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¿Qué hacen tres nazis en un mitin de Malcolm X?

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

George Lincoln Rockwell (centro) y dos de sus camaradas nazis en un mitin de Malcolm X en 1962 © Eve Arnold

Pese a que tiene más de medio siglo de edad, la foto, tomada el 25 de febrero de 1962 en el International Amphitheater de Chicago, contiene una cadena de contrasentidos, una sucesión de disparates que, enlazados, siguen diciendo bastante de la naturaleza espuria de la política y sus bastardías raciales y sociales, superiores en socarronería a cualquier serie cómica.

1. El hombre que ocupa el centro de la imagen es George Lincoln Rockwell, autoproclamado American Hitler o American Führer. Aparece flanqueado por dos tipejos de su guardia de corps, émulos presuntos de los Leibstandarte de las SS, matones de protección al servicio de Hitler.

2. El trío de paletos sobrados de gomina para mantener a raya germánica las indómitas raíces mediterráneo-gitanas de las melenas son miembros del American Nazi Party (Partido Nazi Americano), fundado en 1960 con el peregrino y escasamente comercial nombre de World Union of Free Enterprise National Socialists, cambiado a los pocos meses. La formación sigue en activo y la web oficial demuestra que no hay diseñadores en sus filas que superen el nivel de lo deplorable.

3. El Partido Nazi Americano —aquí pueden leer un informe desclasificado de 60 páginas del FBI que situaba a los militantes de 1965 al borde del umbral de la imbecilidad y otorgaba a Rockwell tendencia a los placeres de la homosexualidad— fue y sigue siendo negacionista con respecto al holocausto («un fraude» inventado por los judíos, dijo su fundador en 1966 en una entrevista en la revista Playboy. Para el encuentro informativo sólo puso una condición: que el periodista lo tratara de «comandante»).

4. Rockwell había nacido en 1918 de una pareja de actores de vodevil que frecuentaban la amistad de, entre otros, Groucho Marx, el libertario comediante —de orígen judío— que deseaba para su tumba el más correcto epitafio: «Perdonen que no me levante».

El 'Hate Bus' de Rockwell en 1961

El ‘Hate Bus’ de Rockwell en 1961

5. Antes de convertirse, entrado en la cuarentena, en el Hitler de las praderas, Rockwell había dirigido una revista de humor fecal en el instituto, servido con honores en la II Guerra Mundial y la de Corea e intentado labrarse un futuro como relaciones públicas y editor de un semanario femenino con una cabecera diáfana y de escasa perspicacia: U.S. Lady (Mujer Estadounidense), que no pasó del número cero. Cuando leyó Mein Kampf, el libro de Hitler inspirado en El judío internacional (1920), del empresario automovilístico Henry Ford (al que Rockwell no se molestó en cotejar porque deseaba ser el primero en emular el nazismo del lado de allá del Atlántico), se sintió «paralizado, trastornado». De no dar muestras de otras ambiciones que fumar en pipa y ejercer de padre de familia pasó a profeta del odio racial.

6. Para compensar las campañas de los negros en contra de la segregación racial y a favor de los derechos civiles y los periplos en autobús de los Freedom Riders (Viajeros de la libertad) cercanos a Martin Luther King, el Partido Nazi transformó una furgoneta Volkswagen en el Hate Bus (Autobús del Odio). Era bastante cutre, pero Rockwell se sentía importante conduciendo el vehículo y transportando a sus fieles a ferias agrícolas y otros eventos. También reconvirtió con automática imaginación la proclama Black Power en White Power y editó unos cuantos discos xenófobos —y pésimos: simples singalongs para reuniones de cerveceros—.

7. La autora de la foto que abre esta entrada, la avispada (y diminuta) reportera Eve Arnold, había nacido en una familia de inmigrantes judíos fundada por un rabino ucraniano. Su padre era tan carca como Rockwell pero desde el extremismo del judaísmo: Eve tuvo que superar los obstáculos diarios que encontraba en casa. Acaso de esas dificultades extrajo la cualidad de ser en extremo cuidadosa y nunca juzgar a los modelos de las fotos. La imagen de los tres nazis no es denigrante sino práctica: son ellos, no la imagen, quienes nos aseguran la condición de payasos.

8. El Partido Nazi Americano nunca pasó del centenar de militantes.

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam  © Eve Arnold

Malcolm X (derecha) en la tribuna del mitin con Elijah Muhammad © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

Foto del mitín de Chicago © Eve Arnold

9. ¿A quién estaban escuchando Rockwell y sus dos coleguitas el 25 de febrero de 1962? La respuesta es el gran oxímoron. En la tribuna de oradores estaba el carismático e influyente Malcolm X —nombre oficial:  El-Hajj Malik El-Shabazz—, uno de los líderes de la Nación del Islam (25.000 afiliados en la época) y uno de los personajes mediáticos con mayor pegada de los EE UU después del luminoso discurso de 1959 en el que señalaba a la mayoría blanca de responsabilidad en la siembra y crecimiento de la simiente del odio racial: «Nos acusan de lo que ellos mismos son culpables. Es lo que siempre hace el criminal: te bombardea y luego te acusa de haberlo atacado. Esto es lo que los racistas han hecho siempre; lo que ha hecho el criminal, el que ha desarrollado métodos criminales hasta convertirlos en una ciencia: ejecuta sus crímenes y luego utiliza la prensa para atacarte. Hace que la víctima aparezca como el criminal y el criminal como la víctima«.

10. Malcolm X había invitado personalmente a Rockwell al mitín, en el que también habló Elijah Muhammad, gran líder de los musulmanes afroestadounidenses, definido por el dirigente nazi como «el Hitler de los negros». Rockwell admiraba a los dos militantes por la intransigencia con que predicaban la separación racial y parece que en alguna ocasión mantuvo reuniones privadas con ambos. «Ellos, como yo, quieren naciones separadas: una para blancos y otra para negros», dijo el comandante en la entrevista de Playboy.

11. Al final del mitín, cuando fue solicitada la donación de ayudas económicas, Rockwell dejó 20 dólares en el cepillo de la Nación del Islam.

12. Al par de protagonistas principales de este episodio casi burlesco de extremos que se encuentran y adulteración del discurso racial les aguardaban sendos finales trágicos de pólvora y venganzas. Unos años después del mitín en que los nazis apluadieron a los negros extremistas, Rockwell y Malcolm X serían asesinados por enemigos que no salieron del bando contrario sino de entre sus propias manadas.

"Final violento del hombre llamado Malcolm X" - Doble página de 'Life' sobre el asesinato del líder negro

«Final violento del hombre llamado Malcolm» – Doble página de ‘Life’ sobre el asesinato del líder negro

13. El 21 de febrero de 1965, en el Audubon Ballroom de Manhattan, Malcolm X fue tiroteado con una escopeta recortada y varias pistolas —recibió en total 16 balazos— y murió en el acto antes de pronunciar un mitin de la Organización de la Unidad Afroamericana, el nuevo grupo político secular que había fundado un año antes, cuando dejó la Nación del Islam por los escándalos sexuales de Elijah Muhammad, que se llevaba a la cama a todas las empleadas y voluntarias alegando su condición de profeta.

14. Aunque tras el crimen hubo cinco detenidos, todos miembros de la Nación del Islam, el caso sigue sin estar claro y han surgido teorías que van de la acción de agentes gubernamentales infiltrados a la participación indirecta del actual líder del grupo, Louis Abdul Farrakhan.

