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El magnate de la cerveza que coleccionaba autómatas

Mefistófeles (de la ópera 'Fausto') - Léopold Lambert 1886-1900

Mefistófeles (de la ópera 'Fausto') - Léopold Lambert 1886-1900

Dicen que nacen de la primera necesidad del hombre de crear una vida artificial.

Existen desde el antiguo Egipto. Algunas estatuas de dioses y reyes, dotadas de un mecanismo básico, lanzaban fuego por los ojos.

Mucho antes de que la electrónica nos planteara cómo de inteligente pueden llegar a ser un ordenador o un robot, estaban los movimientos cíclicos, las tuercas y los engranajes de los autómatas: seres complacientes, desfasados, algo tétricos en sus expresiones congeladas.

En mis vagabundeos por la red anduve por Morbid Anatomy, un blog de larga trayectoria dedicado a la historia natural, al cuerpo humano, a las curiosidades coleccionables relacionadas con la anatomía de una manera u otra. Vale la pena pasarse por allí.

En este blog  es donde he conocido al sorprendente museo Morris de Nueva Jersey, un centro modesto con un gran secreto: tiene una de las mayores colecciones de autómatas musicales del mundo.

Entre los 700 objetos relacionados con las criaturas arcaicas, el museo reune figuras e instrumentos mecánicos que tocan las melodías de los rodillos perforados de una caja de música.

Para rizar más el rizo de lo extraño, fue Murtogh D. Guinness (el heredero de la familia creadora de la cerveza) el que tras dedicar su vida a coleccionar los muñecos, los legó al museo. Ya tienen algo que contar cuando se beban una pinta de Guinness en un pub irlandés.

Hay un payaso mago que hace desaparecer su cabeza, un flautista de tamaño casi real que es capaz de tocar hasta cuatro canciones y seguir el ritmo adecuandose a cada selección, un pavo real que abre la cola tras dar cuatro elegantes pasos… Todos tienen el sabor añejo de la imperfección y a la vez asombran por su detalle.

'El suicidio de Cleopatra' - Phalibois (1880-1890)

'El suicidio de Cleopatra' - Phalibois (1880-1890)

La mayoría de las piezas destacadas en la colección Guinness son del siglo XIX, la edad dorada de los autómatas.

De 1860 a 1910 varias familias de artesanos como Lambert, Phalibois o Bontems prosperaron en París perfeccionando bailarinas, pájaros cantores y doncellas chinas que servían el té . Eran sofisticados divertimentos para las familias pudientes.

El museo acaba de publicarlos todos en Musical Machines and Living Dolls (Cajas de música y muñecos vivientes), el primer libro que cataloga su extenso elenco de muñecos mecánicos. El tomo documenta la historia de los autómatas y da información detallada de cada pieza.

Entre las páginas está ella, Cleopatra, tumbada de manera dramática como en un cuadro de Delacroix, con la piel cerúlea por el paso del tiempo y con un decadente atuendo rojo.

También es de finales del siglo XIX. La escena es fruto de la fascinación romántica de Europa por oriente, revivida en Francia por la campaña napoleónica de Egipto.

La escena animada está encerrada en un lujoso marco. Al activar a la sensual Cleopatra, su pecho sube y baja en un continuo suspiro, sus pestañas se mueven y el áspid ataca a la trágica reina.

Ella se dedica a morir en bucle, abandonada sobre el lecho de terciopelo.

Helena Celdrán