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La única revista hippie en la que el diseño gráfico importaba

Mosaico con portadas de la revista 'Avant Garde'

Mosaico con portadas de la revista contracultural ‘Avant Garde’

Durante los años del posthippismo, la prensa underground entró en el campo de batalla mediático en los EE UU —también en el Reino Unido y Australia—. Se trataba de proponer, tal como estaba ocurriendo con los usos sociales, el arte, la cultura y la política, modelos más veraces, abiertos y desprendidos de los convenios entre de la prensa tradicional y el poder. De la ilusionante edad de las flores y la cándida utopía que proclamaban buena parte de sus hijos, nacieron fanzines, revistas, diarios y panfletos de relajada puntualidad pero contenidos precisos…

Aunque la prensa underground fue de vida corta —la única excepción fue el quincenal Rolling Stone, pero su etapa contracultural fue efímera y en pocos años el éxito la llevó a convertirse en un medio tradicional y masivo, pese a su nómina de grandes reporteros—, algunas revistas merecen un espacio de mérito que no se les concede. Es el caso de Avant Garde, la única revista hippie en la que importaba el diseño gráfico.

Efímera —sólo editó catorce números entre enero de 1968 y julio de 1971—, la colección completa de la revista ha sido ahora delicadamente digitalizada y organizada en un rpoyecto de la archivista Mindy Seu.

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Las fotos inéditas del ‘loco’ Dennis Hopper en Taos, Nuevo México

Untitled (women eating, laughing) © Dennis Hopper

Untitled (women eating, laughing) © Dennis Hopper

No es posible saber si la utopía hippie acabó con la primera cuchillada de las mansonitas contra la tripa embarazada de Sharon Tate o con el disparo del red neck que tumba y mata a Captain America Wyatt, el personaje principal de Easy Rider, interpretado por Peter Fonda. Entre la primera escena, tan real como la sangre y sucedida en las colinas de Los Ángeles, y el estreno publico de la película que contenía la segunda, metafórica y escenificada, pasaron pocas semanas.

Todo ocurrió en el verano de 1969, cuando el diablo fue de vacaciones a California.

En la foto que abre la entrada, tomada por el director-actor de la película, Dennis Hopper (1936-2010), mientras buscaba localizaciones para el largometraje que sería el canto póstumo de una generación, el flower power no parecía estar todavía condenado a la cuneta de una carretera sureña o al delirio de una secta de niños convencidos de que aquel delincuente de poca monta con ojos hipnóticos era, «en serio, hombre», el quinto beatle.

Las dos mujeres que aparecen en la imagen tienen toda la vida por delante. Eso creen ellas.

Acaban de editar las que quizá sean las últimas imágenes inéditas de Hopper, o sea, las únicas no explotadas por la codicia de los herederos. Drugstore Camera reúne las fotos del director, tomadas con cámaras desechables y reveladas en drugstores —esa mezcla de maxiquiosco y farmacia tan abundante en los EE UU, donde tiene un sentido metafísico comprar en el mismo lugar lo que te cura y lo que te lleva directo a la diabetes— durante sus primeros meses en la zona de Taos, en el desierto de Nuevo México, un lugar seco donde la topografía parece una canción de Lydia Mendoza: Cerro del Oso, Arroyo Seco, Mosca, Cerro del Oro, Jicarita, Hernández, La Española, Cerro Vista, Cuchillo de Fernando, Sangre de Cristo, Agua Fría…

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Muere ‘Hoppy’ Hopkins, activista ‘underground’ y gran fotógrafo

John 'Hoppy' Hopkins (1937 - 2015)

John ‘Hoppy’ Hopkins (1937 – 2015)

En un silencioso mutismo mediático sólo roto por unas cuantas publicaciones británicas ha muerto John Hoppy Hopkins. Tenía 78 años y no merece la reserva con la que ha sido sancionado. Su vida fue estruendosa y elegantísima la dignidad con que soportó el olvido de los famosos y famosetes que le aplaudieron durante los alborotados años sesenta y setenta, la última de las épocas en que mereció la pena rondar por el mundo.

Decir que Hoppy era fotógrafo es inexacto. Sin duda lo era: su página web —diseñada según los vetustos dictados de los hippies que llegaron tarde a internet: fondo negro, letras amarillo chillón y ningún sentido de las reglas de la supuesta efectividad comunicativa postelectrónica— guarda parte de su archivo de imágenes.

Dada la calidad de las fotos —inmediatas, potentes, joviales, pruebas de cargo sobre lo bien que creímos hacer una revolución que se quedó en negocio— y el prestigio del elenco —la aristocracia del Swinging London (Lennon & McCartney, Jagger, Jones, Faithfull), los profetas (Ginsberg, Malcolm X), algunos genios tan tormentosos que no necesitan clasificación (Miles, Muddy Waters)…—, parece mentira que el autor no haya muerto en la riqueza de las regalías como otros que retrataron menos pero se vendieron más.

Hoppy (el apodo, bailarín, saltón, estaba justificado por la pimienta de su ánimo y el nervio de sus piernas) se había graduado en Cambridge en Física Nuclear. Terminó la carrera con honores y estaba a punto de elegir alguna de las ofertas de trabajo que le llovieron cuando un amigo, acaso un ángel con piel humana, le regaló una cámara de fotos. Desde el primer disparo, para gloria de nuestra raza, el mundo perdió a un físico y ganó a un agitador.

Se fue a Londres en el mejor momento, a mediados de los sesenta, empezó a moverse en los clubes de música, a fumar marihuana y a empaparse de la locura que, de pronto, había sustituido a la niebla en la capital del Támesis. «Cuando la música cambia, las paredes de las ciudades tiemblan», diría más tarde para explicar aquella tangible sensación de renacimiento.

Número 2 de "International Times", octubre, 1966.

Número 2 de «International Times», octubre, 1966.

De la cámara al activismo underground sólo había un paso y Hoppy avanzó sin recelo ni dudas hacia la construcción del nuevo mundo. Fue uno de los fundadores-editores, en 1966, de la revista International Times, que tuvo que reducir la cabecera al acrónimo IT —muy apropiado para el logo, un dibujo de la vamp Theda Bara, la primera depredadora sexual del cine— por una demanda del diario generalista y conservador The Times. El casi fanzine fue el mejor del Reino Unido durante años si querías enterarte de lo que no deseaban enseñarte el poder o tus padres.

No se quedó ahí la contribución del hoy olvidado activista al humanismo: un año antes, en 1965, había organizado la primera edición del festival libertario y muy de la Era de Acuario de Nothing Hill, que entonces era «libre y gratuito» pero con los años ha sido deglutido por la maquinaria de Moloch hasta convertirlo en ese carnaval al que acude el turismo-borrego para sentirse multicultural.

Hoppy también fundó, aliado con el mítico productor Joe Boyd —descubridor de Nick Drake, mano derecha de Fairport Convention y, con el tiempo, socio de R.E.M.—, el club más valiente de Londres, el UFO, situado en un sótano de Tottenham Court Road. Era the place to be para escuchar la música astral de la banda residente, Pink Floyd, y entrar en la dimensión psicodélica mediante el uso pionero de los shows de luces y proyecciones como potenciadores del viaje.

A la policía londinense no le caía nada bien aquel tipejo que no dejaba de montar camorra alternativa, consumía drogas y proclamaba, con su lenguaje pulido en las muy regias aulas de Cambridge, que los tiempos estaban mudando de piel y los viejos reptiles debían o retirarse o ser más tolerantes.