15. Malcolm X tenía 39 años. Quienes llevan camisetas con su estampa no recuerdan lo que declaró tras el asesinato de John Fitzgerald Kennedy:  «Es un caso de los pollos que vuelven a casa a dormir y cuando los pollos regresan a casa a dormir no me siento triste, siempre me alegro«.

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

El cadáver de Rockwell yace en la calle en una foto de agencia de la época

16. El 21 de agosto de 1967, Rockwell fue asesinado de dos tiros mientras conducía su coche en Arlington (Virginia). El pistolero, un militante del Partido Nazi, fue detenido en cuestión de horas, pero no quedaron claras las motivaciones del crimen.

17. Tras salir arrástrándose del Chevrolet, el hombre que soñó con un Reich en los EE UU murió sobre la calzada en apenas dos minutos. Una de las dos balas le había acertado en el corazón.

18. El American Führer, que tenía 48 años, ocho menos que Hitler en el búnker final, acababa de hacer la colada en una lavandería barata.

Jose Ángel González

‘Diferente de los otros’ (1919), la primera película progay de la historia

Fotograma de la pareja de amantes de 'Anders als die Arden'

Fotograma de la pareja de amantes de ‘Anders als die Andern’

Los amantes de la película lo tienen todo en contra: la incomprensión social, la desaprobación familiar y, sobre todo, la salvaje directriz del artículo 175 del Código Penal alemán:

Hay que basarse en que la opinión pública alemana considera la relación sexual entre hombre y hombre como un error, que es capaz de arruinar el carácter y destruir el sentido de la moral. Si este error se extiende, lleva a la degeneración del pueblo y a la decadencia de sus fuerzas.

Sobre esta situación gira Anders als die Andern (en español Diferente de los otros), la primera película en favor de los derechos de los homosexuales, producida en 1919 aprovechando que la censura había sido abolida el año anterior en la efímera República de Weimar, el periodo histórico convulso de la historia alemana que se inició en 1918, tras el final de la I Guerra Mundial, y terminó con la llegada de Hitler al poder.

La película, de cuyo argumento no revelaré detalles para mantener incólume la posible curiosidad del lector, fue inicialmente un largometraje pero no se conserva íntegra. Aunque hay muchas referencias bibliográficas y en hemerotecas, se consideró perdida hasta 1970, cuando fue localizada casi de chiripa una copia en Ucrania. Restaurada y completada con fotos fijas gracias al programa de recuperación de películas clásicas perdidas de la prestigiosa Universidad de California Los Ángeles (UCLA) —organizaron en 2012 un Kickstarter para buscar financiación—, hoy es posible ver este tempranísimo alegato progay casi completo.

Cinematográficamente no tiene demasiado valor —sólo resulta excepcional el actor principal, el gran Conrad Veidt, que al año siguiente se convertiría en la primera superestrella del cine alemán por su papel en la joya expresionista El gabinete del Dr. Caligari—, sobre todo porque Diferente de los otros sólo fue planteada como un pronunciamiento en contra de las leyes que castigaban a los homosexuales a penas que podían llegar a la castración bajo la cínica justificación de que las relaciones entre personas del mismo sexo resultaban peligrosas para la salud pública.

Magnus Hirschfeld (con bigotes) y algunos de sus amigos gay

Magnus Hirschfeld (segundo por la derecha) y algunos de sus amigos

Realizada por un equipo casi al completo homosexual, coescribieron el guión Richard Oswald —también director— y Magnus Hirschfeld, el médico y sexólogo que había desarrollado la teoría del tercer sexo y que actuaba como paladín de los derechos gay desde el Institut für Sexualwissenschaft de Berlín (Instituto para el estudio de la sexualidad).

Sin pelos en la lengua y muy bien relacionado intelectualmente, este precursor de la moderna idea del transexualismo y la libertad de género, montó una plataforma de opinión para demandar la anulación del artículo 175. Se adhirieron escritores, científicos e intelectuales de primer orden, entre ellos Albert Einstein, Hermann Hesse, Thomas Mann, Heinrich Mann, Rainer Maria Rilke, Max Brod y Stefan Zweig.

El estreno de la película derivó en un escándalo mayúsculo en la opinión pública alemana y, pese a las voces a favor de la tolerancia sexual, una rígida normativa devolvió la censura al país en 1920. Diferente de los otros tuvo una trayectoria comercial corta: un año después de su estreno fue retirada de los circuitos de exhibición y prohibida, aunque, en una magnánima y reveladora decisión legislativa, se permitía que fuera mostrada a «médicos e investigadores».

Póster original de la película

Póster original de la película

El inicio de la era nazi del terror y la persecución de los diferentes culminó con la quema de todas las copias que existían en Alemania. La mayor parte de los implicados en la producción tuvieron que huir del país antes de ser detenidos y condenados a muerte. Los escuadrones hitlerianos destruyeron el Instituto para el estudio de la sexualidad y todos los libros de la enorme biblioteca del centro —una de las más importantes de Europa sobre el tema—. Osvald y Hirschfeld, ambos de orígenes judíos, escaparon y murieron en el exilio.

Los nazis no podían aplicar los criterios de persecución racial contra Veidt, alemán de pura cepa e ídolo de multitudes —le llamaban «el demonio de la pantalla» y era el actor mejor pagado de su tiempo—, pero iniciaron una campaña de desprestigio en su contra. El ministro nazi de Propaganda Goebbles aprovechó que el actor había interpretado a un personaje judío en una película inglesa para declarar: «Conrad Veidt ha sido recompensado por esta traición a su patria, con el elogio del pueblo judío. Por ello ya no es humanamente digno de que ni tan sólo un dedo se mueva en Alemania para alabarle«.

Conrad Veidt en 'Casablanca'

Conrad Veidt en ‘Casablanca’

Enterado de que la Gestapo planeaba asesinarle, Veidt escapó en 1933 y se estableció primero en Londres y luego en Hollywood. Participó en películas inolvidables y tuvo el impulso genial de aceptar el papel de un militar nazi curiosamente tolerante en Casablanca.

El artículo 175 del Código Penal alemán fue ampliado por los nazis. Ahora era delito cuando «de forma objetiva se daña el sentido del pundonor público y de forma subjetiva había intención lujuriosa de despertar la sensualidad de uno de los dos hombres o de un tercero». Ni siquiera era necesario tocamiento alguno para ser condenado: la «subjetiva intención lujuriosa» bastaba.

La Reichzentrale zur Bekämpfung von Abtreibung und Homosexualität (en español, Central del Imperio para la lucha contra el aborto y la homosexualidad) fue creada en 1936 y gestionada por las SS. Se calcula que ficharon y condenaron a unos 100.000 homosexuales.

El final del nazismo y el regreso a la democracia no trajeron novedades rápidas para los gay alemanes. Aunque la tolerancia fue mayor y en ocasiones las autoridades hacían la vista gorda, la infamante criminalización de la sexualidad libre no fue retirada del Código Penal hasta 1994, tres cuartos de siglo después de Diferente de los otros.

Ánxel Grove

Un poema lanzado en paracaídas sobre el París del nazismo

Edición clandestina de "Liberté", 1942  (Coll. Musée de la Résistance nationale)

Edición clandestina de «Liberté», 1942 (Coll. Musée de la Résistance nationale)

Concebido en 1940 con el ímpetu del amor y la rabia por Paul Éluard, escritor clandestino, exdadaísta, exsurrealista y ahora, tras lo visto en la España del golpe de Estado franquista («coge el fuego con los dedos y pinta con la llama», recomendó a su íntimo Pablo Picasso cuando ambos asistieron a la carnicería), y en la Francia ocupada por los nazis, el poema Liberté fue editado por el maquis y repartido ilegal y bravamente entre los ciudadanos franceses de la zona ocupada por el ejército de Hitler.

