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Las increíbles esculturas de arena de Guy-Olivier Deveau

«Castillo de arena» es un concepto errático, ambiguo. Está en él la idea de fortaleza representada por el castillo, pero lleva consigo la caída inherente, la tierra que será destruida por el viento, el azote del mar o la estupidez del viandante.

Evoca la idea de críos mojados en barro. Una construcción que espera la marea alta. No aspira a la eternidad del arte. Casi nada…

Pero Guy-Olivier Deveau hace más que eso. Convierte la playa en un planeta lejano. Levanta figuras capaces de rendir culto a los dioses marinos de Lovecraft. Este escultor canadiense, nacido en Quebec, levantan tótems de arena, construcciones dignas de unos alienígenas que exigen ser adorados bajo pena de muerte: el paseante que se atreva a patearlas regresará a casa temiendo la maldición que le lancen desde el rincón más oscuro del cosmos, donde moran los devoradores de idiotas, fustigadores de los Anunnakis.

Trabaja la arena, la madera y el hielo. Ha ganado premios por medio mundo inspirado en el trabajo de los nigromantes del arte, como H.R. Giger (el padre estético de Alien). La arena toma en sus manos un aspecto ancestral y surreal que maravilla. La orilla puede convertirse en una pesadilla antropomorfa, en un gigante dramático, o solo en un guiño, un entretenimiento de críos que juegan a ser ese dios malévolo que deforma su creación original.

«Castillo de arena» puede ser un concepto bien extraño…

 

"Bleeding" 2013 #sandsculpture #godeveausculpture

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La película que Giger nunca pudo hacer

Necronomicon IV © HR Giger

Necronomicon IV, 1977  © HR Giger

Un torso humano que combina las condiciones de cartilaginoso y metálico. Un ser que se nos asemeja y, al tiempo, nos niega.

El turbio y genial H.R. Giger, muerto hace unos meses a  los 74 años tras un accidente doméstico tan absurdo como los seres que pobablan sus pesadillas y ahora pueblan las nuestras, cambió para siempre la idea del monstruo al inventar a los biomechanoids (biomecanoides), el inevitable encuentro de la carne y la tecnología, del ADN biológico y el frío de la máquina.

Toda monstruosidad anterior a Giger es azucarada. Nada tienen que hacer Chthulhu y sus vástagos —hediondos e inconcebibles, es decir, imposibles— ante la desarmante sospecha de realidad de los apéndices humanoides creados por el artista y diseñador suizo que siempre vestía de negro como señal de respeto hacia los seres aún más obscuros que llevaba dentro.

"The Beggar" - H.R. Giger, 1963

«The Beggar» – H.R. Giger, 1963

Un brazo que es una pierna que es un brazo… La escultura El mendigo fue una de las primeras criaturas extrahumanas de Giger, que la creó en 1963, cuando tenía 23 años, estudiaba diseño industrial en Hamburgo y sufría de pavorosas pesadillas nocturnas que intentaba mitigar llevándolas a dibujo o figuras en tres dimensiones una vez que reinaba el día.

En 1979 Giger se convirtió en una estrella planetaria al crear a la gran bestia contemporánea, Alien, un depredador indestructible que combinaba la idea arcana del vampiro espacial con la amenaza letal de la máquinaria tecnobélica inteligente. En una poética paradoja, el primer alien fue interpretado en la película de Ridley Scott por un negro nigeriano, un alien del mundo real a quien la historia jamás recordará.

Obseso como todo genio, desde entonces Giger intentó sin descanso pero en vano buscar dinero para producir una película basada en la escultura del brazo-pierna. La deseaba titular The Mystery of San Gottardo (El misterio de San Gotardo), abocetó a todos los personajes y escenarios, dibujó secuencias y planeó decorados.

Dibujos de Giger para "El misterio de San Gotardo" © HR Giger

Dibujos de Giger para «El misterio de San Gotardo» © HR Giger

Según un especial de la revista Cinefantastique dedicado a Giger [PDF] la película contaría el amor de un humano por un freak, Armbeinda, un biomecanoide con inteligencia y sensibilidad que combina un brazo y una pierna y había escapado del poder de una organización que fabricaba en serie y para uso militar a los bichos.

La suerte no acompañó al artista suizo y nunca encontró financiación para el film, que deseaba realizar él mismo. La duda es si la película le hubiera permitido salir de la pobreza límite en la que murió, arruinado por la dilapìdación irracional y caprichosa de la fortuna que amasó con el cine y los derechos de autor de sus muy cotizados (y pirateados) dibujos e ilustraciones.

Tras la muerte de Giger, el hombre de negro, todos los obituarios hablaron de la pérdida de un contribuyente decisivo al dibujo de la pesadilla contemporánea, pero casi ninguno —una excepción: The Daily Telegraph— mencionó las millonarias deudas que arrastraba y que le obligaban a vivir como un paria. Seguía sufriendo de inmutables pesadillas cada noche.

Ánxel Grove