En 1967 fue detenido con una ínfima cantidad de marihuana y juzgado —el consumo era delito entonces en el Reino Unido—. Se negó al derecho a tener abogado y asumió su propia defensa, aduciendo que las drogas eran usadas con fines recreativos o místicos desde la noche de los tiempos y que sus señorías también se ponían hasta las cejas de cerveza y scotch. Tras calificar al magistrado-presidente como «una epidemia social», el acusado recibió una condena de nueve meses y, aunque no tenía antecedentes y se organizó una campaña para exigir su libertad —apoyada a cara descubierta por los Rolling Stones y, desde el anonimato, por Paul McCartney, que no podía pringarse en público con causas incómodas que mancharan la reputación de chicos buenos de los Beatles—, Hoppy estuvo medio año preso.

El imparable fotógrafo-activista también retrató la vida en las calles del Reino Unido. Sabiendo de su compromiso con la sociedad de base el temario no es sorpresivo: pandillas de moteros, menudeo de drogas blandas, prostitución, niños-pilluelos haciendo de las suyas…

Promotor incansable de caminos de búsqueda, una de las frases que escribió Hoppy en su ensayo Memorias de un ufólogo podría ser usada como apunte mortuorio final: «Siempre estará enamorado de la densidad de la gente».

Jose Ángel González

¿Era el Hotel California un cruel sanatorio mental?

"Hotel California" (The Eagles, 1977)

«Hotel California» (The Eagles, 1976)

No importan la edad, la clase, la tribu. Uno escucha y, pese al derrame de tiempo y la explotación comercial, el golpe emocional sigue vivo: un viaje nocturno por el desierto, la cabeza pesada por la marihuana, una luz en la distancia, la decisión de parar a descansar en el edificio neocolonial pese a que hay un aire ominoso en el lugar

Puede ser el cielo o el infierno

No es necesario que te guste Hotel California, la canción editada en diciembre de 1976 por los Eagles. No requiere confirmación a estas alturas que se trata de uno de los temas inscritos en la memoria colectiva. Si alguien empieza a tararear la melodía hay coral confirmada; en cualquier acera puedes encontrar a músicos callejeros transformándola en reggae, danzón o chill-out; en los salones de karaoke es siempre un top

Pero no la menospreciemos por la universalidad o el sobe: hablamos de una epifanía épica escrita  y cantada en estado de gracia para resumir, como dijo el letrista Don Henley, «el tránsito de la inocencia a la experiencia».

La condición multimillonaria de la pieza no es capaz de ocultar el poder de seducción de la melodía levemente narcótica y las grandes imágenes de la muy inteligente y bien labrada letra, que podría ser una crónica del final de los ideales hippies o un editorial lírico sobre los estragos de las drogas duras —cuando el narrador pide vino, le dicen que no hemos tenido de eso por aquí desde 1969—.

Aunque la cubierta del álbum Hotel California corresponde al Beverly Hills Hotel, conocido como Pink Palace y muy frecuentado por la alta sociedad roquista y cinematográfica —la fotografía la tomaron David Alexander y John Kosh, que se alzaron 18 metros en una grúa para captar la cúpula neocolonial del hotel en el ocaso—, hay muchos locales que se atribuyen la inspiración y viven de los réditos comerciales de la inolvidable canción, entre ellos, por ejemplo, el Hotel California, de Todos Santos, en la Baja California mexicana.

Aunque los compositores —otros dos eaglesDon Felder y Glen Frey, estuvieron implicados en la música— nunca han deseado revelar detalles que trasladen a lo concreto las imágenes del tema, la verdad quizá sea bastante estremecedora. Mucho más, en todo caso, que la teoría simplona y sin base comprobable que atribuye a la canción, como a tantas otras, claves satánicas.

Pabellón de mujeres del Camarillo State Hospital en 1949 - Foto: The Camarillo State Mental Hospital History Blog

Pabellón de mujeres del Camarillo State Hospital en 1949 – Foto: The Camarillo State Mental Hospital History Blog

En la foto, de autor desconocido, han raspado los rasgos faciales de las mujeres: se entiende que desean proteger la intimidad de las retratadas, pero hay un sesgo torvo en las rayas, que parecen marcas de un estigma o producto de la acción morbosa de un psicópata criminal. Tomada en febrero de 1949, la imagen muestra uno de los dormitorios del Camarillo State Mental Hospital, un enorme complejo psiquiátrico que funcionó de 1936 a 1997 en un paraje desolado del muy fértil condado californiano de Ventura.

Espejos en el techo
Champán rosado helado
«Todos somos prisioneros de nosotros mismos», dice ella
Mientras en las habitaciones de los jefes
Preparan el festín
Usan cuchillos afilados
Pero no consiguen matar a la bestia

Edificio principal del manicomio de Camarillo (Foto: Wikipedia)

Edificio principal del manicomio de Camarillo (Foto: Wikipedia)

Es más que probable que el verdadero escenario de Hotel California sea el enorme manicomio de Camarillo, que llegó a albergar a 7.000 pacientes, víctimas de una admistración que se conformaba, en el mejor de los casos, con esconder a los distintos —rayándoles las facciones en un sentido no solamente figurado— y, en el peor, someterlos al hacinamiento, los tratamientos electroconnvulsivos, los malos tratos, el abandono, la experimentación con nuevas medicaciones y la cruel pseudo medicina psiquiátrica practicada por doctores tan locos comos los locos.

La web The Camarillo State Mental Hospital History Blog recopila los pormenores conocidos de lo que sucedió durante más de medio siglo en el complejo. La lectura es sobrecogedora y aún lo es más si el interesado tiene la sangre fría de repasar el libro Keeper of the Keys [PDF íntegro, en inglés], de la enfermera Nadine Scolla, que trabajó en el hospital y narra en una crónica implacable cómo el complejo se convirtió en un almacén de almas donde encerraban a inmigrantes ilegales porque sencillamente no sabían hablar otra lengua que el español, adolescentes díscolos, mujeres rebeldes, personas melancólicas refugiadas en el alcohol o las drogas…

Por Camarillo pasaron también algunos notables castigados por la vida disoluta de la cercana ciudad de la noche de Los Ángeles, entre ellos la madre de Marilyn Monroe, la actriz alcohólica Gia Scala y el saxofonista e inventor del bebop Charlie Parker, a quien intentaron curar de su adicción a la heroína con electrochoques y administración masiva de hipnóticos y barbitúricos. Bird, que murió a los 34 años sin haber conjurado ninguno de sus demonios —porque, como dijo Julio Cortázar, quien le dedicó el relato El perseguidor, los yonquis «no son el cáncer social que denuncian los bien pensantes, sino que el cáncer es precisamente lo que los rodea y los hostiga»—, repasó con fiereza y buen humor los meses de internamiento en el tema Relaxin’ at the Camarillo (Descansando en Camarillo). Con mayor sarcasmo Frank Zappa escribió Camarillo Brillo sobre una paciente alucinada. Inserto abajo ambas canciones.

El Camarillo State Hospital poco después de ser inaugurado - Foto: The Camarillo State Mental Hospital History Blog

El Camarillo State Hospital poco después de ser inaugurado – Foto: The Camarillo State Mental Hospital History Blog

Bienvenidos al Hotel California
Un lugar adorable
Para rostros adorables
Todos ellos viven en el Hotel California
Qué agradable sorpresa (pero trae tu coartada)

Los Eagles —que acaso tenían buenas razones para no mencionar la verdadera inspiración (¿tuvieron amigos entre los internos?, ¿fueron ellos mismos, bastante viciosos, visitantes temporales?, ¿optaron por la corrección política para no alejar al público masivo que adoraba la música blanca del grupo?) nunca volvieron a repetir el satori de esta canción-epígrafe que extracta la amargura de la derrota generacional y podría ser también un colofón sobre la perpetua mortificación socio-médica contra aquellos a quienes llaman, con un giro sardónico en el tono de voz, enfermos mentales.

