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El turco Bulent Kilic, el fotógrafo que mejor narró 2014

© Bulent Kilic / AFP

© Bulent Kilic / AFP

Erkin Elvan tenía 15 años y murió en marzo de 2014, tras 269 días en estado de coma, porque le había reventado el cerebro el impacto de un bote de gas lacrimógeno disparado por la policía turca contra los manifestantes que pedían libertades cívicas en el país. El chico no era parte de la protesta: iba a comprar pan para su familia y pasaba por la zona de Estambul donde se producían eso que los siniestros amigos del poder llaman ahora disturbios cuando siempre se llamaron protestas reprimidas a fuego y sangre.

La foto es del día siguiente a la muerte del muchacho, cuando cientos de miles de personas salieron a la calle en 32 provincias turcas y la Policía respondió con la misma moneda: hubo centenares de heridos.

La mirada directa de la chica, como si la cámara fuese el único lugar importante del mundo, consciente de la necesidad de que los ojos hablen, evita contar los pormenores, las causas y los efectos. Todo está dicho en el aspecto doliente de esta madonna adolescente cuyas lágrimas se han mezclado con el agua lanzada a presión por los camiones policiales cuando el poder, con desprecio, escupe a la cara de las víctimas.

El hombre que hizo la foto tiene 35 años y es padre de un niño que acaba de aprender a andar. Se llama Bulent Kilic y nació en el este de Turquía, en Tunceli, un área de mayoría kurda con la memoria histórica todavía ensangrentada por la matanza de Dersim, a mediados de los años treinta, cuando el Ejército turco mató a miles de personas en una masacre sin otra justificación que la el afán genocida.

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

El padre de Kilic, maestro de profesión, se llevó a la familia a Estambul intentando encontrar un hábitat menos lastrado por el odio. No sospechaba que su hijo, que entonces tenía 5 años, sería elegido por el destino como testigo de la pervivencia del mal, la eternidad circular de las matanzas, el prolongado reguero de dolor y llanto, el eco infinito de las balas…

Cuando en estas fechas se dictan los nombres de los protagonistas del año que se nos acaba de ir de las manos, mencionar a Kilic es mencionar también a todos aquellos para quienes la expresión admirativa «¡feliz año!» no es más que formulismo, porque saben que la felicidad debe conquistarse y en la tarea habrá víctimas inocentes. Kilic ha sido el mejor narrador de 2014, el fotógrafo que ha contado con más bondadosa valentía la vida de los héroes, las miles de personas que van a comprar el pan a lo largo del mundo y les revientan la cabeza en el camino.

A Bulen Kilic, que después de mucho freelanceo pagado con tarifas medievales logró entrar en France Press, le han señalado como mejor reportero de 2014 The Guardian y TimeLa coincidencia no es casual sino resultado de la justicia y de la apuesta de ambos medios por la buena fotografía, que es lo que siempre ha sido: lo contrario a una estampita para ilustrar necedades.

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Al repasar la obra durante el año que acaba de terminar de este hombre robusto, calvo y ataviado con ropa de mercadillo regresas a cada uno de los escenarios que retrató: la crisis de Ucrania, el accidente minero en Manisa (Turquía), los refugiados kurdos escapando desierto adelante de la invasión del Estado Islámico…

Pero en las fotos de Kilic, necesariamente apocalípticas —con ese material ha decidido traficar en una decisión libre que jamás llegaremos a entender del todo los miedosos—, siempre queda espacio para el hombre corriente, un lugar central que late como un corazón.

Es de buena educación desear que 2015 sea un año más feliz que 2014. Si como resulta más que probable vuelve a ser un rosario de amargura, ojalá Bulen Kilic siga ahí para lapidar las mentiras con el recuerdo de las víctimas, los doloridos, los desesperados…

José Ángel González

Un micrófono para grabar las ‘ultimas palabras’ antes de la inyección letal

Cámara de ejecuciones de la prisión de Huntsville, Texas

Cámara de ejecuciones de la prisión de Huntsville, Texas

El condenado, atado con cinco correas a lo largo del cuerpo y con los brazos en cruz tambien sujetos por sendos ceñidores, está a minutos de recibir la inyección letal. Sobre la camilla, a la altura de la cabeza del futuro cadáver ejecutado por el Estado, cuelga un micrófono.

