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Perfil de un criminal contra el patrimonio universal

Antigua mano de hierro en un desierto sereno, “el señor Al Mahdi”, así es citado por la pionera sentencia de la Corte Penal Internacional, pasará nueve años entre rejas, quizás anhelando el espacio perdido, el enigma geométrico de las dunas móviles, y el viento, el viento que serpentea en el Sahara movido por un aliento cálido que nunca penetrará en su celda.

Ahmad al Mahdi, acusado de crímes de guerra en Malí por el TPI © TPI

Ahmad al Mahdi, acusado de crímenes de guerra en Malí por el TPI © TPI

Es el primer condenado bajo la ley internacional por la destrucción de bienes, arte y patrimonio cultural. La Corte penal consideró que destruir estos bienes equivale a anular personas. Antes de escuchar la sentencia, ha mostrado arrepentimiento por el sufrimiento emocional causado; tal vez de corazón –“por su familia, por su país, por la comunidad internacional”, o quizás buscando el atenuante. Este arrepentimiento viene por haber destruido o dañado joyas irremplazables que dijimos que pertenecen a todos, resilentes piezas de nuestro puzzle antiguo, patrimonio catalogado por la Unesco, mausoleos lejanos que evocaban un tiempo de caravanas y largos trayectos cuando los humanos sabían que la arena era un océano, el origen y final de todo. Tiempos en los que la sal y no el silicio y el petróleo motivaba las guerras.

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40 años haciendo un autorretrato de cumpleaños en ‘topless’ y con el mismo modelo de bragas

Izquierda, 1974, 29 años - Derecha, 2013, 69 años © Lucy Hilmer

Izquierda, 1974, 29 años – Derecha, 2014, 69 años © Lucy Hilmer

La misma mujer, la misma ropa interior —unas bragas lollipop de algodón blanco—, la misma piel, la misma pose, el mismo topless… Durante cuarenta años.

Lucy Hilmer ha tomado la misma foto el mismo día del año, el 22 de abril, su cumpleaños, desde 1974.

La serie de autorretratos, titulada con sorna y buen humor Birthday Suits (Trajes de cumpleaños), es un canto de amor al tiempo y a la vida, una cronología gozosa de una mujer que, como puede advertirse al contraponer las poses de la primera y la última fotos, ya no tiene miedo ni necesita colocarse a cinco metros de la cámara. Lucy Hilmer ha empleado radicalmente el derecho a exponerse.

El proyecto de Hilmer, que ahora va camino de ser un libro y quizá una película, ha ganado uno de los premios de talentos fotográficos emergentes de 2014 del prestigioso blog Lens Culture.

La mujer, una de esas aficionadas a hacer fotos que sólo admiten con cierto rubor que, «está bien, si quieres puedes decir que soy fotógrafa, pero es una palabra demasiado grande«, sólo se atrevió hace poco a sacar del encierro familiar y mostrar en público la serie de imágenes de su cita anual consigo misma.

Empezó casi en broma, en el Valle de la Muerte al que decidió viajar en 1974, cuando cumplía 29, como homenaje privado a la película de Antonioni Zabriskie PointHilmer es una hippie y no se avergüenza—. Tomó varios autorretratos, con varios atuendos y en distintas poses. «Sólo me vi a mí misma con zapatos, calcetines y las bragas Lollipop. Las demás no se parecían a mí», explica para justificar la elección de la foto que seguiría haciendo, cada 22 de abril, durante las siguientes cuatro décadas.

El resultado de la crónica de trajes de cumpleaños es «una historia codificada del viaje de una mujer a través del tiempo», añade Hilmer, a quien movió cierto espíritu de rebeldía: «Quería ir contra los estereotipos de una cultura que me marcaba como a una chica bonita, lo suficientemente delgada para ser una modelo de moda y no mucho más».

Luego, con el paso de los años tuvo la intuición de que aquel rito era una alianza que la acompañaría de por vida: «Armada con mi cámara y el trípode, encontré una manera de definirme en mis propios términos y en la forma más abierta y vulnerable que pude. Mi proyecto es a largo plazo y continuará el tiempo que viva».

Visto en conjunto, el suave viaje de autorrepresentación en topless y bragas de esta fotógrafa con la mirada iluminada, compone una narrativa superpuesta a la fotográfica. Es simple —el matrimonio, los hijos, los nietos, el inevitable avance de las arrugas…— pero de hondo consuelo: Hilmer ha sembrado el camino de señales para regresar sin drama a la casa común de la tierra que a todos nos aguarda.