Éluard, fichado como hombre a batir por la Gestapo, vivía escondido y entregó el manuscrito a su mujer para que lo trasladara a los impresores que colaboraban con la resistencia. Ella no figuraba entre los buscados, era suficientemente hermosa como para no levantar sospechas y, además, había nacido en un pueblo de la Alsacia alemana y lo demostraba con un gruñente acento germano.

Odiaba a los nazis tanto como su pareja y afrontó la tarea con la que se jugaba la vida: escondió la cuartilla con las estrofas en una caja de bombones porque la poesía, cuando es de acero, se lleva bien con el chocolate, y trasladó los versos de combate a la imprenta.

En 1942 miles de copias de Liberté fueron lanzadas en paracaídas sobre París por aviones ingleses. No siempre cae fuego desde el cielo y esta fue la lluvia redentora que recibieron los ciudadanos sometidos:

En mis cuadernos de escolar
en mi pupitre en los árboles
en la arena y en la nieve
escribo tu nombre.

En las páginas leídas
en las páginas vírgenes
en la piedra la sangre y las cenizas
escribo tu nombre.

En las imágenes doradas
en las armas del soldado
en la corona de los reyes
escribo tu nombre.

En la selva y el desierto
en los nidos en las emboscadas
en el eco de mi infancia
escribo tu nombre.

En las maravillas nocturnas
en el pan blanco cotidiano
en las estaciones enamoradas
escribo tu nombre.

En mis trapos azules
en el estanque de sol enmohecido
en el lago de vivas lunas
escribo tu nombre.

En los campos en el horizonte
en las alas de los pájaros
en el molino de las sombras
escribo tu nombre.

En cada suspiro de la aurora
en el mar en los barcos
en la montaña desafiante
escribo tu nombre.

En la espuma de las nubes
en el sudor de las tempestades
en la lluvia menuda y fatigante
escribo tu nombre.

En las formas resplandecientes
en las campanas de colores
en la verdad física.
escribo tu nombre.

En los senderos despiertos
en los caminos desplegados
en las plazas desbordantes
escribo tu nombre.

En la lámpara que se enciende
en la lámpara que se extingue
en la casa de mis hermanos
escribo tu nombre.

En el fruto en dos cortado
en el espejo de mi cuarto
en la concha vacía de mi lecho
escribo tu nombre.

En mi perro glotón y tierno
en sus orejas levantadas
en su patita coja
escribo tu nombre.

En el quicio de mi puerta
en los objetos familiares
en la llama de fuego bendecida
escribo tu nombre.

En la carne que me es dada
en la frente de mis amigos
en cada mano que se tiende
escribo tu nombre.

En la vitrina de las sorpresas
en los labios displicentes
más allá del silencio
escribo tu nombre.

En mis refugios destruidos
en mis faros sin luz
en el muro de mi tedio
escribo tu nombre.

En la ausencia sin deseo
en la soledad desnuda
en las escalinatas de la muerte
escribo tu nombre.

En la salud reencontrada
en el riesgo desaparecido
en la esperanza sin recuerdo
escribo tu nombre.

Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir
nací para conocerte
para cantarte
Libertad

El poema, uno de los más famosos del siglo XX —ocuparía el primer lugar de no ser por otra danza de los macabros tiempos del nazismo, la Fuga de la muerte de Paul Celan—, sufrió una última corrección de manos del autor, que lo había escrito inicialmente pensando en la chica de la caja de bombones.

Éluard explicó así el cambio: «Pensé revelar para concluir el nombre de la mujer que amaba, a la que estaba dedicado el poema. Pero me di cuenta de que la única palabra que tenía en mente era la palabra libertad. Por lo tanto, la mujer que amaba, que encarnaba un mayor deseo, se estaba confundiendo con mi aspiración más sublime».

La libertad y el amor son la misma cosa. Casi siempre.

Henri Martinie - Nusch y Paul Éluard, 1935

Henri Martinie – Nusch y Paul Éluard, 1935

Nusch Éluard, la mujer de la caja de bombones, había nacido en 1906 con el nombre de Marie Benz. Conoció a Éluard, once años mayor, en 1930 en un encuentro casual en una calle parisina.

Ella, arruinada y hambrienta, añoraba el mundo innaccesible que poblaba los escaparates. Él  paseaba seguramente agotado por las secuelas de la turberculosis con la que había salido de las trincheras de la I Guerra Mundial. Era ya un escritor conocido —había publicado Capital del dolor, dedicado a Elena Ivanovna Diakonova, para el mundo Gala, su primera mujer y desde 1924 amante y musa de Salvador Dalí («canto la gran alegría de cantarte, / la gran alegría de tenerte o no tenerte»)—,

Las derivas suelen tener una intuitiva razón de ser. Desde el mismo día del encuentro formalizaron la pareja, aunque no se casaron por el registro hasta 1934. Ella, como para borrar el pasado —los años de acróbata en circos de mala muerte y el obligado ejercicio de la prostitución en Berlín—, se rebautizó: nunca más sería María Benz sino Nusch Éluard.

A partir de entonces, la belleza de la muchacha —tenía 24 años cuando conoció a Éluard—, que podía ser grave o descocada, chispeante o vamp, se cotizó al alza entre la tribu artística del París loco de entreguerras.

Man Ray, Dora Maar, Joan Miró, Matisse y Picasso la retrataron en fotos y cuadros. Nusch era una mujer cúbica o un espíritu angélico, una bruja o un hada. Fascinaba a todos, se quitaba la ropa con la candidez de una ninfa, participaba en las orgías, se desmelenaba y repartía joie de vivre.

 

Pero las dentelladas del lobo de la guerra destrozaron el espíritu de los tiempos. Los Éluard no tenían dinero y sufrían de mala salud. Él no terminaba de reponerse de unos pulmones rotos y a ella le asaltó un insomnio pernicioso. Se sigueron queriendo, pero la vida clandestina era demasiado dura.

Al final de la guerra, Éluard fue bendecido como un héroe en todos los salones e invitado a las muchas conmemoraciones que celebraban la victoria. Durante una de sus ausencias de París, el 28 de noviembre de 1946, Nusch murió de un infarto cerebral en una calle de la ciudad. Paul sobrevivió seis años: en 1952 falleció de un ataque al corazón.

¿Qué nos queda de Nusch Éluard? ¿Una musa deshinbida y sensual? ¿Un rostro que pedía a gritos un retrato?

Cuando el insomnio quebró su voluntad visitó a un todavía joven psiquiatra, Jacques Lacan, que le recomendó que escribiera como forma de liberación y escape. Le pareció redundante hacer lo que tan bien hacía su marido y optó por dedicarse a los collages. Entre 1936 y 1937 hizo media docena, pero los abandonó y dejó en cualquier parte. Tras la muerte de Paul Éluard fueron atribuidos falsamente al escritor por sus herederos hasta que, en los años setenta, un experto descubrió que habían sido realizados por Nusch, tal vez con algún consejo de Picasso.

 

Quizá los seis collages fuesen la única respuesta posible de Nusch al insuperabale poema Libertad.

También los fotomomtajes pronuncian, en una letanía, un sólo nombre.

También despertarían la misma sensación de pasmosa y astral liberación si lloviesen hasta el suelo desde el vientre de un avión.

Ánxel Grove

Los judíos a los que Leica ayudó a escapar del nazismo

Ur Leica, 1914

Ur Leica, 1914

Quizá sea una desmesura opinar que esta cámara, un prototipo de marzo 1914, cambió el mundo. Quizá sea una mera constatación añadir que cambió la forma en la que percibimos el mundo.