Nunca podré escuchar sin estremecerme la estrofa que cierra el tema como un atardecer eterno y abominable:

Lo último que recuerdo es cómo corrí hacia la puerta
Intentando encontrarme con quién yo era antes
«Tranquilo», dijo el vigilante nocturno,
«Estamos preparados para la admisión,
Puede usted registrarse cuando quiera,
Pero no podrá marcharse nunca»

Jose Ángel González

Lo nuevo de Dylan, ‘The Basement Tapes Complete’, preguntas y respuestas

"The Basements Tapes Complete"

«The Basements Tapes Complete»

Soy cómplice de veneración. Lo advierto desde ahora para justificar mi defensa sin reparos de The Basement Tapes Complete, el séxtuple disco que editará mañana  Bob Dylan (73 años). La música que contiene el cofre —138 canciones— es material remoto grabado hace casi medio siglo, una razón más para asegurar la frescura, dado el hedor del presente. Sólo muy atrás fuimos niños. Sólo siendo niños lograrermos sobrevivir.

Unas cuantas preguntas y respuestas sobre The Basement Tapes Complete (Las cintas del sótano al completo), su gestación, importancia y todavía fresca vitalidad.

¿Qué es The Basement Tapes?
Una colección de canciones grabadas en plan campechano y sin alardes técnicos durante la primavera y el verano de 1967 por Dylan y sus colegas Rick Danko (26 años), Levon Helm (28), Richard Manuel (25), Garth Hudson (31) y Robbie Robertson (25). Cuatro canadienses, un granjero de Arkansas y Dylan (26). Estaban de vuelta, vestían como sus abuelos, no creían ya en la santidad del LSD, les aburrían los hippies, se morían de risa escuchando a los Beatles hacer el idiota con la electrónica y preferían el vino a la marihuana. De vez en cuando alguien liaba un joint pero Dylan decía: «Yo paso».

¿Qué equipo de grabación usaron?
Una grabadora Uher de bobinas con cuatro entradas, dos por canal, que admitía, por tanto, cuatro micrófonos. Utilizaban unos Neumann decentes, alquilados a Peter, Paul & Mary.

Big Pink

Big Pink

¿Dónde estaba el sótano?
La dirección postal de la casa del sótano es: 2188 Stoll Road con Parnassus Lane, West Saugerties, estado de Nueva York, en los bastante solitarios montes Catskills, donde durmió hasta el olvido Rip Wan Winkle.

¿Qué es eso de Big Pink?
La dirección oral que daban a los amigos para que no se perdieran era: «Big Pink, una casa pintada del color de los batidos de fresa». La construcción sigue en pie y los nuevos propietarios, que de construir páginas web minimamente atractivas no tienen ni idea, la ofrecen como estudio de grabación.

¿Por qué Dylan había dejado de drogarse?
La historia oficial dice que todo empezó cuando, el 19 de julio de 1966, Dylan sufrío una lesión vertebral de cierta gravedad en un accidente de moto cuando conducía su Triumph de 1955 por una carretera de montaña. Estuvo ingresado algunos días, tuvo que hacer rehabilitación y, quizá por el susto, abandonó sus adicciones: marihuana, ácido y bencedrina.

Las versiones apócrifas sostienen que el accidente pudo ser causado por alguna de estas circunstancias:

  1. Un derrame de aceite en la calzada.
  2. La miopía severa del conductor que, por cuestiones de estética, no quería llevar gafas.
  3. Un traidor reflejo solar.
  4. La torpeza como motociclista de Dylan.

¿Quién vivía en Big Pink?
En la casa-batido-de-fresa vivían como inquilinos tres de los canadienses: Manuel, Danko y Hudson. Pagaban de alquiler 250 dólares al mes. Su otro compañero norteño, Roberston, residía en otra vivienda no muy lejana: prefería dormir a solas con su novia Dominique.

¿Dónde vivía Dylan?
En la cercana casa (11 habitaciones, aire victoriano, piscina, cancha de baloncesto) bautizada como Hi Lo Ha, en una carretera con nombre que parece un apunte autobiográfico: Camelot, en la colonia de artistas de Byrdcliffe. La casa fue la primera compra seria de Dylan. Pagó 12.000 dólares, una ganga. Firmó el contrato mientras grababa un vals titulado Like a rolling stone, si quieren saber mi opinión: la mejor canción de todos los tiempos.

Jesucristo y Sara © Elliott Landy

Dylan y Sara © Elliott Landy

¿Con quién vivía Dylan en aquella montañosa soledad?
Con su esposa Sara, nacida Shirley Marlin Noznisky (1939), hija, como Dylan, de judíos. Se habían casado casi en secreto bajo un roble de Long Island en 1965. Ella se había divorciado del fotógrafo Hans Lownds. Con Dylan tuvo cuatro hijos. En la época de las canciones del sótano eran dos: Jesse Byron (1966), Anna Leigh (1967). Luego nacieron Samuel Isaac Abraham (1968) y Jakob (1969). Dylan también adoptó a Maria, hija del anterior matrimonio de su esposa.

¿Qué tenía Dylan en casa?
Que se sepa, una mesa de billar, una piscina, una copia de su película favorita, Tirez sur le pianiste (Disparad sobre el pianista. François Truffaut, 1960); una Biblia siempre abierta sobre un atril de madera negra y las obras completas de Shakespeare. Copiaba de la una y las otras para escribir canciones.

¿Qué es ‘Disparad sobre el pianista’?
La película de Truffaut está basada en un relato del autor de hard-boiled David Goodis, que fue periodista, renunció al periodismo, vivió sólo y murió a los 49 años. Combatía el insomnio paseando toda la noche por las calles de Nueva York y escribió 19 novelas con el mismo ritmo: desesperación, inseguridad, claustrofobía y tormentos sexuales. Había muerto, tan desgraciado como sus personajes, sólo unos meses antes, en enero de 1967, intentando en vano demostrar que la serie El fugitivo era un plagio de una de sus novelas. Lo era: lo dictaminó un tribunal tras la muerte de Goodis.

¿Quiénes murieron en la época de Las cintas del sótano?
Dos ancestros de Dylan, el padre biológico y el moral. El 3 de octubre de 1967, en el hospital Creedmoor de Queens-Nueva York, dejó de sufrir Woody Guthrie después de caminar por espinas durante tres décadas y soportar una infame dolencia degenerativa. Era la bendición, el resguardo, la versión original de Bob Dylan. El 5 de junio del año siguiente, a Abbe Zimmerman (56 años) lo mató un infarto en su casa de Hibbing (Minnesota). Dylan voló sin compañía a la tierra natal, veló el cadáver en la funeraria Dougherty, acompañó al cortejo hasta el cementerio judío de Duluth y ante la tumba de su versión biológica lloró a gritos.

Danko y Hamlet © Elliott Landy

Danko y Hamlet © Elliott Landy

¿Participó un perro en las grabaciones?
Sí, el poodle Hamlet. Dylan lo llevaba a las grabaciones. Cuando el perro posaba con sombrero de caza-recompensas para el fotógrafo Elliot Landy, Danko se partía de risa y Dylan le regaló a Hamlet. Él tenía otro perro guardían, Buster, un San Bernardo indomable que odiaba a los matados hippies que llegaban a Hi Lo Ha buscando llenar el tanque vacío de sus almas.

