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Exposición en línea sobre la grandeza de la antigua ciudad de Palmira

The Legacy of Ancient Palmyra - The Getty Research Institute

The Legacy of Ancient Palmyra – The Getty Research Institute

Cruce de caminos de las caravanas que surcaban en las dos sentidos la Ruta de la Seda, no solamente un camino para el comercio entre Asia y Europa, sino una de las primeras autopistas de la información sobre conocimientos, prodigios y saberes, la antigua ciudad de Palmira era llamada en árabe Tadmor, traducción del arameo palmira, «ciudad de los árboles de dátil». De ningún lugar con esa etimología —cuya belleza está presente también en el idioma sirio, donde el nombre se asocia con la palabra Tedmurtā, «milagro maravilloso»— se puede esperar cosa distinta al deslumbramiento, por mucho que al acercar la mirada del satélite las coordenadas desprendan la tristeza de la muerte y el fuego.

Para trasladarnos a un tiempo ajeno a la miseria actual —la Guerra de Siria (activa desde 2011, con casi 500.000 muertos y 4,8 millones de desplazados o huídos del horror) ha convertido la vieja ciudad en poco más que una cantera y sus alredores en una necrópolis donde solo quedan brasas— podemos, es un pobre consuelo, viajar virtualmente a The Legacy of Ancient Palmyra (El legado de la antigua Palmira), una subyugante exposición en línea que acaba de lanzar el Getty Research Institute.

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Pinturas con mensajes de SMS, ¿qué pasa cuando nos comunicamos con el móvil?

'Euphemia White Van Rensselaer: Don't You Realize That I Only Text You When I'm Drunk' - Shawn Huckins

‘Euphemia White Van Rensselaer: Don’t You Realize That I Only Text You When I’m Drunk’ – Shawn Huckins

Palabras deformadas, vocales invisibles, siglas, onomatopeyas, jerga de redes sociales, signos de admiración. El envío de mensajes a través del móvil —desde el SMS ya considerado prehistórico hasta el insistente Wassap— han construido una gramática nueva adaptada al ahorro de caracteres y a las taras linguísticas del momento: son el todo a 100 del lenguaje, palabras de usar y tirar embutidas en una pantalla y consumidas con ansia.

El pintor Shawn Huckins (EEUU, 1984) le da un nuevo uso al idioma de los móviles, lo hace perdurar sobre el lienzo y lo combina con la nobleza de la pintura más clásica de su país.

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Coleman y Wood, escultores que reconstruyeron caras tras la I Guerra Mundial

Son caras de quita y pon, añadidos para simular que la guerra no dejó huellas físicas. Los soldados se las prueban con una seriedad que intenta blindar cualquier expresión de amargur, quienes les ayudan a ajustar las prótesis —aunque no son médicos— los tratan con una suavidad profesional.

La I Guerra Mundial (1914-1919) devoró muchos rostros, fue un conflicto de trincheras, los combatientes asomaban la cabeza y recibían una bala o ráfagas de disparo de las recién inventadas ametralladoras. A su vuelta, cambiaban la expresión de familiares y novias, asustaban a los niños, se convertían en monstruos de la guerra.

De director desconocido, Plastic Reconstruction of the Face (Reconstrucción plástica de la cara), en blanco y negro y sin sonido, es un fragmento de película de 5:36 minutos filmado en 1918. La pieza documenta el trabajo realizado en el Studio for Portrait Masks (Estudio de máscaras-retrato), un eufemismo para referirse a la única esperanza que le quedaba entonces al soldado desfigurado: que le hicieran un rostro postizo para ocultar la deformidad del auténtico.

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Metraje mudo de las Torres Gemelas en construcción

Con cerca de 3.000 muertos, los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron un signo de los tiempos, todo en ellos resultó tan megalómano como los poderosos edificios del neoyorquino World Trade Center. El 11-S se televisó y emitió a una hora conveniente, para que una buena parte del planeta pudiera incluso ver en directo cómo el segundo avión se estellaba contra la Torre Sur.

El fragmento de película que acompaña a este texto tiene un toque corporativo, sería frío y anodino, en todo caso anecdótico para quien conozca el lugar, si no fuera por la historia que hay detrás de las Torres Gemelas. En el film producido por Western Electric (compañía estadounidense de ingeniería eléctrica), la falta de sonido hace pensar que se trata de material bruto para un audiovisual industrial.

