) y Un juego de niños (2002), háganlo. Ambas son descensos de matemática tensión a los mundos abisales de la pubescencia, el autodescubrimiento, el sexo y la sangre.

Pueden seguir con la entrada, no teman, no voy a cometer la grosería de revelar nada fundamental sobre El jilguero, la tercera obra de una escritora de best sellers que, cosa rara, gusta a los escritores —no a los académicos universitarios, que siguen anclados en Joyce y Dos Passos — y que, como el Stephen King de los mejores momentos —El misterio de Salem’s Lot (1975) y El resplandor (1977)—, sobrevuela sin tiznarse las modas del mercado y las normas de la dictadura de los escritores con acné y Twitter que nos ha tocado sufrir.

Me interesa el cuadrito, que juega un papel crucial en la novela, del pájaro amarrado con una cadena a una percha —una costumbre muy extendida en Holanda en aquel tiempo, cuando se entrenaba a los inteligentes jilgueros para que bebiesen de un recipiente escondido en el interior del refugio de madera o para que llevasen en el pico granos de alimento hasta las manos de los dueños—.

Es una obra casi impresionista: el cuadro es más óptico que narrativo, el comportamiento de la luz produce un leve parpadeo, como si las nubes tamizaran con su paso los reflejos solares sobre la superficie y la imitación de las texturas no importa tanto como su calidad: podemos rozar la pared con los dedos, apreciar la densidad de las sombras y su movimiento oblicuo—. Además, está rodeada de misterio: la tabilla es demasiado delgada, hay signos de pequeños clavos en las cuatro esquinas, lo que ha sugerido a algunos historiadores a pensar que se trataba de una obra de encargo para el rótulo de algún tipo de tienda o comercio, y la firma y la fecha están pintadas en un tono levemente menos brillante que la pared, lo que casi impide verlas a no ser que el espactador se aleje unos metros del cuadro.

Carel Fabritius - "Zelfportret", ca. 1645

Carel Fabritius – «Zelfportret», ca. 1645

El autor del óleo fue Carel Frabritius (1622-1654), discípulo de Rembrandt y profesor de Vermeer. Uno de los mejores pintores de su tiempo, gozó de una gran fama en vida, pero tuvo la mala suerte, en el mismo año en que pintó El jilguero, de no ir a la concurrida feria que se celebraba el lunes 12 de octubre de 1654 en La Haya. Prefirió quedarse en su estudio en Delft porque debía terminar un retrato.

Poco antes del mediodía se registró, a una manzana de la casa del pintor, la explosión de 30 toneladas de pólvora que estaban alojadas en un antiguo convento. El cuidador del polvorín cometió algún tipo de imprudencia y la deflagración fue de tal magnitud que se escuchó a cien kilómetros de distancia. Practicamente todo el casco urbano de Delft quedó en ruinas. Murieron centenares de personas —nunca se precisó la cifra—y hubo miles de heridos.

El suceso conmovió de tal manera a la sociedad holandesa que fue bautizado como La explosión de Delft y la universidad de la ciudad empezó a impartir como materia el estudio de las explosiones y las técnicas para prevenir las accidentales. Uno de los vecinos de Fabritius, el también pintor Egbert van der Poel, enloqueció con la tragedia y durante el resto de su vida sólo pinto, como explica Donna Tart en su novela, un mismo tema:

Distintas versiones de las mismas tierras yermas humeantes: casas calcinadas en ruinas, un molino con las aspas destrozadas, cuervos volando en círculos en cielos ennegrecidos por el humo.

Egbert van der Poel - "Delft Explosion of 1654", ca. 1654

Egbert van der Poel – «Delft Explosion of 1654», ca. 1654

Al maestro de la luz Carel Fabritius se le derrumbó la casa encima y, aunque fue sacado con vida de entre los escombros, murió en cuestión de minutos.Tenía 33 años y con la destrucción del estudio se perdieron casi todas sus obras. Sólo se conservan docena y media y parte de ellas eran ejercicios juveniles que realizó bajo la tutela de Rembrandt. Destaca una visión de Delft en la que pintó la escena casi tridimensionalmente, convirtiendo la perspectiva en esférica, como si el pintor mirase a través de un objetivo de ojo de pez.

Nadie sabe los detalles de la historia de El Jilguero, la obra magna del superdotado joven que, según testimonios de la época, había enseñado a Vermeer cómo manejar la luz para que fuese perceptible y tuviese densidad. Los historiadores han logrado situar la tabla en 1861 en manos de un tal chevalier Joseph-Guillaume-Jean Camberlyn, quien la legó a sus descendientes. En 1896 fue comprada en una subasta en París por 6.200 francos con la mediación de un marchante que actuaba como intermediario de la colección real holandesa.