Ánxel Grove

Fotos que hablan

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

© «Talking Pictures» – Ransom Riggs

Fotos que no pueden entenderse sin dar la vuelta al papel, fotos que contienen un grito en el reverso, una anotación que no sólo les arrebata parte del anonimato, sino que te eriza el alma y te impide mantener la distancia o quedarte en los detalles.

La anotación a bolígrafo completa nuestra mirada a la joven risueña, con sombrero a la mode y vestido plisado: se llamaba Dorothy, vivía en Chicago, murió a los 15 años de leucemia.

Cubierta de "Talking Pictures"

Cubierta de «Talking Pictures»

El libro Talking Pictures (Fotos que hablan), editado por HarperCollins, es la historia de una obsesión. El autor, Ransom Riggs, colecciona fotos desde que era adolescente. Las compra en mercadillos, rastros, ventas de garaje y otras formas de esa red microcomercial en la que entran los objetos olvidados y, sin motivo aparente que podamos adivinar, entregados al azar del abandono. Riggs establece una condición para adoptar una foto: que estén escritas, rotuladas con un comentario, una frase o un epígrafe en los bordes o que contengan en el amplio terreno del envés los restos de una memoria también abandonada.

El conocimiento que la semántica añade a la imagen, el cruce de esas dos formas de parcialidad comunicativa —ni las palabras ni las fotos bastan para entendernos, para entregarnos, para ser uno en el otro—, rompe la distancia que casi siempre mantenemos con la foto que tenemos ante los ojos y nos invita al interior de una vida. Las anotaciones dejan espacios abiertos, por supuesto, pero con ellas la foto parece invitarnos a sentir algo más que fría semiótica de la imagen.

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

© «Talking Pictures» – Ransom Riggs

«A veces una palabra vale por mil fotos», dice el autor del libro —por cierto, no editado en España, donde las editoriales tienen un interés casi nulo por la fotografía anónima—. La imagen de arriba y su leyenda dan la razón a Riggs.

Una madre y cuatro de sus hijos y estos textos. A lápiz: «Pearl con Freddie, Billie, Kenneth y George en la casa de Lansing» [ciudad del estado de Michigan]. A bolígrafo, con una grafía de otra persona: «Nos mudamos a Detroit, donde Doris Jean y Elenore Ruth nacieron. Ambos murieron. Doris Jean con un mes por meningitis. Elenore Ruth a los 4 meses por malnutrición. No hay $ para comida«.

«La gente ya no escribe en las fotos», dice Riggs. «Ni siquiera tomamos fotos —quiero decir, fotos reales, impresas en papel, reveladas con emulsiones. Hay más cámaras que nunca, pero las imágenes que producen son efímeras cadenas binarias de unos y ceros, pocas veces impresas, almacenadas en chips y discos duros que se estropean facilmente borrando su contenido, susceptibles de ser dañados por por el calor, el electromagnetismo, el uso o la obsolescencia. Un disco duro tiene una vida media de cinco años y un disco compacto de diez o quince. Una foto bien impresa mantiene la imagen cien años —los negativos fotográficos duran todavía más».

Además de una defensa de las fotos en papel como vislumbre de quiénes somos, lo que somos y cómo vivimos, Talking Pictures es una reivindicación de la importancia de las «fotos de otros», esas imágenes de desconocidos que a veces encontramos en el suelo de un puesto de venta de objetos oxidados y lejanos como fósiles. Antes de pasar de largo, recomienda Riggs, deténgase y observe, entre en el mundo bidimensional del cartón, permita que el hechizo se extienda y, sobre todo, dé vuelta a la imagen y busque si hay algo escrito detrás.

Inserto abajo varias de las imágenes del libro. De escpecial intensidad son las tres primeras, que componen la serie de Janet Lee, una vivaracha niñita con tendencia a las caídas («tendré que comprarle un casco«, se lee tras la foto que da cuenta de un accidente doméstico que casi termina con la fractura de una pierna). Las últimas fotos muestran el cadáver de Janet Lee, con el reverso en blanco, porque no son necesarios los fonemas frente al estruendo de la muerte; y la niña asomada al borde del mar. «Janet tenía 10 años», se lee en el envés.

