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El cruce de dos artistas incorrectos: Kiefer y Céline

Courtesy: Anselm Kiefer

Courtesy: Anselm Kiefer

Tres citas de un monstruo:

Cuando los grandes de este mundo empiezan a amarnos es porque van a convertirnos en carne de cañón.
El amor es el infinito puesto al alcance de los caniches. ¡Y yo tengo dignidad!
Invocar la propia posteridad es hacer un discurso a los gusanos.

Las frases, todo negrura, horca y misantropía, son de Viaje al fin de la noche (1932), una de las novelas más brutas del siglo XX. Escrita por el incómodo Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) —estigmatizado por antisemita, condición negativa a las claras, pero insuficiente para borrarlo del canon literario, como algunos han porfiado—, es la obra cumbre del nihilismo, la incorrección y el tedio de la existencia.

A la figura siempre peligrosa del escritor francés se ha arrimado otro creador complicado, el artista alemán Anselm Kiefer (1945).

Tres de sus citas, para intentar la conexión:

No pinto para pintar un cuadro. Para mí pintar es pensar, investigar (…) y no precisamente investigar sobre la pintura.
Una de mis motivaciones para pintar es la historia de Alemania. Es una investigación sobre mí mismo, sobre lo que soy, sobre dónde nací.
El arte es un intento de llegar al mismo centro de la verdad. Nunca puede, pero es capaz de acercarse bastante.

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Judy Dater: la fotógrafa que conjuga como loca el verbo amar

Imogen and Twinka at Yosemite, 1974 © Judy Dater

Imogen and Twinka at Yosemite, 1974 © Judy Dater

El encuentro de la venerable Imogen Cunningham y la ninfa Twinka Thiebaud en los bosques dorados de Yosemite es una de esas fotos que nadie olvida. Está tomada en 1974, cuando Cunningham —una de las primeras mujeres en ejercer la fotografía en los EE UU— tenía 91 años y seguía haciendo fotos con desparpajo (moriría a los 93, con la cámara puesta) y Thiebaud, de 29 años, era una modelo de alto caché pero también con cerebro —pocos años después inició una larga convivencia con el ya casi anciano novelista Henry Miller, quien en una de sus más felices sentencias dijo: «No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo»—.

La foto fue tomada en algún momento de 1974 por Judy Dater. Dos años más tarde se convertiría en el primer desnudo frontal de un adulto publicado en la revista Life, donde el vello púbico asustaba más que el comunismo. La imagen es un homenaje a Cunningham —para quien Dater, en sus años de estudiante, había posado desnuda—, la deslenguada y libérrima mujer que al ser invitada a hacer fotos a las superestrellas de Hollywood y preguntada a quién preferiría retratar contestó: «A hombres feos».

Dater, a quien la muerte de Cunningham, pese a la diferencia de edad, le sentó como la pérdida de una hermana,  ha declarado que sus fotos se pueden reducir a la imitación de un solo cuadro: el óleo, pintado en 1939 por Thomas Hart Benton, Persephone, donde un hombre viejo completamente vestido observa a hurtadillas la desnudez integral y yacente de la hija de Zeus en un paisaje que no pertenece a la Grecia mitológica, sino a los panoramas granjeros de los EE UU. «El arrugado vejete mirando a esta hermosa jovencita desnuda sin saber que estaba siendo observado por el pintor… Hice  un montón de fotografías con ese tema: una persona desnuda siendo observada por una persona vestida. Seguí intentándolo una y otra vez «.

Dater, a quien considero una de esas fotógrafas de las que aprendes algo nuevo con cada revisión de sus obras, nació en 1941. Creció en Los Ángeles, donde su padre regentaba un cine. Luego se estableció en San Francisco, estudió en el Big Sur Hot Springs —luego bautizado como Esalen Institute—, el centro de retiro y meditación basada en el arte preferido por los bohemios y ahora vive en Berkeley, un enclave cuya sola mención suena a inconformismo.

El breve punte biográfico contiene una topografía de la que podemos trazar una ruta por todos los valores de la fotos de esta artista constante: la idea zen de que la belleza es imperfecta, impermanente e incompleta; la objeción fundamental de «menos es más» contra el modelo de mundo que nos han impuesto; el rechazo a la sonrisa en favor de la contemplación («la sonrisa es una máscara, las caras sonrientes no me dicen nada»), y la sexualidad honesta («me he acostado con algunos de mis modelos, pero siempre les hice fotos después del sexo, nunca antes, la fotografía no fue un camino para llevarlos a la cama»).

