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La viajera agorafóbica que pudo fotografiar el horizonte

Debo confesarle, doctor, que tengo alma viajera, una curiosidad innata. Dotado de instinto marinero, tobillos de pirata, culo inquieto, GPS en el lóbulo parietal, cualidades que suplican que me lance al mundo. Tengo un imán para la maravilla lejana.

Quise de niño imitar a los grandes: ser Lawrence de Arabia y recorrer los desiertos y comer camello; o Ibn Batuta y bañarme en el mar africano, bailar entre jirafas; ser Marco Polo y, vestido de seda, perderme en el palacio del emperador de Oriente…

Yo, un trotamundos visceral, amante natural del viaje, sufro, sin embargo, una enfermedad anímica que ustedes los médicos llaman agorafobia. Miedo al afuera, angustia de mezclarse con la gente o hacer cola. Entonces, por la acción de un dolor metafísico, un rayo paralizante, la sencilla visita al supermercado acaba convertida en un pasaje al infierno: el averno, decimos en el grupo de ayuda, es un espacio abierto, territorio sin muros, límites o aristas, sin posibilidad de refugio, un desierto sin fin, la deforestación del espíritu.

Este es un dolor que te aleja del horizonte como quien huye de las serpientes. Un síndrome que te inhabilita para todo viaje o recorrido cotidiano, mal que te recluye en la leprosería del espacio íntimo. Un viajero agorafóbico. ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué la naturaleza crea estas paradojas que parecen ficción? ¿Tengo cura, doctor?

Y el doctor respondió: Observe la obra de Jacqui Kenny, inspírese…

Esta fotógrafa padece el mismo síndrome que usted: es agorafóbica y nunca ha usado una cámara en la calle que la incapacita. Si estuviera en el exterior de esa barriada de Senegal que observamos en la foto que hizo buscaría desesperada el punto de fuga que la devolviera al espacio cerrado que acune su ansiedad. Pero este problema no le ha impedido recorrer el mundo y fotografiar sus paisajes abiertos: pueblos perdidos de la Mongolia interior, canes ladrando en un desierto de sal, niños jugando entre icebergs, rusos paseando frente a unos bloques de cemento que llaman hogar… Ha dominado el tormentoso horizonte gracias al ingenio.

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Google te deja buscar arte urbano en el mundo

5 Pointz, Nueva York

5 Pointz, Nueva York

Posible viaje virtual: el arte urbano del mundo a través de la capacidad de mapeo que hemos regalado a Google (a precio cero, por cierto), esa empresa que sortea barreras fiscales con impunidad pero es muy estimada porque nos facilita direcciones (con restaurantes cercanos añadidos sin que nadie lo haya pedido).

El Street Art Project del Google Cultural Institute permite recorrer el mundo —Occidental, sobre todo— para disfrutar de fotos e información sobre el arte urbano. La página web, un tanto confusa —como si el diseñador pensase más en su currículo que en la navegación y comodidad del usuario— permite deambular por un mapa dónde están geolocalizadas obras de arte urbano. Las imágens proceden de Googgle Street View y también pueden ser aportadas por cualquier usuario mediante galerías personalizadas o añadiendo a las fotos las etiquetas #StreetArtist, #ArteUrbano y algunas otras.

El proyecto incluye algunos vídeos y, en la que sin duda es la única sección realmente trabajada de la web, Frame the Walls (Enmarca las paredes), una selección de lugares emblemáticos del grafiti —por ejemplo el llorado 5 Pointz de Nueva York, pintado de blanco con nocturnidad y alevosía por el promotor inmobiliario que va a construir condos de lujo en el solar—, las efervescentes calles de Bogotá y Buenos Aires o los murales de la colonia chilena de La Piconya. Cada proyecto ofrece material de contexto sobre las obras, los artistas y el mensaje que quieren transmitir.

Captura de pantalla del Street Art Project de Google

Captura de pantalla del Street Art Project de Google

No busque el internauta —Google no es lugar para delicadezas u honduras— ninguna reflexión sobre el devenir del arte urbano, su domesticación por el mercado y, en los últimos tiempos, su muy buena recepción por las empresas de construcción inmobiliaria y las comunidades de propietarios.

Un edificio con un notable mural en la pared se vende más caro y los promotores de viviendas ya ofrecen el grafiti en el proyecto de construcción, donde también figura, cómo no, la instalación de cámaras de vigilancia para que ningún vándalo de los tags viole la pureza de la obra original. El grafiti se ha convertido en instrumento de gentrificación y en Londres y Berlín se relaciona el aumento reciente y estrafalario de los precios de venta y alquiler de los pisos con el aspecto grafiteado de los edificios.