Ánxel Grove

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

© «Talking Pictures» – Ransom Riggs

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

© «Talking Pictures» – Ransom Riggs

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

© «Talking Pictures» – Ransom Riggs

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

«Esto era cuando se amaban» © «Talking Pictures» – Ransom Riggs

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

«Mi escritorio, donde hago todas mis tareas y te escrito cartas» © «Talking Pictures» – Ransom Riggs

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

«Mamá y Grace, 1953. Donde murió papá» © «Talking Pictures» – Ransom Riggs

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

«África Oriental, otoño,  1943. Las langostas casi oscurecían el cielo» © «Talking Pictures» – Ransom Riggs

© "Talking Pictures" - Ransom Riggs

«Esta es una foto perfecta de nuestra hermana Marion, 27, que el tío Geo. tomó en Colorado Springs. Más o menos un mes después ella murió» © «Talking Pictures» – Ransom Riggs

¿Indios de la India o indios de los EE UU?

A la izquierda, foto de hace cien años de una madre india con su hija. A la derecha, una abuela actual de la India con su nieta.

A la izquierda, foto de hace cien años de una madre india con su hija. A la derecha, una madre actual de la India con su hija adoptiva estadounidense.

Annu Palakunnathu Matthew (1964) nació en Inglaterra en una familia llegada de la India. Desde hace años reside en los EE UU y debe soportar el equívoco semántico que despierta su respuesta cuando alguien le pregunta de dónde procede. «Soy india» no basta, debe aclarar que es india de la India y no india nativa norteamericana.

Como estaba bastante cansada de la insistencia y le parecía «extraño» que perdurase una confusión que empezó cuando Cristobal Colón creyó que había descubierto las Indias, acomodando el gentilicio a partir de entonces al mal cálculo del navegante, la fotógrafa decidió jugar con su otredad india utilizando fotos antiguas de nativos de lo que hoy son los EE UU tomadas a finales del siglo XIX y principios del XX.

El proyecto An Indian from India (Una india de la India) llevó a esta fotógrafa y pedagoga a trasladar al presente los estereotipos y aplicar con los indios de la India la misma visión de los indios de los praderas de las fotos clásicas —seres dignos, serios, de mirada lejana y gestos hieráticos—. Durante la búsqueda de fotos en los archivos encontró que la manera en que los nativoamericanos eran retratados, la forma en que los recién llegados rostros pálidos los veían, era casi la misma que los colonialistas ingleses aplicaban a los indios de la India en la misma época.

Con un sentido del humor que no hurta la crítica a los discursos simplistas sobre la oleadas migratorias, la fotógrafa contrapone en la imagen que abre la entrada el retrato antiguo de una madre india con su hija con el moderno de otra madre, esta nacida en la India y residente en los EE UU, con su hija adoptiva estadounidense. La impresión es que las fronteras del tiempo y los dictados de tanto discurso racista se han evaporado.

© Annu Palakunnathu Matthew

© Annu Palakunnathu Matthew

Roland Barthes anotó los cuatro «imaginarios» que se cruzan en un retrato: «Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien ser sirve para exhibir su arte». Esa incomodidad deriva en que los retratados, sobre todo por los fotógrafos pioneros que trabajaban, por imperativos técnicos, con largas exposiciones y extrema quietud de los modelos, parezcan imitaciones de sí mismos.

En los cuatro retratos de arriba vemos, a la derecha, al indio navajo Tom Torlino (arriba, cuando entró a estudiar en un centro educativo y abajo tres años después), y a su lado a la fotógrafa Annu Palakunnathu Matthew, dispuesta también a entrar en el juego (arriba, cuando llegó por primera vez a los EE UU y abajo tres años más tarde). Lo aparentemente inerte de las imágenes, la incomodidad de los modelos, son los mismos.

El ánimo de distorsión de la memoria es también aplicado por Annu Palakunnathu Matthew en el proyecto Re-Generation, en el que, mediante montajes digitales de máxima simpleza —fundidos y mezclas— manipula la memoria visual de los álbumes familiares, juntando pasado y presente en el mismo espacio.

«Cuando hojeamos un álbum de familia, nos volvemos más conscientes de las historias y los recuerdos. Mi trabajo se basa en la presunción de veracidad de las fotografías para estimular una reflexión crítica sobre el poder de la fotografía y su efecto sobre la percepción de la memoria, la familia y la deformación de las culturas a través del tiempo», explica la autora, cuyos vídeos pueden verse en un canal de Vimeo.