Aunque en los últimos años ha bajado la guardia para firmar series que carecen del ardor apasionado de su obra de los años sesnta y setenta, Dater es una de las personas que han llevado más lejos la idea del contacto fotógrafo-modelo como un acto de seducción.

Podría decir que me gustan las fotos de Dater por una sola razón: en cada una parece estar conjugando como loca el verbo amar.

Ánxel Grove

Micke Berg, fotógrafo sin trabajo fijo desde hace 40 años

En un soneto de Jorge Luis Borges dedicado al místico sueco Emanuel Swedenborg, el escritor argentino imagina que éste era capaz de ver lo que no ven los otros terrenales: / La ardiente geometría, el cristalino / Laberinto de Dios y el remolino / Sórdido de los goces infernales, pero sabiendo que tanto la Gloria como la Perdición no son destinos lejanos o intangibles, porque en tu alma están.

La idea del hombre como compendio o espejo del universo, del cielo y el infierno,  me sirve para hablar de un compatriota de Swedenborg, el fotógrafo Micke Berg, nacido en 1949 en el norteño villorrio de Lycksele, donde casi nada saben de la luz solar durante cuatro meses al año. Quizá de esa vida sin frontera precisa entre el día y la noche provenga la propensión de Berg, cuyo grado de conocimiento de la obra de Swedenborg desconozco, a pensar, como éste, que la soledad de cada hombre todo lo incluye y que la vida es una danza enloquecida de microcosmos personales, en cada uno de los cuales cohabitan asimismo, como enumeró Borges, «plantas, montañas, mares, continentes, minerales, árboles, flores, abrojos, peces, herramientas, ciudades y edificios».

Creo que si me pidieran el nombre de un fotógrafo vivo en el cual se resume la divinidad del ser humano, elegiría a Berg, un ind0mable individualista que, muy a su pesar, ejercita la cívica melodía de recordarnos que no somos símbolos o cifras escritos por alguien ajeno, sino contenedores de la divinidad —y también de su necesario complemento, la condenación—. Digo muy a su pesar porque Berg es uno de esos descreídos hijos de la mitad del siglo XX a quienes conozco bien porque son mis compadres generacionales: viven en la duda y la cultivan, suelen proferir apostasías y abjurar de todo, pero son inocentes y no saben conspirar y, claro, dudan (también) de sí mismos y lo hacen con tal fervor que terminan por confiar en la única región donde la duda no cabe, la santidad del alma.

Lo que sé de Micke Berg se puede redactar en unas pocas líneas: le importa un comino que le llamen documentalista o fotoperiodista; odia el invierno sueco y prefiere los países mediterráneos porque necesitas menos dinero y tienes más luz solar; utiliza máquinas digitales —aunque en el pasado prefirió las cámaras mecánicas y el revelado de cuarto oscuro— porque vive con lo puesto y «revelar e imprimir cuesta una fortuna»; cree que toda foto es una «declaración política»; lleva un blog maravilloso que, por desgracia, escribe en sueco; admira a los dos grandes de la fotografía de su país, los cándidos outsiders Anders Petersen y Christer Strömholm (es muy amigo del segundo), y —lo cual es de suma importancia para mí— le gustaron cuando correspondía y le siguen gustando, porque ahora corresponde más que nunca, los Sex Pistols y las novelas húmedas de Henry Miller

El autor de este lote de fotos radiantes como bendiciones que inserto en la entrada es un correcaminos. A los 23 años decidió lo que debería ser un derecho financiado por un fondo requisado a los banqueros, gendarmes, usureros y políticos: no tener trabajo fijo, romper la cadena de la dominación, ejercer la valiente tarea del salto de mata. Más de cuarenta años después, sigue libre de condenas contractuales y tampoco recibe trabajos en comisión, pasantías, ayudas o subvenciones, esas otras formas bastardas de contrato. «La vida no es fácil, pero puedes simplificarla. Busca un estancia barata , abstente de todo lo innecesario, ignora eso que llaman trabajo. Circula entre la gente, haz fotos de cualquiera que se mueva, pasea por las calles, los bares, viaja como puedas..:», aconseja sin dogmatismo en su página web.

