Entradas etiquetadas como ‘música’

PJ Harvey, te prefería como dominatrix

'Dry' y 'The Hope Six Demolitions Project'

‘Dry’ y ‘The Hope Six Demolitions Project’

Nos rodean múltiples avatares de relojes. Las portadas de los discos, por ejemplo. Entre Dry, el de derecha, y The Hope Six Demolition Project, al lado, han transcurrido 24 años —casi con exactitud: el primero fue publicado en marzo de 1992 (año de Maastricht, beatificación de Escrivá de Balaguer y, en otro terreno mafioso, la condena a cárcel de por vida a John Gotti, Don Teflon) y el segundo apareció en abril de 2016 (año del que no hace falta que les hable porque ustedes mismos están soportando la fetidez de tanto compi yogui)—.

La matemática es también implacable con la artista, Polly Jean Harvey, a quien todos llamamos como a ella le gusta, PJ Harvey, sin puntos que injerten aire entre el primer nombre y el segundo. Cuando apareció Dry, era una niñata de 22 años que hociqueaba contra el cristal de una fotocopiadora en una metáfora de la sequedad, es decir, la ausencia de lubricación. «Nada me pone. No me haces falta», decía.

Ahora tiene 46 y se ha alejado de los tratos públicos con la sexualidad. El escudo de armas es maduro y tiende al realismo —un perro de dos cabezas, una cabra, un rifle de asalto, un manojo de flechas, alambre de espino…—, podrido como toda santidad, parece el blasón de una cofradía… «Hacemos falta, cortemos la alambrada«, parece decir.

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Los Stones se exhiben, ¿deberíamos escondernos?

Cartel oficial de la exposición - Foto: Rolling Stones Archive

Cartel oficial de la exposición – Foto: Rolling Stones Archive

Recién llegados del Caribe —en Cuba fueron recibidos como apóstoles del capitalismo que viene: no es para menos, la actuación gratuita en La Habana, bendecida por Obama, pagada por una bastante opaca asesoría financiera establecida en el paraíso offshore de Curazao y celebrada por los medios con un acrítico y complaciente diluvio de adjetivos y sin ápice de ecuanimidad—, los Rolling Stones se entregan al exhibicionismo en Londres.

Después del ridículo «los tiempos están cambiando» de Jagger en un país al que han llamado con indecencia «la última frontera del rock» (pregunten en Yemen, Liberia y Sudán, por ejemplo), ahora toca un espacio vip, la Galería Saatchi de Kings Road, en la City, el lugar en el que se sienten en casa. Londres es ahora la ciudad con más milmillonarios del mundo. Territorio de gánsteres.

Exhibitionism, la exposición sobre el grupo en el local del magnate de la publicidad Charles Saatchi —el hombre que vendió a la opinión pública el gruñido El laborismo no funciona, y llevó en volandas al 10 de Downing Street a la pérfida Margaret Tatcher—, es la alternativa stone a las muestras museísticas que proliferan últimamente en torno al olimpo del pop. Al contrario que el par de antecesoras, David Bowie Is… y The Velvet Underground – New York Extravaganza, que han elegido para desplegarse los espacios que la humanidad ha dedicado al arte desde hace varios siglos, los museos públicos, los Stones optan por una galería privada y clasista.

Los precios de las entradas no son casualidad: de 19 a 21 libras esterlinas. En Londres no hay mecenas offshore ni está a mano el Deutsche Bank, mano armada del liberalismo matón y cómplice de la que está cayendo, para cuyos 700 más hidalgos ejecutivos y clientes selectos tocaron los Stones en una actuación privada en 2007 en el barcelonés Museu Nacional d’Art de Catalunya a cambio de los cuatro millones de euros que pagó la entidad en dinero que hemos de suponer bastante manchado, dadas las operaciones alegales por las que ha sido señalado una vez y otra el macrobanco de Fráncfort como cómplice de tropelías —el escándalo del Libor, hacer negocios con países sujetos a sanciones (Siria y Libia entre ellos), lavado de dinero…—.

«Los tiempos están cambiando», dijo Jagger en La Habana. ¿Deberíamos buscar refugio?

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Louise Johnson, pianista sexy y olvidada del blues del Delta

Viñetas de Robert Crumb sobre el viaje a Grafton de los bluseros del Delta

Viñetas de Robert Crumb sobre el viaje a Grafton de los bluseros del Delta

El par de viñetas están dibujadas por el Brueghel del siglo XX, Robert Crumb. Son parte de la biografía del bluesman aullador Charlie Patton [versión escaneada y completa del cómic, en inglés], un tipo que atacaba las cuerdas de la guitarra con un cuchillo oxidado, tuvo docenas de amantes y ocho esposas de las que no se ha documentado ningún divorcio. Al cantar gritaba de tal manera que un hombre situado en la plantación de al lado podía escucharle con claridad.