La novela de Donna Tart comienza con una explosión terrorista en un museo en el que exponen El Jilguero. La escritora sostiene que no sabía que el autor del cuadro sobre el que gira la acción del libro había muerto tras otra deflagración. Quizá el curioso pajarillo pintado por Fabritrius sepa si es verdad o se trata de un ardid de novelista. No importa demasiado: el cuadro y la novela merecen ser visitados.

Ánxel Grove

Animales con chisteras y monóculos en una época que nunca existió

'Narwhal Rain' - Bill Carman

‘Narwhal Rain’ – Bill Carman

Una época indeterminada en torno a un siglo XIX que no existió, abundancia de monóculos, chisteras y bombines; mecanismos fantásticos, conejos, pulpos, una lluvia de narvalesBill Carman no tiene una historia en mente cuando empieza a dibujar, los trabajos toman vida propia y siguen sus propios derroteros. «Dibujar puede ser una especie de garabateo refinado», confiesa.

Justifica la profusión de sombreros con una broma referida a la forma redonda de su cabeza — «A lo mejor es que trato de compensar que estoy horrible con ellos»— y explica el motivo recurrente del pulpo en sus obras con una anécdota de la infancia: «Estábamos pescando en una bahía cuando algo tiró de mi caña. Estaba tan emocionado que empecé a enrollar el carrete y gritar. (…) Resultó ser una lata. Por supuesto fui blanco de las bromas hasta que unos fluidos y largos brazos salieron de la lata revelando un pulpo (…). Mi madre era coreana y en sus expertas manos un pulpo era un manjar, así que pasé de cero a héroe», declara en una entrevista.

El ilustrador estadounidense suele trabajar con pintura acrílica y sobre paneles de madera, papel y a veces metal. Se considera un «fanático de las superficies (especialmente las desgastadas, como la portada y las páginas de un libro viejo) » y las diferentes texturas contribuyen a la poética de las ilustraciones de colores desvaídos.

Las criaturas que imagina son reservadas y silenciosas, miran al espectador inquisitivas o se dirigen a un lugar mucho más importante, lejos del lienzo. Las chicas pálidas conviven con híbridos de señor encorbatado y animal; las escenas comprarten la incomprensión del surrealismo.

En el acabado tenebroso se vislumbra la alargada sombra de Edward Gorey, una figura que el autor cita como una de sus influencias decisivas en un largo y heterodoxo listado que incluye la ilustración interior del disco doble de los Alman Brothers editado en 1972 Eat a Peach (Cómete un melocotón) y la pintura flamenca de los siglos XVI y XVII.

Helena Celdrán

Bill Carman

catwoman

Bill Carman-dragon

Bill Carman  22

Fredusa - Bill Carman

Bill Carman 23

Los caprichos nostálgicos y golosos de Wayne Thiebaud

'Cakes' (1963) - Wayne Thiebaud

‘Cakes’ (1963) – Wayne Thiebaud

Las pinceladas pastosas del óleo simulan a la perfección la crema de chocolate y la textura compacta de las bolas de helado. Wayne Thiebaud (1920) sabe que su arte corre el riesgo de provocar una banal sensación de placer: «Es un peligro inherente, supongo. Pero me encanta que la gente sea capaz de sonreir frente a la obra». Más allá de la visión golosa, considera que sus pinturas transmiten la felicidad y la tranquilidad de su propia vida: Thiebaud se considera afortunado de que todo haya sido siempre relativamente fácil para él y cada capa de crema es una celebración de la existencia.

Siempre sintió debilidad por representar objetos iguales alineados o agrupados, como en una producción en cadena. Etiquetado como uno de los pioneros del pop art, el autor (que había sido caricaturista, trabajó brevemente para Disney y diseñó publicidad) comenzó a finales de 1959 a representar la comida calórica y caprichosa sobre superficies lisas que representaban mostradores y vitrinas: «Escogí cosas como pasteles y tartas —basadas en formas simples como triángulos y círculos— y traté de orquestarlos». El primero de esos intentos era una pintura que mostraba una línea de pasteles: «Cuando la pinté recuerdo que me senté y me reí, como en una especie de alivio tonto. ‘¡Me he vuelto majara!’. Lo único que me permitió hacer eso era haber sido caricaturista».