¿Qué tipo de música contienen Las cintas del sótano?
Nada que se parezca a la insomne electricidad de los discos que Dylan acababa de grabar para dinamitar todas las fórmulas sobre el rock’n’roll: el veloz hasta lo grotesco Highway 61 Revisited (1965) —el cantautor viste en la carpeta una t-shirt que anuncia motos Triumph— y el ornamentado y simbolista Blonde on Blonde (1966). En este, Dylan se convierte en el primer músico pop en dedicar una cara completa de un álbum a una sola canción: una de las mejores del canon dylanita. Se titula Sad-Eyed Lady of the Lowlands y está dedicada a Sara, su mujer.

Bob Dylan, 1967 © Elliott Landy

Bob Dylan y su hijo Jesse, 1967 © Elliott Landy

Pero, ¿en qué quedamos?, ¿qué tipo de música es la de Las cintas del sótano?
Bien, seré concreto en la medida de lo posible. Las ciento y pico de canciones son lamentos de chaparral, baladas de hoguera, blues jactanciosos, responsos de forajidos, jigas irlandesas, polcas afrancesadas de los bajíos cajun, chansons de luto, chascarrillos de borrachera, bluegrass, maldiciones de esclavos, narraciones de cabaret, premoniciones sobre el apocalipsis bíblico, tonadillas de frontera, cantos de melancolía marinera…

¿Un embrollo sin sentido?
La gracia es que, al contrario, la colección de piezas tiene coherencia y predice la viscosidad de eso que llaman con absurda simpleza geográfica americana: temas que proponen un escenario intergeneracional y poliétnico en el que revolotean el folk que los inmigrantes tocaban en los barcos mientras escapaban de la miseria y el hambre europeos con los talking-blues sobre bandidos con sentido de justicia social, el existencialismo austero de las infinitas praderas y el primer periodismo de sucesos, las baladas de crímenes.

¿Son todas las composiciones de Bob Dylan?
No, abundan las versiones de un variopinto elenco de músicos, desde el bluesman primario John Lee Hooker hasta el vaquero triste Jimmy Jimmie Rodgers, pasando por Johnny Cash, Pete Seeger, Curtis Mayfield y un alto número de artistas oscuros que Dylan, enciclopédico en musicología popular, rescata del pasado. Ahora bien, Dylan contribuye con temas propios monumentales: This wheel’s on Fire, Nothing Was Delivered, Million Dollar Bash, You Ain’t Goin’ Nowhere, I Shall Be Released, Too Much of Nothing

¿No resulta absurda la combinación?
Al contrario: la atmósfera de cinco amigotes y un perro tocando en un sótano en una casa en las montañas, sin más pretensión que tocar —la vieja orden: let’s play— y hacerlo cada tarde durante meses en un útero pacífico e íntimo, confiere a The Basement Tapes la naturalidad de la obra que nada pretende con relación a los demás, al auditorio enajenado, al público fanático. Esto empieza y acaba. Se diluye en sí mismo.

"Old, Weird America"

«Old, Weird America»

¿Es posible ahondar en las sesiones?
El libro Old, Weird America (The World of Bob Dylan’s Basement Tapes), de Greil Marcus, es el adecuado programa de mano para la sesión.

¿Por qué no se habían editado hasta ahora?
De hecho, sí se habían editado, aunque sólo parcialmente (24 canciones), en un doble disco oficial de 1975. Existen también ediciones pirata de sonido bastante sucio pero emoción suficiente. Dylan edita ahora este séxtuple álbum por su continuada ambición en exprimir el catálogo de espléndidos descartes de su carrera en la llamada Bootleg Series, que llega al capítulo 11 y probablemente continúe con más entregas.

¿Cuánto debo pagar si quiero comprar el cofre?
El cofre físico en seis discos compactos tiene un PVP de unos 127 euros. Han editado un versión pobre con 38 canciones en dos cedés a 35,99. También se pueden comprar temas sueltos en mp3 en los despachos habituales de música en línea.

¿Puedo escuchar algún tema en streaming?
Dylan tiene un ejército de abogados que fustigan a los pirateadores o usuarios de plataformas para compartir música. En esta ocasión se ha puesto especialmente flamígero: no se han enviado copias promocionales a la prensa musical y la única posibilidad para los redactores era escuchar los discos en streaming en las sedes de la discográfica y desarmados de cualquier gadget de grabación. Algunos temas han sido cedidos a páginas web. La NPR estadounidense tiene una docena de canciones.

Parte trasera de una de las 'cintas del sótano'

Parte trasera de una de las ‘cintas del sótano’

¿Qué trascendencia tuvieron Las cintas del sótano?
Enorme pese a tratarse de una colección de canciones que no tuvo vida comercial hasta 1975 y entonces, como dije, sólo en parte. Dylan no tuvo reparo en que circulasen copias de las sesiones. En ocasiones las envió o entregó en persona a músicos amigos. George Harrison, por ejemplo, quiso convencer a los otros beatles de cambiar de estilo y regresar a las raíces y la sencillez tras visitar a Dylan y escuchar algunos temas —el resultado está a la vista en las mejores canciones del fallido Let It Be—. Eric Clapton decidió deshacer la ampulosidad de Cream y aligerar el sonido. The Byrds incluyeron dos canciones en el primer álbum de un género nuevo, el country rock, Sweetheart of the Rodeo (1968): You Ain’t Goin’ Nowhere y Nothing Was Delivered.

¿Por qué se atribuyen Las cintas del sótano a Bob Dylan and The Band?
Porque los músicos-colegas de Dylan montaron el cuarteto The Band y editaron en 1968 Music From Big Pink, el disco que reinventó el rock y acabó definitivamente con los excesos hedonistas, la egolatría y los fuegos artificiales instrumentales de la psicodelia.

"Lost on the River (The New Basement Tapes)"

«Lost on the River (The New Basement Tapes)»

¿Por qué también editan ahora un disco titulado Las nuevas cintas del sótano?
Lost on the River (The New Basement Tapes), que sale a la venta el 11 de noviembre, es un álbum con letras que Dylan escribió en 1967 y a las que nunca puso música. El cuaderno con la veintena de letras, encontrado por el músico mientras ordenaba su casa, fue entregado al veterano todoterreno y amigo personal de Dylan T Bone Burnett, que se encargó de reclutar a un grupo de músicos para ponerle música a las canciones. El grupo es de alto nivel: Elvis Costello, Marcus Munford (Munford & Sons), Jim James (My Morning Jacket)… Costello ha declarado que no se trata de «sobras», sino de canciones «extraordinarias». Se ha difundido como avance When I Get My Hands On You.

The Band, desde la izquierda: Danko, Helm, RObertson, Manuel y Hudson © Elliot Landy

The Band, desde la izquierda: Danko, Helm, Robertson, Manuel y Hudson © Elliot Landy

¿Qué ha sido de los protagonista de Las cintas del sótano?
El perro Hamlet fue abandonado por Rick Danko cuando éste dejó la zona de las Catskills. Unos vecinos se hicieron cargo del animal, pero el poodle murió a los pocos meses.

Danko sufrió un accidente de tráfico en 1968. Padeció un abusivo dolor de espalda durante el resto de su vida. Sólo se sentía en paz cuando se picaba heroína. Murió el 10 de diciembre de 1999 mientras dormía, a los 56 años. Tres días antes había cantado por última vez en un pequeño bar medio vacío de Ann Arbor (Michigan). Sus última palabras al público fueron: «Estoy aquí para vender mi nuevo disco. Espero que compréis una copia en el puesto de la entrada».