Quizá la herramienta de Google para avistar arte urbano tenga un segundo uso un tanto pervertido: localizar buenos murales para levantar viviendas-de-lujo-cool.

Ánxel Grove

El «huracán sin agua» de los desahucios de Detroit

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Cuatro vistas tomadas de Google Street View, entre 2008 y 2013, de la misma calle del noreste de Detroit, la mayor ciudad de los EE UU en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros, poco menos que el presupuesto de la Comunidad de Madrid para este año).

La ciudad que otrora fue la cuarta más poblada del país y era la capital de la trillonaria industria automotriz estadounidense —de ahí el nombre alternativo, Motor City (Ciudad del Motor), porque albergó las megafactorías de las Big Three (las tres grandes: General Motors, Ford y Chrysler)— es víctima de un «huracán sin agua» por la acción predadora de los intereses hipotecarios de la banca y los desahucios por impago de impuestos. La muy gráfica imagen, que resuena con especial brutalidad en un país que aún no olvida la crisis del Katrina, un desastre natural aprovechado para sacar tajada y, de paso, limpiar racialmente una ciudad, es del grupo Detroit Eviction Defense, que da la cara por las víctimas: 130.000 familias expulsadas de sus hogares desde abril de 2009 [PDF].

Entre 2003 y 2013 se han ejecutado en Detroit casi 90.000 desahucios. La magnitud de la cifra se desvela si la comparamos con la supuesta de España, donde el Gobierno y los bancos sigue escondiendo la cantidad real pero la Plataforma de Afectados por la Hipoteca la sitúa en 171.110 desde el comienzo de la crisis en julio de 2008. Detroit tiene 4,2 millones de habitantes, más o menos la décima parte de la población española.

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

El microblog GooBing Detroit —Bing es el apellido de quien fuera alcalde de Detroit desde 2009 hasta diciembre de 2013, Dave Bing, un demócrata negro cuya mayor y acaso única gloria fue jugar una docena de temporadas como escolta en el equipo local de la NBA, los Pistons, y que aprendió a hacer política trabajando, el azar no existe cuando hablamos de propiedad inmobiliaria, como consejero hipotecario de un banco— es uno de los muchos sites de Internet desde los que se vocea la desvergüenza de lo que está sucediendo en la ciudad del estado de Michigan. Una de sus iniciativas es mostrar cómo las viviendas de Detroit se deterioran ante nuestros ojos gracias a las imágenes periódicamente renovadas de Google Street View.

Los promotores del GooBing Detroit —la empresa Loveland Technologies, que tiene la pretensión de mostrar, terreno a terreno, quién es el dueño de los solares de las grandes ciudades de los EE UU— hacen suya la metáfora del «huracán sin agua» y piensan que no hay lecturas simples para explicar qué está pasando en la Ciudad del Motor y que, como ha demostrado sobradamente, el capitalismo basado en la especulación sabe esperar. Le sobra tiempo.

¿Un buen ejemplo? Gran parte de los casi 90.000 desahucios de la última década fueron ejecutados porque los propietarios de las viviendas, compradas mediante hipotecas antes de la crisis, no pudieron hacer frente al pago de los impuestos municipales, que ascienden auna media de 3.000 dólares al año (2.200 euros) a cambio de servicios precarios o inexistentes por la degradación de las finanzas del ayuntamiento, que sólo enciende el alumbrado público en una cuarta parte de la ciudad y reconoce que no puede garantizar que la Policía o las ambulancias atiendan casos urgentes.

Con las casas vacías de seres humanos, los especuladores sólo necesitaron sentarse a esperar la declaración de ruina y hacerse con las propiedades por una media de 500 dólares (370 euros) en subastas públicas. Para que no se manchen las manos ni tiren de la chequera sin necesidad, los derribos de las construcciones declaradas en ruina son ejecutados con subvenciones gratamente otorgadas por la administración federal de Barack Obama para, dicen, «limpiar Detroit».

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Un proyecto de cartografía virtual de Detroit, ejecutado por 150 vecinos de la ciudad que trabajaron voluntariamente y sin remuneración, ha muestreado 377.602 terrenos, el 99% de los del término municipal de la ciudad. El resultado, alojado en una web interactiva donde puede rastrearse cada vivienda supuestamente en peligro de ruina, conocer su situación jurídica y, si es el caso, el precio de venta, demuestra, como dice el prolijo informe de conclusiones, que cada barrio de la ciudad tiene futuro y este no pasa necesariamente por los desahucios, las declaraciones de ruina, los derribos y la especulación.