Antes de que se consume el acto central de la ceremonia, la aplicación del ojo por ojo, la muerte de alguien que ha cometido la ilegalidad de asesinar y por ello será legalmente asesinado, la persona inmovilizada tiene derecho a pronunciar un breve discurso o alocución. Las palabras postreras son grabadas mediante el micro, quizá el único testigo inocente del indigno ceremonial.

Entre 1982 y hoy el estado de Texas ha ejecutado a 517 personas, más que ningún otro lugar de los EE UU desde que la pena de muerte volvió a ser reinstaurada en 1976. La media es de una persona al mes durante los últimos 32 años.

El escenario de la muerte siempre ha sido el de la foto de arriba, la chamber execution, de la muy histórica prisión de Huntsville, y el método tampoco ha cambiado: inyección letal. Hasta 2011 se componía de un cóctel de dos venenos y un relajantes muscular y, a partir de entonce, sólo lleva un veneno, el barbitúrico pentobarbital, muy usado en dosis no letales contra el insomnio y como sedenate en veterinaria.

Antes del chute final, todos los condenados son invitados a pronunciar sus final words (últimas palabras). El Texas Department of Criminal Justice las guarda con celo. En esta página oficial del departamento que gestiona y administra las penas de muerte pueden leerse todas. Tiene un diseño un pelín arcaico basado en el viejo html primario pero debería ser obligatoria la lectura antes, por ejemplo, de enviar cada tweet, firmar cada estupidez en un blog, hacer cada Instagram…

Ficha carcelaria de Napoleon Beazley

Ficha carcelaria de Napoleon Beazley

He leído bastantes, pero no todas. Algunos presos renuncian al estúpido derecho final y se quiedan callados, sin aceptar el regalo final de quien va a acabar contigo, el cigarrillo al que te invita el verdugo. Otros optan por el laconismo. La mayoría se encomienda a dios y da gracias a sus familiares. Ninguno emplea el odio o la rabia como recurso.

Voy a reproducir las final words de Napoleon Beazley, que tenía 17 años cuando, en 1994, mató de un tiro al padre de un juez durante el robo de un coche, un Mercedes Benz.  Fue el primer delincuente juvenil en ser condenado a muerte en los EE UU. Nunca negó su terrible acto. Se arrepentió y se convirtió en un símbolo. Lo ejecutaron en 2002, a los 25.

Esto dijo en la camilla-cruz, inmóvil y a las puertas de la muerte, con la boca apuntando al micrófono colgante:

El acto que cometí y por el que que estoy aquí no fue sólo atroz: no tenía sentido. Pero la persona que cometió ese acto ya no está aquí : Soy yo. No voy a luchar físicamente, no voy a gritar, usar groserías o hacer amenazas vanas. Entiendo sin embargo que no sólo estoy molesto: estoy triste por lo que está pasando aquí esta noche. Y no sólo estoy triste, sino decepcionado de que un sistema que se supone que debe proteger y defender lo que es justo y recto pueda actuar como yo cuando cometí el mismo error vergonzoso (…) Esta noche le decimos al mundo que no hay segundas oportunidades a los ojos de la justicia… Esta noche le decimos a nuestros hijos que en algunos casos, en algunos casos, matar está bien. Esto nos perjudica a todos, no hay LADOS. Las personas que apoyan este proceso piensan que esto es justicia. Las personas que piensan que yo debería vivir piensan que esa sería la justicia. Por difícil que pueda parecer, se trata de un choque de ideales, con ambas partes comprometidas. Pero, ¿quién es el malo si al final todos somos víctimas? En mi corazón tengo que creer que hay un compromiso pacífico con nuestros ideales. No me importa si no es para mí siempre y cuando lo haya para los que vendrán. Hay un montón de hombres como yo en el corredor de la muerte, hombres buenos que cayeron en las mismas emociones equivocadas (…) Den a esos hombres la oportunidad de hacer lo correcto, la oportunidad de deshacer sus errores. Muchos de ellos quieren arreglar el desastre que empezaron pero no saben cómo. El problema no está en que las personas no estén dispuestas a ayudarlos, sino en el sistema diciéndoles que no importa. Nadie gana esta noche. Nada se cierra. Nadie obtiene la victoria.