Estas conmovedoras animaciones distorsionan la historia —mujeres de tres generaciones, por ejemplo, se encuentran en una misma imagen—, pero la convierten en un fluido, quizá la forma más cercana a lo que nunca dejará de ser. Por mucho que nos cuenten los portavoces de la dictadura del presente, todos nosotros vivimos dentro de las fotos de nuestros abuelos.

Ánxel Grove

El blog ‘Querida fotografía’ se convierte en el último fenómeno de Internet

Foto: Laina (Dear Photograph)

Foto: Laina (Dear Photograph)

La premisa es simple pese a la apariencia de charada: «Hacer una foto de una foto del pasado en el presente».

Por ejemplo esos dos niños que escapan acera adelante en una instantánea tomada hace algunos años, a su vez sostenida por una mano (en este caso, la de uno de los críos, que ya se ha convertido en una persona adulta) y refotografiada ahora en el mismo escenario de la foto original.

La autora de la foto-presente sosteniendo la foto-pasado escribe unas líneas: «Querida fotografía, añoro aquellos días en que corríamos libres y vivíamos el momento».

Es decir: la foto, el tiempo, la emoción congelada, la duración infinita del recuerdo, sus meandros y humores…

La idea está a punto de convertir en millonario a Taylor Jones, un canadiense de Kitchener (Ontario), de 22 años. Hasta hace unas semanas trabajaba en el departamento de redes sociales de RIM, la empresa que fabrica los dispositivos Blackberry. Ha dejado el puesto y anda por Hollywood negociando la venta de derechos para cine y televisión de su idea: «Hacer una foto de una foto del pasado en el presente».

También ha firmado un contrato para publicar un libro con HarperCollins, una de las editoriales más poderosas de los EE UU. Le han dado un adelanto con una cantidad de seis cifras.

Foto: @landonjonez (Dear Photograph)

Foto: @landonjonez (Dear Photograph)

Todo empezó en mayo de 2011, hace sólo nueve meses, en un atardecer de fin de semana en el mismo salón que aparece en la imágen de la izquierda. La madre de Jones sacó un álbum de fotos para ejercer la nostalgia de los viejos tiempos que tanto gusta a las madres. En una de ellas, el hijo pequeño de la familia posaba, todo sonrisa, ante el pastel con Winnie-the-Pooh de su tercer cumpleaños.

Jones tuvo la sensación de que algo regresaba del pasado hacia el presente o quizá de que algo del presente volvía al pasado o quizá de ambas cosas a la vez. Sacó la cámara, sostuvo la foto de su hermano, la encuadró para que encajase en el marco e hizo una foto.

Lo siguiente fue hacer un tumblr. Lo llamó Dear Photograph (Querida fotografía) e invitó a los visitantes a enviar imágenes bajo la única condición ya citada: reencuadrar en el presente una foto del pasado.

A estas alturas el microblog anda por los 21.000 hits al día, ha sido nombrado la séptima mejor bitácora de 2011 por la revista Time, ha recibido la atención de AlJazeera, The Guardian, The New Yorker e incluso inspiró una campaña publicitaria robada por Chevrolet, que retiró los anuncios tras las quejas en las redes sociales.

Foto: Paisley (Dear Photograph)

Foto: Paisley (Dear Photograph)

«Querida fotografía, ¿por qué no puedo sentir el color que Halloween me hacía sentir? Es duro ver la magia con gafas de adulto». Al blog siguen llegando fotos y mensajes tan confesionales como éste.

El archivo no es demasiado profuso (no llega a 250 entradas) porque Jones -que ha rechazado ofertas de insertar publicidad para preservar el carácter de reflexiva emoción del site– selecciona las fotos con rigor y mimo.

El feedback funciona. La imágen de Paisley sobre la añoranza del color perdido tiene mientras escribo esta entrada más de 2.500 likes o reblogs.

