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James Booker: gay, negro, tuerto, heroinómano… y el mejor pianista de la historia

James Booker (1939-1983) - Foto: Anton Corbijn

James Booker (1939-1983) – Foto: Anton Corbijn

Una declaración: «James Booker vivió 430 años en 43 años».

Otra: «Podía tocar una pieza asombrosamente y luego tocarla al revés aún mejor».

Otra: «Era capaz de tocar un concierto de Rachmaninoff o Junco Partner como si ambas composiciones fuese parte de su DNA».

Una más: «Era como mezclar a Chopin con Ray Charles«.

Una última: «Era un hombre orquesta. El dedo meñique de su mano izquierda era como el pedal de bajo de un órgano Hammond. Los otros cuatro dedos eran la guitarra rítmica y el piano. La mano derecha era Aretha Franklin, Ray Charles, Fats Domino, Ernesto Lecuona, Jelly Roll Morton y el Professor Longhair»

Apodos (todos merecidos): Príncipe del Piano de Nueva OrleansMarajá del Bayou, Liberace Negro, Mr. Misterio y Gonzo (por su single de 1960, muy anterior al periodismo gonzo, bautizado por Hunter S. Thompson en honor a la canción, que el periodista veneraba).

James Booker nació en 1939, poco antes de la Navidad. El momento epifánico guarda equilibrio con la genealogía (era nieto de un pastor evangelista) y el lugar, Nueva Orleans, húmedo y grasiento pesebre de todas las músicas que valen la pena.

A los nueve años fue atropellado por una ambulancia. Tuvieron que administrarle morfina durante más de tres meses. Se enganchó a la heroína a los veinte años, tras la muerte, sucesiva y en cuestión de días, de las dos personas a la que más quería: su madre y su hermana.

James Booker

James Booker

Era gay, heroinómano, negro, tuerto —rumor nunca confirmado 1: perdió el ojo izquierdo en una pelea postalcohólica con el exbeatle Ringo Starr; rumor nunca confirmado 2: en una trifulca con Jackie Kennedy —, paranoico (alertaba a los asistentes a los conciertos sobre planes maquiavélicos de la CIA) y, con probabilidad (nunca le trataron médicamente) esquizofrénico o, como poco, bipolar.

Lo encerraron durante varios meses en la temible penitenciaria de Angola, una de las formas del infierno en la tierra, por posesión de heroína. La Policía de Nueva Orleans le marcó como si se tratará del quarterback del equipo rival. Allá donde fuese Booker había un par de oficiales con los ojos bien abiertos.

En vida enseñó a tocar nada menos que a Dr. John y fue pianista para Aretha Franklin, Fats Domino, Little Richard, Earl King, The Coasters, Ray Charles, Lionel Hampton, Jerry Garcia, Labelle, Lloyd Price…

También dió las primeras clases de piano a Harry Connick Jr. Fue un trueque: el padre del chaval, el abogado Harry Connick Sr., defendió a Booker en algunos asuntos judiciales.

Introdujo unas cuantas onzas de marihuana en la República Democrática de Alemania escondiendo la hierba en la melena afro.

Dejémoslo en este punto si su idea de buen pianista de ragtime y boogie es Hugh Laurie —admirador fanático de Booker e intérprete del televisivo doctor Lupus House—.

A veces Booker parecía tocar como un prodigioso avatar de Shiva con cuatro manos. Tenía la habilidad de un virtuoso de conservatorio (Arthur Rubinstein, que lo escuchó cuando Booker tenía 18 años, dijo que «hace cosas imposibles que me obligan a replantearme mi oficio») o un maestro del jazz, pero, tocase lo que tocase, nunca se alejaba del blues asilvestrado de Nueva Orleans.

Tenía estilo. Gastaba buena parte del caché de los bolos en alquilar un Rolls para llegar y marcharse como el príncipe que era.

No tenía una gran voz pero cantaba convirtiendo las canciones en peligrosas y desesperadas. El pianista Tom McDermott opina que la intensidad emocional de la voz de Booker superaba a la de Frank Sinatra.

Este es el trailer de Bayou Maharajah: The Tragic Genious of James Booker, el documental que acaba de estrenar la cineasta Lilly Keber —con ayuda financiera de una abrumadoramente exitosa campaña de crowdfunding—. La directora no podía entender el olvido en torno a la figura de un músico tan decisivo. «El estilo de Booker, uno de los músicos más innovadores de los EE UU, combina a la perfección jazz, R&B , soul, gospel, música clásica y los ritmos de Nueva Orleans, sintetizándolos de manera que trascienden todas las reglas y cánnones. Todas las personas que le conocieron, a pesar de la vida frustrante y difícil que llevó, le recuerdan con amabilidad y una sonrisa».

