Entradas etiquetadas como ‘Jeff Koons’

¿Se llevan bien los artistas plásticos y las portadas de discos?

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss - Taschen

El primer disco con portada de la historia © Alex Steinweiss – Taschen

Las carpetas discográficas son uno de los grandes soportes para el arte del siglo XX. Más agradecidas, por aquello del tamaño, cuando se trata de vinilos y en trance de desaparición física dado el avance de la música comercializada en forma de archivo de ordenador, líquida y sin forma, siguen siendo una carnada visual dificil de evitar cuando se trata de diseños imaginativos, valientes, procaces, rebeldes o complementarios hasta la perfección con la música que envuelven.

Las cubiertas de discos han tenido, en realidad, un muy pequeño recorrido: el primer disco de la historia envuelto tal como lo conocemos es el de la imagen de arriba. Fue editado en 1940 y, como una parábola, ha tenido más duración el diseño, que fue el primer paso para la jubilación de las groseras bolsas de estraza, que la música: una omitible selección de éxitos, Smash Song Hits, de Richard Rodgers y Lorenz Hart, interpretados por la Imperial Orchestra.

El diseñador fue un pionero, un muchacho de 23 años enamorado del cartelismo europeo de vanguardia, el modernismo y el art decó: Alex Steinweiss, el inventor de las portadas de discos.

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A Jeff Koons, gran demandador por plagio, le dan (otra vez) su propia medicina

El perro de Koons (derecha) y otro perro sin autor conocido

El perro de Koons (derecha) y otro perro sin autor conocido

Hace unos años Jeff Koons, el niño bonito y multimillonario del arte moderno —dicen que sólo superado en fortuna personal por Damien Hirst—, encargó a sus abogados sembrar el mundo de demandas judiciales por supuestos delitos de robo de propiedad intelectual contra todos los fabricantes y comerciantes de figuras de perritos basados en los de globoflexia, esos que llevan entre nosotros más años de los que tiene Koons (por cierto, casi 61 y mucha querencia por sí mismo, como demuestran las fotos en las que luce músculos, culo y casi casi haciendo máquinas).

Las querellas de Koons, que se puede permitir tener ocupado a un bufete en este tipo de contrasentidos, acabaron, una tras otra, siendo archivadas, porque el perro del que afirmaba ser dueño es de autor desconocido.

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Una parodia de libro infantil que satiriza el arte moderno

'We Go to the Gallery' - Miriam Elia

No hay nada en la habitación. Peter está confundido. Jane está confundida. Mamá está contenta. «No hay nada en la habitación porque Dios está muerto», dice mamá. «¡Vaya, hombre!», dice Peter.

Peter mira la pintura. «Yo podría hacer eso», dice Peter. «Pero no lo hiciste», dice mamá.

La madre, con la permanente perfecta y vestida con un abrigo y un sombrero amarillos estilo años cincuenta, lleva a los dos niños (Jane y Peter, ideales y repeinados, ella rubia y con una diadema azul; él con jersey rojo, corbata y pantalones cortos grises) a una galería de arte moderno. La estética idílica y los textos supuestamente educativos contrastan con humor con el «nihilismo» de las obras: una habitación vacía, un conejo disecado, una enorme vagina en primer plano, un cuadro hecho con cuatro brochazos… En el colmo del tópico, la exposición se llama La muerte del significado.

El tomo es una parodia de los libros publicados por la editorial británica de libros infantiles Ladybird (Mariquita), propiedad del grupo Penguin: una institución de la literatura infantil inglesa. Nacida en 1867, comenzó a editar libros para niños en 1915 y en 1940 publicó su primer título de bolsillo y tapa dura característico de su serie más famosa. Las historias estaban ilustradas con esmero y los ejemplares tenían un precio muy asequible. A las narraciones protagonizadas por animales se unieron más tarde los títulos educativos relacionados con la naturaleza, las aficciones de los niños, la historia y los viajes.

Miriam Elia (Londres, 1982) recupera la nostalgia de las épocas más celebradas y recordadas de la editorial y reimagina uno de esos títulos en una sátira sobre el arte moderno que une las ilustraciones clásicas y las construcciones gramaticales sencillas con el sinsentido de las explicaciones de la madre posmoderna que acompaña a los críos.

'We Go to the Gallery' - Miriam Elia

We Go to the Gallery (Vamos a la galería) presenta todos los rasgos característicos de estos cuentos: tiene un estilo educativo, en el pie de cada página hay tres palabras destacadas en el texto para que el niño adquiera vocabulario, los dibujos presentan la plácida candidez de una visita a un museo en la compañía de un adulto instruido…

«Pensé que sería cómico ver a mamá, Peter y Jane acudir a una exposición de arte moderno realmente nihilista», dice la autora, una humorista consumada que exhibe en piezas artísticas y de diseño un humor siempre cercano al sarcasmo. Para la narración ha imaginado obras que imitan el estilo de Tracey Emin, Jeff Koons, Martin Creed y otras primeras figuras del arte contemporáneo. Con un lenguaje que emula al empleado para acercarse al público infantil, Elia alude a la muerte de Dios, al sexo y a otros temas y obsesiones machacados en el arte posmoderno.

Helena Celdrán

Peter ve la gran vagina. A mamá le gusta la gran vagina. "Las vaginas grandes son feministas", dice mamá. Peter está asustado.

Peter ve la gran vagina. A mamá le gusta la gran vagina. «Las vaginas grandes son feministas», dice mamá. Peter está asustado.