Desde hace cien años y a partir del modelo inicial, las Leica —a veces nombrar una marca es invocar a una deidad y pide una reverencia— han compuesto la historia de la mirada pública. Un miliciano muerto en el Jarama, un soviet colgando la hoz y el martillo en la cúpula del poder nazi, un beso público para celebrar el fin de la barbarie, tres temibles guardias civiles en la España franquista, James Dean y su cigarrillo bajo la lluvia de Times Square, el retrato del Ché que alguna vez decoró tu cuarto, el puño imbatible de Ali, la niña Phan Thị Kim Phúc abrasada por el napalm… Todas esas fotos, y muchas otras tan generosas, despiadadas y puras como ellas, fueron tomadas con una Leica.

Publicidad de la óptica Leitz

Publicidad de la óptica Leitz

Fabricada en la ciudad imperial alemana de Wetzlar, la primera cámara de la historia en cargar película de 135 milímetros fue inventada por el técnico de microcopios y amante de la fotografía Oskar Barnack (1879-1936). Como otros grandes inventos de la humanidad, la Leica —compacta, ligera y autosuficiente— nació de la necesidad de un hombre enfermo por paliar sus carencias: Barnack sufría un asma grave, no tenía fuelle pulmonar suficiente para transportar los pesados equipos de gran formato y se propuso fabricar una cámara portátil y de negativos pequeños.

En cuanto tuvo listo el primer prototipo, convenció a su patrón, el empresario Ernest Leitz, dueño de un taller de óptica, de que quizá fuese un buen negocio intentar introducir la cámara en el creciente mundo de los aficionados. Así nacieron las Leica (acrónimo de las tres primeras letras del apellido del empresario y el añadido ca, por cámara). Empezaron a venderse en 1925 con una lente de una claridad lumínica nunca antes conocida —el Elmar de 50 mm y 3.5, tan mítico como la cámara— y fueron un éxito instantáneo, sobre todo entre los reporteros.

En 1932, cuando lanzaron el primer modelo con visor telemétrico, la Leica ya eran una leyenda. Para entonces la fábrica de Wetzlar estaba en manos de Ernst Leitz II, hijo del fundador, que había muerto en 1920. Casi al mismo tiempo, en Alemania se consolidaba el nazismo que llevaría al poder a Adolf Hitler.

Ernst Leitz

Ernst Leitz II

Hombre de profundas convicciones luteranas y patrón a la vieja usanza, paternal y cercano a su trabajadores, Leitz II militaba en la socialdemocracia, era concejal de Wetzlar y aplicaba en las relaciones laborales una política avanzada: 8 horas de trabajo al día, seguro médico y plan de jubilación para la plantilla, entre la que había muchas personas de origen judío.

Desde que los nazis comenzaron a predicar el antisemitismo, el empresario decidió iniciar un plan silencioso de traslado de operarios judíos al extranjero, sobre todo a Nueva York, donde Leica había abierto una sucursal en la Quinta Avenida para vender cámaras en el mercado estadounidense.

Leitz logró que entre cien y 300 personas obtuviesen pasaportes y visas de entrada en los EE UU. Algunas eran trabajadores de la fábrica, pero otros eran simples vecinos de Wetzlar que recibían un curso acelerado de introducción en el catálogo y las prestaciones de las cámaras para que pudieran sostener la razón que motivaba su traslado: integrrarse en el cuerpo de vendedores de Leica en Nueva York

Con la factoría intervenida por los nazis por su importancia estratégica en la fabricación de lentes de precisión, Leitz siguió ejecutando en silencio aquel goteo de salvación de vidas humanas hasta el comienzo de la II Guerra Mundial. La Gestapo se olió algo y detuvo al gerente de la fábrica y a una de las hijas de Leitz, pero éste logró aplacar las sospechas haciéndose militante del nacionalsocialismo al que odiaba profundamente.

Ni siquiera tras el final de la guerra, el empresario dejó que sus hijos contasen lo que había hecho ni quiso jactarse de su intervención, que salió a la luz en 2007 en un libro escrito por un rabino que contó la historia y localizó a alguno de los supervivientes salvados por Leica, la cámara que no sólo nos regaló la mirada del siglo XX sino que lo hizo desde el lado correcto de la historia.

Ánxel Grove

Un adiós demasiado veloz para Alain Resnais

Se me ocurren algunas razones para explicar la sordina o el desinterés con que fue tratada por los medios la reciente muerte, a los 91 años, de Alain Resnais, uno de últimos cineastas a los que podías llamar artista sin caer el disparate o la incongruencia fanática: era dispar en el sentido formulado por Eisntein («es extraño: ser conocido universalmente y al mismo tiempo sentirse solo»), hacía películas atonales que nada tienen que ver con el furioso ruido que manda en el cine de las últimas décadas, introducía esquemas literarios que tampoco se llevan (capa sobre capa: la muerte, el sexo y la afasia obligada por la ineptitud del lenguaje como forma de comunicación) y estaba convencido de que el presente y el pasado coexisten y, por tanto, es absurda la noción de flashback. Era, en suma, un cineasta de películas difíciles. «Sé que son complicadas, pero no lo hago a propósito, me salen así», decía con humor.

Los obituarios del fallecimiento fueron, por resumir el desatino en un sólo adjetivo, escuetos. Incluso en medios de referencia como The Guardian y The New York Times abundaba el lugar común: el incorformismo, la ruptura de convenciones, la influencia de Resnais sobre los jóvenes de la nouvelle vague…, dejando el análisis reducido a la enumeración de los muchos premios que cosechó el fallecido. El siempre indecoroso teletipo de la agencia EFE, dado que el muerto formaba parte de la tribu de los raros, se sacudía el bulto hablando de una carrera «abrumadora», es decir, vamos a dejarlo así que el abuelo era demasiado complejo para la media de nuestros subscriptores —exagero, la razón última es: hace años que despedimos a los redactores expertos en cine, música y literatura, pero cubrimos cualquier expediente con una nota de microempleado—.

El veloz adiós al autor de Hiroshima mon amour (1959), El año pasado en Marienbad (1961), Muriel (1963), Te amo, te amo (1968), Providence (1977) y otras varias docenas de películas que podrían ser contempladas como una placa de rayos equis que diagnosticaba la maldad y la deseperada tristeza del siglo XX es más chocante en España, país adorado por el cineasta y por cuya tragedia histórica se sentía conmovido. En 1966 firmó, con guión de Jorge Semprún, La guerra ha terminado, uno de sus escasos films lineales, sobre la peripecia de Diego (Yves Montand), un dirigente del Partido Comunista de España encargado de una misión clandestina en el Madrid franquista, y en 1950 había codirigió, el cortometraje Guernica, una fúnebre alegoría sobre el bombardeo a la población vasca montada con imágenes especulares del cuadro de Picasso y del ataque de los aviones de la Legión Cóndor nazi sobre la población civil.

Quizá el fondo interrogativo de los grandes largometrajes-acertijo de Resnais y la belleza que deja sin aliento de cada uno de los planos que componía —como los tres que abren esta entrada, todos de El año pasado en Marienbad, la obra maestra sobre la irracionalidad inútil de los códigos sociales—, hayan relegado los cortos que dirigió desde que era un joven antinazi en el París ocupado —con gran valentía se jugó la vida escondiendo al periodista judío Frédéric de Towarnicki, que más tarde sería guionista de alguna de las películas del cineasta—.