Ahora de dominio público y de visionado y descarga libre gracias al Internet Archive, el film documenta cómo se construyeron los colosos y cómo eran los primeros ocupantes. Desde el presente, podemos asociar cada segundo del metraje a la destrucción, el silencio —en otras circunstancias imparcial— contribuye a la incomodidad.

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Cuando los vestidos se hacían con sacos de comida

Libro de patrones para hacer vestidos con 'feedsacks'

Libro de patrones para hacer vestidos con ‘feedsacks’

¿Y si no pudiéramos comprar ropa? ¿Habría manera de salir del paso con lo que tuviéramos en casa sin sacrificar ningún textil del hogar? Repasando mentalmente, no hay materiales aprovechables. En la cocina, el plástico domina el envasado de los productos, con alguna concesión al vidrio. Atrás quedan otros que —por su coste en comparación con el nefasto plástico— ya forman parte de la arqueología del consumo, por ejemplo, la tela.

En los EE UU la cultura del derroche llegó tras la II Guerra Mundial como un cataclismo, borrando del panorama doméstico la reutilización y el aprovechamiento de lo que tenemos a mano. Por suerte la tendencia está cambiando, los tiempos ya no son bollantes y nos enfrentamos al mayor reto medioambiental de nuestra historia: reciclar vuelve a estar de moda y muy a propósito del revival se rescatan del olvido los recursos que empleaban nuestros abuelos.

Almacenar el cereal en sacos es casi tan viejo como la invención del textil. Los granjeros guardaban el grano en bolsas de tela cosidas a mano y con señas de identidad para diferenciarlas de cosechas vecinas. Cuando los Estados Unidos fueron industrializándose y afloraba el comercio desde el campo a las grandes ciudades, los sacos —llamados feedsacks, sacos de alimento— fueron el contenedor ideal para el transporte de productos secos.

Así llegaron de forma masiva a los hogares para transformarse en el siglo XX en un material que sacó de muchos aprietos a las familias, sobre todo en los años treinta (tras la Gran Depresión) y a principios de los cuarenta (durante la II Guerra Mundial), cuando en los EE UU había racionamiento de textiles.

Mujeres con vestidos hechos con tela de sacos

Mujeres con vestidos hechos con tela de sacos

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El primer ‘hoax’ periodístico: la Luna habitada por castores, bisontes y hombres-murciélago

Una de las litografías  del 'Gran engaño de la Luna' que el Sun vendió en 1835

Una de las litografías del ‘Gran engaño de la Luna’ que el Sun vendió en 1835

Resultaba que en la Luna había vida, humanoides con alas de murciélago, cabras, bisontes, castores sin cola y bípedos, unicornios… El conjunto lisérgico de criaturas se había revelado gracias a «un inmenso telescopio» que funcionaba con una tecnología «completamente nueva».

Supuestamente publicadas en origen en el Edinburgh Journal of Science, las piezas periodísticas describían, con todo lujo de detalles, las maravillas que el prestigioso astrónomo inglés Sir John Herschel (1792-1871) había descubierto observando la superficie lunar.

El conocido ahora como The Great Moon Hoax (El gran engaño de la Luna) fue una colección de seis artículos sin firma, publicados en agosto de 1835 en el periódico neoyorquino The Sun, aunque cueste creerlo sin ninguna conexión con el infame tabloide británico del mismo nombre y propiedad de Rupert Murdoch. El diario se publicó de 1833 a 1950 y fue el primero en informar de sucesos en la metrópolis estadounidense. En sus páginas se relataron delitos, crímenes, suicidios, muertes y divorcios y la clase trabajadora pronto lo adoptó como su periódico favorito.

Como toda buena leyenda urbana, la patraña lunar tenía un pie en la realidad. Herschel había viajado en 1834 a Capetown (Sudáfrica) para instalar un observatorio que contaría con un potente telescopio. Una eminencia no sólo en astronomía, sino también matemático e inventor de la cianotipia, nadie podía dudar de los hallazgos del científico. Por otro lado, eran años en los que se debatía con seriedad sobre la posibilidad de que hubiera vida en la Luna y el propio Herschel había expuesto los pros y los contras de que la hubiera. El periódico aprovechó uno de los temas de moda y le añadió el nombre respetable de un especialista para darle solidez a la fantasía.

