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Una beca de la Universidad de Harvard honra el arte poético del rapero Nas

Nas (Foto: Danny Clinch)

Nas (Foto: Danny Clinch)

El tipo de la foto —tomada para promocionar el muy reciente documental Time is Illmatic, que este año inauguró el TriBeCa Film Festival (la respuesta del vecino Robert De Niro al efecto negativo del 11-s sobre el barrio)— se adentra en Queensbridge, el mayor desarrollo inmobiliario de los EE UU de viviendas sociales (projects como los mundializados por la serie The Wire). Hay cierta duda en el gesto, cierta levedad en las pisadas de las botas de cordones desatados… Quien crece en un lugar como Queensbridge desarrolla modales silenciosos. Debes ser discreto al entrar en la jungla.

El ciudadano del paso taciturno se llama Nasir bin Olu Dara Jones y en septiembre cumplirá 41 años. El alias artístico que utiliza desde 1991 es menos complejo y también menos resonante, menos político: Nas.

Es el único rapero al que una universidad, y no una del montón sino la muy selecta de Harvard —la de mayor presupuesto del planeta, la factoría académica de los rulers del mundo (Obama, JFK, Netanyahu, Salinas de Gortari, Felipe Calderón…)—, ha consagrado con una beca que honra su ars poética. El hijo de Queensbridge, que dejó las aulas a los 13 años para licenciarse en los programas académicos que se imparten sobre el asfalto, en aulas sin pupitres a las que debes entrar con los cordones de las botas desatados de todo elitismo, da nombre desde 2013 a la Nasir Jones Hiphop Fellowhsip.

Las ayudas, que serán concedidas a estudiantes universitarios que quieran analizar o investigar la «habilidad creativa excepcional» de los artistas de hip-hop, dan bastante asco —son migajas: volver a Henry James o David Foster Wallace siempre tendrá más salida— y no pueden sacudirse el tufo de la corrección falsamente igualitaria que impera en los EE UU: las becas Nas están refugiadas en el mismo nicho universitario que los estudios afroamericanos, esa toma de corriente para retroalimentar a las élites que quieren residir en Harvard desde las primeras espinillas, durante los años departamentales de sopa boba y hasta la jubilación.

Nas, en torno a 1991

Nas, en torno a 1991

No me parece bien que un artista como Nas, segregado desde la cuna, hijo de un project y amigo de chavales asesinados en las calles —como su colega de infancia e inspirador Willy Ill Will Graham, muerto a tiros en 1992—, es decir, uno de los proletarios, los sin nada, consienta la pretensión de Harvard de decorar al hip hop con birrete y toga. No le perdono la traición: como tampoco le perdono que se dedique a maldecir la marihuana y participe mientras tanto y a cambio de millones en campañas de publicidad del muy hiphopero coñac Hennessy.

Salvadas las incongruencias, con las que conviene ser tolerante porque a todos nos mojan en el chaparrón cotidiano, hay en el beneplácito de Harvard a Nas un emocionante triunfo, que jamás se daría, por ejemplo, en ninguna universidad española, donde ni siquiera el viejo rock and roll es admitido como materia de estudio salvo en excepcionales casos. ¿Cómo van a aceptar los profesores de Literatura Inglesa hispanos la potencia literaria —o metaliteraria, como gustan decir ahora— de cualquier forma de manifestación musical del siglo XX posterior al jazz si solamente empezaron a conocer a David Foster Wallace anteayer y tras un mediático suicidio?

Nas y su padre, el músico de jazz y blues Olu Dara

Nas y su padre, el músico de jazz y blues Olu Dara

Si algo es notable en el arte del muchacho del project desde su primer disco, el crucial Illmatic, que este año cumple veinte y el músico está interpretando en su integridad en una serie de conciertos especiales [el 7 de julio toca en el festival Ibiza Rocks], es la capacidad literaria de moldeo de las palabras como si fuesen materia líquida, las rimas desordenadas y el carácter conversacional con que Nas dice las letras —liberándolas del tono de púlpito que en ocasiones lleva el hip hop al terreno de la jaculatoria—.

En el libro Book of Rhymes: the Poetics of Hip Hop —no está traducido al español, por supuesto—, el profesor universitario Adam Bradley destaca la amplitud narrativa oral como storyteller, contador de historias, de Nas, al que considera «el mayor innovador del rap» en la búsqueda de voces expositivas y puntos de vista no tradicionales. Bradley destaca que el músico ha afrontado relatos en primera persona desde la posición de alguien que no ha nacido (Fetus), de un cadáver (Amongst Kings), de una mujer (Sekou Story), de un arma de fuego (I Gave You Power)… Formalmente ha experimentado con los relatos alegóricos (Money Is My Bitch), los epistolares (One Love) y los confesionales (Doo Rags).

Para acabar, siete líneas como siete ecos de balazos en la jungla, de New York State of Mind:

Derriba mi aliento
Nunca duermo porque
El sueño es el primo de la muerte
Más allá de las paredes de la inteligencia
La vida se define
Pienso en el crimen
En el estado mental de Nueva York

Ánxel Grove