También añade la necesidad de convivir con «la terrible y abrumadora conciencia de que siempre estás solo». Es decir, como demuestra en cada una de sus imágenes, entre los demás.

Ánxel Grove

 

La tentación de diez libros peligrosos

"Leo libros prohibidos"

"Leo libros prohibidos"

La chapa de la izquierda debería ser llevada, en la solapa o en el corazón, por la humanidad entera. «Yo leo libros prohibidos». Quizá no haya una escuela pedagógica más fructífera contra los dictados del pensamiento plano. Quizá no haya una actitud política más apropiada contra el amansamiento de las conciencias.

Libros prohibidos. El simple matrimonio del sustantivo y el adjetivo pronuncia una invitación al pecado, que, como sabemos, es también la puerta de entrada en la santidad.

Los poderosos, los que ocultan algo, los que destacan en la carrera de ratas, los cosechadores de ideologías, las personas con agua bendita en el aliento y azufre escondido en el puño, en suma, la mala gente, siempre ha prohibido libros. Nunca necesitaron razones porque les basta el capricho.

Desde el Index librorum prohibitorum et expurgatorum, el catálogo de libros peligrosos de la curia romana, que logró, con su buen tino habitual para recomendar buenos autores mediante la excomunión, congregar a escritores suficientes como para vivir gracias a ellos (Sartre, Voltaire, Montaigne, Descartes, Casanova, Stendhal, Hugo, Dumas, Rabelais, Greene, Unamuno, Milton…), hasta la fatwa contra Los Versos Satánicos, la historia está llena de tantos libros prohibidos que no son necesarios los autorizados (si es que una literatura autorizada —digamos Pérez Reverte o Isabelita Allende— mereciese otra cosa distinta al desprecio). En el dislate de condenar a un libro incluyo también la muy alemana prohibición de editar el Mein Kampf de uno de sus ex jefes de Estado mientras se permite el comercio con las «copias existentes» y se practica el hípernacionalismo parlamentario que, como bien sabemos, incubó al huevo de la serpiente.

En medio de la santa semana es un placer recomendar una decena de libros peligrosos. No todos son obras maestras, pero su condena los convierte en maestras tentaciones.

Edición de "The Meritorious Price of Our Redemption" (1650)

Edición de "The Meritorious Price of Our Redemption" (1650)

1. Los Pynchon, en problemas desde el XVII. El primer libro prohibido en América fue The Meritorious Pride of Our Redemption, una crítica al calvinismo puritano publicada en 1650 y escrita por William Pynchon, próspero granjero ilustrado y fundador de la ciudad de Springfield-Massachusetts (EE UU). Hombre de paz y defensor del entendimiento con los nativos del nuevo mundo, Pynchon desató la pasión lectora entre los pobladores de la zona al reclamar un código moral basado en la bondad y la obediencia frente al castigo y el sufrimiento calvinistas. Acusado de herejía por los tribunales, el autor sufrió vejaciones por negarse a la retractación pública de sus opiniones. Para curarse en salud transfirió sus tierras y propiedades a su primogénito y se embarcó hacia Londres, donde murió en 1662. El caso del primer escritor sometido a la persecución por delito de opinión en América tiene un hermoso giro al considerar que Pynchon es un ancestro directo del novelista contemporáneo, iconoclasta y misterioso, Thomas Pynchon, un autor que padece fobia social y escribe sobre la entropía y la decadencia.

Primera edición en libro de "Madame Bovary" (1857)

Primera edición en libro de "Madame Bovary" (1857)

2. «Poesía del adulterio». Rebeldía, melodrama, violencia y sexo. La peripecia de Emma Bovary (adúltera, trágica, infeliz, irresistible) fue perseguida por la justicia francesa. Aunque hoy resulte incomprensible cualquier tipo de acusación contra una obra que, a nuestros ojos, es light en grado sumo, la justicia francesa persiguió con saña a Madame Bovary, una de las obras maestras del realismo, acusada de osbcena e inmoral por la fiscalía cuando su autor, Gustave Flaubert, que había empezado la redacción en 1851 y trabajado en jornadas diarias de doce horas, la publicó por entregas, entre octubre y diciembre de 1856, en La Revue de Paris y al año siguiente en libro. El juicio, que terminó con la absolución del escritor pero minó su delicada salud —sufría epilepsia—, convirtió la novela en un best seller que se leía por las calles y en los salones. La acusación pública acusó al novelista de propagar la «poesía del adulterio» y describir con demasiado realismo la «mediocridad de la vida doméstica».

