Entradas etiquetadas como ‘King Kong’

El día en que una elefanta saltó del tranvía volador

¡Tuffi está loca! ¡Tuffi se cree Dumbo! ¡Tuffi baila con la muerte…!

Seguramente sea uno de los intentos de suicidio más extraños de la historia animal. Cayó desde una altura considerable, pero la fortaleza propia del elefante le evitó males mayores. Puede que se tratara de una huida desesperada, como en las películas de espías o presidarios, un doble o nada, salto al agua y a ver qué ocurre.

Es imposible pensar como un elefante. Sentir como un paquidermo. Escuchar las llamadas suicidas en la demencia de sentirte atrapada en un diminuto vagón de tren.

Es paradójico querer meterse en la mente de esta elefanta inverosímil.

Solo deberían importarnos unos segundos de caída libre

Fotomontaje del salto de Tuffi.

Fotomontaje del salto de Tuffi.

Un tren aéreo, un dragón de acero, no es lugar para una elefanta; un camión o un circo, no se engañen, tampoco. Tenía motivos de peso. Unas estaciones repletas de ojos. Una trompa que expulsó quejidos flamencos. Y ese río teñido de negro.

Esta podría haber sido su esquela si el azar y un fondo de fango no la hubieran protegido:

El animal se tiró desde el ferrocarril colgante en marcha, en la ciudad alemana de Wuppertal, centro económico, industrial y cultural del Condado del Monte (Renania del Norte-Westfalia). Cayó al frío río Wupper desde una altura de más de 10 metros.

Pudo atraerla el brillo del Wupper por el recuerdo imantado de su India natal (los elefantes son seres memoriosos y los ríos se parecen en todas partes del mundo). Seguro que estaría harta de ser el monstruo de feria (también son orgullosos). Se puso nerviosa frente a los cables que parecían serpientes siniestras (lejos del paisaje ocre y del olor a especias, en la mecánica Alemania).

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Sexo con dinosaurios: ¿perversión o nuevo género literario?

Si pretendes describir la mente humana aparece un manicomio cimentado sobre habitaciones oscuras. Peldaños que al estilo de unas matrioska perversas descienden hacia nuevas puertas y sótanos prehistóricos. Si recordamos que la parte más profunda y primitiva de nuestra mente fue bautizada como «el cerebro reptiliano», empezaremos a comprender mejor este post.

Primero nos dijeron que los dinosaurios convivieron en su día con los humanos – películas como Cuando los dinosaurios gobernaban la tierra, El planeta de los dinosaurios, etc.-; después que los humanos podían tener sexo con ellos.

Nada de esto es cierto… ¿acaso importa?

Así, por estos sótanos medio abiertos, lugares trémulos donde el rugido se confunde con el deseo, pudo nacer un género literario capaz de dejarte tan pétreo como un huevo fósil en el desierto del Gobi: Dinosaur erotica o Erótica de dinosaurios. Un estilo surgido en la autoedición de Amazon, y en ocasiones censurado – «cómo puede incitar a la corrupción un acto imposible en la naturaleza», braman sus defensores-, pero que sigue vigente y productivo, con sus núcleos de fans dispuestos a empaparse del bestialismo fantástico -paleozoofilia, para ser exactos-, en el que aparecen Triceratops, Tiranosaurios, Velociraptores o Pterodáctilos que tienen sexo consentido o no con mujeres u hombres. «No he encontrado ningún libro gratuito en Internet, esto empieza a ser algo personal», escribió en un foro uno de sus presuntos seguidores.

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Viaje a las montañas ficticias de Kong

Ahora verás lo mismo que Mungo Park y otros exploradores obscenos… Cordilleras imaginarias o errores geográficos. Posverdad cartográfica secuestrando con mitos las seseras sedientas de irrealidad. Tierras ignotas que se ganaron un apellido a costa de la veracidad de los mapas. Lugares que se dijeron sólidos y que acabaron desdibujándose lentamente. Hoy solo espectros rescatados por artistas como Jim Naughten, mundos noctámbulos que emergen para ser observados en estas postales estereoscópicas que fingen su exploración en tres dimensiones.

Imagen esteroscópica de las Montañas de Kong. ©Jim Naughten

Imagen estereoscópica de las Montañas de Kong. ©Jim Naughten

Kong fue una ciudad y un imperio interior que cayó en 1898 bajo el dominio francés, en la actual Costa de Marfil. Las Kong fueron también unas cordilleras ficticias que en balde buscaron los aventureros y en las que creyeron prestigiosos cartógrafos de la época. Debemos al médico y explorador escocés Mungo Park la falsa presencia en los planos de esta cordillera que lleva el nombre de un seductor primate cinematográfico.

Mountains of Kong. ©Jim Naughten

Mountains of Kong. ©Jim Naughten

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Deja que Kong te desnude

William-Mortensen - "L Amour"

William Mortensen - "L Amour"

¿Qué debe representar una foto? ¿Cómo debemos asomarnos a su interior? ¿Se trata de ilustraciones o de ráfagas de conocimiento?

El momento, el instante del click, ¿es decisivo, teatral y concreto como la sombra que brinca para salvar el charco en Tras la estación de Saint-Lazare (1932), de Henri Cartier-Bresson, o interminable, una ruta casi etnográfica por nuestra memoria colectiva?