'Three Machines' (1961) - Wayne Thiebaud

‘Three Machines’ (1961) – Wayne Thiebaud

La bollería, los pasteles, los conos de helado, los perritos calientes y otras delicias típicas de cualquier clásico diner estadounidense suelen presentarse en las obras del pintor como apetecibles bodegones masificados y desmesurados, opuestos a la armonía de la naturaleza muerta europea que tanto mimaron en sus cuadros los pintores de la escuela flamenca en el siglo XVII. La cuidadosa iluminación de los maestros europeos queda sustituida en la obra de Thiebaud por la luz blanca y cruda de California, el estado en el que se crió y en el que sigue viviendo.

Clasificar al autor como artista pop es algo inexacto. Aunque los motivos representan la cultura del consumo estadounidense que tanto glorificó Andy Warhol en sus serigrafías (la primera lata de sopa Campbell es de 1962) la intención no era provocar ni invadir el mundo del arte con la vulgar cotidianeidad de los objetos más mundanos. Thiebaud declara que los cuadros son un llamamiento personal a la nostalgia, a la felicidad de disfrutar de los placeres más simples.

Con 92 años, sigue pintando. Recientemente ha comenzado con una serie de paisajes en blanco y negro, algo abstractos, de escenarios naturales californianos, pero no tiene planes de abandonar su pasión por el dulce y de vez en cuando amplía su colección de tentaciones con series de bollos, porciones de tarta y carritos de postres.

Helena Celdrán

Wayne Thiebaud - Four Ice Cream Cones-1964

Wayne Thiebaud -  Pies pies pies - 1961

Wayne Thiebaud - Hot dogs

Wayne Thiebaud-Candy Counter-1969

Wayne Thiebaud-Tulip Sundaes - 2010

Wayne Thiebaud - Café Cart-2012

Dino Valls, belleza renacentista y angustia moderna

'PROSCAENIA' (2011) - Dino Valls

‘PROSCAENIA’ (2011) – Dino Valls

Decir que su pintura es clásica y figurativa sería como cerrar los ojos en un museo, soberbio e inútil.

La obra del pintor zaragozano Dino Valls (1959) ilustra miedos humanos, fundados o ilógicos, olas de angustia que no tienen compasión de nadie. Con una belleza formal que recuerda al Renacimiento y a maestros de la pintura flamenca como Rembrandt, el contraste es todavía mayor. Las formas pertenecen a un mundo pasado que todavía no conocía el terror del hombre moderno. De pronto la armonía se resquebraja con miradas de dolor, instrumentos quirúrgicos e incertidumbre.

Valls se licenció en Medicina y Cirugía y ejerce el estudio de la mente humana con óleos sobre tabla, muchos de ellos dominados por la presencia de una joven (que a veces también podría ser un adolescente), de facciones suaves y asexuadas, que mira de frente al espectador con intensidad. «Responde a un tipo de belleza que me conmueve: es la hermosura de la ambigüedad en la edad, en el sexo, en el tiempo histórico», dice el pintor en una entrevista.

El choque entre la técnica y los temas hace que clasifiquen su obra como figuración de vanguardia. Nunca pinta del natural y no se considera realista, las imágenes nacen en su mente, luego se obsesiona con ellas y las elabora en «decenas de bocetos» que perfecciona y desecha.

Experimentos médicos, erotismo, fórmulas magistrales, recuerdos innombrables, iconografía religiosa… Atento a los impulsos, pero con la capacidad cerebral para no dejarse arrastrar sin control, Valls atrapa «la espontaneidad subconsciente» y la aborda con la razón, como leyendo los resultados de un análisis.

Helena Celdrán

'DIES IRAE' (2012) - Dino Valls

‘DIES IRAE’ (2012) – Dino Valls

'ARS MAGNA' (2010) - Dino Valls

‘ARS MAGNA’ (2010) – Dino Valls

'NUBILIS' (2010) - Dino Valls

‘NUBILIS’ (2010) – Dino Valls

'NIGREDO' (2010) - Dino Valls

‘NIGREDO’ (2010) – Dino Valls

Un repaso al detalle por las pesadillas fantásticas del Bosco

'El carro de heno'

'El carro de heno'

En el panorama artístico de los Países bajos, El Bosco (1450-1516) irrumpió con una colección de símbolos caótica y espeluznante, más propia de las crisis existenciales del siglo XX que de la armonía canónica del arte flamenco.

En 2016 se cumplirán 500 años de su muerte y el artista aún sigue despertando la curiosidad de cualquiera que ve sus pinturas. ¿Cómo es posible que una mente del siglo XV ideara imágenes como la de un pez con piernas, un rostro que parece nacer de un árbol, un barco volando o dos orejas pegadas entre sí y empuñando un cuchillo? Aunque maestros como Jan van Eyck (1395-1441) ya habían demostrado la grandeza de la pintura flamenca antes de que El Bosco naciera, nadie le había dado al arte el giro de pesadilla fantástica que el pintor desarrolló, como llegado de otro planeta.

