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Paul Gauguin, el pintor que nunca encontró el paraíso

Paul Gauguin

Paul Gauguin

Cuando el poeta romántico centroeuropeo Rainer Maria Rilke (1875-1926) aseguraba que «la infancia es la patria del hombre», sabía que las coordenadas geográficas y los discursos políticos poco tienen que ver con la primera casa que habitamos, el descubrimiento de los sabores y los colores, el ensayo de los balbuceos, la visión desde abajo de una habitación en la que apenas podemos alcanzar nada, ese detalle mínimo (el pomo de una puerta, el mantel, la voz de la vecina) que recordamos toda la vida como por cosa de magia…

El pintor francés Eugène Henri Paul Gauguin (1848-1903) utilizó el arte para buscar sensaciones primigenias, despertar la percepción de la niñez añorada para siempre. Vivía con la idea de recuperar el paraíso perdido y, aunque no pudo encontrarlo nunca, sus cuadros le permitieron habitarlo momentáneamente.

La arcadia infantil de Gauguin fue Perú. El año en que nació, el ambiente revolucionario que se vivía en París era la respuesta contra el régimen absolutista impuesto por la Restauración. Con el fracaso de las revoluciones liberales (que sin embargo allanaron el camino para los movimientos obreros), Clovis, el padre de Gauguin, periodista, perdió su empleo por el cierre de la publicación en la que trabajaba. El joven cabeza de familia de 34 años, su esposa Aline-Marie (de sólo 22), su hija Marie y el pequeño Paul emprendieron viaje a Perú, un país en el que la familia de la mujer había hecho fortuna.

'Te aa no areois' ('La semilla de Areoi') (1892)

‘Te aa no areois’ (‘La semilla de Areoi’) (1892)

Clovis quería fundar un periódico en Lima, lejos de la reaccionaria Francia de la Restauración. Por el camino, en el Cabo de Hornos, murió de un infarto. La viuda y los dos pequeños llegaron sin él a la casa de los familiares de Aline-Marie: Gauguin tenía 18 meses y sus sentidos comenzaron a almacenar el brillo del sol, la variedad de la vegetación, los tonos vibrantes de los vestidos y el aspecto exótico de las niñeras (una africana y otra china) que lo cuidaban. El pintor entró en contacto con el arte en sus primeros años de vida, admirando la colección de cerámica precolombina de su madre.

Vivió en la ciudad peruana hasta los seis años, cuando la familia perdió poder político y Aline-Marie decidió instalarse en casa de su padre, en Orleans. La vida provinciana y gris de la ciudad francesa fue el comienzo de la nostalgia perpetua de Gauguin, que despreció la artificiosidad europea desde entonces y con los años terminó marchándose a la Polinesia francesa en busca de la autenticidad.

En el Cotilleando a… de esta semana  repasamos cinco cuadros del impresionista (o posimpresionista, según se mire) que comenzó a avanzar hacia las manchas de color del fauvismo, que inspiró a las vanguardias de las décadas posteriores (¿qué hubiera sido de Franz Marc y de tantos otros sin él?). Paul Gauguin, siempre un paso por delante del impresionismo que comenzó imitando, mantuvo escaso contacto con sus coetáneos (salvo con Van Gogh) y se afanó por eliminar la frontera entre la vida y el arte, aunque eso significara su autodestrucción.

'Interieur du peintre Paris, rue Carcel' (1881)

‘Interieur du peintre Paris, rue Carcel’ (1881)

1. Vida de broker. Interieur du peintre Paris, rue Carcel (Interior del hogar del pintor, calle Carcel), del año 1881, obra temprana, abre una ventana a la vida del artista antes de la búsqueda del paraíso en tierras lejanas.

Gauguin era corredor de bolsa, estaba casado con Mette Gad (una institutriz danesa) y el matrimonio tenía cuatro hijos. Bastante bueno en los negocios, el broker vivía en una bonita casa suburbana de Vaugirard, con jardín y un estudio para dedicarse en los ratos libres a la pintura, que a esas alturas estaba dejando de ser un pasatiempo: un año después de terminar este cuadro, perdió su trabajo a causa de la crisis económica de la época y aprovechó la circunstancia para ser artista a tiempo completo.