Guía de uso. La discografía de Booker tiene tantos meandros como el delta del Misisipi. Aunque abundan las malas grabaciones en directo con las que intentaba ganarse la vida y pagar las dependencias, hay piezas celestiales. Una selección básica debería incluir More Than All the 45’s (selección de singles de los años cincuenta y sesenta, entre ellos Gonzo), Junco Partner (el trabajo más coherente, con versiones afiladas de Goodnight Irene, Pixie  y Junco Partner que no dejarán a nadie sentado durante la fiesta), New Orleans Piano Wizard: Live! (grabado en Suiza en 1977) y The Lost Paramount Tapes (con grupo y echando chispas).

En directo. Inserto tras la entrada tres vídeos de una misma actuación de Booker en el Maple Leaf Bar de Nueva Orleans, el bar-guarida donde siempre le dieron cancha. Vean y vuelen.

James Booker, quizá el mejor pianista de la historia, murió a los 43 años, el 8 de noviembre de 1983, en la ruina e ignorado y olvidado por casi todos. La causa de la muerte fue un fallo renal complicado con un largo historial de alcoholismo y consumo de heroína. Estaba sentado en una silla de ruedas en la sala de emergencias del hospital de la beneficencia de Nueva Orleans y falleció antes de que llegasen a atenderle.

Si Dios quisiera aprender a tocar el piano, intentaría que Booker fuese su profesor. Primera lección: «deja que cada uno de tus dedos sea una araña con vida independiente».

Ánxel Grove

Un nigromante de 71 años y un furioso guitarrista de 33 firman el mejor disco de 2012

Era fácil de adivinar. Sucede casi siempre cuando un fan respetuoso, un heredero sin ínfulas —en este caso Dan Auerbach (80% de The Black Keys)— se marida con un maestro —Dr. John— dispuesto a aprender algo de los descendientes.

El disco, Locked Down, es el mejor albergue en un año de chabolismo musical infamante. Lo prefiero, de calle, a cualquier producto musical de 2012, incluido el celebrado El camino, lo último de The Black Keys. Dr. John & Dan Auerbach suenan mucho más peligrosos y mucho menos encorsetados en la fórmula, que Dan Auerbach & Patric Carney.

Dr. John cubre la espalda de Dan Auerbach

Dr. John cubre la espalda de Dan Auerbach

La historia es conocida. El black key, admirador veterano de Mac Rebennack, el Doctor, fue a visitar al ídolo a sus cuarteles de Nueva Orleans en 2010. Dijo: «Si hacemos un disco juntos será tu mejor disco en décadas».

El viejo brujo —uno de los mejores músicos vivos pese al daño del alcoholismo y algunos movimientos musicales erráticos para paliar una vida de chiflado dispendio económico — no había escuchado nunca al grupo de Auerbach, pese a que el dúo lleva una década editando discos —no, amigo moderno, no empezaron con Brothers (2010) y esos videoclips que tanto te gustan—.

Para asesorarse Dr. John buscó a los mejores consejeros: «Pregunté a mis hijos y me dijeron que los Black Keys son uno de sus grupos favoritos desde The Big Come Up. Me dejaron los discos y, vaya, me gustó lo que escuché», ha declarado. Sin problema alguno se puso en manos de Auerbach y le entregó las riendas: producción, búsqueda de músicos para las sesiones y grabación en los estudios Easy Eye Sound, que el guitarrista abrió en Nashville hace dos años.

La brecha de la edad no existió durante la grabación porque las sensibilidades son los únicos puentes necesarios para salvar obstáculos temporales. Auerbach, para quien Dr. John fue una inspiración diaria «musical, espiritual y cósmicamente» durante la grabación («es uno de los mejores músicos de todos los tiempos»), dejó de lado las mañas de los Blac Keys y abrió el abanico hacia un sonido más espeso basado en el modelo caliente del funk de los pantanos.

"Locked Down"

«Locked Down»

Locked Down brota de la unión de dos músicos sin complejos (Auerbach ha compuesto y tocado rap, esa música que desprecian el 99% de los roquistas, y Dr. John —además de ser la piedra angular del guiso criollo de Nueva Orleans— ha colaborado con el space químico de Spiritualized, atrevimiento que acometen muy pocos músicos de su generación). Ambos consideran sagrada la fórmula de fiebre y ritmo de burdel por la que circula el rhythm and blues —sí, amigo moderno, eso inspira a The Black Keys y no garaje como estoy cansado de leer— y sus muchas carreteras secundarias, pero no cometen la tropelía de dejarse enclaustrar por dogmas o modas.

Es un disco potente, abrasivo y contagioso. El sonido es viejo en el sentido ortodoxo —si el rock no suena a metal oxidado o alimento podrido no es rock— , no hay miedo a la disonancia y el vudú de estilos otorga la dignidad de evitar las caricaturas.

Me parece la más bella de las metáforas que en un año tan exiguo en buena música el mejor de los discos —en lo que mí respecta, el único decente— venga firmado por un viejo nigromante de 71 años y un tipo de 33 cuya sensibilidad furiosa es discordante con esta época de flojera musical.

Ánxel Grove