'Extracción de la piedra de la locura'

'Extracción de la piedra de la locura'

Los críticos se han atrevido verlo como un surrealista del siglo XV que sacó a relucir todo aquello que albergaba en el subconsciente. Otros ven indicios de las prácticas esotéricas de la Edad Media, una fijación por la brujería, la alquimia y la astrología. El historiador del arte Wilhelm Fraenger (1890-1964) lanzó una teoría que aún tiene peso: el pintor era miembro de una secta herética del medievo, los Hermanos del Libre Espíritu, de carácter panteísta, promotora de la promiscuidad sexual y que buscaba alcanzar la pureza de Adán antes de ser desterrado del paraíso. No hay pruebas de que sea cierta la militancia.

De su vida no se sabe casi nada. Jeroen Anthoniszoon van Aeken se hacía llamar Hieronymus Bosch (El Bosco). A la muerte de su padre, sólo el hermano mayor de la familia (Goossen van Aken, también pintor) podía firmar con el apellido paterno. El artista eligió el pseudónimo de Bosch en honor a su ciudad natal, Bolduque (en neerlandés, ‘s-Hertogenbosch o Den Bosch), en el sur de Holanda, a unos 80 kilómetros de Amsterdam.

Parece ser que pintaba de modo directo, con los colores —vivos y contrastados de un modo inusual— todavía mojados y sin crear capas para construir matices en los tonos, pero sí planeaba las escenas de modo exhaustivo antes de  posar el pincel sobre la superficie del lienzo.

Detalle de 'El carro de heno'

Detalle de 'El carro de heno'

Los micromundos de sus cuadros, paneles y trípticos son abrumadores. En conjunto parecen un rompecabezas de mil piezas. De cerca, cada pequeño habitante de la escena podría ser un cuadro en sí mismo. El Cotilleando a… de esta semana es para El Bosco, no con intención de comentar el contexto ni la grandeza de su carrera, sino para fijar la atención en una selección de media docena de detalles de los miles que pueblan sus grandes obras:

1. Los animales humanoides que tiran del carro están en la tabla central del tríptico El carro de heno, fechado entre 1500 y 1502, pero según estudios recientes parece que realizado en 1516. La obra es una de las numerosas pinturas de temática religiosa del Bosco y alude a la condición efímera de la riqueza y el placer (el heno), con guiños a la lujuria, la vanidad y el engaño.

Detalle del infierno de 'El jardín de las delicias'

Detalle del infierno de 'El jardín de las delicias'

El teólogo, historiador y poeta fray José de Sigüenza  los interpretó a finales del siglo XVI como símbolos de los vicios. El pez, el oso, el león, el lobo, el pájaro… Todos tienen un gesto inexpresivo que los acerca al animal y los aleja del humano, pero las posturas son propias de hombres tirando de un gran peso.

2. El ave rapaz coronada con una olla de oro y engullendo a un humano del que sólo queda ya una pierna está en la parte inferior del lado derecho del tríptico de El Jardín de las delicias (1480-1490), la obra más famosa del Bosco. El pájaro de pico ganchudo se ha interpretado como satanás devorando a los condenados sentado en un retrete dorado y defecando a las víctimas en un agujero negro en el que vomitan y defecan monedas unos humanos descoloridos y sufrientes.

Esa zona dedicada al martirio, que recuerda a las espeluznantes (y novedosas) escenas del Infierno de la Divina Comedia descritas por Dante Alighieri, destaca por la viveza de sus personajes demoníacos, la mayoría basados en criaturas y objetos de la naturaleza y de la vida cotidiana y no inventados como simples monstruos fantásticos.

Detalle de 'El Juicio Final'

Detalle de 'El Juicio Final'

3. La criatura con patas de anfibio que sujeta una sartén, fríe a un humano sufriente del que sólo se ven la cabeza, una mano y una pierna.

El Bosco hace un planteamiento del cuerpo humano que aparece ante el espectador actual como un comienzo del cubismo, mostrando una anatomía fragmentada y desordenada 420 años antes de que Picasso iniciara su camino hacia la abstracción.

La bruja cocinera observa entretenida la tortura de un humano condenado a beber orina de un gigantesco barril que no deja de llenarse.  El detalle pertenece a la parte inferior izquierda del panel central del tríptico El Juicio Final, creado poco después de 1482.