El más hermoso —la condición del más descarnado es para Noche y niebla (1955), un documental crudísimo sobre los campos de concentración— es, en mi opinión, Toute la mémoire du monde (1956), que el canal de YouTube de Criterion acaba de colgar, en una versión restaurada, en memoria de Resnais. El corto, un viaje a las entrañas de la Bibliothèque Nationale francesa, es el poema visual más emotivo de Resnais y un canto a la libertad extrema de las bibliotecas, uno de los pocos terrenos donde la utopía sigue siendo posible.

Ánxel Grove

Hugo Jaeger, el fotógrafo personal de Hitler que retrató los guetos de Polonia

Hugo Jaeger—Time & Life Pictures/Getty Images

Hugo Jaeger—Time & Life Pictures/Getty Images

El fotógrafo Hugo Jaeger (1900-1970) no consideró necesario anotar el nombre de la muchacha, una vecina de Kutno (Polonia) a la que retrató en 1939. Podemos sostener sin demasiado riesgo de error que intercambió con ella algunas palabras pese a que él era un alemán fervorosamente nazi y ella una judía encerrada en un gueto que sería, para utilizar el término exacto que fue apuntado en los expedientes, «liquidado» en la primavera de 1942, menos de tres años después.

Es difícil saber qué emoción conducía la actitud de Jaeger, un tipo bávaro, de buena familia, nacido en la correctísima ciudad de piedra de Múnich y convencido de que la Gran Alemania era un premio al que los arios estaban destinados por razones históricas y, por extensión, convencido también de que la joven de la sonrisa directa era una «perra», una «parásita», una «rata»… Como cualquier judío.

Hugo Jaeger—Time & Life Pictures/Getty Images

Hugo Jaeger—Time & Life Pictures/Getty Images

Si todo retrato es un prólogo de la muerte, una intención de retener en un espacio bidimensional el aliento vital, los de la chica judía de Kutno —porque el fotógrafo nazi le hizo un par de tomas, por eso sostengo que intercambiaron algunas palabras, que quizá él le reclamó la sonrisa y ella, confiada, se la concedió— lo son con una intesidad atroz.

Cuando hizo las fotos en los guetos de Kutno y Varsovia, Jaeger sabía que estaba retratando a personas con fecha de caducidad, a futuras víctimas del exterminio. No se puede deducir otra cosa sabiendo que era el fotógrafo personal de Adolf  Hitler desde 1936 y ninguna puerta se le cerraba en el Reich. Estaba en la nómina de los esbirros.

En el futuro Jaeger diría —como tantos millones de alemanes y alemanas sostendrían pese al olor a carne quemada que entraba en las salas de estar como un invitado cotidiano— que nada sospechaba , que le gustaba retratar, que aquellos judíos polacos le interesaron por motivos documentales.

No era un gran fotógrafo. Ni siquiera dominaba las reglas básicas de la composición, en las que le ganaba de calle el otro reportero oficial nazi, Heinrich Hoffman, pero Hitller confiaba en Jaeger porque ambos preferían las imágenes en color y el retratista se inclinaba por el revelado de diapositivas, que en los años treinta y cuarenta todavía era dificultoso.

El Führer adoraba como Jaeger capturaba la épica astracanada de los desfiles e incluso había recibido el encargo de documentar la celebración del 50º cumpleaños de Hitler y el fotógrafo le había mostrado en el centro de una turbamulta de arias semihistéricas en torno al ídolo, había firmado uno de los retratos oficiales del tirano y había logrado franquear la intimidad del paranoide dictador para retratar sus espacios íntimos. Insisto: Jaeger no era un inocente reportero y su cámara estaba manchada de inmundicia.

Me importan bastante poco las fotos de nazis que firmó Jaeger, otro nazi, pero sigo sin entender qué estrategia le llevó a dejar constancia de aquellos que estaban marcados para la masacre —los 400.00 judíos de Varsovia y los 8.000 de Kutno—. Sus imágenes de los guetos polacos son únicas, ningún otro reportero logró dar testimonio fotográfico de las antesalas de la aniquilación universal prevista para estas personas que posan sin aparente fingimiento ante la cámara de Jaeger.

Lo que vino después es casi tan indescifrable como lo anterior. Tras la derrota nazi, el fotógrafo, que intentó buscar el anonimato en Múnich, no fue perseguido, ni siquiera interrogado. Guardaba dos mil diapositivas en una maleta, entre ellas algunos retratos de jerarcas y simpatizantes nazis de primer nivel que le hubieran venido muy bien a la justicia aliada postbélica. Aseguró que unos soldados estadounidenses lo detuvieron para revisar la valija, pero encontraron primero una botella de coñac y se conformaron con el alcohol. Luego, eso dijo, enterró las fotos en las afueras de la ciudad en tarros de cristal y las vendió por una cantidad no revelada en 1965 a la revista Life. La publicación se mostró tan recatada y melindrosa como es costumbre y no hizo públicas las imágenes hasta 2005.

Como tantos otros alemanes que invitaban a entrar en casa al olor a carne quemada, Jaeger murió limpio. Me gusta pensar, sin embargo, que su condena es eterna y está dictada por las dos fotos, una con sonrisa y otra sin ella, de una anónima muchacha de la campiña polaca a la que retrató sabiendo que le esperaba el martirio.

Ánxel Grove

La estatuilla a un nazi, el sueldo de un acomodador y otras vanidades de los Oscar

© Chris Vector

© Chris Vector

Cuando 3.300 seres humanos engalanados y bellos —no he utilizado, con intención, los mayoritariamente improcedentes adjetivos inteligentes y cultos— se sienten el domingo en las butacas del Dolby Theatre de Los Ángeles para asistir a la 85ª ceremonia de entrega de los Premios Oscar, a ninguno de ellos le faltarán razones para la sonrisa. Lo que está en juego, el motivo final de la noche, se puede medir con la más estimada de las unidades en estos tiempos codiciosos, el papel moneda.

El negocio del cine, verdadero anfitrión de la gala, ingresó en 2012 y sólo en los EE UU 10.7000 millones de dólares (unos 8.000 millones de euros) —sobre la caja mundial no hay datos fiables, pero se suele admitir que es cuatro veces superior a la estadounidense: hablamos, por ende, de unos 32.000 millones—. La cifra, que se limita a las entradas vendidas en taquilla y deja fuera la comercialización doméstica, explica los atrevidos modelos de haute couture, la joyería obscena y el simpático charmant sobre la alfombra, pero conviene recordar que con estos galantes señores y señoras sucede lo mismo que con los policías antidisturbios que vigilan las sedes de los partidos políticos investigados por corrupción: les estamos pagando el sueldo, la pose y la vanidad (el año pasado se metieron en los tractos digestivos 1.200 botellas de champán, 1.200 ostras japonesas y 18 kilos de caviar en el ágape posterior, anunciado como «anticrisis»).

Mantengamos la calma y llamemos al Señor Lobo

Mantengamos la calma y llamemos al Señor Lobo

En vísperas de la kermesse, van unas cuantas curiosidades sobre los Academy Awards desde el más profundo desprecio hacia los bailes de beneficencia y las mesas petitorias del gremialismo. Y no se trata de una posición personal: el año pasado la ceremonia masturbatoria de Hollywood tuvo una audiencia de casi 40 millones de televidentes, algo así como un 0,5% de la población mundial, lo que me anima a considerar que la gente del cine haría bien en aplicarse como norma de conducta el consejo de humildad que desde la pantalla repartía el inolvidable Señor Lobo: «No empecemos a chuparnos las pollas todavía».