El libro Final Words, que busca dinero para llegar a las imprentas mediante una campaña de micromecenazgo, agrupa los testimonios finales de los ejecutados en Texas, uno de los lugares más despiadados y menos cristianos del planeta, un estado donde la venganza parece ser la forma natural de justicia que propone el sistema ante los delitos capitales. El volumen también añade la descripción del crimen que llevó a esas personas a la muerte, las fotos policiales, el nombre completo y el lugar de nacimiento.

El promotor del libro, el fotoperiodista Marc Asnin, opina que es necesario «reconocer este legado de ejecuciones sancionadas por el Estado» y «crear un diálogo acerca de la vida», porque juzgar la pena de muerte sobre la base de todas sus consecuencias es la mejor manera de honrar a la democracia. «Hagamos frente a nuestras creencias con la mente abierta para que podamos escuchar estas voces, oigamos sus palabras finales», dice.

El estado de Texas, que porta con orgullo el directo lema oficial de «Amistad», tiene varias ejecuciones programadas para los próximos meses. Dentro de dos días le ofrecerán el micrófono a Larry Hatten y el día 28 de este mes a Miguel Paredes.

Pese a los delitos que hayan cometido, iré a leer sus declaraciones finales en cuanto las cuelguen los funcionarios del mismo departamento que los matará. Sigo pensando que deberían de redirigirte a las últimas palabras con cada click de tu vida.

Ánxel Grove

¿Ha sido justa la historia con los Talking Heads?

La historia —y por extensión nosotros, que la escribimos, al menos cuando nos dejan— no ha sido justa con los Talking Heads.

Eran estudiantes de diseño, es decir, tenían cierta educación reglada y quizá se comportaban y se vestían como los primeros hipsters, es verdad, pero las vestimentas y el nivel cultural no debieran ser razón para un olvido que presiento demasiado hondo e ideológico. A veces, en esto del rock, lo cazurro parece ser un don y si eres o pareces inteligente lo llevas claro.

Los coetáneos del asombroso punk y la new age neoyorquinos de finales de los años setenta circulaban por otros callejones y comían sobre otros manteles: los Ramones querían ser héroes de Marvel Comics con cazadoras de cuero, Patti Smith ejercía para convertirse en la princesita de aires nobiliarios que ha terminado siendo, Blondie eran una broma plástica formulada desde el despacho de cupcakes que los estadounidenses igualan al paraíso…

Desde la izquierda, David Byrne, Chris Frantz, Tina Weymouth y Jerry Harrison

Desde la izquierda, David Byrne, Chris Frantz, Tina Weymouth y Jerry Harrison

Los Talking Heads, ajenos a la reformulación que tanto gusta al rock y su público más consolador —siempre buscando al nuevo Elvis, al nuevo Dylan—, cantaban sobre la soledad contemporánea: sus protagonistas son niños-burbuja a los que hace daño el mero contacto con el aire, y no estaban interesados en los compases cuatro por cuatro del rock. Fueron el primer grupo postmoderno, con niveles de lectura superpuestos, y preferían como referencia el minimalismo conceptualista de Philip Glass, el afrobeat nigeriano o la dislocada pasión polirrítmica del funk.

