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‘Habitaciones’ en las alcantarillas: arte callejero para despertar conciencias

'Borderlife' - Fra Biancoshock

‘Borderlife’ – Fra Biancoshock

Bajo la superficie de la ciudad de Bucarest, en el sistema de alcantarillado de la capital rumana, existe una realidad sumergida. Las cloacas son el hogar de un número indeterminado (se barajan cifras de 600 a 5.000 personas) de adultos y niños.

Muchos de ellos no conocen otro hogar, han vivido así siempre: cuando en la navidad de 1989 cayó el régimen comunista de Ceaucescu y los orfanatos estatales fueron clausurados, miles de niños buscaron refugio en las alcantarillas. Con el tiempo se sumaron gente sin hogar, drogadictos, marginados sociales… Sólo hay una ONG —Samusocial— que les proporcione comida, ropa y asistencia médica. Los habitantes del subsuelo forman una masa de población invisible.

Dueño de un lenguaje crítico con la sociedad, aficionado a poblar las calles con intervenciones callejeras que espoleen las conciencias o actúen como potentes parodias, el artista italiano Fra Biancoshock (Milán, 1982) asegura con amargura que el mundo se encuentra «en situación límite, saturado y cansado«.

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El ‘alfabeto arqueológico’ de Antonio Basoli

Antonio Basoli, "Autoritratto", 1821-22

Antonio Basoli, «Autoritratto», 1821-22

Cuando Antonio Basoli decidió dibujar su autorretrato ya era casi un cincuentón y uno de los artistas más estimados de su tiempo en Italia. Que haya elegido el aire de un boceto inacabado para presentarse dice bastante de su humildad. Que los rasgos aparezcan apenas sugeridos y, al contrario, quede bien claro que estamos ante un artista —la pluma, el caballete, los dibujos sobre la mesa desordenada…— añade el sesgo de una tranquilidad interior basada en la armonía y la prudencia.

Basoli (1774-1848) pudo hacer fortuna y recibir altos honores. Era pintor, diseñador de interiores, decorador teatral, grafista, grabador y, quizá la faceta que más le satisfacía, profesor. Recibió encargos de nobles e instituciones e incluso el zar de Rusia le ofreció un cheque en blanco para que viajase a hacerse cargo de la decoración de los palacios reales de verano, a los que quería añadir un aire italianizante. Basoli dijo a todo que no.

Apegado a su tierra por un sacramento que tenía el tono de un vínculo sagrado, el artista apenas abandonó Bolonia en media docena de ocasiones y siempre para desplazamientos cortos y de matiz empírico: ir a Milán para tomar nota de la decoración de algún montaje operístico en La Scala, acercarse a Roma para consultar alguna obra de su admirado Piranesi, pionero de la modernidad y, como Basoli, refractario a la soberbia que oscurece a algunos artistas…

Como tantos de sus contemporáneos, sentía la llamada del exotismo y tenía una visión romántica que plagaba el globo terrestre de interrogantes, pero jamás sintió la necesidad de ver con sus ojos los paisajes que podía soñar desde Bolonia porque sabía que cada mundo probable está en cualquier lugar del mundo.

Pintó e hizo grabados sobre muchas maravillas —los jardines colgantes e inexplicables de Babilonia, la magna estatua ecuestre romana de Domiciano, los templos egipcios de Isis y Osiris, las pagodas chinas de Fo donde la niebla intervenía como material constructivo…— pero sin moverse de su estudio, inspirado por las descripciones de otros y llenando los vacíos con las imágenes que emergían de sus lápices y acuarelas. No tenemos derecho a desmentir que las visiones imaginarias fuesen menos veraces que las reales.

De Basoli han sobrevivido pocas obras. La más admirable es L’Alfabeto Pittorico (El alfabeto pictórico, 1839) —un facsímil de la obra completa y escaneada a buena resolución puede verse en esta web del Museo Virtualle della Certosa de Bolonia—.

Se trata de un alfabeto arqueológico en 26 viñetas —las inserto abajo, citando ahora, para evitar el embrollo de 26 pies de imagen idénticos, que el crédito es en todos los casos: © Accademia di Belle Arti di Bologna, el centro donde Basoli impartió clases—. y el artista concibe otros tantos universos a través de la excusa de idear una fuente tipográfica.

Cada letra capitular y cada detalle de los 26 mundos quimérticos de los que forman parte son como grietas de la mente en ebullición de un hombre que no deseaba salir de Bolonia y, pese a ello, se trasladó tan lejos como el más voluntarioso de los viajeros.

Ánxel Grove

Redescubren a Domencio Gnoli, el último renacentista

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli – Chemisette Verte, 1967

Como si se tratase de una cartografía, un conjunto de primerísimos planos a la altura de la piel, los cuadros del pintor Domenico Gnoli trocean el cuerpo humano y sus vestimentas. Son acrílicos de delicadeza renacentista que encapsulan un cuello, una botonadura, la raya de un peinado, la silueta de un zapato, la arquitectura de la trenza del pelo femenino, la perfección mecánica del nudo de una corbata…

Pintor olvidado —por eso hoy lo asomamos a Top Secret, nuestra sección dedicada a tesoros ocultos—, prematuramente muerto (a los 36 años, de un cáncer fulminante) y muy ajeno a las modas conceptuales de su tiempo o al arte povera de sus compañeros italianos de generación, Gnoli tuvo éxito en vida, pero sobre todo como ilustrador de revistas y diarios. Sus cuadros, diseminados en colecciones privadas, sólo han salido a la luz gracias a la reciente exposición Paintings, 1964-1969, que celebró este año la galería Luxembourg & Dayan de Nueva York.

