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¿Pagarías 2.300 euros por un libro tamaño ‘SUMO’ de David Hockney?

El libro en su atril. Foto: © Taschen

El libro en su atril. Foto: © Taschen

Tiene 498 páginas —trece de ellas desplegables—, mide 70 centímetros de alto y 50 de ancho y viene acompañado por un atril ajustable en adecuados tonos pop diseñado para la ocasión por el australiano Marc Newson (1963). El interior de este tocho contiene 450 obras de uno de los artistas vivos más admirados, famosos y millonarios, David Hockney (Bradford-Reino Unido, 1937).

La pregunta no es si a usted le gusta el arte del inglés —difícil de criticar por la sencilla libertad y poderosa maestría de luminosidad y movimiento con la que nos ha regalado el pintor, grabador, fotógrafo e incansable ser humano desde hace más de sesenta años—, sino si estaría dispuesto a desembolsar los 2.300 euros [el PVP no es exacto, los editores sólo lo han fijado en dólares, 2.500, y libras esterlinas, 1.750] que cuesta cada uno de los nueve mil ejemplares numerados que serán puestos a la venta.

A Bigger Book (Un libro más grande) es el título que, sin esconder las intenciones babilónicas y en una referencia al uso repetido de la palabra bigger en los títulos de Hockney, han puesto en la editorial Taschen a la monografía sobre el artista, recién presentada en la Feria del Libro de Fráncfort, gran cenáculo del negocio de las letras impresas y encuadernadas. Para que quede claro que la envergadura sí que importa, el libro viene acompañado por la descripción de «tamaño SUMO», un guiño a la lucha de japoneses con tamaño de bulldozers.

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Deja que tu teléfono te avise de las tres personas que mata al día la policía de los EE UU

Captura de 'The Counted', del diario 'The Guardian'

Captura de ‘The Counted’, del diario ‘The Guardian’

La sección The Counted (La cuenta) es la única base de datos fiable sobre las personas muertas por la policía en los EE UU. La iniciativa, que puso en marcha el diario The Guardian en 2015, suple la falta de un cómputo oficial de víctimas de los muy letales cuerpos de seguridad estadounidenses, que abatieron letalmente el año pasado a 1.139 personas, tres cada día de media.

La violencia policial, un asunto que pone de los nervios a las administraciones estadounidenses y a sus fuerzas del orden —en las que trabajan 1,1 millones de personas, 765.000 de ellas con capacidad para detener y, por lo visto, disparar con puntería fatal, asignadas a 18.000 agencias y departamentos de todos los niveles administrativos y territoriales—, es una materia opaca de la que pocos políticos o cargos públicos desean hablar en el país más violento del mundo.

El diario inglés se apuntó un tanto de responsabilidad y valentía cívica al crear The Counted —la sección de Amnistía Internacional en los EE UU lo reconoció al otorgar a la iniciativa la medalla de oro de 2015 a los medios internacionales por la defensa de los derechos humanos—. No sólo se trata de llevar la cuenta de los abatidos por empleados públicos con licencia para matar, sino para poner nombre, cara, circunstancias y raza a los de otro modo forzosamente silenciosos y socialmente casi invisibles fiambres.

Gracias a la  base de datos sabemos, por ejemplo, que los policías que matan prefieren a los negros (7,18 por millón de cadáveres), cuya posibilidad de morir a balazos es el doble que la de los latinos (3,5). Los blancos, mayoría racial todavía en el país, pueden estar más tranquilos: 2,9.

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¿Se puede retratar África con Instagram o Hipstamatic?

Niños jugando al futbolín en Dakar, Senegal, 28 de sept., 2012 (Foto: Holly Pickett)

Niños jugando al futbolín en Dakar, Senegal, 28 de sept., 2012 (Foto: Holly Pickett)

El fotoperiodista Peter DiCampo, que trabaja y vive en África desde 2008, no terminaba de estar satisfecho con el resultado de sus reportajes. Pese a la intensidad de algunos, como Life Without Lights (La vida sin luces), un premiado proyecto multimedia sobre las consecuencias de la falta de energía eléctrica, tenía la sensación de que había imágenes que siempre quedaban fuera porque estaban en los bordes de la acción o a sus espaldas y resultaban inalcanzables.

En la búsqueda de una manera de mostrar la complejidad africana, DiCampo, residente en Ghana, se alió con la también periodista Austin Merrill, que vive en Costa de Marfil, y decidieron emplear la cámara del iPhone y la aplicación Instagram como método blando de acercamiento e instrumento cotidiano. «Hacer fotos con un teléfono te permite empezar a trabajar antes de que te den el pase de prensa», comentan en su declaración de principios.

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

El resultado es Everyday Africa, un foto-blog colectivo que coordinan ambos periodistas, veteranos voluntarios de los Peace Corps estadounidenses. Las fotos son casuales, mundanas y sin la gravedad —no menos cierta y transcendente— del drama de la violencia, los refugiados, las guerras de baja intensidad pero alta tragedia, el hambre y la aparente contradicción de la paz y alegría del continente africano.

El uso de las potentes cámaras de los smartphones como instrumento periodístico ha alcanzado cierto grado de polémica. Cuando el año pasado Benjamin Lowy publicó el reportaje Life During Wartime sobre Iraq con fotos telefónicas, algunos le acusaron de manipular la realidad, al filtrarla mediante las aplicaciones Instagram e Hipstamatic, que, según sus detractores, embellecen lo que retratan y le añaden falsedad (de hecho, se anuncian ofreciendo la posibilidad de hacer fotos «bellas y rápidas», en el caso de la primera app, y diciendo, la segunda, que «la foto digital nunca pareció tan analógica»).