El caso de Dear Photograph pone sobre el tapete una cuestión que va más allá de la llamativa instantánea gloria y riqueza en esa especie de lotería universal que es Internet. El fenómeno nos pregunta: ¿dónde hemos dejado la carga emocional de las fotos, el background sensible que las hace algo más que una impresión óptica o digital?, ¿hemos banalizado hasta tal extremo el acto de hacer una foto -clic, ya- que la única entraña que mantenemos es la puramente tangible?…

Foto: Laura (Dear Photograph)

Foto: Laura (Dear Photograph)

«Querida fotografía, mi abuelo ya no me reconoce nunca, pero todavía sonríe cuando le enseño esta foto. En mi interior confío en que todavía recuerde cuanto me gustaba estar con él».

Las fotos de otras fotos del pasado realizadas en el presente están diciendo algo que tiene que ver, como en el caso de ésta de la niña acunada en la hamaca por el abuelo que hoy padece Alzheimer, con el peso de la turbación, el miedo, la pérdida o el desvelo…

El cruce del pasado y el presente, intervenidos por la mano de quien habla, asomada a la geografía inmaterial de un espacio inventado, desordenado, provoca que la intensidad ascienda, que la foto vuelva a ser un latido y no una imagen bidimensional.

Foto: Gilbert Bohannon Jr (Dear Photograph)

Foto: Gilbert Bohannon Jr (Dear Photograph)

«Ella estaba en los últimos cursos cuando yo era un novato. Me buscó desde entonces. Ahora es la maestra de mis dos hijos en el colegio en que estudiamos ambos… Hace 28 años».

La idea de reventar la línea de tiempo, como en la foto de la izquierda, con una narración que subvierta las perspectivas y multiplique los focos de atención, es brillante aunque no nueva del todo. Desde un punto de vista formal tiene bastante que ver con el trabajo de la fotógrafa argentina Irina Werming, que se dedica a repetir fotos antiguas años después en la serie Back to The Future (Regreso al futuro), e incluso con la web Sleeveface (Cara-portada), que invita a jugar con la superposición de cubiertas de libros o discos sobre el propio rostro.

Foto: Billy (Dear Photograph)

Foto: Billy (Dear Photograph)

Fotos candorosas asomadas de las cajas donde las guardamos -quizá para no verlas-, a las que jamás se les podría achacar culpabilidad alguna, instantáneas sometidas al extravío o la amnesia

Una vez cruzadas con el presente, se transforman en algo distinto.

«Querida fotografía, han pasado cincuenta años desde que usaba ese traje de nieve y mucho ha cambiado. Y a la vez parece que muy poco haya cambiado… Sólo la manera en que todo debería ser», dice Billy.

Quizá ahí resida el éxito de Dear Photograph: nada ha sido, nada será, nada es (por usar una encrucijada verbal) como imaginamos, quisimos o deseamos que fuese.

Ánxel Grove

¿Quién es esta persona que vive conmigo?

Polly Gaillard

Polly Gaillard

Cuando Polly Gaillard se divorció de su marido, quiso poner en práctica un experimento de terapia fotográfica dada la situación desconocida que le esperaba: convivir con la hija de ambos en ausencia del padre.

El resultado, la serie Reframing; Motherhood, Memory and Loss, es un documento introspectivo sobre los espacios, recuerdos, sentimientos y fronteras de la cohabitación entre la madre y la niña. Casi todas las imágenes, como apunta la fotógrafa, parecen plantear una sola pregunta: ¿Quién es esta persona que vive conmigo?

La mirada de Gaillard es doble: los lugares que ocupa la hija y los restos que deja en esos lugares tras abandonarlos, la carga afectiva, de gestos inacabados, que permanece cuando salimos del plano.

Polly Gaillard

Polly Gaillard

Una bolsa de plástico, una fruta cortada y abandonada, la pasta de dientes sobre el cepillo, un tarro de plástico lleno de orina para un análisis…

Sombras de vida que, sin embargo, dicen la vida.

No suelen emocionarme las fotos de buena parte del documentalismo actual, me parecen frías y de una poesía tan infortunada como la existencia.

Con Gaillard hago una excepción: su empeño en rastrear la familia y lo familiar me parece de una tozudez primaria y conmovedora.

Polly Gaillard

Polly Gaillard

Un segundo valor: el nulo amaneramiento de las fotos en las que sí aparece la hija, imágenes llenas pero distantes.

No parecen tomadas por una madre, sino por un reportero ajeno a las implicaciones de los sentimientos y su mancha sobre las fotografías.

Ama mucho quien es capaz de mirar como si el amor no estuviese presente.