Richard Manuel se ahorcó en un motel de Winter Park (Florida) el 4 de marzo de 1986. Vivía en la depresión, era alcohólico y consumidor de heroína. Usó el cinturón para colgarse de un perchero.

Garth Hudson edita discos melindrosos con su mujer, Maud. Vendió la grabadora Uher a la corporación que gestiona los Hard Rock Café.

Robbie Robertson se dedica a las bandas sonoras —es el hombre de confianza de Martin Scorsese—, a la exploración etnográfica de sus orígenes mohawk y a cultivar las apariencias en las fiestas de clase alta.

Levon Helm apoyó las guerras de castigo de George W. Bush, editó discos decentes y murió de cáncer en 2012, a los 72 años.

Si intentas comprar algo de David Goodis en un gran almacén no encontrarás ni un sólo libro.

Bob Dylan morirá tocando.

Ánxel Grove

Vuelve tras 44 años de silencio la musa psicodélica (e higienista dental) Linda Perhacs

"Parallelograms" -  Linda Perhacs, 1970

«Parallelograms» – Linda Perhacs, 1970

Linda Perhacs, una de aquellas hijas de la luna que en los años setenta transportaban los colores a la música como si las tonalidades cromáticas fuesen acordes, grabó un solo disco, Parallelograms (1970), y se perdió en la nada. Viajó a Hawai mientras la casa discográfica, intentaba localizarla en vano para unas cuantas entrevistas promocionales, se casó y divorció, regresó a su California natal y encontró empleo como higienista dental en una clínica de alto copete donde limpió los molares de centenares de clientes, entre ellos los actores Paul Newman y Cary Grant.

Estaba convencida de que había perdido el don de pintar la música y, además, cuando escuchó la copia del disco que le enviaron por correo se encontró con que habían aplanado el sonido, eliminando los amplios matices vocales y recortando los efectos naturales —el soplido del viento, los golpes de las olas, el silencio repleto de vida de un bosque…—. «Lo han destrozado, es como madera muerta», dijo antes de tirar la copia a la basura.

Perhacs (su nombre de nacimiento es Linda Arnold) se desvaneció. Siempre había sido un poco asilvestrada —creció en una familia conservadora del norte de California y, como el ambiente en casa era pesado, se iba al bosque («nunca vi la televisión, mi televisión era perderme entre los árboles«)— y jamás había creído, con la inocencia de tantos otros, que el sueño hippie fuese algo más que ruido («estaba muy ocupada estudiando y siempre me prometía que tras terminar la carrera me enteraría quiénes eran aquellos Beatles de los que todos hablaban, después me olvidé de hacerlo»).

Mientras la descreída Perhacs envejecía y se ganaba la vida en la clínica, la música elusiva, profunda, psicodélica y de navegaciones vocales de Parallelograms empezó a rodar por los canales de Internet, fue reeditada en disco compacto en 1998 —la compañía estuvo dos años intentando localizar a la artista para pagarle derechos— y la cantantautora empezó a ser considerada como precursora del estilo New Weird America, que aunó a los músicos jóvenes que tras el 11-S decidieron dejar de lado el griterío para volver a las fuentes de intensidad suave de las tradiciones del folk y el country estadounidenses.

Mucho menos académica que Joni Mitchell, con quien a menudo se la emparenta por el tono de voz aunque la de Perhacs es más atrevida y sensual, la mujer fue recibiendo inputs extraños que no terminaba de entender: un día alguien le decía que había escuchado una de sus canciones en la película Electroma (2006) de Daft Punk; otro, recibía una invitación para hacer coros para el álbum Smokey Rolls Down Thunder Canyon (2007), de Devendra Banhart y, finalmente, el ecléctico Sufjan Stevens le propuso, a través de su sello Asthmatic Kitty, romper un silencio de 44 años y grabar un disco.

Perhacs, que ha confesado que experimenta un «renacer espiritual» y que no desea entregar simplemente «música recreacional» sino «música para ayudar a los demás», aceptó la invitación y el disco de regreso, 44 años después del primero, estará a la venta en marzo. La grabación de The Soul of All Natural Things fue larga, porque la cantautora sólo podía ir al estudio los domingos —único día libre en su trabajo como higienista dental—.

Se ha difundido una canción y, como se puede apreciar, Linda Perhacs sigue en los bosques.

Ánxel Grove

45 años de «Music from Big Pink», el disco que acabó con los excesos de la psicodelia

© Elliott Landy

«Next of Kin» © Elliott Landy, 1968

Primero, el momento: 1968, año de vuelos astrales, she’s leaving home, dinamitando a la familia, jergas secretas, saris para ella y abrigos afganos para él, far out, «¿sabes que los Beatles van a parar la guerra de Vietnam?», quemando libros de texto (y alguno de T.S. Eliot, a la pira también), lo quiero todo y lo quiero ya…

¿Qué pensar si encuentras esta foto de parranda consanguínea al desplegar la carpeta de un disco editado cuando el mundo se entrega a la celebración psicodélica?

La imagen se titula Next of Kin (familiares cercanos) y está poblada por presuntos partidarios de la trama patriarcal a los que juzgas, como buen hijo del espíritu de 1968, según la calaña de los abrigos de las señoras, las medias de domingo de las niñas y el aspecto general de gente que puede manejarse con un tractor. Eres capaz de detectar los orines del ganado que crían, no con la intención de contribuir a la paz celeste sino para comerlo, convenienemente troceado y a la parrilla. Detectas que comparten café con el agente de policía del pueblo, que consultan los diarios de provincias, que prefieren el bourbon a la marihuana, que no saben quién demonios es Mary Quant ni conocen el significado de ninguna de estas palabras: groupie, dude, foxy, groovy, hip…´

Las 33 personas de la foto —una cifra no buscada por aspiraciones cabalísticas o bíblicas, pero a la que se pueden aplicar ambas condiciones— no son el mejor elenco para hacer amigos en 1968: los primos Anette y Paul, las sobrinas Lori y Maury, la abuela Smith, el tío Lelo y Mamá Leola, la tía Jean… Ahora es posible saber quién es quién en la imagen, pero en 1968, cuando te cae el disco en las manos, ni siquiera logras dilucidar dónde están los músicos de no ser porque en el lado contrario de la carpeta  aparece otra foto.

The Band, 1968 © Elliott Landy

The Band, 1968 © Elliott Landy

Podrían ser enterradores o difuntos, pistoleros o tahúres, tienen aspecto de atemporal suficiencia y de conceder escasa importancia a la idea engañosa de lo contemporáneo. Prefieren la grandeza moral del negro a la degeneración estrambótica de la paleta de colores del hippismo y nada de lo que llevan puesto ha sido comprado en una boutique, aunque sí, quizá, pedido prestado a los padres, a quienes respetan y admiran. Han llegado a la conclusión, después de tocar en burdeles y bares que podrían ser casas de reposo pero también manicomios, de que lo moderno siempre se conjuga en pasado.

Desde la izquierda: Rick Danko (26 años), Levon Helm (28), Richard Manuel (25), Garth Hudson (31) y Robbie Robertson (25). Cuatro canadienses y un granjero de Arkansas, Helm, que se había retirado de la música para trabajar en una plataforma petrolífera del Golfo de México. Le llamaron: «Tenemos algunas canciones que sólo tú puedes cantar. Ven a las Catskills». Habían alquilado una casa de dos cuartos, un sótano y lejanía suficiente —los montes del estado de Nueva York— y querían hacer música con la revolucionaria intención de divertirse cuando el objetivo generacional era la pasarela.