1. Una sola peli X. El único premio a la mejor película para una obra calificada como X (en los EE UU) fue para Cowboy de Medianoche (John Schlesinger), que lo ganó en 1970. La consideración del film como explícito es cuando menos discutible y la categoría está relacionada con la secuencia de la fiesta sicodélica en la que participaron algunas super stars de la Factory de Andy Warhol. El film fue reclasificado poco después del estreno como R (contenido recomendado para mayores de 17 años).

2. Y muy pocas para todos los públicos. Desde 1969, cuando ganó el Oscar como mejor película Oliver! (Carol Reed), ninguna clasificada G (para todos los públicos) se ha llevado el galardón.

Julie Christie, desnuda

Julie Christie, desnuda

3. El primer desnudo premiado. Julie Christie, en 1966, fue la primera mujer que ganó el premio a la mejor actriz tras aparecer desnuda en una película (Darling, también de John Schlesinger, el director de Cowboy de Medianoche). El desnudo era muy cándido (culo y pechos en escorzo) y la actriz había montado una escandalera en el rodaje, con llanto y mocos incluidos, para que el director la exonerase de desvestirse.

4. Oscar para un nazi. El alemán Emil Jannings ganó el premio como mejor actor en 1929 —en la primera convocatoria del certamen— por sus interpretaciones en dos películas, La última orden (Josef von Sternberg) y El destino de la carne (Victor Fleming). La Academia tuvo el detalle de darle la estatuilla una semana antes de la ceremonia para que Jannings pudiese volar a su natal Alemania, donde tenía compromisos. Unos años más tarde Hitler nombraría al actor responsable de los estudios UFA y el ministro nazi de Propaganda, Josef Goebbels, le condecoró como Artista del Estado por su participación en películas de propaganda como Ohm Krüger (1941). Tras la derrota de sus colegas nazis, fue detenido —«¡no disparen, gané el Oscar!», gritó a los soldados estadounidenses, llevando la estatuilla sobre la cabeza— y adujo que le habían obligado a colaborar a la fuerza. Murió en 1950, con el hígado destrozado por el alcohol.

5. Los Beatles también tienen un Oscar. El grupo más famoso de todos los tiempos ganó el premio a la mejor música original en 1971 por Let It Be (Michael Lindsay-Hogg), pero sólo fue a recogerlo Paul McCartney: el grupo se había separado unos meses antes porque, como muestra el documental, los cuatro músicos no se soportaban entre sí. La película, la única decente de la filmografía beatle, no ha sido reeditada porque McCartney y Yoko Ono Lennon siguen vendiendo una falsa historia de hermandad que las imágenes desmienten.

Cartel de "La Ciociara" ("Dos mujeres")

Cartel de «La Ciociara» («Dos mujeres»)

6. Sophia, la primera que no hablaba inglés. El primer Oscar para un actor o actriz por un papel protagonista no hablado en inglés fue para Sophia Loren, que lo ganó en 1962 por el drama neorrealista Dos Mujeres (Vittorio De Sica).

7. Italia, diez. A la cabeza en el ranking de mejores películas extranjeras está Italia, con diez, entre ellas tres de Federico Fellini: Las noches de Cabiria, Amarcord y .

8. Cinco papeles, cinco mejores películas, ningún premio. Uno de los grandes actores de los años setenta, John Cazale, que murió a los 42, sólo tuvo tiempo de participar en cinco películas. Lo bordó en cada una y, aunque no fue nominado, todas estuvieron en la batalla por el Oscar al mejor largometraje: El padrino, La conversación, El padrino parte II, Tarde de perros y El cazador —las tres primeras dirigidas por Francis Ford Coppola y las dos últimas por Sidney Lumet y Michael Cimino—. Tres de ellas, los dos padrinos y El Cazador, ganaron el premio. Cazale rodó la última conociendo que padecía un letal cáncer de pulmones.

9. ¿Westerns? Mejor no. Sólo tres obras del género épico de las praderas y la soledad del pionero han ganado el premio a la mejor película: Cimarron (Wesley Ruggles, 1931), Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990) y Sin perdón (Clint Eastwood, 1992).

Francis Ford Copola y su hija Sofía

Francis Ford Copola y su hija Sofía

10. Clanes. Un par de familias asiduas a las nominaciones: los Newman y los Coppola. Los primeros son compositores de música original y proceden de la saga de Alfred Newman, que fue postulado para 45 premios y ganó nueve. Era el compositor de confianza de John Ford. El hijo del músico, Thomas Newman, ha sido nominado nueve veces, pero no ha ganado ninguna estatuilla. Otros Newman que han concurrido al certamen son Alfred, Lionel, Emil, Thomas, David y Randy. El clan familiar atesora 87 nominaciones. Los Coppola —Francis Ford, Carmine, Sofia, Talia Shire y Nicolas Cage— tienen 24.

11. El mayor y la menor. La persona más joven que ha ganado un Oscar fue la (insufrible) niña prodigio Shirley Temple, que recibió un premio honorario en 1934, cuando tenía cinco años. El más viejo fue el actor Christopher Plummer, mejor actor de reparto en 2012 por Beginners (Mike Mills), a los 82.

12. Oscar y Nobel. Sólo una persona obtuvo los dos premios, el escritor George Bernard Shaw, que ganó enl Nobel de Literatura en 1925 y el Oscar al mejor guión adaptado en 1938 por Pygmalion. Otros tres escritores con el Nobel optaron a la estatuilla pero sin éxito: John Steinbeck, Jean-Paul Sartre y Harold Pinter.

Tumba de Haing S. Ngor

Tumba de Haing S. Ngor

13. Un Oscar asesinado. ¿El único ganador de los premios que fue víctima de una asesinato? El actor camboyano Haing S. Ngor, muerto a tiros en la puerta de su casa en 1996 cuando se negó a entregar a unos asaltantes un relicario de oro con una foto de su mujer, muerta en un campo de prisioneros de los Jemeres Rojos. Ngor había ganado el Oscar al mejor actor de reparto por Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984), una película sobre el ascenso al poder en Camboya del régimen de terror de los Jemeres.

Foto policial de Dalton Trumbo, detenido por "antiamericano"

Foto policial de Dalton Trumbo, detenido por «antiestadounidense»

14. Ganadores con identidades falsas. Tres guionistas acusados de «antiestadounidenses» durante la la caza de brujas y condenados al ostracismo ganaron sendos premios adoptando identidades falsas que les permitían seguir trabajando: Dalton Trumbo —en 1956 por El Bravo (Irving Rapper), con el nombre de Robert Rich— y Carl Foreman y Michael Wilson, que se lo llevaron al unísono en 1957, ocultando su filiación con el nombre del novelista (real) Pierre Boulle, por el guión de El puente sobre el río Kwai (David Lean). La Academia les volvió a entregar a los tres los premios en 1985, esta vez con sus identidades reales. Foreman y Wilson ya habían muerto y sus viudas recogieron las estatuillas.

15. Sólo un Oscar ganó el Oscar. El único ganador del premio que comparte nombre con la estatuilla es Oscar Hammerstein II: mejor canción en 1941 —coescrita con Jerome Kern— por The Last Time I Saw Paris, de la película Lady Be Good (Norman Z. McLeod).

16. Oscar de madera. En 1937 el ventrilocuo Edgar Bergen —creador del muñeco Charlie McCarthy— recibió un Oscar honorario. La estatuilla era de madera y tenía la mandíbula articulada. La hija del artista, Candice Bergen —la Murphy Brown televisiva— fue nominada en 1979 por Comenzar de nuevo (Alan J. Pakula), pero le ganó la inevitable Meryl Streep.