Los primeros trabajos son un canto de adoración a la obra de Camille Pissarro y Paul Cézanne. Con un estilo aún por desarrollar, las ventas de las obras eran escasas y no le permitían mantener a una familia y Mette, pragmática y molesta con la decisión de su marido de ser artista, se marchó a Dinamarca con los niños. Gauguin nunca disfrutó del éxito en vida. Vendió su arte y participó en exposiciones, pero nunca llegó a vivir con desahogo ni ser una figura de primera fila.

Seguramente sea Mette la que está sentada tras el piano en la escena doméstica. El pequeño costurero, el arreglo florar, el mantel… Cada detalle es una muestra de las comodidades burguesas. El trabajo, incluido en la séptima exposición impresionista que se celebró en París en 1882, era más oscuro que los demás. La luminosidad al aire libre de autores como Manet nada tenía que ver con la melancolía casera de Gauguin, incómodo con la vida conformista y supuestamente civilizada que llevaba.

Van Gogh peignant des tournesols (1888)

Van Gogh peignant des tournesols (1888)

2. «Realmente soy yo, pero enloquecido», dijo el retratado al verse en el cuadro. Van Gogh peignant des tournesols (Van Gogh pintando girasoles, 1888) es una de las obras que Gauguin realizó en el tiempo que pasó viviendo y trabajando en Arlés.

Theo Van Gogh, hermano de Vincent y comerciante de arte, financió a medias la estancia de Gauguin para que hiciera compañía al artista holandés. Trabajaron juntos durante dos meses, generalmente en el mismo motivo a la vez. A pesar de la admiración mutua, la relación era tensa y las peleas cotidianas, cada vez más frecuentes. Gauguin meditaba las composiciones y las ideas; Van Gogh afrontaba el lienzo con una explosión irreflexiva. El parisino resumió la relación en una carta que escribió cuando ya había renegado definitivamente de Europa: «Vincent quería preparar una sopa, pero no sé cómo mezcló los ingredientes, seguramente como mezclaba los colores en sus cuadros. El caso es que no nos la pudimos comer».

El trabajo atestigua el camino que iniciaba Gauguin hacia las manchas de colores y las perspectivas radicales. El modelo está retratado desde arriba y la postura forzada expresa la incomodidad y el cansancio del pintor holandés, que iniciaba su famosa serie de cuadros de girasoles.

'Nafea Faa Ipoipo (¿Cuándo te casarás?)' (1892)

‘Nafea Faa Ipoipo (¿Cuándo te casarás?)’ (1892)

3. En busca del paraíso. Comenzó viajando a la isla de la Martinica, tratando de encontrar en el Caribe la intensidad del color, la liberación de las formas y —en el plano espiritual— la calidez genuina que no era posible en Francia, donde a ojos del artista todo era «artificial y convencional».

En 1891, viajó a la Polinesia francesa. A partir de ese año se disparan las tonalidades vivas, las formas terminan de abandonar la rigidez de las líneas: el artista había encontrado el estilo que iba a definir sus obras más famosas.

Llegó a Papeete (Capital de Tahití) y tuvo una desilusión momentánea al comprobar que los efectos de la colonización habían hecho mella en la indumentaria y las costumbres de sus habitantes. De ahí se trasladó a Mataiea —a 45 kilómetros del centro— y pintó  su primer gran cuadro tahitiano, Vahine no te tiare (Mujer con una flor), el retrato de una mujer que había elegido sus mejores galas para posar, un vestido occidental que nada tenía que ver con los pareos tradicionales.

Nafea Faa Ipoipo (¿Cuándo te casarás?, 1892) es de un año después de la llegada de Gauguin a Tahití. La muchacha, con el halo de inocencia que caracteriza a todas las jóvenes que retrató en la Polinesia, posa arrodillada y lleva una flor junto a la oreja que indica que todavía no está casada. Tras ella, una mujer algo mayor es quien debe encontrarle un esposo.

Es uno de los ejemplos más esplendorosos del arte de Gauguin, que estaba enamorado de la obra. Cuando volvió a París temporalmente en 1893 participó en una exposición de la galería Durand-Ruel y le puso al cuadro el precio más alto de la muestra (1.500 francos), tal vez porque no quería venderla. Sabía que la temática exótica del ritual tahitiano del matrimonio iba a cautivar a los visitantes.