Hace 45 años, estos cinco tipos, hasta ese momento solamente conocidos como músicos mercenarios —primero acompañando a Ronnie Hawkins, un rocker canalla y grasiento, y después a otro loco, un tal Bob Dylan— y a partir de ahí llamados The Band, editaron Music From Big Pink, uno de los escasos discos de los que es posible afirmar que ennoblecen al género humano, una obra que demuestra que el rock no puede viajar en limusina porque necesita un vehículo con bastante más espacio, acaso un tren de vapor poblado de negros rumiando blues, predicadores espantando al demonio con el agua bendita del góspel, vaqueros brutos capaces de pegarte un tiro y escribir una canción para contar cómo te desangraste, señoras de los Apalaches con batas floreadas y ánimo podrido, camioneros que imaginan compases en las noches infinitas de las highway

En lo que a mí respecta, es el único disco sustancial. Lo podría escuchar desde el primer café hasta el último bostezo. No concibo que tenga 45 años porque acaba de nacer.

Dado que no tengo a mano o no alcanzo a encontrar las palabras apropiadas, les propongo que opriman el play de este vídeo. Contiene el álbum completo, única prueba necesaria para sostener su grandeza.

Estamos ante un artilugio que no está sometido, como el resto de sus hermanos de añada —Electric Ladyland, We’re Only in It For The Money, Beggars Banquet, The Beatles, Waiting for the Sun, Cheap Thrills, Wheels of Fire… y toda aquella sinfonía causada por el exceso de egolatría y el LSD— a la condena irrefutable que dicta el tribunal del tiempo. Si esos álbumes huelen a arqueología y materia de reflexión universitaria, Music from Big Pink rezuma mugre y vida: es una colección de cantos marinos, baladas de lagrimeo, cuentos morales, escenas sexuales en el arroyo, letanías sobre el fardo que cargamos colectivamente hasta que nos morimos y entonces se lo pasamos a otros, lamentos y sumisiones, canciones que demuestran que la telepatía pasado-futuro existe, que las ventanas deben estar abiertas, que los abuelos son superiores a los nietos, que la serenidad puede ser un ladrido, que la textura es el único virtuosismo que merece la pena…

"Music From Big Pink" (1968)

«Music from Big Pink» (1968)

Nacido en el sótano de una casa de montaña alejada de los vértices urbanos sobre los cuales giraban las galaxias del rock vanidoso y excesivo (en el sentido nocivo) de finales de los años sesenta —Londres, San Francisco, Los Ángeles, Nueva York…—, ensayado ante una grabadora de bobinas y cuatro micrófonos baratos, tocado sin ansias de volumen ni estridencia, Music from Big Pink dejó boquiabiertos a todos por la pureza y la tensión de un manojo de piezas tocadas en círculo y sin apenas amplificación: los Beatles —por intermediación de George Harrison, que estuvo de visita en las sesiones— decidieron olvidarse de mandangas y volver a ser un grupo de rock para decirnos adiós (no es casual que Don’t Let Me Down, quizá la mejor canción de los meses finales de la banda, parezca una prolongación de los temas de The Band); Eric Clapton cortó con el proyecto megalomaníaco de Cream para volver a  la sencillez; Roger Waters acaba de declarar que Pink Floyd nunca hubieran sido quienes son sin Music from Big Pink…

The Band, en Big Pink

The Band, en Big Pink © Elliott Landy

¿Qué fue de los actores que hace 45 años editaron uno de los mejores discos de la historia saliendo de la nada?

Rick Danko, el de corazón más sensible, sufrió un grave accidente de tráfico en 1968. Padeció un abusivo dolor de espalda durante el resto de su vida. Sólo se sentía en paz cuando se picaba heroína. Murió el 10 de diciembre de 1999 mientras dormía, a los 56 años.

Richard Manuel, la voz más bella de su tiempo, se ahorcó en un motel de Winter Park (Florida) el 4 de marzo de 1986. Vivía en la depresión, era alcohólico y consumidor de heroína.

Garth Hudson, mago de los teclados y lo imprevisto, edita discos melindrosos con su mujer, Maud. Vendió la grabadora Uher con la que se gestó Music from Big Pink. a la corporación que gestiona los Hard Rock Café.

Robbie Robertson, el gran compositor y guitarrista de mano telegráfica, se dedica a las bandas sonoras de las películas de su amigo Martin Scorsese, a la exploración etnográfica de sus orígenes mohawk y a cultivar las apariencias en las fiestas de clase alta.

Levon Helm, que cantaba como un soldado agonizante en las trincheras y tocaba la batería con el cuello torcido y el ceño de un hombre enfermo, grabó un montón de discos, peleó diez años contra el cáncer, apoyó las guerras de castigo de George W. Bush y murió en 2012 a los 72 años.

Big Pink

Big Pink

Big Pink. La Casa Rosada del 2188 de Stoll Road con Parnassus Lane, West Saugerties, estado de Nueva York, escenario del milagro, sigue en pie. Es propiedad de una pareja de músicos que han montado un estudio de grabación en el sótano. No los creo cuando afirman que no hay fantasmas en la casa.

Ánxel Grove

Fanzines que proclamaban hace 50 años el ‘software radical’ y la ‘inteligencia global’

Power to the People: The Graphic Design of the Radical Press and the Rise of the Counter-Culture, 1964–1974

Power to the People

Algunos de los dramáticos números de Internet —60 millones de blogs en WordPress, 88 millones en Tumblr, 200 millones de usuarios mensuales de Twitter…— pueden cegar la razón. Con la vanagloria habitual que ronda en los círculos de intolerantes e-apasionados —que casi siempre hurtan el dato clave: Internet sigue siendo un producto de élites privilegiadas, sólo al alcance del 34% de la población del mundo—, he leído y escuchado con frecuencia, por ejemplo, que la edición ha sido reinventada gracias a las herramientas digitales y la publicación online.

Los augures de la pax electrónica parecen haberlo parido todo y trazan una frontera histórica entre el presente online y el pasado desenchufado. Nada analógico, o casi nada, merece la pena porque ha sido superado y es casposo. Si no usas un hashtag, al parecer, suprema fórmula revolucionaria, eres un carcamal.

El libro Power to the People: The Graphic Design of the Radical Press and the Rise of the Counter-Culture, 1964–1974 (El poder para el pueblo: el diseño gráfico de la prensa radical y el nacimiento de la contracultura, 1964-1974) es una buena cura contra la altivez. Recién editado por The University of Chicago Press, el volumen [268 páginas y un PVP de 45 dólares o 29 libras esterlinas, por ahora no hay edición en la eurozona] está producido por el profesor de diseño Geoff Kaplan y tiene más de 700 reproducciones de una selección de los fanzines autoeditados hace medio siglo en la pasmosa oleada de creatividad, disidencia y conciencia que llegó de la mano de la contracultura.

Empujados por una revolución tecnológica —el adjetivo tampoco es privativo de Internet pese a que hayan casado ambos términos sin derecho a divorcio—, la de los baratos y sencillos sistemas de impresión basados en el ófset y sus derivaciones caseras, individuos y colectivos de París, San Francisco, Praga, México, Chicago y otras ciudades occidentales pusieron en la calle medios de comunicación libres, sin publicidad, de líneas editoriales valientes y basados en la lucha contra los derechos de autor —tampoco esta añeja batalla la iniciaron los hijos del 2.0, como gustan de afirmar sus más redichos portavoces—.