Primera edición de "Alice's Adventures in Wonderlan" (1865)

Primera edición de "Alice's Adventures in Wonderland" (1865)

3. «Los animales no deben hablar». La fantasía alocada y, al tiempo, basada en la lógica formal y las matemáticas, de Las aventuras de Alicia en el País de las maravillas también ha afrontado prohibiciones y censuras, aunque, como corresponde a un libro abierto al amplio horizonte de la imaginación, fueron bastante desternillantes. La novela del diácono anglicano Lewis Carroll, publicada por primera vez en 1865 (sólo 2.000 ejemplares que se agotaron casi de inmediato y desataron un fanatismo instantáneo en lectores tan opuestos como el joven Oscar Wilde y la Reina Victoria), fue prohibida en 1900 en el instituto de secundaria Woodsville, en Haverhill-New Hampshire (EE UU), porque contiene, según adujo la dirección del centro, «referencias a la masturbación» y a las «fantasías sexuales» y se burla del ceremonial religioso. Años más tarde, en 1931, el libro, que ha sido traducido a casi cien idiomas, fue censurado de manera unilateral por el gobernador de la provincia china de Hunan, por un motivo todavía más insólito al considerar que «los animales no deberían usar lenguaje humano y es desastroso poner animales y humanos al mismo nivel». En el resto de China la obra podía leerse desde 1922.

Primera edición de "Call of the Wild" (1903)

Primera edición de "Call of the Wild" (1903)

4. Un perro «demasiado radical». La novella La llamada de lo salvaje, publicada en 1903 por Jack London, es una fábula sobre el libre albedrío, la supervivencia, el destino, la bestia primitiva, la manada, la ley del más fuerte y la conquista del poder. Está narrada en tercera persona, pero desde el punto de vista del perro Buck, un cruce entre San Bernardo, Pastor Escocés y lobo, que es sometido por la crueldad de los hombres durante el apogeo de la fiebre del oro de Alaska. Oscura y áspera, no deja de ser una lectura necesaria durante la adolescencia, edad en la que escenas como ésta cobran todo el sentido: «Cuando llegan las largas noches de invierno y los lobos siguen a sus presas en los valles más bajos, se lo puede ver corriendo a la cabeza de la manada bajo la pálida luz de la luna o el leve resplandor de la aurora boreal, destacando con saltos de gigante sobre sus compañeros, con la garganta henchida cuando entona el canto salvaje del mundo primitivo, el canto de la manada». En 1929, La llamada de lo salvaje fue prohibida en Italia por la administración del fascista-salvaje Benito Mussolini, por considerar la obra «demasiado radical» y tratarse London de un escritor «socialista». La vecina Yugoslavia hizo lo mismo unos meses después, pero extendiendo la censura a toda la obra del autor. Los nazis alemanes también consideraban que London era un «degenerado» y quemaron sus libros públicamente en las piras a las que arrojaban papel, quizá entrenándose para arrojar personas.

Primera edición de "Tropic Of Cancer" (1938)

Primera edición de "Tropic Of Cancer" (1934)

5. «Una reunión viscosa». Algunos tribunales de justicia tienen un estilo altamente literario, aunque de calaña adjetivizante y muy publicitaria. El Supremo de Pensilvania (EE UU) escribió en 1961 sobre la novela Trópico de Cáncer la mejor de las reseñas: «No es un libro, se trata de un pozo negro, una cloaca a cielo abierto, un pozo de putrefacción, una reunión viscosa de todo lo que está podrido en los escombros de la depravación humana». Pocos libros han sido más leídos por los jueces estadounidenses que esta novela de Henry Miller, publicada en París en 1934 (con una precisa anotación en la cubierta: «Prohibida la importación al Reino Unido y Estados Unidos»). Hasta casi tres décadas más tarde  el libro no fue editado oficialmente en el país natal del autor, aunque antes circularon de mano en mano abundantes copias pirata impresas en México. La valiente editorial Grove Press y las no menos heroicas librerías que vendían el libro se enfrentaron a una campaña ultraconservadora con cariz de santa cruzada: hubo 60 demandas por obscenidad en 21 estados. Tras las sentencias en primera instancia —entre las que abundaban las absolutorias—, el Tribunal Supremo falló en 1964 dictaminando que el libro —más cándido que cualquier entrega del Gran Hermano televisivo español— no era obsceno y podía ser distribuido libremente. La novela de Miller también estuvo en el objetivo de otros cuerpos represivos: en el Reino Unido Scotland Yard estuvo a punto de secuestrar el libro en 1961 y se echó atrás por la intervención pública en la polémica del influyente T.S. Eliot y en Canadá la Real Policía Montada retiró ejemplares de las librerías en la misma época.