'Manao Tupapau' (El espíritu de los muertos vela) (1892)

‘Manao Tupapau’ (El espíritu de los muertos vela) (1892)

4. Primitivismo. En Manao Tupapau (El espíritu de los muertos vela, 1892) Gauguin mezcla el rito pagano previo a la colonización con una adaptación libre de la Olympia de Manet.

El artista quiso plasmar el miedo que tradicionalmente los nativos de Tahití han sentido por los tupapau, o espiritus de la muerte, representados en la figura que mira de perfil. El universo intuitivo, de supersticiones y creencias ancestrales e imborrables, contrasta con la desnudez de la muchacha, que en su candidez no asocia el miedo con el pudor, como sí lo haría una mujer occidental al sentirse vulnerable en esa posición.

Teha’amana, una de las amantes indígenas del pintor, fue la modelo para el cuadro. La retrata en una posición que logra, con lo que el autor describe como un matiz «insignificante», que resulte «indecente». El paisaje sigue evolucionando hacia la sensación de poca profundidad, los contrastes de color son vastos como en una pieza de artesanía. El fondo de la escena se acerca a lo onírico. «Hay algunas flores (…), pero no son reales, sólo imaginarias, y hago que se parezcan a chispas«, escribió en una carta a Mette (la que fuera su mujer), encargada de organizar una exposición del pintor en Copenhague en 1893.

Where Do We Come From

‘D’où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous?’ (1897)

5. La amargura del arsénico. Gauguin escribió en una carta al pintor y coleccionista de arte George-Daniel de Monfreid hablando de un trabajo «filosófico», una gran obra que se leía de derecha a izquierda, empezando por la figura del bebé que protagoniza la esquina inferior izquierda del cuadro.

D’où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous? (¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?)  es una obra de 1897, un año que pudo ser el último del artista. Estaba abatido: su delicada salud se deterioraba con el avance de la sífilis, tenía un herida en la pierna que no se curaba y además contrajo la lepra; cada vez se sentía más abandonado por los marchantes de arte de Francia, apenas podía mantenerse con el dinero que tenía… La noticia de la muerte por neumonía de Aline (1877–1897), su hija preferida, acentuó los episodios depresivos de Gauguin, que trató de suicidarse tras acabar el monumental cuadro.  Ingirió una gran cantidad de arsénico, tanto que vomitó y salvó su vida.

Pintó el lienzo pensando que sería el último y que la obra consolidaría su figura en el arte una vez muerto.  Cada tercio corresponde a una de las preguntas del título. El nacimiento ilustra ¿de dónde venimos?; ¿quiénes somos? está representada por la cotidianeidad y ¿a dónde vamos? es la decadencia y la muerte.

A los problemas de salud y dinero, se sumaban los políticos.  Gauguin se había enfrentado al gobierno colonialista francés por sus políticas en la isla, se había puesto del lado de su paraíso. Fue acusado de difamar al gobernador, multado y sentenciado a tres meses de prisión. En un segundo juicio, en abril de 1903, la sentencia amplió ese tiempo a un año.

En mayo, sin haber ingresado aún en prisión, el pintor sufrió por accidente (o quiso sufrir) una sobredosis de la morfina que tomaba para sus dolores. Murió de un ataque cardiaco en las islas Marquesas, a los 54 años.

Helena Celdrán

Édouard Manet y los demonios de la crítica

Édouard Manet

Édouard Manet

Édouard Manet (1832-1883) nunca dejó de sentirse atraído -y rechazado- por los críticos y los organismos oficiales del arte. No era un bohemio, su ideal no era entregarse a las pasiones y vivir con lo puesto. Al mismo tiempo, era incapaz de resignarse a encajar en lo que muchos querían que hiciera. Lo afectaban profundamente las duras críticas sobre sus cuadros, pero volvía, con la cabeza agachada, a intentar ser aceptado de nuevo.