Eran efímeros porque no pretendían la quimera de la permanencia; locos porque no cultivaban la arrogancia de la especialización; periodísticos porque revelaban lo que estaba pasando y los medios cercanos al estatus no contaban; gratuitos (o casi) porque el dinero no entraba en la ecuación; idealistas porque sólo alimentándose de sueño se puede sobrevivir… La década que presenta el libro debe ser entendida como la edad de oro de la autoedición: nunca hubo tanto y tan suculento sobre el enlosado de las calles.

Oz número 1, febrero, 1967

Oz número 1, febrero, 1967

Algunos de los periódicos underground de los que se ocupa el libro son sobradamente conocidos. Por ejemplo, la modernísima revista australiana Oz, editada a partir de 1967 [hay un archivo en línea con algunas cubiertas digitalizadas], el San Francisco Oracle de los hippies o el furioso (con motivos sobrados) Black Panther Party Paper de los activistas negros más radicales.

Pero otras publicaciones llaman la atención por lo que suponen de lección de historia que contradice la prepotencia internetera.

Whole Earth Catalog, editado entre 1968 y 1972 reseñaba productos alternativos y herramientas, desde ropa hasta instrumental técnico o práctico, para facilitar la independencia individual: la línea editorial estaba basada en «el poder individual para definir la educación, encontrar la inspiración, constuir nuestro propio ambiente y compartir nuestras aventuras».

Radical Software apareció tres veces al año entre 1970 y 1974 (alguno de los ejemplares tenía ¡120 páginas!), se dividía en secciones como Feedback, Random Access, Hardware y Software y promovía la creación, mediante los computadores y la vídeo guerrilla, de una red de «inteligencia global».

Como ven, todo lo que está aquí hoy ya estaba aquí ayer. Quizá con una significativa diferencia: los fanzineros de los sesenta y setenta no pagaban cuota mensual a una megacorporación telefónica ni llevaban en el bolsillo un artilugio fabricado por Apple.

Ánxel Grove

La inmerecida zona de sombra en torno a Stephen Stills

"Carry On"

«Carry On»

Condenado durante buena parte de su vida a cargar con la hipoteca de tener al lado al obligatorio Neil Young, a Stephen Stills, con una carrera tan larga y, en ocasiones, coincidente, se le juzga con demasiado rigor y sin la necesaria claridad. Aunque toca la guitarra mejor que Young —aunque con menos turbulencia—, tiene menos discos pésimos que el canadiense —especializado en combinar el oro con la basura— y lleva en la brecha desde comienzos de los años sesenta, todavía permanece en una inmerecida zona de sombra.

La discográfica Rhino Records, una de esas empresas por cuyos lanzamientos vale la pena seguir en el mundo, acaba de editar Carry On, una colección retrospectiva de 250 canciones de Stills en cuatro discos.

Entre los 82 temas del cofre hay mucho material todavía dorado pese a la condición de éxito del pasado —For What It’s Worth, con Buffalo Springfield, la fiera banda en la que coincidió por primera vez con Young; Suite: Judy Blue Eyes, con Crosby, Stills & Nash; Woodstock, con el gran supergrupo hippie Crosby, Stills, Nash & Young; Love the One You’re with, en solitario; Rock ’n’ Roll Crazies/Cuban Bluegrass, con Manassas…— y 25 piezas inéditas, entre ellas una jam-session con Jimi Hendrix, quien admiraba la técnica de Stills y le consideraba el mejor guitarrista de su generación.

Stills en un ensayo. Detrás, Crosby y Nash

Stills en un ensayo. Detrás, Crosby y Nash

¿Motivos que explican la permanencia de Stills en la segunda división? Van media docena.

Primero: no es fancy. Al contrario, se trata de un tipo clásico, hijo de militar, que nunca hizo demasiado caso al estilo de la formal informalidad de su colegas generacionales: por ejemplo, vestía bien («me gusta ir limpio y bien arreglado, no soy de esos que van por la vida como un roadie, que, al parecer, es el estilo que se lleva»).

Segundo: no es propagandista. Aunque siempre ha estado del lado correcto en las polémicas —es un activo militante en luchas sociales—, no se dedica a propagar sus causas.

Tercero: es sordo de un oído y, al no entender lo que le están diciendo, suele abusar de las imprudencias verbales.

"Stephen Stills" (1970)

«Stephen Stills» (1970)

Cuarto: es independiente y confía en el instinto. En 1970, tras concluir en Londres una gira con Crosby, Stills, Nash & Young —que estaban en el apogeo comercial de su carrera—, decidió quedarse a vivir en la capital inglesa («no me apetecía regresar para hacer el camino hacia música de mierda que concluyó con Hotel California«), compró una casa que tenía a la venta el beatle Ringo Starr y grabó su memorable primer disco en solitario, Stephen Stills, un intenso álbum de blues en el que invitó a tocar a, entre otros, Eric Clapton y Jimi Hendrix, que hizo en Good Old Times la última aparición musical de su carrera y moririría antes de que el disco fuese editado.

Quinto: la cocaína arruinó su vida, creatividad y finanzas a finales de los años setenta. Salió del lodazal gracias al apoyo de Young, con el que grabó Long May You Run (1976), del que se descolgaron David Crosby y Graham Nash.

Sexto: ha tenido muy mala suerte personal pero no se ha mostrado llorón en público. Uno de sus hijos, Justin, sufrió un grave accidente que le dejó tetrapléjico cuando hacía snowboard, y otro, Henry, padece síndrome de Asperger.

"Manassas" (1972)

«Manassas» (1972)

Si tuviese que indicar un sólo camino hacia el amor por Stills, sería otro producto de su intuición: el doble álbum Manassas (1972), uno de los discos más infravalorados de la historia y, para mí, el mejor de la década de los setenta junto con Layla and Other Assorted Love Songs, de Derek and The Dominos (Eric Clapton y unos amigos).

Obra de caminos cruzados —country-rock sideral, palpitación afrocaribeña (Stills empezó a tocar en clubes de mala muerte de Costa Rica, donde vivió durante la adolescencia), melancolía bluegrass…—, este es el disco que deben escuchar los muchos seguidores de los Black Keys si están interesados por saber de dónde proceden la intensa suciedad y el lamento penetrante del blues.

Ánxel Grove

Lo mejor (y lo peor) de Neil Young

Cubierta de "Waging Heavy Peace"

Cubierta de «Waging Heavy Peace»

El libro de la izquierda —publicado hace unas horas en el mercado anglosajón— será un bestseller. Es la esperada autobiografía de Neil Young, tiene más de 500 páginas y se titula Waging Hevy Peace. Lo edita una filial del poderoso grupo Penguin y en los EE UU cuesta 30 dólares (unos 23 euros) en tapa dura  y 16,99 (13 euros) en edición electrónica.

Young, que el 12 de noviembre cumplirá 67 años, no admite discusión. Es uno de los obligatorios. En algún momento de los últimos años escribí sobre él algunos párrafos que me atrevo a repetir:

Richard Shakey, Ricardo Tembleques, Young tiene sarcasmo suficiente como para mofarse en su alias habitual de la eplilepsia que padece. No es la única herida: diabético, lastrado por una polio infantil, superviviente de un aneurisma casi letal, padre de dos niños con parálisis cerebral…

Hijo de periodistas deportivos, niño enfermizo crecido en el boscoso pueblo canadiense de Winnipeg –donde conoció a uno de sus grandes amores, la cantautora Joni Mitchell–, Shakey se ha atrevido contra todo: echó en cara al rock sureño su complacencia con la segregación racial (Southern Man ), acusó a Nixon de asesino de estudiantes durante protestas antibélicas (Ohio ), relató los estragos de la heroína entre sus compadres generacionales (The Needle and the Damage Done), denunció las barbaridades de los conquistadores españoles (Cortez The Killer )…

La edad no ha mitigado la furia. Hace unas semanas suspendió un concierto en Los Angeles por solidaridad con la huelga de los trabajadores del local y en los últimos años, pese a que conserva la nacionalidad canadiense y podría ser expulsado de EE UU por inmiscuirse en asuntos internos, se ha destapado como el artista más beligerante contra la atroz política de Bush. En 2006 pidió directamente su destitución en Let’s Impeach the President.

