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¿Tienen los zurdos superpoderes artísticos?

Debo puntualizar mi posición ideológica, no me pidáis equidistancia. No soy un ambidiestro o zurdo moderado: soy zurdo extremo, opero siempre con la izquierda. Creo que la nuestra es una raza de mutantes que nacimos con superpoderes.

Estáis avisados.

Leonardo da Vinci fue un zurdo con superpoderes. Fuente: Wikimedia Commons

Leonardo da Vinci fue un zurdo con superpoderes. Fuente: Wikimedia Commons

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Somos zurdos… Nuestros enemigos nos reconocen por los signos del Maligno, que estaba sentado a la izquierda del Padre antes de escurrirse al infierno. Si te dejan la pluma estilográfica esta se rompe por fricción malévola; si nos hacen escribir con rotulador, aparece la marca de Caín: esa tinta que mancha tu mano como el tatuaje de un mendigo, y te llaman sucio, o algo peor; si nos mandan usar las tijeras, sentiremos el dolor en el pulgar como una prueba de fe; sobrevivimos ocultos en las escuelas con complejo de mano torpe, porque resulta casi imposible escribir recto y con buena letra en el cuaderno. Odiamos las silla-pupitre y las peleas de codos en el comedor. Amamos los ordenadores pero maldecimos el mouse. Nos chifla la escritura árabe. Somos la única izquierda.

Yo soy un zurdo real… si me das una guitarra la toco al revés, como si fuera un cajón. Soy un veterano de la eterna lucha contra las espirales de los blocs de notas. Nunca podré abrir una lata de conservas, y moriría de hambre en un mundo posnuclear. A los diestros el diccionario os llama “avezados, entendidos, experimentados, expertos, hábiles, peritos, prácticos, versados”; en la acepción de zurdo solo encuentro un escueto “izquierdo, siniestro”. Para los doctos académicos somos algo así como heavies vestidos de negro. “Lateralidad cerebral”, clasifica la ciencia. Nosotros, orgullosos, nos consideramos algo más: mutantes artísticos.

Charles Chaplin sonríe porque es zurdo. Fuente: Wikimedia Commons.

Charles Chaplin sonríe porque es zurdo. Fuente: Wikimedia Commons.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Esculturas ‘matemáticas’ que engañan a los sentidos

Es un objeto de plástico rígido y es fácil imaginar que los pinchos redondeados son blandos como los de una anémona. Las esculturas cinéticas de John Edmark ponen de relieve lo poco fiables que pueden ser nuestros sentidos con respecto a la realidad. El cerebro humano siente debilidad por rellenar espacios vacíos para generar ilusiones ópticas o imaginar un movimiento vivo donde sólo hay una rotación rápida.

«Mientras el arte es a menudo un vehículo para la fantasía, mi trabajo es una invitación a profundizar más en nuestro mundo y descubrir cómo de asombroso puede ser». El diseñador, artista e inventor estadounidense, conocedor de que «el cambio es la única constante en la naturaleza», adora los patrones, las rotaciones y los giros de precisión matemática.

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George Widener, el ‘savant’ que predice catástrofes y habla con robots

Magic Square 34 (2011) by George Widener. Image: © George Widener, courtesy Ricco/Maresca Gallery

Magic Square 34 (2011) by George Widener. Image: © George Widener, courtesy Ricco/Maresca Gallery

A George Widener, que tiene 54 años y puede procesar cifras y datos con velocidad supersónica, no le importamos demasiado los seres humanos. Prefiere, afirma en las pocas entrevistas que concede, dedicarse a hablar con las máquinas, montar posibles «arquitecturas de conexión lingüística» con sistemas robóticos.

También es capaz de diseñar cuadrados mágicos con dígitos insertados que sumen lo mismo en cualquier dirección. Tarda unos tres segundos en hacer el boceto de uno de, por ejemplo, de 16 cuadrículas. Luego los embellece y transforma en arte.

Uno de los savants más famosos del mundo, Widener es dueño, como Kim Peek (1951-2009), el personaje real en que estaba basado el inolvidable protagonista de la película Rain Man, de una memoria muy profunda pero muy estrecha —Peek soltaba sin pestañear dos mil fechas de calendario, pero no tenía idea de cómo ponerse la ropa—.