Primera edición de "The Grapes of Warth" (1939)

Primera edición de "The Grapes of Warth" (1939)

6. Los peligros de dudar del sueño americano. La penosa epopeya de la familia Joad, jornaleros okie, es decir, esclavos en la land of plenty de los EE UU, obligados a mendigar durante los años de arena de la Dust Bowl (1932-1939), contada con verbo cincelado por John Steinbeck en la novela Las uvas de la ira (1939) no cayó nada bien entre sus contemporáneos. Aunque fue el libro del año, con 430.000 copias vendidas en pocos meses y ganó los dos premios más prestigiosos del país —el National Book Award y el Pulitzer—, algunos no soportaron la evidencia del espejo y hubo quemas públicas de la novela, considerada «socialista» y acusaciones directas a Steinbeck de promover la subversión, menospreciar a sus conciudadanos y narrar en tono «vulgar, inmoral y bestial». Los granjeros de California, retratados como explotadores sin alma de los emigrantes desfavorecidos, lograron que el libro fuese prohibido en todo el estado por tratarse de «propaganda comunista». Lo cierto es que el escritor, que había realizado un monumental trabajo de campo antes de afrontar la redacción, decidió endulzar las condiciones de trabajo y vida de los jornaleros emigrantes para que el libro no fuese acusado de excesivo dramatismo. La crónica de la «gente en fuga, refugiados del polvo y de la tierra que merma, del rugir de los tractores y de la disminución de sus propiedades, de la lenta invasión del desierto hacia el norte, de las espirales de viento que aúllan avanzando desde Texas, de las inundaciones que no traen riqueza a la tierra y le roban la poca que pueda tener» ha ganado la batalla del tiempo: Steinbeck fue Premio Nobel en 1962 y Las uvas de la ira se estudia hoy en todas las escuelas como un libro nacional sobre la pobreza, la injusticia y la desigualdad. Otro libro previo de Steinbeck de tema complementario, De ratones y hombres (1937), también fue saboteado por muchos libreros contener un «lenguaje ofensivo y vulgar». Desmontar el sueño americano es peligroso.

Primera edición de "Animal Farm" (1945)

Primera edición de "Animal Farm" (1945)

7. La piara de soviets. Rebelión en la granja, la sátira de George Orwell contra el estalinismo y el poder omnímodo del estado sobre las personas, tuvo muchos problemas para ser publicada. Orwell la terminó de escribir en 1944 y el momento no era bueno para presentar a Lenin, Trostky y Stalin en forma de piara de cerdos dominantes, envidiosos y personalistas. En Inglaterra, aliada de la URSS en la guerra contra el nazismo, el Ministerio de Información difundía instrucciones oficiales afirmando que la feroz represión política estalinista era una «invención de Hitler». Cuatro editoriales rechazaron el manuscrito para no poner en peligro el pacto de los aliados con Stalin, una de ellas tras un informe negativo de T.S. Eliot, el defensor de Henry Miller. Descreído del comunismo y sus prácticas manipuladoras desde su paso por los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona durante la Guerra Civil española, Orwell logró la edición en 1945 e incluyó un prólogo sobre la «siniestra censura» en el Reino Unido. Rebelión en la Granja estuvo prohibida en todos los países de Europa del Este hasta 1989, pero circulaba en versiones clandestinas. En 2002 fue prohibida su lectura en todas las escuelas de los Emiratos Árabes Unidos porque en el libro aparecen cerdos antropomórficos que hablan, figura pecaminosa según el Islam.