No hay nada en la habitación. Peter está confundido. Jane está confundida. Mamá está contenta. "No hay nada en la habitación porque Dios está muerto", dice mamá. "¡Vaya, hombre!", dice Peter.

No hay nada en la habitación. Peter está confundido. Jane está confundida. Mamá está contenta. «No hay nada en la habitación porque Dios está muerto», dice mamá. «¡Vaya, hombre!», dice Peter.

Jane mira la pintura. Es una pintura bonita. "¿Por qué hay un pene en la pintura?", dice Jane. "Porque Dios está muerto y todo es sexo", dice mamá".

Jane mira la pintura. Es una pintura bonita. «¿Por qué hay un pene en la pintura?», dice Jane. «Porque Dios está muerto y todo es sexo», dice mamá».

 

"¡Mira!", dice Peter. "El conejo está muerto". "Yo creo que está feliz", dice Jane.

«¡Mira!», dice Peter. «El conejo está muerto». «Yo creo que está feliz», dice Jane.

"¿Tú eres una artista?", dice Jane. "No pude ser artista porque te tuve a ti", dice mamá. Peter y Jane se sienten culpables.

«¿Tú eres una artista?», dice Jane. «No pude ser artista porque te tuve a ti», dice mamá. Peter y Jane se sienten culpables.

'We Go to the Gallery'

¿Quién es este hombre vestido con lencería de mujer?

Martina Kubelk, untitled, Polaroid (8,3 x 10,5 cm) from the photo album "Martina Kubelk. Kleider - Unterwaesche" (Martina Kubelk. Dresses - Lingerie), 1988 - 1995, consisting of 365 Polaroids and 23 Vintage Prints, 32 x 27 x 8 cm Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album «Martina Kubelk. Kleider – Unterwaesche» (Martina Kubelk. Dresses – Lingerie), 1988 – 1995,
Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Entre 1988 y 1995 el hombre  que aparece en la foto vestido con lencería de mujer se autorretrató en privado y compuso un álbum de casi 400 imágenes tomadas con una cámara Polaroid de revelado instantáneo, es decir, privado.

Las imágenes, que acaban de ser mostradas en la galería Suzanne Zander (Colonia-Alemania) como inicio de una serie de exposiciones sobre artistas anónimos que bordean lo outsider, pertenecen a un autor desconocido y fallecido —eso se nos asegura— que las montó, de cuatro en cuatro, en 99 páginas cuidadosamente datadas por fechas y horas. En la portada del álbum se puede leer: «Martina Kubelk: Clothes – Lingerie» (Martina Kubelk: vestidos – lencería).

Hay muchas pistas en las fotos sobre el hombre con pasión por el transformismo que se hacía llamar Martina Kubelk: apreciamos el mobiliario, los cortinajes, el papel pintado, el póster de un gato, algunos objetos insustanciales (una lámpara de lava, un teléfono…), pero nada nos revela demasiado sobre la condición o la circunstancia del protagonista. No es injusto afirmar que no le sobraba el dinero. Tampoco que disfrutaba siendo drag queen en privado.

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album "Martina Kubelk. Kleider - Unterwaesche" (Martina Kubelk. Dresses - Lingerie), 1988 - 1995, Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Martina Kubelk, untitled, Polaroid from the photo album «Martina Kubelk. Kleider – Unterwaesche» (Martina Kubelk. Dresses – Lingerie), 1988 – 1995,
Courtesy Galerie Susanne Zander / Delmes & Zander

Las poses son complejas y forzadas: Martina debe agacharse para aparecer de cuerpo entero en el plano, sujeta un mando a distancia para disparar la cámara, se coloca ante puertas o se sienta en butacas, la luz del flash vela las escenas con una luminiscencia forense… Podemos imaginar la noche en cualquier ciudad —todas idénticas: en el final de una se gesta el comienzo de la siguiente—, el rumor de la normalidad vecinal en la vivienda de al lado, el ceremonial del que Martina Kudelk goza en privado…

El anonimato no es novedad alguna en la historia del arte. Los viejos maestros holandeses usaban nombres de emergencia en tanto no alcanzaban la categoría necesaria para que fuese reconocida su maestría y estilo autónomo. El Maestro del Altar de San Bartolomé es un muy conocido ejemplo de aquella sombra que padecían con naturalidad los artistas. No fue hasta la edad moderna, con la emergencia de una sociedad burguesa que cultiva la personalidad con orgullo y violencia, cuando los creadores empezaron a custodiar sus nombres de marca. Algunos, bien lo sabemos —pienso en los mamarrachos Jeff Koons y Damien Hirstson poco más que una marca registrada o un símbolo de copyright.

Philipp do Brito leyó durante la exposición un bello texto sobre Martina Kudelk: «Ella es sexy , festiva, elegante y característica, con una cara que recuerda a la fallecida Diana Vreeland, se convierte tanto en la modelo como en la editora para dedicarse a las exploraciones artificiales de género, sexualidad, identidad y comportamiento. Martina es en sí misma un archivo, un anacronismo (…) El tiempo no le estorba (…) Existe frente a nosotros con una vida que es una crónica en forma de álbum fotográfico. Una vida en años, meses y días».

El álbum detallado de Martina Kubelk nos devuelve a las noches solitarias de un hombre vestido con lencería y ropas de mujer. El voyeur que todos llevamos dentro mira pero no puede responder pregunta alguna: ¿quién era?, ¿qué otra vida llevaba en la normalidad del mundo?, ¿sabían los demás, los familiares y amigos, de la pasión secreta?, ¿a quién entregó el álbum, su afilado diario, el libro de horas de una religión de un solo fiel?…

Ánxel Grove