Una de las ilustraciones del posteriormente conocido como 'The Great Moon Hoax' ('El gran engaño de la Luna'), 1835

Una de las ilustraciones del posteriormente conocido como ‘The Great Moon Hoax’ (‘El gran engaño de la Luna’), 1835

Progresivamente, las entregas (todas disponibles en inglés en este vínculo) desvelan la flora y la fauna del satélite. Primero se habló de una flor de color rojo oscuro, después llegaron las «manadas de cuadrúpedos marrones parecidos a los bisontes», una cabra de un «azulado color plomo» y una «extraña criatura anfibia», redonda y que se trasladaba rodando. Los castores que se apoyaban sobre dos patas llegaron en el tercer artículo: eran más listos que el resto de las criaturas, incluso sabían encender fuego.

Atrapado en la mentira, obligado a publicar en cada nueva pieza algo más impresionante que en la anterior para seguir cautivando al lector, el autor —parece ser que el periodista Richard Adams Locke, que siempre negó su involucración— inventó en la cuarta entrega que en la Luna había seres muy parecidos a los humanos, con el cuerpo cubierto de «pelo de color cobrizo» y alas parecidas a las de los murciélagos, «compuestas por una fina membrana». Parecía ser que el astrónomo los había visto en animada conversación, lo que significada que eran «criaturas racionales».

Los lectores recibieron con ciega emoción los descubrimientos. Desde el principio hubo dudas sobre su veracidad, pero no abundaban los escépticos: lo que se contaba en las páginas del Sun era demasiado asombroso como para desecharlo de un plumazo. Todo indica que el diario (aunque ya disfrutaba de una amplia difusión antes) arrasó en ventas, la prueba definitiva es que otros muchos periódicos y revistas se apresuraron a reescribir los textos, algunos alegando que también tenían acceso a las «fuentes originales».

Escena lunar publicada por el neoyorquino 'Sun' en 1835

Escena lunar publicada por el neoyorquino ‘Sun’ en 1835

De los medios neoyorquinos, el hoax extraterrestre saltó a otras grandes ciudades de la costa este y en un mes ya se había publicado en Europa. Para explorar al máximo la invención, el Sun también editó un panfleto a mayores que salió a la venta el 31 de agosto junto con varias litografías de las fantásticas escenas que se describían en los textos.

Por su parte, Herschel estaba en Sudáfrica cuando se levantó la locura, demasiado lejos para enterarse de que lo habían nombrado. Alguien le hizo llegar los artículos cuando todavía estaba en Capetown y los leyó entre la risa y el asombro. El astrónomo decía divertido que, descubriera lo que descubriera con su telescopio, no podría igualar algo así. Cuando, a su vuelta, periódicos estadounidenses y europeos lo persiguieron para preguntarle por el asunto, ya no le resultó tan gracioso. Herschel guardó un elegante silencio y sólo expresó su descontento por la situación en cartas privadas.

Helena Celdrán

Un deporte excéntrico que sustituyó el caballo por el coche

Auto polo - Bain News Service, publisher - Auto polo - between ca. 1910 and ca. 1915

Los vehículos parecen lanzar a los viajeros con violencia, rebelarse contra el control humano. Los jóvenes salen despedidos y los coches vuelcan. Suspendidos en el aire también se aprecian grandes mazos de mango alargado. Sólo la presencia discreta de una pelota puede funcionar como pista para descubrir que aquello es en realidad un deporte.

En el polo, los jugadores se trasladan a caballo y, con mazo en la mano, desplazar una pelota que deben introducir en una portería. Originario de Persia (donde parece que nació en el siglo VI a.e.c), el tiempo ha pasado por él sin apenas cambios, pero en 1911 hubo un intento de transformarlo radicalmente y cuestionar la necesidad del caballo para practicarlo.

El auto polo se presentaba en 1911 en los EE UU, cuando comenzaba a prosperar la industria automovilística, como una modernización del polo, añadiendo el coche y quitándole los caballos. Aunque se habla a menudo de este año como de su nacimiento, el invento es anterior: un recorte del periódico inglés Paterson Daily Press publica en julio de 1902 un breve artículo sobre el «Automobile polo», ideado por «Joshua Crane Jr.» y que ya anunciaban con cierto tono burlón que «no parecía que fuera a hacerse demasiado popular».

Bain News Service, publisher. Auto Polo, between ca. 1910 and ca. 1915

Bain News Service, publisher. Auto Polo, between ca. 1910 and ca. 1915

La ocurrencia supuestamente estadounidense tenía algo de estrategia comercial. No es una coincidencia que su autoaclamado inventor —Ralph Pappy Hankinson— fuera un vendedor de coches de Ford, una compañía en expansión que sólo dos años después introdujo la primera cadena de montaje en la fabricación de los coches, un método con el que se abarataron y por fin fueron accesibles a la clase media.