La discografía del cuarteto es concisa: ocho álbumes de estudio y dos discos en directo entre 1977 y 1988. Los tres discos que grabaron en colaboración con el alquimista Brian Eno (algo más que un productor: una especie de gurú sin método que prefiere sugerir caminos a indicarlos) —More Songs About Building and Food (1978), Fear of Music (1979) y Remain in Light (1980)— son todavía hoy pasmosos y modernos.

Acaso lastrados por la pasión arty que tan pocos amigos tiene entre los roquistas más intransigentes —¡a quién le importa que un grupo encargue una cubierta a Robert Rauschenberg y, después de todo, ¿quién demonios es ese señor?!—, tengo la impresión de que no hemos sido justos con los Talking Heads, un grupo que te hacía bailar, temblar y pensar.

Ánxel Grove

Talking Heads – Psycho Killer (B-Side) ft Arthur Russell by Dazed Digital

El hombre que se deshizo del pandillero

Izquierda: Photo © Bruce Davidson/Magnum Photos USA. New York City. 1959. Brooklyn Gang.

Izquierda: © Bruce Davidson/Magnum Photos

Entre la imagen de la izquierda y la cubierta del libro hay 53 años. El sujeto es el mismo, Bobby Powers. El fotógrafo, también, Bruce Davidson.

Hasta ahí los datos que podemos medir, o eso creemos desde nuestra torpeza de pragmáticos observadores.

La foto de la izquierda, tomada en 1959 en el drugstore Helen’s, en Brooklyn, el filo de la navaja de Nueva York, muestra a un chico de 16 años. No es temerario afirmar —el abandono de la mano para hurtar el rostro, la inclinación hastiada del cuerpo sobre la barra, la caida drástica del labio inferior…— que está borracho. Una ojeada a su ficha en cualquier negociado de Servicios Sociales aportaría motivos para la suposición: a los ocho, el primer trago de whisky; a los 12, la primera cuchillada a un rival; a los 15, el abandono del sistema escolar… La ficha, como es norma en los informes administrativos, carecería de las líneas narrativas secundarias: padres alcohólicos, palizas de curas y monjas en colegios religiosos para muchachos duros, el territorio como único hogar, las anfetaminas como bendición…

Bobby Bengi Powers, líder de los Jokers, una pandilla con la que no desearías cruzarte.

El fotógrafo Davidson, que no superaba a Bengi en demasiada edad (tenía 25), hizo fotos a los Jokers, chicos de ascendencia italiana, cultura católica, clase baja, mucha gomina en el pelo, con la belleza de una bastardía entre Sinatra y Elvis (ellos) o entre Sue Lyon y Silvana Mangano (ellas) y ningún futuro en el horizonte, durante varios meses. Los retrató en las noches de verano de Prospect Park —que ahora es una zona para jóvenes profesionales pudientes pero en 1959 era un nido de ratas—, en excursiones de fin de semana a Coney Island, en reuniones de acera hablando de naderías, reflejados en máquinas de discos, ejerciendo el aburrimiento, mostrando el pecho y la desolación…

Aquellas fotos fueron reunidas en el reportaje Brooklyn Gang —editado en libro en 1959—, una mirada pionera e inmortal a la cultura de la juventud y los clanes  de pillastres callejeros. Fue una conmoción, se vendió hasta agotarse y elevó a Davidson a la categoría de mito: era el miembro más joven de la agencia Magnum y al padre padrone Henri Cartier-Bresson le consumía una envidia nada disimulada.

Aunque puedan ustedes hacerse con la primera edición del libro, circunstancia bastante improbable, opten por la reimpresión de 1999, donde el prólogo lo escribe Bengi Powers, ya un hombre pero cargando con las consecuencias de una derrota anunciada.