Primera edición de "The Peaceful Pill Handbook" (2007)

Primera edición de "The Peaceful Pill Handbook" (2007)

8. Eutanasia de do it yourself. The Peacefull Pill Handbook, algo así como El manual de la píldora tranquila, escrito por los médicos australianos Philip Nitschke  y Fiona Stewart, montó un tremendo escándalo cuando fue editado hace casi cinco años. El libro fue prohibido en Nueva Zelanda y Australia (uno de los países con mayores restricciones a las libertades de imprenta y expresión) al ser considerado un manual de hágalo usted mismo para practicar la eutanasia. La obra recomendaba, por ejemplo, la ingesta de pentobarbital, un barbitúrico-sedante, que podía comprarse en México ilegaemente, pero en las farmacias y sin receta, dando antes una mordida a los empleados. Aunque puede adquirirse libremente por Amazon, el libro sigue siendo cuestionado en Australia, donde sólo se puede vender una versión reducida y con pegatinas de advertencia sobre el contenido en la cubierta. Después de una polémica con la familia de una mujer que decidió viajar a México y poner en práctica la opción del pentobarbital, Nitschke presentó un kit de utanasia de fácil acceso y simplísima fabricación.

Primera edición de "Jaeger" (2009)

Primera edición de "Jaeger" (2009)

9. Nunca reveles lo que hiciste durante la mili. El ex soldado de operaciones especiales del Ejército de Dinamarca Thomas Rathsack ha sido acusado formalmente de poner en peligro la seguridad nacional por lo que cuenta en el libro de memorias bélicas de la izquierda, cuyo título traducido sería Cazador: en la guerra con la élite, publicado en entregas por un diario y editado en un tomo en 2009. ¿Presunto delito? Revelar que los soldados daneses en Iraq y Afganistán no respetan los postulados de la Convención de Ginebra: se disfrazan con ropas locales para afrontar misiones de guerra y van armados cuando actúan en traje civil. Los tribunales se han negado a prohibir el libro, pero su autor tiene bastantes probabilidades de acabar en la cárcel. El año pasado, un editor estadounidense tuvo que destruir, por mandato del Pentágono, todos los ejemplares de la primera edición de Operation Dark Heart, las memorias de un agente de los servicios de inteligencia en Afganistán. No conviene poner en peligro la limpieza de los ejércitos occidentales en el exterior.

Primera edición de "Toppamono Sorekara" (2010)

Primera edición de "Toppamono Sorekara" (2010)

10. Policía contra yakuza. El escritor y artista gráfico japonés Manabu Miyzaki, que se autodefine como un «freelance yakuza» demandó en 2010 a la policía del distrito de Fukuoka de presionar a los compradores de la novela gráfica Toppamono Sorekara para que devolviesen la obra a las estanterías antes de pagarla. El libro, una autobiografía manga de Miyzaki, cuenta la historia del hijo de un clan yakuza. La Policía sostiene que está facultada para recomendar a los posibles compradores que no adquieran el libro dentro de la campaña de acoso a las mafias y recuerda, off the record, que el autor fue uno de los sospechosos de dirigir una red de secuestros a mediados de los años ochenta. Miyzaki, una celebridad pública en Japón, dice que ahora es un escritor y artista, que sólo vive de sus libros y que la policía se la tiene jurada.

Ánxel Grove

Blaise Cendrars, rompiendo relojes a martillazos

Blaise Cendrars, pintado por Amadeo Modigliani

Blaise Cendrars, pintado por Amadeo Modigliani

Henry Miller afirmaba que para escribir «hay que estar poseído y obsesionado”.

Blaise Cendrars (1887-1961) -a quien Miller idolatraba- cumplía ambos requisitos.

Vivió cada mañana como si fuese la primera y cada noche como si fuese la última. Se dió de baja en todo para ejercer la vida.

Renunció a la educación por castrante. Renunció a su tierra natal, Suiza, por somnífera. Renunció a su clase social, la burguesía (si es suiza, insufrible), para largarse a Rusia a los 17 años y trabajar como aprendiz de relojero. Sólo se llevó unos paquetes de cigarrillos.

En el oscuro taller de San Petesburgo donde se maneja con las miniaturas que pretenden en vano simplificar el tiempo a través de la mecánica comprendio que el único destino de los relojes es el martillo.

