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Cuando nuestros antepasados dibujaban mapas del amor

Los siglos XVIII y XIX fueron centurias de descubrimientos y mapas. A medida que crecía el conocimiento del mundo los geógrafos empezaron a trazar las líneas sinuosas de costas, cordilleras, selvas, océanos, afluentes, ríos… Fueron siglos de adentrarse en la ignota Terra, tiempos para seguir el curso desconocido del río Congo junto a Joseph Conrad y su novela, En el Corazón de la Tinieblas. Fueron años para descubrir que incluso el corazón más tenebroso podía terminar su viaje en el Puerto del Matrimonio, la Costa del Amor o la Tierra de los Granujas. A medida que crecían los mapas otro estilo geográfico se impuso en la época victoriana, unos planos alegóricos relacionados con los sentimientos y el amor.

Carta de la Ternura. François Chauveau. 1654. Wikimedia Commons.

Carta de la Ternura. François Chauveau. 1654. Wikimedia Commons.

Estos mapas simbólicos y sentimentales contenían también sus tierras inhóspitas, bahías seguras, caminos hacia la felicidad o la desesperación. Tesoros. Buscaban dibujar los valles o cordilleras de los estados anímicos que puede sortear una persona enamorada, cuyo barco de vapor es el deseo, la carnalidad, el altruismo, la ternura, el cortejo o el matrimonio. Eran tierras inventadas, esbozos psicológicos, pangeas emocionales, que tuvieron su precursor en la Carte de tendre, mapa dibujado en 1654 por Francois Chauveau como ilustración/grabado para el libro de Madeleine de Scudéry titulado Clélie. Estas geografías abrían el pliego del alma e invitaban a los aventureros a trazar sus propias rutas: seguir el río de la Inclinación hacia la ciudad de Nueva Amistad, sorteando los obstáculos y trampas del Lago de la Indiferencia.

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Bellerby, el hombre que resucitó a los globos terráqueos

Isis , de Bellerby & co. , trabajando en un globo terráqueo - Foto: Bellerby & co. Globemakers

Isis , de Bellerby & co. , trabajando en un globo terráqueo – Foto: Bellerby & co. Globemakers

El primer globo terráqueo del que se tiene noticia lo creó, en el siglo II antes de nuesta era, el filósofo griego Crates de Malos, también gramático y cartógrafo y nacido en Malos, una de las ciudades griegas en la zona de Asia Menor que ahora corresponde a Turquía. Aquella esfera era pequeña e inexacta, incluso fantástica, porque su autor hasta se permitió el capricho de añadir lugares geográficos míticos y notas fantásticas en territorios que se conocían pero aún estaban por explorar, como Australia.

Herramienta mágica capaz de permitirnos dar la vuelta al mundo arrastrando el dedo por la esfera, es desde hace tiempo un trasto lleno de telarañas, uno de tantos objetos superados por la impecable tecnología del mapa digital, que permite incluso pasear por las calles de las ciudades que elegimos haciéndo clic con el ratón.

Aunque se siguen produciendo bolas del mundo, la falta de interés se traduce en menos calidad con respecto a los modelos viejos. Los antiguos tienen el problema del desfase, el mundo no deja de cambiar, las fronteras se desplazan, se crean y desaparecen y el cóctel de países deja obsoleto al antiguo globo del mundo, incapaz de redibujar sus cicatrices.

Con esa situación se encontró el británico Peter Bellerby cuando quiso regalarle una a su padre, que iba a cumplir 80 años. Pasó buscando dos años y sólo encontró ejemplares pseudoantiguos con «una generosa dósis de color sepia» o «modelos antiguos muy frágiles y caros, que realmente no puedes usar a diario». La única opción era fabricar él mismo un globo.

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