Patton vivió poco pero no tenemos modo de saber cuánto: el exesclavo que corrió con la crianza —de los padres del músico tampoco hay certeza alguna— aportaba cuatro posibles fechas natales, según las que el compositor pudo fallecer a los 43, 47, 49 ó 53 años. Los ensayistas del blues, que suelen ser blancos y tener doctorados en American Studies, toman como referencia la primera.

En los dibujos de Crumb, Patton es el tipo con cara de pocos amigos del asiento derecho, al lado del conductor. En la siguiente viñeta aparece en segundo plano, oteando y perfilado contra el ventanal. No se sentía cómodo: el tipo alto, con chaqueta de rayas y sonrisa fácil, estaba levantándole a la novia. Ella, que tampoco se corta en picardía, acepta compartir la noche con el hombre en un cuarto individual del hotelucho donde van a hospedarse.

La pareja que está a punto de hacer rechinar la cama está compuesta por Son House, uno de los mejores cantantes de blues de la historia —aunque no tan bueno, ni por asomo, como Patton—, y Louise Johnson, también cantante y pianista, una de las pocas mujeres que aparecen en las crónicas del blues del Delta del Misisipi, cuna del lamento y barro primigenio para las músicas del diablo.

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El fabricante de lencería Corré anuncia que quemará 5 millones de libras en recuerdos punk

Captura de la web oficial de Punk London

Captura de la web oficial de Punk London

La Alcaldía de Londres —ocupada por el clon british de Trump, Boris Johnson— se ha maridado con la Lotería Británica —una unión de severa naturalidad: el gestor de la municipalidad y los juegos de azar— para organizar algo que llaman Punk London y que explican en una línea: «40 años de cultura subversiva». Las groserías cortas son las peores.

El evento, acudamos al término-cliché para definirlo, se convierte en circo cuando uno despliega la lista de actos que deben celebrarse a lo largo de todo 2016: desde talleres de tatuaje a charlas, exposiciones y películas. Por supuesto hay una tienda virtual que por ahora tiene los estantes vacíos —a no ser que el mensaje «coming soon» de la web sea un guiño al nihilismo punk— y ese aplique de supuesta interconectividad que no puede faltar en la vida moderna, un hashtag, .

«El punk fue siempre algo más que una camiseta o una canción con volumen alto: era una actitud irreprimible«, explican, conjugando en pasado los verbos de la oración, no vayamos a creer que la dinamita todavía tiene mecha.

Los fastos, en los que están implicados, dinero en mano —y mercadotecnia de armamento de repetición en la otra—, el British Film Institute, el British Fashion Council, el Museum of London y la British Library por parte pública y Live Nation y Universal Music por parte de las mafias privadas dedicadas a la explotación del entretenimiento y el lavado de cerebros. No han detallado de qué fondos públicos disponen y quién pone cuánto, pero la fundación de la lotería, que al menos no se esconde, ha soltado casi 150.000 euros para empezar.

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Daisuke Yokota, retratista con eco y ruido, mejor fotógrafo joven de 2016

From the series Taratine, Untitled, 2015 © Daisuke Yokota courtesy GP Gallery

From the series Taratine, Untitled, 2015 © Daisuke Yokota, courtesy GP Gallery

Daisuke Yokota nació en 1983 en la prefectura japonesa de Saitama, al norte de Tokio. Hace medio siglo era una zona agrícola y de pastoreo. Ahora, vista desde el cielo, la región da miedo: parece el dibujo trazado por un diablo al que le hayan entregado como armas de martirio un tiralíneas y un compás.

Yokota es una criatura de esa mareante grafología. Cuando hace fotos —y lo hace con tanta maestría que acaban de darle el premio Paul Huf de 2016, uno de los más renombrados para menores de 35 años— opta por el desequilibrio, la reverberación y el eco. Podríamos decir que hace fotos con las mismas habilidades que un electricista: pela un cable, conecta otro, prepara el conductor y los diodos, tiene en cuenta el factor de cresta, el valor eficaz, destroza todo valor, provoca un cortocircuito, vuelve a empezar…

Cada foto de Yokota es el resultado de cientos de fotos, un zumbido multifásico.

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Documental sobre el grupo libertario The Residents

Póster de "Theory of Obscurity"

Póster de «Theory of Obscurity»

Buena noticia para otro lunes plomizo: la gloriosa historia de los Residents, esa unidad de sabotaje de la normalidad y de cada una de las convenciones que inventan o nos inventamos para seguir siendo esclavos, tiene película documental.