La fabrica de las estatuillas

La fabrica de las estatuillas

17. Despidos en la fabrica de estatuillas. Desde la primera edición de los premios los organizadores han entregado 2.809 estatuillas. Durante la II Guerra Mundial, por escasez de metales (dedicados a la maquinaria bélica), fueron de plástico. Diseñada por Cedric Gibbons, director artístico de la Metro (y ganador de once premios por películas como El mago de Oz), la figura representa a un caballero sobre un rollo de película y sosteniendo una espada. Las estatuillas de oro (3,6 kilos de peso y 34,29 centímetros de altura) han sido fabricadas desde 1982 por la empresa de Chicago R. S. Owens & Company, cuyos artesanos tardan un mes en realizar las 50 figuras que se entregan en cada gala. La empresa está en crisis y acaba de despedir a 95 empleados.

Prepartivos para la gala de este año (Darren Decker / ©A.M.P.A.S.)

Prepartivos para la gala de este año (Darren Decker / ©A.M.P.A.S.)

18. Hombres, blancos, maduros y autopremiados. La entidad organizadora de los Oscar, la Academy of Motion Picture Arts and Sciences, está formada por 5.765 miembros del gremio del cine. Según una encuesta de Los Angeles Times, el 94% son blancos; el 77%, hombres; el 86% tiene más de 50 años y el 33% ha ganado alguno de los premios.

19. Patrones. La Academia tiene unos activos financieros de 196 millones de dólares (unos 146 millones de euros) y la la gala de los Oscar produce un beneficio de 81,3 millones de dólares (60 millones de euros).

20. Empleados. Los acomodadores del teatro durante la ceremonia reciben una paga de 125 dólares por una noche de trabajo, 93 euros.

Ánxel Grove

«La rapada de Chartres» retratada por Robert Capa se llamaba Simone Touseau

La Tondue de Chartres – Robert Capa

«La Tondue de Chartres» – Robert Capa

La joven que ocupa el centro visual de la foto es Simone Touseau. Tiene 23 años y lleva en brazos a su hijo, un bebé de menos de un año. Antes del paseo público de escarnio y venganza a Simone le habían rapado el pelo al cero y marcado la frente con un hierro candente. El pueblo la acusaba de «colaboración horizontal» con los nazis, es decir, de haber mantenido relaciones sexuales con un militar alemán en los años de la ocupación de Francia.

Un paso frente a la muchacha, con boina y una bolsa de tela, camina su padre, George Touseau. Tras él, semioculta, también rapada a la fuerza, marcha su esposa, Germaine, madre de Simone. Toda la familia es sometida a la humullación.

La fecha y el lugar son conocidos: tarde del miércoles 18 de agosto de 1944 en la calle Beauvais (que en la actualidad se llama Docteur Jacques de Fourmestraux) de Chartres, la ciudad francesa de la prefectura del Loira que goza de la bien merecida fama de una catedral gótica iluminada por un conjunto de vidrieras —considerado por algunos como el más bello de Europa— donde una virgen «linda, rubia y con los ojos azules», como dicen con orgullo los hijos del pueblo, propone los méritos de grandeza, humildad, pureza, compasión, experiencia, serenidad, tristeza, sonrisa y majestad. En la foto, tomada muy cerca del templo, no hay un ápice de ninguno de esos valores. La imagen, sin gota de piedad, es la de una purificación por la vía del escarmiento.

Quizá ya se hayan percatado ustedes de que el momento es coincidente con la liberación de París. El fotógrafo había entrado en Francia diez semanas antes, el 6 de junio de 1944, incrustado en las tropas estadounidenses que desembarcaron en la Playa de Omaha, en la operación militar de Normandía que precipitó la caída de Hitler. El reportero, asignado por la revista Life, estaba a punto de cumplir 30 años y, aunque se llamaba Endre Friedmann Erno, todos le conocían como Robert Capa.

La foto, que ha sido llamada La Tondue de Chartres (La rapada de Chartres), tiene el don de la oportunidad que le sobraba a Capa, al que avisaron de la celebración en Chartres de juicios populares y sin garantías en contra personas acusadas de haber colaborado o mantenido relaciones con los nazis. El reportero salió corriendo con una cámara Contax. No llegó a tiempo para asistir a varias ejecuciones sumarias in situ, ni al trabajo de un peluquero local que rapó a doce mujeres que ejercieron, según el tribunal del porpulacho, la «colaboración horizontal», pero hizo la foto de Simone Touseau, su hijo y sus padres acompañados por la turbamulta de adultos y niños. La imagen dió la vuelta al mundo.

"La Tondue de Chartres" - Robert Capa

«La Tondue de Chartres» – Robert Capa

Gérard Leray y Philippe Frétigné, vecinos de Chartres, quieren reconstruir los detalles de una imagen demasiado cargada de emoción irracional. Gracias a ellos sabemos que la chica rapada había trabajado como intérprete para el ejército nazi desde 1941 y que se había liado con un soldado, del que sólo conocemos el nombre de pila: Erich. Cuando él, destinado al frente del este, resultó herido en combate, Simone se trasladó a Munich para acompañarlo en la convalencencia. Fue en la ciudad bávara donde se quedó embarazada. Dedicidió regresar a Francia en 1943. Tanto la chica como sus padres, según las acusaciones verbales de algunos vecinos, simpatizaban con el Partido Popular Francés del filonazi Jacques Doriot.

Madre e hija fueron internadas en la cárcel y juzgadas, esta vez con garantías procesales, en un proceso por traición que sólo concluyó en 1947. La sentencia condenó a Simone a diez años de degradación nacional, la figura punitiva establecida tras la guerra que dejaba sin derechos y convertía en ciudadanos de segunda a los colaboracionistas. Simone se entregó a la bebida y murió en 1966, a los 44 años. El bebé al que lleva en sus brazos en la foto vive todavía en Chartres, pero ha cambiado de identidad.

La foto, de una crueldad porosa y eterna, abre algunas líneas de debate sobre las irracionalidad de la justicia popular y la necesidad de cabezas de turco que justifiquen los pecados colectivos. Casi siempre, como resulta revelador, se trata de personas débiles. Alguien ha señalado, no sin razón, el contraste del caso de Simone Touseau con los de, por ejemplo, Maurice Chevalier y Édith Piaf, que cantaron para los alemanes ocupantes; Pablo Picasso, que siguió residiendo, pintando y vendiendo óleos en su apartamento parisino durante buena parte de la ocupación nazi; el cineasta Marcel Carné, que no dejó de rodar películas, o la mecenas millonaria Gertrude Stein, que no se cortó un pelo (¡y era judía!) en mostrar su admiración por Hitler.

Ánxel Grove

Muere el primer fotógrafo que llevó a las «chicas del Este» a Playboy

Günter Rössler

Günter Rössler

El autor de esta foto y de muchos otros desnudos de «chicas» —el entrecomillado es suyo, ya que nunca quiso acudir a la palabra «modelo», que quizá no le parecía suficientemente cómplice— murió el último día de 2012, tras sufrir un ataque al corazón, en un hospital de Leipzig (Alemania), la misma ciudad en la que había nacido hace 86 años.

A Günter Rössler le llamaban «el Helmut Newton de la República Democrática Alemana». Anque no le gustaba nada la comparación («Newton buscaba la pose, yo busco la naturalidad de las chicas»), no había demasiada injusticia en el cotejo. Ambos eran alemanes, nacieron con seis años de diferencia y retraron con obcecación un tema único: el bodegón anatómico femenino. Les separaba una circunstancia histórica: Newton se fue del país antes de que los nazis decidiesen que había llegado el momento de convertir el germanismo en una forma perfecta para justificar el crimen como capricho, y Rössler, del que ningún dato conozco sobre su actividad durante el nazismo y la guerra, se quedó en el país pero en el territorio que el reparto aliado concedió a Stalin, la RDA.