Lowy —cuyo microblog de Tumblr merece una visita— no entró en la polémica porque, se limitó a señalar, el smarthpone y sus filtros son sólo un instrumento más, como podrían serlo la elección de una cámara analógica o una película en blanco y negro. Algo parecido ha opinado el reportero Damon Winter, que también ha retratado la crudeza bélica con teléfono. «Es mi mirada, no la de Hipstamatic», señaló en su defensa.

Puesta de sol en la costa de Sinaí, Egipto, 8 de junio de 2012 (Foto de Laurael Tantawy)

Puesta de sol en la costa de Sinaí, Egipto, 8 de junio de 2012 (Instagram de Laurael Tantawy)

Lo que ofrecen DiCampo y Merrill en Everyday Africa (donde también colaboran los fotógrafos Laura El-Tantawy, Shannon Jensen, Holly Pickett y Glenna Gordon) no tiene el contenido descriptivo y duro de los reportajes de Lowy y Winter. Las fotos de hombres comprando DVD piratas, mujeres posando con la elegante gracia de lo cotidiano o momentos de pausa en la lucha diaria, son más sentimentales y tal vez casen mejor con el subjetivismo de las aplicaciones fotográficas para smartphones.

La duda moral sigue siendo la misma: ¿se debe retratar la realidad a través de la implícita perversión de los filtros digitales?, ¿es África este decorado místico de ensueño?, ¿es moral hacer una foto con un teléfono y publicarla en un reportaje?, ¿cómo cambia la relación entre fotógrafo y sujeto cuando el primero lleva en la mano un artefacto cotidiano y casi invisible que no le identifica como periodista?, ¿hace el juego el reportero a los intereses mercantiles de las mega corporaciones y se convierte en cómplice de la unificación de una mirada bella  —y ciertamente tontorrona— sobre el mundo?, ¿dónde queda la búsqueda de la foto cuando la mitad del proceso (la postproducción) la realiza un filtro digital?

Es casi imposible formular respuestas. Acaso sean inncesarias si se parte del principio fundamental de que toda foto es una mirada desde el corazón.

Ánxel Grove

Contenedores en el puerto de San Pedro, Costa de Marfil, marzo de 2012 (Instagram de  Austin Merrill)tin. (Taken with Instagram)

Contenedores en el puerto de San Pedro, Costa de Marfil, marzo de 2012 (Instagram de Austin Merrill)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Fafacourou, sur de Senegal, 23 de julio de 2012. (Instagram de Holly Pickett)

Dakar, Senegal, 22 de julio, 2012 (Instagram de Holly Pickett)

Dakar, Senegal, 22 de julio, 2012 (Instagram de Holly Pickett)

Una niña en el puesto de venta de sus padres en Duekoue, Costa de Marfil, 7 de marzo de 2012 (Instagram de Peter DiCampo)

Una niña en el puesto de venta de sus padres en Duekoue, Costa de Marfil, 7 de marzo de 2012 (Instagram de Peter DiCampo)

Vendedores ambulantes buscan clientes entre los pasajeros de un autobús, Uganda, 21 de mayo, 212 (Instagram de Peter DiCampo)

Vendedores ambulantes buscan clientes entre los pasajeros de un autobús, Uganda, 21 de mayo, 212 (Instagram de Peter DiCampo)

Un conversor para la nostalgia: de casete a iPod o iPhone

El conversor de cassette a mp3

El conversor de cassette a mp3

El CD sigue sobreviviendo, los discos de vinilo han vuelto, pero la vieja cinta de casete es un subformato que ya no se aprecia ni en la gasolinera más remota.

La firma neoyorquina Hammacher Schlemmer se jacta de ofrecer «lo mejor, lo único, lo inesperado desde hace 164 años». Vende aparatos que mezclan el diseño, la sorpresa y la dudosa utilidad. En su catálogo, la tienda ofrece un masajeador de manos que parece un híbrido entre sandwichera y guante, el «rejuvenecedor» de pelo con aspecto de caso de bici con orejeras incorporadas, la funda para el iPad con cargador solar

Una cara del aparato muestra el último cacharro estrella de Apple. En el lado contrario, el consumible desfasado que ya nadie quiere: una cinta. Me he permitido traer a la sección de Artefactos el Cassette to iPod Converter (conversor de casete a iPod) por la mezcla de  entusiasmo, melancolía e irritabilidad que produce.

Te hace recordar al walkman que incluso daba la vuelta a la cinta automáticamente, el rebobinado con boli Bic, el espacio que ocupaban las cintas en la maleta cuando te ibas de vacaciones y las querías llevar todas… Y al mismo tiempo tener la certeza de que, a pesar de la imperfección del sistema, no va a haber un iPhone que dure lo mismo que aquella caja negra de botones salientes que demostraba su condición indestructible cuando funcionaba tras caerse de la litera cada noche.

El aparato, que saldrá a la venta este mes y costará 79,95 dólares (62,50 euros), transforma el contenido de una cinta en un archivo mp3 que se almacena en un iPhone o en un iPod touch. También se pueden pasar los archivos a un ordenador para escapar del monopolio elitista de Apple, que ejerce la dictadura sobre cualquier archivo que se almacene en sus artículos.

No es el primer invento de este tipo que invade nuestra nostalgia. En Internet hay otros modelos menos cool, a mejor precio o más profesionales, que no incluyen la ranura ideal para el iPhone , pero seguro que el diseño del cacharrito hará caer a más de uno.

Sólo hay que bajarse una aplicación gratuita, insertar el cassette y darle al play, un gesto en peligro de extinción, y todos los tesoros (y las aberraciones) del pasado quedarán a salvo.

Helena Celdrán