¿La autobiografía? No la he leído, aunque lo haré, pero cuentan las reseñas que está bastante mal escrita aunque mitiga la torpeza de estilo con un abundante anecdotario: una jam session con Charles Manson, el líder de la secta de asesinos hippies; sus problemas como inmigrante canadiense en los EE UU —hasta hace relativamente poco no consiguió una green card para poder trabajar legalmente en el país—; el dolor de tener dos hijos (Zeke y Ben, de madres distintas) nacidos con parálisis cerebral no hereditaria…

Con la autobiografía como excusa, intentaré condensar la mareante obra musical de Young —solamente en estudio, unos cuarenta discos— y proponer lo mejor y lo peor de una carrera tan paradójica como el personaje. Para empezar, lo indignante, lo que se debe evitar.

Los tres peores discos de Neil Young:

"Landing on Water"

«Landing on Water»

1. Landing on Water, 1986. Tan malo que duele. La década de los ochenta puede borrarse de la carrera de Young. Estaba perdido, sin inspiración y desganado. Ocultaba con desprecio y cinismo un bache creativo que no deseaba admitir.

Entre los pésimos discos de la época, éste se lleva la palma: una colección de endebles canciones con arreglos de pop mainstream al estilo de Jouney, Kansas y otras bandas épicas sin alma.

Geffen Records, la discográfica en la que grababa desde 1982 el artista, demandó a Young poco después de la edición del álbum y le reclamó algo más de tres millones de dólares, aduciendo que sus discos eran suicidios comerciales y artísticos y no respondían a lo que el público esperaba del músico. El dueño de la empresa, David Geffen, se disculpó más tarde en persona por intentar interferir en las decisiones musicales de Young, pero no tuvo reparos en despedirle.

Aunque ninguna de las diez piezas del álbum es audible y quienes lo compramos en su momento por fidelidad lo hemos condenado a las telarañas, la canción Hippie Dream merece cierta atención por la mala baba de Young hacia sus compañeros de hippismo, a los que acusa de idealismo e inocencia.


"This Note's for You"

«This Note’s for You»

2. This Note’s for You, 1988. Otro producto de la década ominosa y un nuevo desatino de Young, que intentaba ocultar el bache eloborando indigeribles experimentos temáticos sobre géneros musicales.

Había ejercido el ridículo con su emulación del tecno (Trans, 1982), el rockabilly (Everybody’s Rockin’, 1983) y el country & western (Old Ways, 1985) y en This Note’s for You lo intentó con el soul.

Rodeado de coros y salpimentado con supuesta gracia negra —algo de lo que carece Young, que es adusto y sin swing—, el disco blusey del canadiense no alcanza el azul pálido.

Escribiendo letras y vendiendo ideología de andar por casa tampoco estaba en su mejor momento. Algunas estrofas claman a gritos por una tijera redentora o invitan a regalar al compositor un diccionario de rimas: I ain’t singin’ for Pepsi / I ain’t singin’ for Coke / I don’t sing for nobody / Makes me look like a joke (No canto para Pepsi / No canto para Coca Cola / No canto para nadie / Porque me hace sentir como un payaso).

"Are You Passionate?"

«Are You Passionate?»

3. Are You Passionate?, 2002. Intolerable y ridículo disco en el que Young juega a otra de sus desastrosas encarnaciones, la de crooner romántico.

Pese al acompañamiento sólido de Booker T. & The MG’s, una de las piedras angulares del sonido de Stax, aquí sólo hay sacarosa, un patético intento de hacer música de seducción para adultos.

Para empeorar la sensación, el disco contiene la que seguramente sea la peor canción de toda la carrera de Young, Let’s Roll, uno de los primeros temas musicales en abordar los atentados del 11-S, basado en las últimas palabras que pronunció Todd Beamer, uno de los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines que se enfrentaron a los secuestradores.

Si las discutibles opiniones ideológicas de Young ya habían quedado patentes en su apoyo a Ronald Reagan en 1984, esta vez quedó marcado para siempre como trovador del patrioterismo menos racional.

Los tres mejores discos de Neil Young:

"Tonight's the Night"

«Tonight’s the Night»

1. Tonight’s the Night, 1975. Uno de los discos más bellos y catárticos de la historia del rock.

Aunque palidezca porque exhibe menos decibelios que los discos más eléctricos de Young, la intensidad desnuda del músico, el dolor palpitante y la miseria existencial sobre la que narra experiencias personales hacen de Tonight’s the Night un álbum irrepetible.

Dedicado a dos amigos y almas gemelas muertos por sobredosis de heroína —el gran músico Danny Whitten, líder de Crazy Horse, y el roadie Bruce Berry—, la gran tragedia generacional que a mediados de los años setenta avistaban los exhippies es el fondo temática de un disco irreprochable y en carne viva que transmite un escalofrío constante.

Despedazado por las desgracias, conocedor de que la velocidad y las mentiras habías sido demasiadas, Young canta en estado trémulo algunas de los mejores temas de su carrera. Pese a todo, la discográfica de turno (Reprise) no lo veía claro y devolvió al músico el proyecto, ordenándalo grabar otro álbum. Sólo después del éxito de las canciones en directo dieron luz verde al proyecto.

"After the Gold Rush"

«After the Gold Rush»

2. After the Gold Rush, 1970. Es difícil elegir entre el anterior y éste: de una elegantísima y cruda belleza.

Cuando editó After the Gold Rush [aquí está completo, al menos por ahora] Neil Young era el elemento más brillante del súpergrupo Crosby, Stills, Nash & Young —con quienes grabó Helpless y Ohio— y despuntaba como una figura imparable y con voz propia.

En un rush creativo pasmoso, se convirtió en el mejor y más prolífico cantautor eléctroacústico. El disco, el tercero en solitario y el segundo con Crazy Horse como músculo, es casi una obra conceptual sobre la soledad, pero contiene puntos de fuga memorables como el volcánico Southern Man.

Disco consistente y de equilibrio perfecto. No conozco a nadie que no se emocione al escucharlo por primera vez. Lo compré cuando lo editaron. Yo tenía 15 años. Mi madre tenía que obligarme a abandonar la habitación para ir a cenar cada noche aunque también a ella le gustaba el disco.


"Rust Never Sleeps"

«Rust Never Sleeps»

3. Rust Never Sleeps, 1979. La solvencia de cataclismo de Neil Young y Crazy Horse en su expresión máxima.

Algunos sostienen, con bastante tino, que Rust Never Sleeps es el único disco realmente punk que se ha editado nunca. Incluso las canciones acústicas tienen un altísimo grado de desesperación.

Fue el gran último momento de Young y también su última predicción solvente: sólo un individualismo con alma nos salvará contra el monstruo hambriento del sistema.

El álbum parece grabado en un polvorín o en la sala de electrochoques de un sanatorio para deshauciados y no tiene una sola grieta.

Cada canción es perfecta, pero entre todas brilla la reflexión ying-yang sobre el pérfido negocio musical: My My, Hey Hey (Out of the Blue) y Hey Hey, My My [Into the Black].

Ánxel Grove