Al contrario que otros artistas de su generación, como Edgar Degas o Paul Cézzane, creía que exponer en el Salón de París (la exposición oficial de arte de la Academia de Bellas Artes de París) era a lo que debía aspirar un artista y relegaba a un segundo plano a los circuitos independientes. Pero las pinturas hablaban por él y lo defienden ahora como un creador inamovible: Manet no quería sacrificar nada para llegar a la fama.

Sus ideas políticas no eran un secreto: a pesar de pertenecer a una familia burguesa económica y políticamente muy bien situada, era republicano, de izquierdas y enemigo del Segundo Imperio Francés de Napoleón III. Era íntimo del escritor y padre del Naturalismo Émile Zola, del político Léon Gambetta (partidario de la eliminación de los títulos nobiliarios y del sufragio universal) y de Jules Ferry, también ferviente defensor de la República.

En la técnica, practicó el radicalismo eliminando los medios tonos sin pensarlo dos veces. Las figuras tenían sombras, pero Manet se dio la libertad de utilizarlas como le convenía y además estableció el derecho del artista a pintar con los colores y las tonalidades que más le gustaran, no los que se diera por supuesto que eran más convenientes. Esa premisa, básica pero poderosa, impulsó el impresionismo y cambió el rumbo de la pintura moderna.

Las constantes contradicciones de su carácter fueron una ventaja en su arte porque era capaz de combinar lo que parecía imposible: los maestros españoles y venecianos, Honoré Daumier, la fotografías y el grabado de su tiempo, Frans Hals, las xilografías japonesas… El señor, el dandi del siglo XIX que causaba revoluciones sobre un lienzo inventó un nuevo estilo fundiendo esos elementos no por pura extravagancia, sino por la necesidad innata de ser un hombre de su tiempo y a la vez ser fiel a sus más admirados héroes.

Con una selección de cinco cuadros que descubren sus inquietudes, el Cotilleando a... de esta semana es para el pintor Édouard Manet, al que se le pueden otorgar dos títulos aparentemente irreconciliables: fue el último maestro clásico y el primer maestro moderno.

'Le Déjeuner sur l'Herbe' ('El almuerzo sobre la hierba')

'Le Déjeuner sur l'Herbe' ('El almuerzo sobre la hierba')

1. «Holgazaneando sin vergüenza». La contemporaneidad de esta precoz pintura fue lo que levantó las iras del público. Manet quería a personas reales en la escena, lejanas a la perfección divina del Renacimiento. La luz sobre los personajes es descaradamente fotográfica y la escena tiene un enfoque real: el desnudo no se puede disfrazar en este caso de escena histórica o mitológica. La perspectiva caprichosa (la mujer del fondo está desproporcionada con respecto a las figuras en primer plano) y los colores nada canónicos terminaron con la paciencia de los críticos. Le Déjeuner sur l’Herbe (El almuerzo sobre la hierba), pintada entre 1862 y 1863, es un homenaje a Concierto pastoral del renacentista italiano Giorgione y a los grabados que Marcantonio Raimondi hizo a partir de la obra de Rafael El juicio de Paris. Pero ni con inspiraciones de tanto renombre se pudo evitar que el cuadro fuera directo al Salon des Refusés (Salón de los Rechazados), donde se exponían los trabajos que horrorizaban al jurado del Salón de París, con el consecuente ensañamiento de los críticos, que los atacaban con gusto. «Una mujer vulgar, de vida alegre, tan desnuda como se puede estar, holgazanea sin vergüenza entre dos dandis vestidos hasta los dientes. (…) Esto es  una vergonzosa úlcera abierta que no merece ser expuesta», dijo el crítico Louis Etienne.

'Olympia'

'Olympia'

2. La prostituta divina. Inspirarse en la Venus de Urbino de Tiziano no protegió a Manet del aluvión de críticas. Olympia (1863) es una provocación técnica de radicales manchas de color que chocan con el ideal de la pintura realista del siglo XIX. La mujer desnuda claramente no es una diosa, sino una puta parisina que irradia arrogancia en su mirada. Tras ella una mujer negra le entrega un ramo de flores, un regalo típico a las meretrices de alto copete. La orquídea, el gato y la zapatilla medio caída son símbolos lascivos que retan a la pureza de la Venus renacentista. La mujer real, recibiendo la crudeza de una luz blanca y tapándose los genitales con firmeza y dominio de la situación desató la indignación del público. Incluso tras morir Manet, cuando por fin el pintor se convirtió en una celebridad y se vendieron la mayoría de los cuadros que quedaban en su estudio, Olympia se quedó sin comprador, mirando desafiante a todo el que se le acercaba.