Es la cualidad de quienes llevan consigo los síntomas cognitivos del síndrome del sabio: pueden calcular, recordar u ordenar con una perfección absoluta y a una velocidad más propia de un procesador, pero no saben qué hacer con esas capacidades.

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Esculturas cinéticas que unen el arte y las matemáticas

'Blooming zoetrope' - John Edmark

‘Blooming zoetrope’ – John Edmark

«Si el cambio es la única constante en la naturaleza, está escrito en el lenguaje de la geometría«, dice John Edmark. Profesor de diseño en la Universidad de Stanford (California, EE UU), con sus «esculturas cinéticas y objetos transformables» explora patrones espaciales y busca la atención del espectador demostrando que las leyes físicas están llenas de «comportamientos sorprendentes».

Como artista en residencia de Autodesk —la multinacional líder del software en 3D— el diseñador ha creado una serie de «zoótropos de Fibonacci«, llamados así en honor de Leonardo de Pisa Fibonacci (c.1170- c.1250), uno de los matemáticos más sobresalientes de la edad media europea, introductor en el continente de los números indoarábigos: las figuras que empleamos hoy para representar los números.

Las piezas aunan el arte y las matemáticas de una manera natural y armónica. El autor bautiza a los zoótropos con el nombre del matemático porque para su diseño utiliza la sucesión de Fibonacci, una serie infinita de números naturales que comienza con el número 1, continúa repitiendo el 1 y sigue con la suma de las dos cifras anteriores (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89, 144, 233, 377…). Lo asombroso de esta secuencia, que se sigue aplicando en computación y matemáticas, es que forma parte de los patrones biológicos. La sucesión corresponde a la configuración de las ramas de un árbol, el orden de las hojas en un tallo, en el romanescu o en la alcachofa.

Las separaciones entre los salientes son la clave para que se produzca el efecto. El diseño ciertamente sigue el patrón según el que crecen las plantas suculentas, las piñas o los girasoles. Realizadas con impresora 3D, las obras parecen crecer y retorcerse cuando se las hace girar a 550 revoluciones por minuto y se graba el proceso con una cámara con una alta velocidad de disparo.

«La velocidad de rotación está cuidadosamente sincronizada con el ritmo de imágenes por segundo para que un fotograma del vídeo sea captado cada vez que la escultura gira ~137.5º, el ángulo áureo», explica Edmark, que en el portal web Instructables detalla su proyecto y se ofrece a proporcionar los planos de las esculturas a quien esté interesado en imprimirlas en 3D.

Helena Celdrán

Mecanismos que quieren estar vivos

Las máquinas de Reuben Margolin provocan la sensación de estar ante un organismo vivo. Imanes, acero, cuerdas, tubos y motores imitan a la lluvia, a las olas del mar, a las vértebras de un cuadrúpedo, a la forma de nadar de una medusa. Son Artefactos, pero tienen alma.

Las matemáticas y la física lo cautivaron desde siempre, pero al empezar a estudiarlas en la universidad de Harvard le pudo su lado artístico, se licenció en una carrera de letras y se fue a Italia y Rusia para estudiar pintura.

Algo se encendió en su interior cuando en 1999 se puso a observar de cerca a una oruga. Los movimientos reptantes y cíclicos, la precisión biológica del insecto… Tenía que haber maneras de imitar una visión tan estética, compleja y natural al mismo tiempo. Fue el nacimiento de sus esculturas cinéticas.

'Caterpillar' - Reuben Margolin

'Caterpillar' - Reuben Margolin

No voy a hablar del proceso técnico, de las dificultades y teorías que Margolin pueda tener. Eso sería darle un aura de marisabidillo que no tiene y llevaría a los tertulianos a tacharlo de pedante sacacuartos.

En los vídeos suyos disponibles en la red, ya sea en entrevistas informales o en pequeñas conferencias, su sencillez y entusiasmo son abrumadores.

Da la sensación de que la única pretensión de este hombre fuera pasarlo bien con una extraña mezcla de arte y ciencia que enciende su vida personal.

Piezas que se deslizan, que suben y bajan. A veces son simples juegos de anillas, otras son grandes instalaciones con cientos de hilos colgantes que enganchan todas las piezas necesarias para que el movimiento fluya. ¿Quién diría que cuesta tanto trabajo moverse como un ser vivo?

Helena Celdrán