© Bruce Davidson/Magnum Photos

© Bruce Davidson/Magnum Photos

Con el tono neutral de quien es capaz de narrar porque ha llorado demasiado, Bengi cuenta el amargo porvenir que esperaba a los Jokers a la vuelta de la esquina: la llegada veloz y fácil de la heroína; la entrega de los ideales, fuesen cuales fuesen, de aquellos ángeles de barrio, peligrosos sólo hasta cierto punto (raterillos, descuideros, pequeños delicuentes desastrosos…); el encuentro con la profunda pero breve felicidad opiácea…

Jimmi, cuenta Bengi, «el más guapo, nuestro James Dean», murió con la jeringa todavía hendida en la vena. Antes habían terminado en un similar final seis miembros de su familia («Charlie, Aggie, Katie, Jimmie, la madre, el padre», recita Bengi en un responso).

Cathy, la muchacha que se deja retratar ante el espejo cromado de la dispensadora de cigarrillos mientras los Jokers esperan para tomar el ferry hacia Staten Island en una tarde de domingo, salió de la historia de una forma más meditada. «Era hermosa como Brigitte Bardot», dice Bengi, «siempre estaba ahí, pero parecía vivir lejos, en otro lugar… Hace unos años se puso una pistola en la boca y se voló los sesos».

Ahora, para cerrar el círculo, editan Bobby’s Book, la historia de Bengi contada por él mismo e ilustrada con fotos de Davidson que trazan la necesaria línea de herrumbre entre el gang y el hombre de 69 años, consejero y terapeuta de chicos enganchados. Está casado, tiene cuatro hijos y siete nietos y no se ha alejado del escenario de parranda y pobreza inmoral de los J0kers. Powers sigue viviendo en Brooklyn. Se considera «jubilado».

En unas declaraciones recientes, Bob Powers cuenta cómo se deshizo de Bengie, su proyección oscura: «Cuando pienso en lo que me hicieron las drogas y el alcohol no me parece estar hablando de mí. Soy una persona diferente, es como si hablase de un chico iferente, al que conocí y del que fui amigo, alguien que ya no existe. Está muero y puedo contarlo todo sobre él porque yo lo ahorqué. Ya no soy ese chico«.

Ánxel Grove

Jane Evelyn Atwood, la fotógrafa obsesiva

Cantina, Ryazan, Rusia

Cantina de un internado femenino para delincuentes juveniles en Ryazan, Rusia, 1990

El rigor del reformatorio y el desolador frío invernal que adivinamos en las paredes queda matizado por la inocencia triste del gesto y la pregunta inconclusa que parece formularnos la hermosa preadolescente, convicta por delitos juveniles.

La autora de la foto, Jane Evelyn Atwood (que trabaja habitualmente para la gran y comprometida Agencia VU), tiene una de las miradas más compasivas del gremio. Para ejercerla, porque quizá no hay otra manera, se mueve sin prisa, dejando de lado las neurosis del tiempo.

Para su serie más aclamada, un estudio en profundidad sobre mujeres encarceladas, ha empleado más de una década. Entrar en casi medio centenar de prisiones y diagnosticar el peso de la crueldad a lo largo de diez años puede ser considerado una obsesión. Atwood entendería el calificativo como un elogio. Le gusta ser obsesiva.

Mujer dando a luz en un hospital penitenciario, Alaska, EE UU

Mujer dando a luz en un hospital penitenciario, Alaska, EE UU

Nacida en 1947 en Nueva York (EE UU) pero residente en París desde 1971, la vocación de esta testarruda mujer de fuerza admirable que no admite el oficio de reportera («soy una fotógrafa de proyectos, no de un momento», dice) fue tardía. A los 30 años compró su primera cámara porque deseaba retratar a las prostitutas del barrio de la capital francesa en el que residía. Aquel trabajo, su primer trabajo, demuestra otra vez que no es necesario ir a una escuela para que te enseñen a mirar por un objetivo.