De las 84.641 construcciones censadas y evaludas (más de 73.000, de uso residencial), sólo 40.077, menos de la mitad, están en estado de ruina, pero el resto podrían ser recuperadas con programas de atención y mejora.

Está por ver en qué equipo juega el emergency manager de la ciudad, el también negro (como las tres cuartas partes de la población de la ciudad) y demócrata Kevyn Orr, un jovencísimo y muy bien pagado abogado (700 dólares por hora) experto en gestión de bancarrotas, que ha sido nombrado responsable de la ejecución de la quiebra y , entre otras lindezas, quiere poner en venta las obras de arte del gran museo público local. Las casas de los desahuciados se vendieron antes.

Ánxel Grove

 

En busca de la esencia de los EE UU: en la carretera con Google Street View

#83.016417, Detroit, MI. 2009, 2010

#83.016417, Detroit, MI. 2009, 2010

El instrumental para diseccionar la idea espiritual de América (me tomo la grosera, literaria y etnocéntrica libertad de equiparar el término con un sólo país: los Estados Unidos) es variopinto. El viaje epifánico en busca de la esencia última de la land of plenty es polimórfico como ningún otro.

Por citar sólo una obra en cada género, la travesía ha sido fotográfica –Robert Frank y su libro-ensayo Los Americanos-; literaria -la novela infinita En la carretera, de Jack Kerouac-; cinematográfica -por ejemplo, Badlands (1973), de Terrence Malick-; musical -el errar existencial de Woody Guthrie-; pictórica -el aislamiento alienante de los pobladores de los cuadros de Edward Hopper-

#35.750882 Dallas, TX, 2009

#35.750882, Dallas, TX. 2009, 2010

Doug Rickard (1968) se suma ahora a la búsqueda con un artilugio que nunca antes había sido empleado para buscar el alma del país: Google Street View.

A New American Picture, el proyecto fascinante de este renegado de su licenciatura en Historia, es un recorrido por los rincones menos lustrosos de los EE UU («la América rechazada», llama Rickard a los escenarios) en un viaje intensivo de 24 horas seguidas y sin interrupción por los laberínticos caminos reales (no del todo, pero reales al fin) retratados y digitalizados por los coches-ojo de Google.

El resultado es «el envés del sueño americano», opina Rickard, que tomó y catalogó 15.000 fotos durante una «tormenta perfecta» y afiebrada, sin salir de la habitación, utilizando el ordenador como cámara y moviéndose por los mapas tridimensionales del país.

#82.948842, Detroit, MI. 2009

#82.948842, Detroit, MI. 2009, 2010

La selección final de las fotos del recorrido dejó al autor con 80 tomas (algunas se exponen ahora en la muestra New Photography 2011 del MoMA de Nueva York). Son una exploración al azar de los Estados Unidos y acaso también la constatación del final definitivo del momento decisivo predicado por Henri Cartier-Bresson como fundamento del arte fotográfico callejero, para ser reemplazado por lo que algunos críticos llaman el momento en curso, una consecuencia del presente vigilado en el que residimos.

Más allá de consideraciones sociológicas sobre el peligro de que aplicaciones como el Street View se adueñen de nuestra percepción del mundo, las fotos de Rickard tienen una resonancia que procede de lejos. Uno tiene la impresión de que podría estar frente a imágenes similares a los trabajos documentales de Walker Evans durante la Gran Depresión de los años treinta. En unas y otras los personajes no parecen tener futuro y la atmósfera mercurial hiere con consistencia de navaja.

#33.620036, Los Angeles, CA. 2009

#33.620036, Los Angeles, CA. 2009, 2010

En cada foto Rickard coloca datos informativos: una serie de números que se refieren a las coordinadas de Street View para el lugar de la imagen -posiblemente de GPS-; la ciudad y el estado; el año en que la foto fue tomada por Google y el año en que el fotógrafo la extrajo de su ordenador para hacerla suya. Esa ruta también implica una torva concepción cartesiana de la vida encapsulada bajo códigos binarios.

Enganchado a la fotografía como forma más depurada del relato oral milenarista (es el administrador de dos de los sites más interesantes e intencionados del marasmo virtual: American Suburb X y These Americans), Rickard ha abierto una dimensión poética e inesperada a la unificación de la percepción del mundo derivada del mapeo de Google.

En este viaje, como en los de Kerouac, Frank, Hopper o Malick, también hay ángeles subterráneos, estrellas explotando, cadenas intangibles y, sobre todo, como diría el primero, muchas personas «locas por ser salvadas» de una soledad que parece irremediable.

Ánxel Grove