En Rusia es testigo del domingo negro del 9 de enero de 1905: los cosacos del zar atacan espada a mano a los 20.000 hambrientos, sobre todo campesinos, que se manifiestan ante la residencia de verano del tirano. Mil muertos.

Blaise Cendrars (1887-1961)

Blaise Cendrars (1887-1961)

El relojero suizo cultiva la amistad de anarquistas y bolcheviques. Algunos de sus colegas son condenados a muerte.

Empieza a escribir y publicar.

«No mojaré la pluma en un tintero, sino en la vida», afirma una mañana. No faltó a su palabra.

En 1913, establecido en el  trepidante París de la primera década del XX, amigo de los radicales del arte (Chagall, Léger, Modigliani), publica este poema:

Disonancias del arco iris en la telegrafía inalámbrica de la Torre
Mediodía
Medianoche
En todos los rincones del universo se murmura: “Merde”
Rayos
Cromo amarillo
Nos hemos contactado
Los transatlánticos se acercan desde todas las direcciones
Desaparecen
Todos están en movimiento
Y los relojes marchan
Paris-Midi informa que un profesor alemán fue devorado por los caníbales en el Congo
Bien hecho

Tiene agujas en los zapatos y se le clavan en la planta de los pies. No puede evitar el movimiento.

Habla seis idiomas. Intenta estudiar medicina en Berna para indagar en la verdad definitiva del desorden nervioso. Entiende que no son biológicos nuestros fantasmas y se matricula en Filosofía. Lo deja por el amor de su vida, la polaca Féla Poznanska. Regresa a San Petesburgo, viaja a Nueva York, vuelve a París en un barco en el que deportan a delincuentes y trabajadores del sexo. Se mezcla con ellos.

Renuncia a su filiación registral (Frédéric Louis Sauser) para incinerar el pasado. Elige nombre: Blaise Cendrars. En francés la palabra cendres significa cenizas. Un arte (ars) calcinado.

«Lo he derribado todo. He dejado atrás mi vida anterior, todo lo que sé, todo lo que ignoro, mis ideas, mis creencias, mis vulgaridades, mis demencias, mis estupideces, la vida y la muerte», escribe.

Apollinare le saluda como el mejor poeta del momento.

"Moravagine"

"Moravagine"

Escribe 19 poemas elásticos y prepara la que será su mejor novela, Moravagine. Vive con Féla en una granja. En  abril de 1914 nace su hijo Odilon, en honor al príncipe de los sueños Odilon Redon.

Sin que nadie en su círculo entienda por qué, se alista en la Legión Extranjera para combatir en la I Guerra Mundial. «Odio a los alemanes», se justifica con parquedad.

En febrero de 1915, en un combate sangriento, la metralla le arranca el brazo derecho. Describe las consecuencias, años más tarde, en la novela La mano cortada: «Me he comprometido y como muchas veces en mi vida, estaba listo para ir hasta el fondo de mis actos. Pero no sabía que la Legión me haría beber de ese cáliz hasta los excrementos para conquistar mi libertad como hombre. Ser. Ser un hombre. Y descubrir la soledad«.

El manco viaja a Brasil, a Hollywood, edita reportajes catárticos y vivenciales que predicen el nuevo periodismo; recopila literatura africana de tradición oral; escribe dos de las novelas más peculiares del siglo XX, Moravagine (1926) y El Hombre fulminado (1945)…

Varios adjetivos cuadran con la obra de Cendrars, lo cual implica que también se ajustan a su devenir sobre el mundo. Acaso el más justo sea vertiginoso.

Me entristece que en castellano sean tan escasas las posibilidades de encontrar sus libros (bellamente editados en el pasado, pero inencontrables entre tanta miseria en las librerías de hoy).

Por esa dejadez editorial tengo el atrevimiento de incluir a Cendrars -de cuya muerte se cumplieron cincuenta años en enero- en la sección Top Secret, admitiendo que su figura es demasiado grande para la consideración de autor de culto.

«La eternidad no es más que un breve instante en el espacio y el infinito lo atrapa a uno por los cabellos y lo fulmina en el acto. El tiempo no cuenta», escribió.

Siempre con el martillo a mano para romper relojes.

Ánxel Grove