Günter Rössler

Günter Rössler

Desde 1951 trabajó como fotógrafo. Hizo inspiradas fotos comerciales de moda para la revista Modische Maschen y algún que otro trabajo documental. A partir de mediados de los años sesenta empezó a retratar a «chicas» desnudas. En algunos casos siguió el canon de Newton —mujeres fuertes que se plantan ante la cámara del fotógrafo voyeur con un orgullo sexual altivo—. En otros, como en la imagen que abre la entrada, practicó con los obtusos lugares comunes del diván y la exhibición de vello púbico y pezones duros, siempre celebrada por quienes superponen fotografía y ginecología, una especie de ser humano desviado muy abundante en el Reino Unido.

Casi nada era fácil en la RDA, el país donde el comunismo demostró su desarrollo final lógico: la paranoia y la delación, y debemos otorgar a Rössler la cualidad de la valentía, que, también es verdad, es un ideal que suele estar de saldo en los régimenes totalitarios si siendo valiente no pones en duda al poder u hostigas a sus lebreles. Las «chicas Rössler» crujían en el paraíso de los trabajadores, pero sólo un poquito. No relata la historia el caso de ningún muro que cayese por la imágen en claroscuro de un culo en un sofá.

En 1979 la primera exposición del fotógrafo fue un escándalo de alcance local. Las autoridades no censuraron la obra ni sometieron al autor a un interrogatorio de la Stasi, pero, en una decisión muy higienista que seguramente adoptó una Ana Botella de la vida de la RDA —los extremos siempre están conectados, como sabemos por la física de fluidos—, prohibieron que la galería fuese «visitada por escolares».

Günter Rössler

Günter Rössler

Cinco años más tarde Rössler accedió al Olimpo de la epidermis cuando la revista Playboy publicó en su edición alemana, occidental, por supuesto, un reportaje —sé que insulto al género periodístico utilizando el término y acepto regañina— titulado Mädchen aus der DDR (Chicas de la RDA). Nada menos que diez páginas dedicadas a la difusión en papel glossy de jóvenes en cueros retratadas por el fotógrafo. Le pagaron 10.000 dólares, pero sólo recibió el 15%. El resto de las plusvalías derivadas de la explotación del vello púbico se lo quedó el Estado.

Rössler —que se había casado con una de sus «chicas», 40 años más joven que él— tuvo mucha actividad en 2012. En septiembre publicó la antología Starke Frauen im Osten (Mujeres fuertes en el Este), una recopilación de, ¡bingo!, desnudos, y en diciembre, poco antes de la muerte, protagonizó el documental Die Genialität des Augenblicks (La genialidad del momento).

Un detalle que permite cerrar con morbo la historia: en 2006 le dieron por muerto por una presunta neumonía grave y la revista Super Illu —les juro que se llama así— llegó a publicar un obituario donde celebraba al fotógrafo de «chicas» como el «gran maestro del desnudo alemán». No me consta que lo hayan reutilizado ahora.

Para no dar la impresión de que esta entrada tiene por exclusico target a los lectores del Reino Unido, inserto abajo algunas de las mejores fotos de Rössler. En ninguna hay ombligos.

Ánxel Grove

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Günter Rössler

Los gemelos rubios brasileños del ‘Ángel de la Muerte’ de Auschwitz

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Darles y Darlene Wolkeins. Tenían diez años cuando posaron en un columpio del colegio ante la cámara del fotógrafo italiano Gabriele Galimetti (Arezzo, 1977). Los niños gemelos son hijos de un granjero de la zona y una maestra de la misma escuela en cuyo patio fue tomada la imagen.

Si les propongo adivinar  la localización de la fotografía o la procedencia de los niños y dado el perfil racial de los gemelos (pigmentación blanquísima de la piel, ojos azules, rubios), es posible que las respuestas se concentren en Austria, Alemania, Holanda, otros países del centro y el norte de Europa, ciertas zonas de los Estados Unidos o, en resumen, cualquier lugar donde primen los rasgos de la llamada —con injusticia e imprecisión— raza blanca, equívoco término tantas veces usado para justificar el racismo, la xenofobia y otro tipo de desmanes.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Segunda foto: Kitana and Tauhana Lunkes, de cinco años, sonrientes y juguetonas en el sofá de su casa. De nuevo, gemelas y con el mismo patrón biológico de los anteriores.

Ambas fotografías son del pequeño poblado de Linha de São Pedro, en Cândido Godói, municipio de unos 7.000 habitantes del estado brasileño de Rio Grande do Sul, no muy lejos de la frontera con Argentina, una zona poblada a partir de comunidades de inmigrantes alemanes y polacos.

El pueblo del lejano y fértil límite sureño de Brasil, donde la tierra es dócil y permite dos o tres cosechas al año, aparece en los libros por una característica singular. En la villa se da la mayor cantidad proporcional de gemelos del mundo.

De cada diez embarazadas de Linha de São Pedro, una da a luz a gemelos monocigóticos, nacidos de un embrión fecundado por un único óvulo y un único espermatozoide.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Los expertos en genética dicen que la extraordinaria abundancia de gemelos se debe a lo que se llama efecto fundador (presencia inusitada de un rasgo determinado en poblaciones muy pequeñas) que ya se daba en la región renana de Hunsrück, en la que tienen ancestros comunes muchos de los habitantes del poblado brasileño.

El fotógrafo Galimbetti cree en otra teoría y culpa de la explosión de gemelos al hombre que dormía en la cama con mosquitero de la foto de la izquierda. Se hacía llamar Rudolph Weiss y visitó el pueblo con cierta asiduidad durante las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Algunos granjeros todavía le recuerdan, le describen como «simpático» y «muy buen veterinario». Weiss daba charlas sobre técnicas de reproducción animal y, a veces, atendía a las mujeres embarazadas de la zona, que en aquellos tiempos no contaba con asistencia médica.

Lo tenebroso del asunto es que bajo la falsa identidad de Weiss se ocultaba Josef Mengele (1911-1979), el médico nazi que hacía experimentos genéticos con prisioneros del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau para intentar crear una raza de superhombres arios para Hitler. La especialidad del Ángel de la Muerte, como era conocido, fue la experimentación con gemelos.

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

El periodista argentino Jorge Camarasa sostiene en el libro de investigación Mengele: el Ángel de la Muerte en Sudamérica (2008) que el perverso médico, detenido pero liberado por los aliados porque no pudieron establecer su identidad real, y refugiado luego en Argentina, Paraguay y Brasil, está relacionado con la proliferación de gemelos en Linha de São Pedro, porque administró a mujeres embarazadas del pueblo «nuevos tipos de drogas y medicamentos» que las predispusieron al parto de gemelos arios.

Mengele habría elegido el lugar no por azar sino, precisamente, por la dominancia genética alemana, señala el periodista.

Pese a que los genetistas brasileños siguen insistiendo en que todo lo que sucede en el pueblo es fruto de la lotería del ADN y no tiene nada que ver con el prófugo nazi (¿qué otra cosa podrían decir para no poner en evidencia que su país fue cómplice en la huida de la justicia de un criminal psicópata que murió tranquilamente en la cama?), el trabajo del fotógrafo Galimbetti resulta turbador y produce escalofríos.

Ánxel Grove

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti

Foto: Gabriele Galimberti