Desde que se celebró el primer partido —en un campo de alfalfa de Wichita (Kansas), con 5.000 espectadores— el deporte estrafalario se hizo popular en ferias y exhibiciones hasta finales de los años veinte e incluso se crearon varias ligas bajo la tutela de la Auto Polo Association. En Europa nunca consiguió calar, a pesar de que varios equipos de Wichita iniciaron un tour en 1913 por el viejo continente para promocionarlo.

Con frecuentes choques entre los vehículos, huesos rotos y atropellos, los problemas de seguridad cada vez le dieron peor prensa. La mayoría de los coches quedaban para el desguace una vez terminados los partidos y no era viable económicamente seguir practicándolo. Ninguna aseguradora estaba dispuesta a sufragar los costes del capricho y el auto polo quedó en una moda pasajera, una excentricidad estadounidense que tal vez vuelva a practicarse alguna vez, de manera espontanea, en un campo de alfalfa.

Helena Celdrán

Auto Polo

Auto Polo - Chicago

La enfermedad que inventaron para que las mujeres no fueran en bici

The 'new woman' and her bicycle - there will be several varieties of her - Frederick Burr Opper

The ‘new woman’ and her bicycle – there will be several varieties of her – Frederick Burr Opper

Draisianas, biciclos, velocípedos de tres ruedas… En el siglo XIX se sucedían los modelos ancenstrales que luego desaparecerían casi de golpe con el perfeccionamiento de la bicicleta. Pedalear en las cada vez más activas y grandes ciudades era sinónimo de modernidad y libertad tal y como lo fue poco después conducir el automóvil. Los jóvenes aceptaban con emoción la inestabilidad de los primeros vehículos de dos ruedas a cambio de manejar aquellas máquinas.

La época también representó el comienzo del activismo femenino en Europa. Las mujeres demandaban el derecho al voto y exigían ser reconocidas como personas adultas, capaces de controlar su destino sin un marido que ejerciera de padre. La bicicleta fue un instrumento decisivo para las ansias de independencia de la mujer decimonónica, un vehículo que escapaba al control masculino.

-Mi querida Jennie, ¿para qué demonios es ese traje de bicicleta? -Pues para llevarlo, claro -¡Pero tú no tienes bicicleta! -No, ¡pero tengo una máquina de coser!Viñeta de la revista satírica 'Punch' de 1895

-Mi querida Jennie, ¿para qué demonios es ese traje de bicicleta? -Pues para llevarlo, claro -¡Pero tú no tienes bicicleta! -No, ¡pero tengo una máquina de coser! (Viñeta de la revista satírica ‘Punch’ de 1895)

Una de las activistas más comprometidas con los derechos de la mujer en aquel momento, la estadounidense Susan B. Anthony, declaraba en una entrevista a la publicación New York World en 1896: [La bicicleta] ha hecho más por la emancipación de la mujer que ninguna otra cosa en el mundo. Me paro y me regocijo cada vez que veo a una mujer sobre ruedas. Le da una sensación de libertad y seguridad en sí misma. La hace sentir como si fuera independiente. (…) Y ahí va, la visión de la feminidad libre de ataduras«.

Por supuesto, esto quitaba el sueño a quienes consideraban que las mujeres exigían demasiado, vestían «como un hombre» para poder pedalear cómodamente y eran peligrosas manejando aquel artilugio en la vía pública. Entre las más descabelladas investigaciones de la pseudociencia del siglo XIX hubo también lugar para la preocupante aficción de las mujeres a usar la bicicleta como medio de transporte. La invención de la enfermedad a la que denominaron bicycle face (cara de bicicleta).

En un artículo de 1896 (el mismo año que la cita de Susan B. Anthony), la publicación inglesa semanal Cheltenham Chronicle dedicaba un breve artículo a la supuesta amenaza. Citando al Daily Telegraph, dice que «un médico» ha descubierto la enfermedad de la cara de bicicleta. Quien la adquiría tenía una expresión facial de constante cansancio y ansiedad, quedaba demacrado y ojeroso de manera crónica:

«Se desarrolla tanta ansiedad aprendiendo a ir en el popular vehículo, y, cuando la ciencia ha sido adquirida, en evitar los accidentes de varias clases a los que invita, que afecta insensiblemente a los músculos de la cara y da incluso a la fisionomía más amplia y neutra una expresión de ansia y agobio que se mantiene durante el resto de la vida. Al menos el doctor (un Doctor en Medicina de Londres), así lo dice, y él debe saberlo».