El grupo, al que con ocasión de su 40º aniversario llamé El Sendero Luminoso del poprock, ha prestado su colaboración en la cinta y está retratado con realismo desde el título: Theory of Obscurity (Teoría de la oscuridad). Nótese el conveniente signo de interrogación en el póster: hablamos de unos tipos que sólo tienen las certezas de que la única forma posible de vida es convertir cada hora en un minuto (durante los otros 59 somos cadáveres animados) y cada afirmación en un eructo.

El documental, que obtuvo 40.000 dólares gracias al mecenazgo colectivo con una campaña en línea del director Don Hardy, viene acompañado por el regreso a los escenarios de la banda, que tocará a partir de abril en varias ciudades de los EE UU en la gira Shadowland (Sombralandia). Ya avisé: esta gente prefiere habitar en las penumbras y acechar, buscar el momento de indefensión para clavarte la daga.

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La música oculta en las nalgas de un personaje del Bosco

'El jardín de las delicias', c. 1500 - El bosco

‘El jardín de las delicias’, c. 1500 – El bosco

Por su carácter coral, abstrae al espectador con detalles preciosistas, ensoñadores, demoniacos, grotescos, humorísticos… Es difícil posar los ojos sobre uno de los personajes sin mirar inmediatamente al de al lado. El jardín de las delicias, una de las obras más asombrosas del Bosco, no se termina nunca de contemplar, porque siempre merece otro repaso.

Al panel de la derecha se le conoce como Infierno musical por la importancia que cobran los instrumentos como herramientas de tortura. En un texto destacado por el Museo del Prado (extraido de un catálogo oficial de la pinacoteca madrileña) se interpreta que las víctimas de las arpas, laúdes y zanfoñas son músicos entregados a la música profana y no a Dios. Avaros, glotones, envidiosos y otros pecadores son también castigados en la tabla más demoniaca de este tríptico moralizador y pesimista que el Bosco pintó en torno al año 1500.

Hacia la parte inferior, un gran laúd aplasta a un condenado al que sólo se le ve la mitad del cuerpo. Sobre las nalgas tiene escrita una partitura que otro hombre señala con el dedo índice. A la diabólica criatura rosada parece que también le interesa la pieza musical y alarga su fina lengua blanca a modo de batuta, como dirigiendo a los condenados que se pierden poco a poco en la oscuridad.

Detalle del 'Infierno Musical' de 'El jardín de las delicias' del Bosco

Detalle del ‘Infierno Musical’ de ‘El jardín de las delicias’ del Bosco

A este detalle, hasta ahora mudo, le ha dado voz una estudiante estadounidense de música y artes visuales. Amelia Hamrick, alumna de la Oklahoma Christian University, posaba su mirada sobre las microescenas de El jardín de las delicias cuando decidió transcribir la música de la partitura en «notación moderna» y grabarla al piano. Se tomó libertades, como asumir que la obra estaba en la tonalidad de de do mayor, «como es común en los cantos de esta época». El resultado puede escucharse aquí.

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Las botas de charol rojo están huérfanas. Yo también

Red platform boots, 1971 Aladdin Sane tour Courtesy The David Bowie Archives

Red platform boots, 1971 Aladdin Sane tour Courtesy The David Bowie Archives

Es inviable un mundo en el que te saque de la cama la noticia de la muerte de un compañero de travesía. Con una exactitud cronológica de secuenciadorDavid Bowie (8 de enero de 1947 – 10 de enero de 2016) ha dejado la vida a los 69 años y dos días. Esa es hoy la medida de mi orfandad.

Escribo desde Berlín y admito, por vez primera, que el charol rojo de las botas de plataforma no puede esquivar el barro del empedrado de la tosca ciudad donde Bowie, en uno de sus ejercicios de doppelgänger, predijo en 1977 la decadencia de Europa. La nieve sucia y los abetos abandonados de la navidad también han acordado cantar un responso en esta mañana plomiza.

Como la música, real pero inasible, infinita pero evanescente, el muerto ha poblado mi vida desde que yo era un chiquillo.

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El inesperado fenómeno Zanón

Carloz Zanón - Foto: Jorge París

Carloz Zanón – Foto: Jorge París

He visto el futuro del rock and roll y se llama Carlos Zanón.

No creo que me demande si copio y pego algo de su propiedad, un extracto largo de un relato.

Los rockers de verdad nunca demandan.