Reframing; Motherhood, Memory and Loss no es la única serie que me interesa de la fotógrafa estadounidense. En Re-Collecting,regresa a las fotos de los álbumes familiares para, gracias al retoque digital, regresar como adulta a los escenarios de la niñez.

Polly Gaillard (de 'Recollecting')

Polly Gaillard (de 'Recollecting')

El «adulto intruso», dice Gaillard, «interrumpe el recuerdo encapsulado en la instantánea» y nos hace ver que también las fotos son un depósito de ruido, un arañazo en el pasado.

Las fotos nunca son pruebas infalibles: su fidelidad está rota por el tiempo.

La pregunta persiste: ¿Quién es esta persona que vive conmigo?

Ánxel Grove

Que la vida se quede afuera

Bruce Davidson, 1960

Bruce Davidson - "Girl with Kitten", Londres, 1960

El autor de la foto de la izquierda, el gran Bruce Davidson, ha llamado de forma conmovedora a las puertas del pasado para intentar recobrar, 51 años despúes, a la protagonista de uno de sus retratos de calle.

Quiere saber quién es la chica a la que congeló en  una película en 1960, en las calles de Londres. Dice no soportar la ausencia.

El veterano reportero, que tiene 77 años, modula la voz con glosario de enamorado: «Su hermosa inocencia llena de esperanza y su rostro misterioso han estado conmigo desde entonces«.

En uno de sus ensayos Susan Sontag, equipara la fotografía a una «empresa de notación» mediante la cual «observamos, tomamos nota, reconocemos».

Roland Barthes cree, al contrario, que la fotografía «no se percibe más que verbalizada».

Creo que Davidson lucha por no ahogarse entre esas dos corrientes: tiene las palabras, pero no las reconoce.

¿Por qué no basta para consolar al maestro la imagen por sí misma? ¿No es pie de foto suficiente el que componen, como notación, el saco de dormir en bandolera, la mirada sin foco y el gato de callejón?

Una de las mejores fotógrafas de todos los tiempos, Diane Arbus («mi pasión es ir a donde nunca he ido»), se comprometía hasta tal punto con sus modelos (casi siempre outsiders a la deriva) que desaparecía durante días para entrar en las vidas ajenas, en las casas ajenas, en los mundos incomprensibles (por ajenos)…

Acaso la constatación de que padecemos la carencia de ser en el otro contribuyó a que Arbus decidiera abandonar la búsqueda tomando un buen puñado de barbitúricos.

Diane Arbus - "Child with Toy Hand Grenade in Central Park", New York City, 1962

Diane Arbus - "Child with Toy Hand Grenade in Central Park", New York, 1962

¿Qué habrá sido del niño sulfúrico que Arbus retrató, granada en mano, en 1962? ¿Significó algo ese juego en su devenir? ¿Murió en un selva húmeda de Camboya? ¿Cuelga una copia de la foto de Arbus -señora a la que apenas recuerda- al lado de su título de Leyes por Cornell?

Las cámaras, como todo supuesto artilugio (o artificio: ahí están Facebook, Twitter y los otros mundos) para reproducir la vida, no hacen más que repudiarla.

«Tragamos el mal, nos atragantamos con el bien», sostenía el poeta Wallace Stevens. «No puedes fiarte de tus ojos si tu imaginación no está enfocada», había anotado mucho antes Mark Twain.

En otra foto de Davidson, una de las mejores (forma parte de Brooklyn Gang, de 1959), una pareja de jóvenes se besa en el asiento trasero de un atomóvil. Parecen regresar de la playa. Lo intuímos porque otras fotografías del reportaje muestran a la pandilla en el arenal de Coney Island.

Bruce Davidson - "Brooklyn Gang", Brooklyn-NY, 1959

Bruce Davidson - "Brooklyn Gang", Brooklyn-NY, 1959

No sé si Davidson anotó en este caso las filiaciones de los modelos, volvió a verlos, supo el amargo futuro de alienación que predicen para ellos las desoladoras fotos…

Arbus sostenía que «una fotografía es un secreto sobre un secreto. Cuanto más te dice, menos sabes».

«La mirada, y el acopio de los fragmentos de la mirada, nunca pueden completarse», proclamaba Sontag.

Creo que no sólo no pueden completarse, sino que no deben completarse.

Es mejor no saber, no dejar que la vida contamine la notación.

Ánxel Grove