'The Bicycle face', artículo publicado en la publicación inglesa 'Cheltenham Chronicle' en 1896

‘The Bicycle face’, artículo publicado en la publicación inglesa ‘Cheltenham Chronicle’ en 1896

Muchos médicos (sobre todo en el Reino Unido) se prestaron a alimentar el bulo asegurando que el cuerpo de las mujeres no estaba hecho para pedalear y que el constante esfuerzo de mantener la bici en equilibrio distorsionaría para siempre el delicado rostro femenino. Los ojos saltones y la mandíbula tiesa eran algunas de las consecuencias más famosas, pero otros doctores más osados hablaban incluso de infertilidad, tuberculosis y un aumento desmedido del deseo sexual.

En su extenso artículo The hidden dangers of cycling (Los peligros ocultos de pedalear) —publicado en el National Review de Londres en 1897— el médico inglés A. Shadwell advertía con una desmedida pasión (y documentando cada una de sus amenazas con supuestos casos) que las ciclistas corrían el riesgo de sufrir «disentería crónica», «bocio exoftálmico» (algo parecido a lo que ahora se conoce como enfermedad de Graves-Basedow), apendicitis, trastornos nerviosos de todo calibre…

Por suerte, el intento de aterrorizar a las mujeres quedó en nada y pocos fueron los que tragaron con el pseudoriesgo de terminar con cara de bicicleta. En el cambio de siglo se perfilaba la que ya entonces llamaban «mujer moderna», la adulta que escapaba de la eterna infancia e impulsaba desde un cambio de vestuario que la liberaba de la aparatosidad del corsé hasta la implicación femenina en temas políticos y sociales. La bicicleta simplemente estaba allí para llevarla.

Helena Celdrán

"¡Oh! Abuelito, qué máquina tan rara y vieja. ¿Por qué no te haces con una como la mía?". Cartel de 1907 de la Liga Sufragista - (Museo de Londres)

«¡Oh! Abuelito, qué máquina tan rara y vieja. ¿Por qué no te haces con una como la mía?». Cartel de 1907 de la Liga Sufragista – (Museo de Londres)

Mujeres sufragistas en Londres en 1913

Mujeres sufragistas en Londres en 1913

Sarah Ann: "Papá, ¿por qué demonios llevas la ropa de mamá?" Papá: "Bueno, si tú vas a la ciudad a la moda de los hombres, yo llevaré esto para igualar las cosas".Viñeta de 'Scribners magazine'

Sarah Ann: «Papá, ¿por qué demonios llevas la ropa de mamá?». Papá: «Bueno, si tú vas a la ciudad a la moda de los hombres, yo llevaré esto para igualar las cosas».Viñeta de ‘Scribners magazine’

Un artículo escrito en 1893 que imagina el futuro de la moda hasta 1993

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine

Son dibujos de finales del siglo XIX, pero ilustran con divertida seguridad el modo en que vestirían los hombres y mujeres del siglo XX. Los estrafalarios modelos vaticinan que en los años cincuenta iban a estar de moda sombreros imposibles, que volverían las incómodas golas del siglo XVI y que las calzas serían una prenda imprescindible. En unos hipotéticos años setenta los hombres vestidos a la última lucen atuendos de arlequines, sólo cercanos a los diseños glam más osados del rock.

Future Dictates of Fashion (Los futuros dictados de la moda) —escrito e ilustrado por W. Cade Gall y publicado en una revista en 1893— es un artículo que reviste la realidad de fantasía. Al comienzo de la pieza el autor relata el hallazgo ficticio —en la biblioteca personal de un anciano, «estupefacto» por no haberlo visto antes en su colección— de un libro llegado del futuro, publicado en 1993.

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Los años setenta y ochenta ilustrados por W. Cade Gall

Según el autor, el tomo procedente de modo inexplicable de la última década del siglo XX  detalla los diferentes atuendos femeninos y masculinos de una era en el que la moda «asumió la categoría de ciencia» en 1940 y en 1950 entraba en las universidades como materia de estudio. Los avances en el análisis de la moda incluso permitían en esa hipotética realidad alternativa «prever el atuendo de la posteridad» según la información que se manejaba del pasado y del presente.