Va entonces:

Cuando viajo, y siempre estoy viajando, no salgo de las habitaciones de los hoteles. La gente me asusta. Pienso en ellos, conocidos y desconocidos, y me aterran. Me bloquea tener que abordarlos, saludarlos, empujarlos, tener que abrir la boca para achicar el espacio entre ellos y yo, disimular la extrañeza, disolver el aroma a miedo y holocausto. Palabras nacidas muertas, gestos imitados, una manera pactada de moverse, alzar una copa de la mesa, apretar el botón del ascensor, ser yo y, al mismo tiempo, el espejo de lo que quieren ver los otros, ser también todo lo demás que no puedo ni quiero ser yo.
¿Puedes oírlos? Son helicópteros. ¿Puedes oírlos? No, no puedes pero créeme: son helicópteros.
Soy una estrella. Soy una mierda. Soy el hombre que asesinó al hombre que quería y no quería ser una estrella. Nadie escucha(rá) mis canciones. Nadie lee(rá) lo que (no) digan de mí los libros. Nadie ve(rá) mis películas. Yo ya no escucho las canciones de los otros porque me lo sé todo y estoy encerrado en mi mente, sin víveres ni agua, sin puertas ni ventanas. Solo cristal traslúcido a mi alrededor. Metal caliente, frío abisal. Soy una estrella. Un niño perdido en la feria. Un hombre asustado palpándose y observando que las mejillas apenas cubren ya mis pómulos como fundas en los brazos de un sofá.
(…)
¿Puedes oírlos? Dime si puedes oírlos.
Me gusta ganar, dejar, olvidar pero quizás no a ti.
Necesitabas a alguien que te dijera que los Reyes son los padres solo para los niños malos y las niñas ricas. Así luego, poder dormirte pulcra e inocente sobre las cajas de cartón vacías. Noche del cinco de enero: todos a encerrarse a sus casas. Acostarse pronto. Más que la llegada de los Reyes Magos parece que arribe el Ángel de la Muerte, cal viva sobre insomnes y padres miserables que no tienen dinero para regalos.
En la India se derrumba un edificio de siete plantas lleno de gente cosiendo mis deportivas, tus camisetas.
(…)
Quién hubiera dicho que Leonard Cohen me iba a sobrevivir?
Pudo ser todo mucho más hermoso, más grande. Fantaseo con mi obituario y los imbéciles que dirán o insinuarán cosas sobre mí. Los excesos me reventaron por dentro. Maybe. ¿Qué importa? La última vez que estuviste aquí me hubiera gustado decirte que nunca aceptes el trueque de fantasía por verdad. Me hubiera gustado darte las gracias por follarme debajo de las sábanas en nuestro particular iglú sin oxígeno. Me hubiera gustado invitarte a cenar, una copa más en cualquier sitio, carreras por las aceras de Manhattan tras el amor de tu vida que estás a punto de perder, cualquiera de esas tonterías que hacen que la vida sea una mentira entusiasta.
A ratos eras bonita, a ratos loca, siempre decente y leal, qué divertido fue: la corza que desconfía y el paciente inglés muriéndose de sed en la cueva.
(…)
Me iré sin saber si me gustó el poder o el sexo.
Estar enamorado o enamorar.
Beber o estar borracho.
Me iré sin que me gusten los primeros discos de Roxy Music.
Me hubiera gustado colgarte de mi pelo.
Me hubiera gustado amarte, que me amaras, vivir en tu casa, ser débil y generoso, normal y anónimo, nada ni nadie.
¿Puedes oírlos? Son helicópteros.
¿Puedes oírlos? No, no puedes, pero, créeme, es Herodes bombardeando Belén.
Quimioterapia.
Gases de la risa.
Venganza.

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Holly Herndon, compositora inteligente y antiNSA

Holly Herndon (1980) tiene problemas sentimentales. Ninguna novedad con respecto a la mayoría cualificada de habitantes del planeta. La marca diferencial de la compositora estadounidense es que la crisis de pareja es con la tecnología. El asunto es de gravedad especial porque la cantante trabaja con instrumentos y procesos vocales creados a partir de MAX, un programa de desarrollo para música y multimedia. Herndon tiene problemas, por tanto, tan sentimentales como intangibles.

Home quizá sea la gran canción de divorcio del siglo XXI. La compositora se explica:

Es un tema de amor para ojos fisgones (un agente, un crítico) y también una canción de ruptura con los dispositivos con los que comparto una relación muy naíf. Hay algo dramático, adolescente y vulnerable en nuestro modo de comportarnos con estos aparatos interconectados, todavía tan jóvenes e inocentes.

Para el videoclip del tema, Herdon, que es una activa militante contra el espionaje masivo a la privacidad de los ciudadanos —me conoces mejor de lo que me conozco yo misma, dice la letra, dirigida a uno cualquiera de los miles de espías, humanos o robóticos, de la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA)—, se puso en manos del estudio holandés Metahaven, autor, entre otras muchas, inteligentes y guerrilleras formas de enfrentarse a la necropsia de lo privado, de Black Transparency. The Right to Know in the Age of Mass Surveillance (Transparencia negra. El derecho a saber en la era de la vigilancia masiva), un ensayo que se publicó hace poco en inglés y del que existe un vídeo previo como declaración de intenciones.

Para el clip de Home, eligieron que sobre la cantante cayeran como una lluvia de especial acidez logotipos de la NSA.

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