Los siguientes retos no fueron de menor hondura: año y medio con la Legión Extranjera en los confines del Chad; un año retratando a ciegos; los últimos cinco meses de vida del primer enfermo francés de sida que accedió a mostrarse en público; un proyecto de cuatro años sobre víctimas de minas antipersona en Camboya, Angola, Kosovo, Mozambique y Afganistán y otro de casi tres años sobre la vida en Haití antes del terromoto de 2010, cuando el país antillano, el más pobre del mundo, aún no era noticia de interés para casi nadie.

Haití, 2008

Haití, 2008

Multipremiada pero nunca vendida («lo único que me importa es hacer las mejores fotos que sea capaz de hacer y ser completamente honesta»), Atwood es y será, con todas las consecuencias, una mujer de obsesiva tristeza.

No hay otra emoción posible sabiendo que los lugares y las situaciones que ha retratado no serán curados por nadie de la semilla de maldad y exclusión que padecen. «He regresado a algunos de los escenarios que retraté en el pasado y todo sigue igual o está aún peor. Me gustaría volver dentro de diez años y ver que todo ha mejorado, pero sé que no será así, de manera que deberé regresar antes para hacer más fotos«, dice.

Ánxel Grove

La Rue des Lombards, Paris, 1976-1977

La Rue des Lombards, Paris, 1976-1977

Women in Jail, 1990

Women in Jail, 1990

Women in Jail, 1990

Women in Jail, 1990

Sauna en una colonia de trabajo para delincuentes juveniles en Ryazan, Rusia, 1990

Sauna en una colonia de trabajo para delincuentes juveniles en Ryazan, Rusia, 1990

The Blind, 1988

The Blind, 1988

Jean-Louis, París, 1987

Jean-Louis, París, 1987

Autorretrato de Jean Evelyn Atwood

Autorretrato de Jean Evelyn Atwood

Fotos del infierno en la puerta de al lado

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Money Power Respect: Pictures of My Neighborhood (Dinero poder respeto: fotos de mi barrio). Que no haya signo de puntuación alguno entre las tres primeras palabras es una decisión meditada. Esas tres palabras son un único golpe de voz y no debes separar lo que vive enlazado.

El foto ensayo de Brenda Ann Kenneally es una indagación en los infiernos de la puerta de al lado y, pese a que tiene algunos años —la investigación empezó en 1996 y fue publicada en libro en 2005—, mantiene la vigencia, aún arde. Es uno de esos infrecuentes trabajos fotográficos que seguirán latiendo aunque los cuerpos retratados hayan muerto.

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Kenneally, madre y vecina de Brooklyn (Nueva York), un distrito-municipalidad que contiene mundos opuestos (riqueza-miseria, belleza-fealdad, atención-miseria, tiendas chic y dispensarios de crack a cielo abierto), se empeñó en revelar la faceta menos agraciada del barrio. Creía que era necesario y, lo que es más importante, sentía como un deber moral mostrar lo que casi nadie deseaba ver. La constancia de su valentía, el compromiso con los que nada tienen excepto dolor, hacen que Money Power Respect merezca ser revisitado.

El proyecto documental, un arañazo al cuerpo social, un golpe en el plexo solar de la conciencia colectiva, ha sido premiado una y otra vez: el Premio W. Eugene Smith de Fotografía Humanista, el de Mother Jones, una beca Soros… El extraordinario montaje multimedia que Kenneally tiene en su web ganó en 2006 el premio a la mejor iniciativa de uso de Internet de la National Press Photographers Association.

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Pese a la intimidad y la cercanía, a la convivencia, las fotos no son invasivas ni fueron realizadas bajo el paraguas de un protectorado (¡tanto reportero con credencial al cuello y permiso de la autoridad!). Kenneally no entró en las casas, los patios, las salas de maternidad de los hospitales de beneficiencia, de la mano de un asistente social. Llegó y se quedó por su condición de vecina.

Esta fotógrafa que no confunde la casta con la indecencia, es autora de otro foto-ensayo multimedia, Big Trigg (Gran gatillo), que funciona como complemento del anterior. Es una indagación en el rap de aficionados del mismo barrio, la única música posible para el infierno.

Ánxel Grove