W. Cade Gall escribió el artículo de 10 páginas (escaneado al completo en este vínculo) para en la revista británica The Strand Magazine, que reunió en su páginas piezas de interés general y obras literarias cortas mensualmente de 1891 a 1950 a lo largo de 711 ediciones. De prestigio la vez popular, fue la primera en dar a conocer las historias cortas que Arthur Conan Doyle escribió con Sherlock Holmes como protagonista y publicó por entregas entre 1901 y 1902 El perro de los Baskerville logrando así su mayor nivel de ventas.

Los dibujos carnavalescos y llenos de inocencia (en teoría tomados por el anciano asombrado que descubrió el libro) van acompañados de un análisis basado en las notas del tomo, titulado Past Dictates of Fashion (Dictados pasados de la moda) y escrito por un tal Cromwell Q. Snyder, Doctor en «Vestamentorum».

«Es un placer conocer (…) que el largo reinado del color negro está condenado» (…). «El nuevo siglo, en su nacimiento, vio el negro relegado al pasado», dice el autor basándose en la amplia gama de colores que se documenta en el libro inventado.

Gall se permite hablar de prendas que fueron polémicas por su excentricidad (como un sombrero de cucurucho del que colgaba un reloj de bolsillo y que se puso de moda en 1945), de locuras pasajeras, uniformes de militares y policías… Al final de la narración, el autor se permite volver a la realidad y desvela que las notas terminan de manera abrupta, coincidiendo con el momento en que el anciano se levantó de su siesta y se dio cuenta de que todo había sido un extraño sueño.

Helena Celdrán

Primera página del artículo 'Future Dictates Fashion', de W. Cade Gall

Future Dictates Fashion - Spring and Summer Fashions 1932

'Future Dictates Fashion' - Strand Magazine- 1893

Dos inventores que creyeron en un tren impulsado por el viento

Aerodromic System of Transportation (1894)

«La velocidad es el problema actual y futuro del ferrocarril. La presión por conseguir mayor movimiento de pasajeros y mercancía se ha vuelto intensa». Los estadounidenses George Nation Chase y Henry William Kirchner, en los últimos años del siglo XIX, apostaban por una drástica reforma técnica de los trenes.

En plena expansión de los EE UU, la comunicación era la clave de la vida moderna y los inventores sentían la urgencia de mejorar el transporte. Estaban convencidos que de no efectuarse el avance, se corría el riesgo de sufrir «una vuelta a los años oscuros».

Chase y Kirchner buscaban un sistema que permitiera la evolución del ferrocarril, que lo hiciera más eficiente, rentable y seguro. No era descabellado pensar en el viento como elemento impulsor: los primeros medios de transporte en recorrer largas distancias —inventados por los egipcios hace por lo menos 5.000 años— fueron las embarcaciones de vela. Además, los experimentos previos a la creación de los dirigibles se sucedían a finales del siglo XIX con la notable mejora de los planeadores.

'The Coming Railroad'

En 1894 publicaron The Coming Railroad (El próximo ferrocarril), un libro en el que explicaban todos los pormenores de su ambicioso proyecto. The Chase-Kirchner aerodromic system of transportation (El sistema de transporte aerodrómico Chase-Kirchner) iba a ser «una máquina capaz, con el aire, de ir a gran velocidad, guiada por una vía con absoluta seguridad».

Sobre el tren descansaría una estructura de «aeroplanos», «superpuestos directamente uno sobre otro a una distancia ligeramente inferior a su ancho». «El area de estas superficies variará dependiendo de la carga, de 2.000 a 4.000 pies cuadrados» (de casi 186 a 371 metros cuadrados). La estructura convertiría el aire en impulso y, con un motor eléctrico añadido, lograría una velocidad superior a la que podían llegar las locomotoras de vapor.

Las ilustraciones de la máquina tienen en el presente un aspecto fantástico y retrofuturista, los finales puntiagudos evocan a una embarcación y las tablas aeronáuticas parecen extraidas de los primeros aviones del siglo XIX.

Nunca se construyó, ni siquiera llegó a la fase experimental. Aunque en algunas consideraciones aerodinámicas no andaban desencaminados, parece ser que nadie se aventuró a financiar el sistema, pero no hay demasiados datos de los fallos y carencias que descartaron por completo su realización.

Helena Celdrán

Chase and Kirchner Aerodromic Railroad - Section

The Coming Railroad

Aerodromic System of Transportation

The Coming Railroad