En otro tiempo -no demasiado lejano pese a la apariencia hipster y petulante de que todo acabó y nada volverá a ser tal como era-, los fotógrafos discutían sobre estos asuntos. Material impreciso, opinable, en ocasiones cercano a una metafísica sobre la evanescencia del objeto.

No conviene andar con esas vainas ahora, dicen.

Mejor actuar que pensar, es la consigna. Quienes actuan (no en el sentido de «poner en acción», ojalá, sino en el cinematográfico) son consecuentes con la carga de sus mentes, que es la misma que la de sus bolsillos.

¿Qué sentido tiene mencionar la mirada como «lenguaje del corazón» (Shakespeare, ya saben, aquel ridículo) si llevas encima una máquina de matar de 12 megapíxeles, óptica Carl Zeiss y capacidad simultánea para los arrumacos verbales con tu novia al tiempo que haces una Tras la estación de Saint-Lazare?

¿A alguien le va a importar que no haya punctum, rozadura sentimental, compromiso íntimo, si la foto tiene el carácter instantáneo (grosero, por cierto: todo ser humano debe llegar, como dicta la buena educación, cinco minutos tarde a las citas) necesari0 para estar, a los pocos segundos del disparo, colgada en Flickr y otros e-nichos, buscando aplausos, visitas y faves?

William Mortensen - "The-Heretic"

William Mortensen - "The-Heretic"

Pero yo les quiero hablar de esas vainas cada jueves. Porque me da la gana, me dejan y me lo piden las gónadas. Los de los 12 megapíxeles en la trasera del 7 For All Mankind pueden optar por ver las fotos de los gurús de Flickr -tan nítidas y enfocadas que podrías hacer el amor con los retratados-.

El procesador del corazón
Soy un maldito oldtimer, me canso al subir las escaleras, no me gustan las zapatillas Vans y prefiero las fotos tomadas por el mejor procesador: el corazón.

Hoy les traigo a Xpo -que es el nombre de la categoría/sección que hoy debuta- a un tipo bien raro.

Se llamaba William Mortensen. Nació en 1897 en un sitio llamado Park City (Utah-EE UU), balneario hipster donde ahora celebran el Festival Sundance de cine,  y murió en 1965 (leucemia) en otro lugar con aspiraciones termales («¡el paraíso de los amantes del océano!»): Laguna Beach (California, un estado con nombre de amazona que no pertenece a los EE UU, sino al reino de la piscina, donde bebes hasta la eternidad un vaso king size de zumo de naranjas orgánicas).

Muchos envidiarían los avatares biográficos de Mortesen: conoció e intimó con Fay Wray, la chica con la que King Kong quiere averiguar qué tienen las mujeres bajo el vestido; trabajó como diseñador de decorados para King Vidor y Cecil B. de Mille; tuvo un estudio propio de fotografía y escribió un par de libros con títulos acaso superiores a los contenidos: Monsters & Madonnas (1936) y The Command to Look: A Formula for Picture Success (1937). Si los encuentran, pónganse Kong y no los suelten, los pagan de maravilla en las subastas.

Anuncio publicatio de "Monsters & Madonnas"

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Quien necesite más detalles o sienta curiosidad puede encontrar precisas biografías en este artículo de Larry Little o en este otro de Carry Loren para la web 50 Watts, tan subyugante como la indefensa señorita Wray.

El «imperativo pictorialista»
De Mortensen me importa su descarada artificiosidad haciendo fotos. Lo llamaba «el imperativo pictorialista», un entramado dictatorial (en el que todo era válido: trucaje, manipulación, escenificación…) para que el espectador tuviese que entrar en la foto y ejercer ese verbo casi extinto: sentir sin que te lo haya recomendado un pope de los trending topics.

Ante algunas de sus obras entiendes a Fay Wray en las garras desmedidas del Súper Mono.

Te sientes congelado por ideas extremas, como un adolescente ante una revista caliente pero sin la revista caliente, porque después de todo lo visto en estas últimas décadas de pornotube, Mortensen juega con material tibio, de bajo nivel: la piel de la cara interior de un muslo, la simple idea de lascivia, la posesión como motor y el deseo como gasolina.

William Mortensen - "Preparation for the Sabbath"

William Mortensen - "Preparation for the Sabbath"

La intensidad, a veces pasiva, con un movimiento de perfil bajo, de las foto-pinturas de este artista borrado por el vendaval del tiempo y sus tecnologías aplicadas (mal, casi siempre) me remite al inicio de esta entrada.

¿Qué máquina de matar puede alcanzar esta carga ilusoria? ¿Qué más da la perfección si, al asomarnos a sus infinitas ventanas, vemos el mismo paisaje: la repetida perversión de la imagen reducida a píxel, prostituida electrónicamente?

En uno de sus libros, Mortensen esboza el gran drama de la fotografía:

Muchos [fotógrafos] hemos desarrollado habilidades mecánicas o  habilidades creativas. Muy pocos hemos construido un puente para franquear el abismo entre unas y otras.

Todavía sigue siendo así. Si estás en las garras del Rey Mono (o, para el caso, del Rey Píxel), la única opción es dejar que te desnude.

Ánxel Grove