Domenico Gnoli - Braid, 1969

Domenico Gnoli – Braid, 1969

Hijo de un historiador de arte y una ceramista, Gnoli (Roma, 1933 – Nueva York, 1970) fue un bon vivant (un «muchacho dorado que tuvo éxito en todo», según recuerda la galerista neoyorquina responsable del redescubrimiento) que se dedicó a la escenografía teatral en Londres y París, a la pintura por simple placer personal, a la ilustración en revistas de renombre (Sports Illustrated, Horizons…) y a recorrer mundo. Desde 1963 vivio en Mallorca, en el pueblo bohemio de Deià, donde conoció y se casó con la también artista Yannick Vu.

«Siempre utilizo elementos simples a los que no añado ni quito nada. No pretendo distorsionarlos: los aislo y represento. Proceden de la vida cotidiana y no quiero actuar contra ellos. Siento la magia de su presencia«, explicó el artista en una de las escasas declaraciones que se conservan de su corta estadía en el mundo.

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Los críticos, que han visto en la exposición guiños al surrealismo en vigilia de Rene Magritte, los mundos de absurda pero lógica regulación de M.C. Escher y la delicadeza detallista y proporcionada del Quatroccento, destacan a Gnoli como cirujano de la burguesía pudiente de los años sesenta, a la que sistematiza mediante la ampliación, casi hasta el absurdo, de los rincones de la vestimenta y el aspecto. Creo que esta lectura, quizá cierta, es demasiado fría.

Resulta más justo situar a este pintor deslumbrante —sobre todo en su extrañeza al compararlo con sus contemporáneos— en la misma estela que Mantegna y Massacio, obsesionados con la luz, la perspectiva y la observación. Al contrario que los fabricantes del arte pop, fotocopiadores mecánicos, Gnoli era un artesano convencido, con razón, de que los detalles de nuestra segunda piel nos edifican y revelan.

Ánxel Grove

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Domenico Gnoli

Edoardo Pasero, fotógrafo de gigantes inmortales

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero – de «Oktagon»

Más allá de todo límite. No alcanzó a imaginar mejor hogar para las fotografías: un espacio hasta tal punto apartado que ni siquiera la imaginación humana pueda predecirlo.

Edoardo Pasero ( Alessandria-Italia, 1978) empezó a tomarse en serio las fotos tras licenciarse en Filosofía. Quizá a consecuencia de la frialdad de los tomos académicos, acaso porque no encontró en ellos más que desapego, entendió que la mejor forma de practicar el humanismo y elevarse sobre la vulgaridad del mundo era entrando con la cámara en las cicatrices y roturas de los otros para reconocer las suyas.

Conozco la obra de Pasero desde hace años. Le seguí en Flickr, cuando tanteaba en busca de un código propio. Hace unos días, por casualidad, en una deriva por los laberintos de la Red, encontré su nueva web y los trabajos que firma para el colectivo Prospekt. Sigo sin aliento.

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero – de «Iperborea»

En una de sus escuetas declaraciones de principios, afirma que su fotografía es una «caja de deshechos». En la potentísima y dolorosa serie Iperborea —inspirada en los axiomas de acero de Friedrich Nietzsche en El Anticristo: «Nos volvimos sombríos, nos llamaron fatalistas. Nuestro fatum era la plenitud, la tensión, la hipertrofia de las fuerzas. Teníamos sed de rayos y de hechos; estábamos muy lejos de la felicidad de los débiles, de la abnegación»—, se busca en los demás con el sentido de inmolación de un enfermo terminal al que han prometido un improbable milagro ante el cual, pese al progreso del cáncer y la conciencia del inevitable desastre, debe confiar o tal vez simular la confianza.

Con fosforescencia siniestra —¿hay acaso otra forma de luz distinta a la negra que valga la pena morar?—, Pasero se acerca a sus temas sabiendo que la apuesta le implica y que su propia esencia está en juego sobre la mesa de apuestas existencia de la ruleta.

Edoardo Pasero - de "Doll Flesh"

Edoardo Pasero – de «Doll Flesh»

En Doll Flesh retrata a Vittoria, una transexual de 48 años que trabaja como prostituta de carretera en las afueras de Milán, en espera de una intervención médica que limpie su cuerpo de los nódulos y granulomas causados por la enorme cantidad de silicona que se aplicó.

Oktagon y MiSex documentan dos eventos de carácter extremo y soplido de huracán. El primero es el mayor espectáculo de lucha que se celebra en Italia, con combates de todo género (muay thai, karate, taekwondo, kickboxing, full contact…). El otro no es menos feroz: una macroferia de la industria del sexo y la pornografía.

Edoardo Pasero - de "Persona"

Edoardo Pasero – de «Persona»

De modo congruente, Pasero ha recorrido un camino que concluye en Persona, un fotoensayo todavía en marcha que relata la arrogante presencia de pacientes médicos y postquirúrgicos.

Son retratos tabicados por encuadres muy cercanos, con las cicatrices —y no sólo las externas— palpables, realizados, siguiendo a Nietzsche, desde el convencimiento de que «uno pierde fuerza cuando compadece».

Tengan presente a Edoardo Pasero. Retrata a seres humanos con los que conviene medirse: gigantes inmortales.

Ánxel Grove

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero

Edoardo Pasero