Detallle de los incendios de 'El Juicio Final'

Los incendios de 'El Juicio Final'

4. Los incendios del panel derecho de El Juicio Final (el del infierno) se desarrollan en una masa oscura sólo interrumpida por violentas explosiones de luz que bien podrían haber servido de inspiración para las obras más brillantes del pintor romántico inglés J.M.W. Turner. El Bosco reduce las figuras humanas a  dinámicas siluetas y monigotes que expresan agitación y pavor a pesar de su falta de detalles.

El Bosco ilustró paisajes incendiados en varias de sus obras no sólo por la asociación bíblica del fuego con el infierno y el apocalipsis, sino por un hecho biográfico significativo que marcó al artista. En 1463 un terrible incendio redujo a cenizas la ciudad de ‘s Hertogenbosch, en la que el pintor pasó toda su vida. Profundamente conmovido, nunca desechó la imagen de su convulsa mente creativa.

'Cristo llevando la cruz'

'Cristo llevando la cruz'

5. Cada rostro del cuadro Cristo llevando la cruz (1503-1504) podría ser un poderoso retrato en sí mismo. Los colores vivos contrastan con las muecas de las caras distorsionadas por los peores sentimientos humanos, que retan a los cánones de belleza del Renacimiento.

La maldad no reside en un demonio, una gárgola ni una serpiente, sino que emerge de cada personaje que se burla, odia y desprecia al Jesús de gesto triste, pero armónico. La otra cara bondadosa es la de Santa Verónica, una figura apócrifa de la que se dice que limpiaba con su pañuelo el sudor de Cristo en la travesía y que luego descubrió el rostro del crucificado dibujado sobre la tela .

Detalle de 'Las tentaciones de San Antonio'

Detalle de 'Las tentaciones de San Antonio'

6. Las Tentaciones de San Antonio, datado en torno a 1501, es una sobrecarga lisérgica de perversiones. Al contrario que otros trípticos, no representa el sufrimiento de las almas condenadas, sino de una sola persona, un santo ermitaño que consigue mantener la compostura a pesar de lo diabólico de un mundo que se abalanza sobre él con lujuria y maldad.

El detalle más daliniano tal vez se encuentre en la parte superior del panel izquierdo: San Antonio, amenazado por un demonio que sujeta una rama, reza tumbado mientras surca el cielo sobre un sapo desmayado panza arriba.

Helena Celdrán

Algo más que hacer en los baños de un avión

'Lavatory Self-Portraits in the Flemish Style'

'Lavatory Self-Portraits in the Flemish Style'

En un vuelo doméstico por Estados Unidos, la artista conceptual Nina Katchadourian (Stanford-California, 1968) fue al minúsculo cuarto de baño del avión, una de las pocas excusas que hay para estirar las piernas, curiosear y perder de vista el asiento por unos minutos.

Los clásicos protectores para sentarse asomaban de la caja discretamente insertada en el lateral del W.C. En un acto espontáneo, Katchadourian cogió uno de esos aros de papel encerado y se lo puso en la cabeza. El resultado del experimento le sorprendió recordando la pintura flamenca del siglo XV, en particular los retratos de mujeres con tocados blancos y expresión ambivalente que protagonizaron las obras de maestros como Jan Van Eyck o Rogier van der Weyden.

Hizo una foto con el móvil de su reflejo en el espejo. Así nació en 2010 Lavatory Self-Portraits in the Flemish Style (Autorretratos de estilo flamenco en el cuarto de baño), una serie de imágenes que oscilan entre la curiosidad y la burla, en las que la artista se vale solo de elementos que tiene a mano en el baño del avión para convertirse en una mujer holandesa de 1496.

Nina Katchadourian

Nina Katchadourian

Katchadourian aprovechó su siguiente vuelo, de San Francisco (California-Estados Unidos) a Auckland (Nueva Zelanda) para dar rienda suelta a su imaginación en las 14 horas que duraba el vuelo. Desde entonces sigue sumando imágenes a su colección, oscureciendo el fondo de las fotos con una bufanda negra, utilizando papel higiénico, toallitas, kleenex, vasos de plástico y hasta el cojín cervical para hacer cada vez tocados más sofisticados.

Ya ha realizado más de 70 viajes y unas 2.500 fotos. Tras exponer en varias galerías de Estados Unidos y Nueva Zelanda, el compendio de caricaturas se puede ver estos días en la Catharine Clark Gallery de San Francisco. Si llega a España y tienen ocasión de verla, no se olviden del papel higiénico.

Helena Celdrán