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Nazis paseándose por Nueva York

Marshall Curry ha sido nonimado dos veces a los Oscar y firma esta pieza que se titula a A night at the Garden, emitida por la plataforma Field of Vision.

El corto documental usa metraje de archivo y recupera un suceso olvidado por la mayoría de estadounidenses: cuando los nazis se paseaban con marcial simpatía por las calles de Nueva York, una estampa para la estupefacción, escenografía hitleriana que se perdió en el tiempo, con actores secundarios borrados del recuerdo, demasiado molestos con sus brazos alzados. Esta es la historia de cuando Hitler era un tío cool en los Estados Unidos.

Ocurrió en 1939, en un encuentro llamado Pro American Rally. La misión de los amigos del Reich era la de convencer a las masas americanas de las bondades políticas de una supuesta raza superior que acabaría en su delirio de nibelungo por destruir Europa, exterminando a millones de judíos, homosexuales, gitanos, comunistas, disidentes, críticos, seres humanos inocentes, y todo a ritmo de Wagner y de tubas ensalzando un trastorno freudiano.

20.000 americanos acudieron a esta llamada racista en el Madison Square Garden. Escucharon las proclamas antisemitas. Sintieron el poder del dios primitivo en la movilización popular. En principio el director quiso hacer un documental de corte tradicional, narrado con voz en off, pero en seguida se dio cuenta de la potencia de un mensaje sin más adorno que los hechos: imágenes de George Washington y la bandera de los EEUU unidos a esvásticas, sorprendiendo al moderno espectador. Un insulto a la memoria de Indiana Jones.

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La hija ciencióloga de Stanley Kubrick reaparece en Twitter

Vivian Kubrick, 1986

Vivian Kubrick, 1986

La resplandeciente muchacha de la foto, tomada en algún momento de 1986 en un set de grabación de cine en la campiña inglesa, tenía entonces 26 años. Cargaba una cámara de cine Aaton de 16 mm («se adapta a ti como si llevaras un gato subido en el hombro», decía la publicidad) con una grabadora Nagra para recoger sonido amarrada con cinta. La sonrisa delata que era feliz —le habían encargado el making off de la película— y el desorden de la melena y las ojeras, que se lo estaba tomando muy en serio. La foto la hizo Matthew Modine, uno de los actores del largometraje en el que estaban inmersos: la inolvidable La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987), una de las más duras parábolas sobre la insensatez homicida de la guerra de Vietnam.

Vivian Kubrick, nacida en Los Ángeles (EE UU) en 1960 e hija más joven del director que inflamaba de gloria, sabiduría y mentalidad crítica todo aquello que tocaba, había heredado del padre el poder innato de crear imágenes. En El resplandor (1980), acaso la mejor película de terror de la historia, Vivian, recién salida de la adolescencia, se había encargado del making off y había creado un documental de media hora que dejó encantados a todos —incluido papá, no precisamente tolerante con el trabajo ajeno— y fue añadido como material extra en muchas ediciones en vídeo y DVD de la película.

Para La chaqueta metálica, cuyo making off no cuajó, Vivian firmó parte de la banda sonora original, compuesta en un sintetizador Fairlight CMI, una de las primeras máquinas digitales de sampling. Se llegó a editar un single para promocionar la película, I Wanne Be Your Drill Instructor, que incorpora la cadencia de los eslóganes de entrenamiento del temible sargento de marines Hartman, interpretado por R. Lee Ermey, que escribió buena parte de sus diálogos porque sabía lo que hacía mejor que cualquier guionista: había sido instructor de cadetes durante la guerra de Vietnam.

Vivian Kubrick y el perro Stanley en un set de "La chaqueta metálica", 1986

Vivian Kubrick y el perro Stanley en un set de «La chaqueta metálica», 1986

La prometedora carrera de la hija de Kubrick se desvaneció cuando ella rompió relaciones con la familia al ser abducida, según ha contado la viuda del director, por la Iglesia de la Cienciología. Ocurrió mientras el padre rodaba Eyes Wide Shut (1999), la película póstuma que dejó practicamente acabada antes de que un ataque de corazón le matase a los 70 años.

Kubrick estaba tan destrozado por la ruptura con Vivian que le había escrito una carta de cuarenta páginas pidiéndole que regresara. La hija volvió para el funeral, pero acompañada por una mujer que parecía su sombra y no la dejaba sola ni un momento, lo que fue entendido por la familia como una ceremonia de desconexión y ruptura de cualquier lazo familiar tramada por los cienciólogos.

En las últimas semanas Viviane Kubrick ha vuelto al mundo. A través de la cuenta de Twitter @ViKu1111 ha publicado fotos de su niñez y los trabajos con su padre. «En recuerdo de mi papá, al que amé con toda mi alma y corazón», dice en uno de los mensajes. Los Kubrick han entendido el gesto como un deseo de acercamiento tras quince años de desaparición, pero nada se sabe con certeza excepto lo que muestran las fotografías.

En las imágenes puede adivinarse la viveza de una niña que creció al lado de un genio y la precocidad que Vivian demostró en un campo de acción muy similar al del padre. Alguien podría sostener que lo tuvo fácil porque, mientras otros críos iban al parque, ella jugaba en los rodajes de 2001: una odisea del espacio (1968) o La naranja mecánica (1971).

Las escasas crónicas que pueden localizarse sobre la hija favorita del cineasta la dibujan también como una persona de ideales ferreos. Cuando Steven Spielberg estrenó En busca del arca perdida (1981), Vivian, animalista sin resquicios, le escribió una carta de reprimenda por lo mal que Indiana Jones trataba a las serpientes en la película.

Ánxel Grove