'Le fifre' ('El fífero')

'Le fifre' ('El fífero')

3. Cómo mezclar pintura española y grabados japoneses. Pintó Le fifre (El pífano) en 1866 tras volver de España, hipnotizado por los cuadros de Velázquez. No fueron las Meninas ni la Venus del espejo lo que más impresionó al artista. El óleo Pablillos de Valladolid -que presenta a un cómico de mirada vivaracha- era para Manet «puede que la pintura más asombrosa jamás realizada». No podía quitarse de la cabeza «el modo en que la figura no está rodeada mas que de aire». Cuando volvió a París emuló esa sensación liviana con un niño que tocaba en la banda musical de la Guardia Imperial. La raya negra del pantalón del uniforme sirve para delimitar el contorno de la figura con una técnica semejante a la utilizada en la caligrafía japonesa. La suavidad de las formas y el original contraste de color que evita los semitonos es también característico de los grabados japoneses, que hicieron mella en el estilo de Manet. El cuadro, estilísticamente demasiado radical, no pasó el filtro del jurado del Salón de París.

4. Manet y Monet. Argenteuil(1874) muestra a un navegante aficionado intentando captar la atención de una mujer joven ataviada con un vestido de rayas y con rostro de indiferencia, común a muchos de los retratos de

'Argenteuil'

'Argenteuil'

mujeres que hizo el artista. La pequeña localidad de Argenteuil -en el Valle del Oise- era un destino habitual para la burguesía de París y lugar de residencia del pintor Claude Monet, que montó un estudio en una embarcación. Ambos artistas pasaban el día navegando y pintando y  Manet –que destestaba que lo confundieran con Monet porque sus apellidos se diferenciaran solo por una vocal- disfrutaba de la compañía de su amigo impresionista. Aunque de ideales artísticos cercanos,  Manet siempre tuvo claro que no pertenecería nunca al impresionismo por sus ansias de satisfacer las exigencias del famoso Salón de París.

Como no podía ser de otra manera, Argenteuil también fue denostado por los críticos, que no entendían la radical composición del cuadro,con personajes tan en primer plano que parecía que fueran a salirse del lienzo.

Hubo incluso viñetas en torno a la obra. Un caricaturista añadía este texto burlón a su sátira dedicada a la excesiva cercanía de las dos figuras:

– ¡Dios mío! ¿Qué es eso?
– Son Manet y Manette
– ¿Qué están haciendo?
– Creo que están en un barco.
– Pero ¿esa ballena gigante?
– Es el Sena.
– ¿Estás seguro?
– Bueno, fue lo que me dijeron por ahí.

'Un bar aux Folies-Bergère' ('El bar del Folies-Bergère')

'Un bar aux Folies-Bergère' ('El bar del Folies-Bergère')

5. Su última aportación al perpetuo Salón de París. Un bar aux Folies Bergère (El bar del Folies-Bergère) -pintado en 1882, un año antes de su muerte- es un reto para el espectador, que no sabe si lo que hay tras la muchacha de mirada vacía es un espejo. El cuadro, una locura visual que muestra el bar de un famoso cabaret parisino, ha sido visto por algunos expertos como una reformulación de Las Meninas de Velázquez. Frente al desmadre de las perspectivas, el pintor ilustra en los objetos dispuestos sobre la barra una galería de exquisita delicadeza: naranjas en un frutero de cristal, dos flores en una copa, botellas de diferentes diseños… El lienzo fue la última gran contribución de Manet a la visión moderna de la pintura. En 1883 una gangrena derivada de un grave problema circulatorio provocó que le cortaran una pierna. Unos días más tarde murió, a los 51 años. En la gran exposición póstuma que se celebró un año después los mismos que tardaron toda una vida en entender al artista lo elevaron a los altares. Sólo al final de su vida consiguió vencer la resistencia de la crítica, el gran demonio que no dejaba de atormentarlo, pero que nunca consiguió domar su revolución interior.

Helena Celdrán