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La justicia llega tarde para Sam Wagstaff, novio y educador de Mapplethorpe

Polaroids de Robetr Mapplethorpe, 1972-1973. Izquierda: Wagstaff. Derecha: autorretrato de Mapplethorpe. Gift of The Robert Mapplethorpe Foundation to the J. Paul Getty Trust and the Los Angeles County Museum of Art

Polaroids de Robetr Mapplethorpe, 1972-1973. Izquierda: Sam Wagstaff. Derecha: Autorretrato de Mapplethorpe © The Robert Mapplethorpe Foundation to the J. Paul Getty Trust and the Los Angeles County Museum of Art

Entre las dos Polaroid transcurrieron solo unos meses. El hombre en ropa interior de la izquierda, Sam Wagstaff, tenía más o menos 50 años y era tan millonario como lo había sido en la cuna —el dinero llegaba por ambas líneas consanguíneas: el padre, superabogado y la madre, judía polaca, ilustradora de confianza de Harper’s Baazar—.

El chico encuerado de la derecha, Robert Mapplethorpe, de 25, pretendía convertirse en fotógrafo, en artista, comerse el mundo, ser un nuevo Elvis

Se conocieron en una fiesta licenciosa en uno de esos lofts de Nueva York donde entrabas por una cualquiera de estas dos condiciones: ser bello o ser un poco menos bello pero tener mucho cash.

Se acostaron juntos la misma noche y fueron amantes durante quince años. Ambos murieron de sida con una diferencia que fue caritativa para el sentimiento de pérdida de Robert: Wagstaff en 1987 y Mapplethorpe en 1989.

Los dos decesos ocurrieron en invierno, pero la nieve solo parece haber caído sobre la memoria de Wagstaff.
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Documental y ‘biopic’ sobre Robert Mapplethorpe, el ‘James Dean siniestro’

Izquierda, James Dean en una foto de promoción de 'Rebelde sin causa', 1955 - Derecha, Autorretrato de Robert Mappelthorpe, 1980 © Robert Mapplethorpe Foundation

Izquierda, James Dean en una foto de promoción de ‘Rebelde sin causa’, 1955 – Derecha, Autorretrato de Robert Mapplethorpe, 1980 © Robert Mapplethorpe Foundation

Más de una vez han sido citadas las similitudes entre este par de galanes y el twist que los emparenta pese a la brecha de los calendarios.

James Dean, cuyo segundo nombre era apropiado para la vida fosfórica que llevó: Byron, vivió tan rápido como el Porsche 550 Spyder al que llamaba Pequeño Bastardo y entre cuya dinámica carrocería plateada murió por un multitraumatismo el 30 de septiembre de 1955, a los 24 años, tras estrellarse por exceso de velocidad contra el coche mucho menos glamuroso que conducía un chico proletario llamado Donald Turnupseed. El conductor superviviente montó una empresa eléctrica y vivió hasta los 63. Nunca dijo una palabra a los periodistas que le abordaban en cada efeméride.

El organismo de Robert Mapplethorpe aguantó algunos años más, aunque no demasiados: colapsó a los 42, el 9 de marzo de 1989, por complicaciones derivadas del virus del sida. Al contrario que Dean, tuvo tiempo para encargar a una periodista de prestigio la redacción de una biografía oficial sin aristas, disfrutar de una fortuna ganada gracias a la especulación artística y montar una fundación para que sus herederos paguen menos impuestos.

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‘Metropolis II’, ¿una escultura cinética o un Scalextric salido de madre?

Su construcción llevó cuatro años, un coleccionista la adquirió por una cantidad exagerada -y desconocida, pero de siete cifras- y ese mismo comprador misterioso la ha cedido al Lacma de Los Ángeles, donde la obra pasará una década.

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

El artista Chris Burden es el autor de Metropolis II, clasificada por el Museo del Condado de Los Ángeles como «una intensa y compleja escultura cinética», pero con más pinta de ser un híbrido entre los escenarios de la famosa película de Fritz Lang y un Scalextric salido de madre.

La estructura de seis metros de ancho y más de nueve de largo, tiene 18 carreteras que soportan la violencia de 1.100 coches que circulan a 23,3 millas por hora (unos 37 kilómetros), el equivalente según la escala a ir a 370 km/h por una ciudad como Los Ángeles.

La única motorización de los coches es la cinta transportadora que los impulsa en lo alto del circuito. Los vehículos corren libres de un modo apocalíptico, se amontonan en los carriles y sólo paran cuando el morro choca con la parte trasera del vehículo que tienen delante.

Una de las bifurcaciones de 'Metropolis II'

'Metropolis II'

Burden juega además con la baza del sonido, «que hipnotiza y provoca ansiedad al mismo tiempo» para recrear el ritmo vital de los habitantes de una gran ciudad, sometidos al estrés de la eterna banda sonora obligada de coches sobre el asfalto.

A veces hay accidentes, los vehículos se apilan y se salen de la trayectoria afectando a las vías de los trenes, con lo que siempre tiene que haber un operario cerca para que la ciudad no se vaya al tacho. Ese no es el único problema: se prevé que la instalación, aunque sólo funcionará los fines de semana, presente con el paso de los años problemas con el desgaste de las estructuras y los coches. Metropolis II se perfila como una pesadilla para cualquier museo.

Helena Celdrán