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Haz que tu hija sea una muñeca

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

Dicen que las muñecas American Girl son las anti-Barbie«un canto a las niñas y todo lo que pueden llegar a ser». Esa es la idea que venden, y el verbo revela los oscuros significados y significantes habituales, en la compañía Pleasant Doll, fabricante del juguete.

Desde 1998, la empresa que «ayuda a que las niñas brillen» (¿es casualidad la isotópica metáfora?) es una división del grupo Mattel, mega corporación —ganancias en 2010: 5.800 millones de dólares, unos 4.400 millones de euros— que sintetiza, en sincronía con los tiempos desprovistos de matices en los que vivimos, el yin y el yang para comerse todo el bacalao y no dejar resquicios a una opción diferencial. Mattel fabrica y comercializa a las enemigas: Barbie, la muñeca pija de Beverly Hills, y American Girl, la muñeca que, según el lema de la mercadotecnia del producto, propone a las crías de entre nueve y once años que persigan los designios de su «estrella interior» (más semántica radiante).

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

La fotógrafa Ilona Szwarc  vive en los Estados Unidos desde hace cuatro años. Nacida en 1968 y educada en el ambiente brumoso de Varsovia, se bregó en los platós de cine trabajando como ayudante de las dos glorias nacionales de la filmografía polaca, Roman Polanski y Andrzej Wajda. También asistió a Mary Ellen Mark, la fotógrafa que se acercó más que ninguna en los EE UU a los niños de la calle y la prostitución infantil.

Uno de los proyecto que desarrolla Szwarc como fotógrafa se titula American Girls y tiene más de un punto de contacto con la descarnada visión de Mark: la edad de las protagonistas, la superficialidad, los puntos suspensivos de un futuro que tal vez sea lóbrego o tal vez no, la niñez entendida malignamente como una miniatura de la edad adulta

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

La fotógrafa confronta a niñas estadounidenses con su muñeca American Girl personalizada: My American Girl se llama la gama y la gólem plástica puede diseñarse a voluntad —desde la etnia hasta la ropa interior y los accesorios— en un simulador en línea que permite jugar al Doctor Frankenstein dando vida a un trozo de plástico de 46 centímetros de alto por el que puedes pagar, si te pones caprichoso con el ajuar, hasta 600 dólares (unos 455 euros). Se da por sentado que los papás y mamás que aforan pertenecen al 1% y pueden.

«Todas las niñas en los EE UU parecen estar creciendo para ser futuras estrellas y sienten que tienen derecho. Estas muñecas lo ponen de manifiesto», acaba de declarar en una entrevista la fotógrafa, interesada en los «valores culturales», bastante truculentos, del fenómeno. «Cada muñeca puede ser customizada para parecerse con exactitud a su dueña, pero en realidad todas son iguales», añade.

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

Las niñas y sus muñecas —el orden de los factores es accidental— rozan la simbiosis, quizá enfatizada con intención demasiado evidente por la fotógrafa, que dicta la coreografía de cada imagen con el nada velado propósito de mostrar como una y la otra podrían intercambiar papeles en el libreto de la existencia diaria.

La meta tiene un fondo que sobrecoge: las niñas y podemos asegurar, ya que tienen entre nueve y once años, también sus padres, que han dado el consentimiento para que sean retratadas unas menores de edad, aceptan el juego perverso de Szwarc. No es una parodia, es la verdad doméstica, de cada día; el encierro en la envoltura de celofán como norma metafísica; la detención ilusoria del tiempo para que nada suceda, para que ninguno de los monstruos (el negro, el musulmán, el latino, el crack, la metanfetamina, el sexo sucio, el asesino en serie, el maltratador, la enfermedad mental…) entre en la escena.

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

El catálogo de niñas-muñeca es un columna uniformada, un continuum de estereotipos, una pesadilla febril: la niña-muñeca-caballista en el cesped ondulado, frente a la decorosa casa de campo; la niña-muñeca-urbana tomando el sol en la terraza en un bikini de dos piezas no muy diferente al de una miss; la niña-muñeca-hipster; la niña-muñeca-suburbana en la burbuja de raso de la urbanización; la niña-muñeca-doméstica en el salón con blondas en las cortinas y marcos de plata en torno a los rostros de la familia…

No hay frontera entre la piel y el plástico. Los fabricantes del juguete son los amos en este contrato de vasallaje:  «La misión de American Girl es rendir homenaje a las niñas.  Aceptamos quienes son y estamos atentos a quienes serán en el mañana». De vivir en este tiempo, Goethe hubiese asignado el entrecomillado a Mefistófeles.

© Ilona Szwarc 2012

© Ilona Szwarc 2012

El proyecto que hoy asomo a Xpo, la sección que cada jueves dedicamos a fotografía, recuerda a Litte Adults (Pequeños adultos), donde Anna Skaldmann retrata a niños privilegiados en Rusia, hijos de millonarios que se «comportan como adultos» y posan como una proyección de sus padres.

Me parece que hay líneas de conexión entre los críos rusos de niñez perdida y las niñas-muñeca de los EE UU. No recuerdo cuándo, pero en algún momento del pasado reciente, alguien consintió —y quizá yo esté entre los culpables del delito colectivo, porque, como decía Ambrose Bierce, el jersey es «una prenda que llevan los niños cuando los padres tienen frío»— que los críos empezasen a vivir como si el Valium lo tomasen ellos.

Ánxel Grove