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Cuando se cruzaron las vidas de Alicia y Peter Pan

Alicia Liddel (foto: Julia Margaret Cameron) y Peter Llewelyn Davies

Alicia Liddel (foto: Julia Margaret Cameron) y Peter Llewelyn Davies

Está pendiente alguien para redactar la no-ficción de esta pareja, su posible devenir. Cuando en 1926 se cruzaron por primera y única vez sus caminos, ella, Alicia Liddell, tenía 80 años —60 más que en la foto edénica que le hizo Julia Margaret Cameron y que aparece arriba—, y él, Peter Llewelyn Davies, 29.

El escenario en el que se conocieron, un salón de la muy estirada casa de subastas Sotheby’s, acaso impidió que olvidaran la diferencia de edad y salieran a perderse y trastear por las calles de Nueva York. Así lo demandaba la fama literaria que les precedía. Ella era Alicia, la habitante del enloquecido País de las Maravillas, y él, Peter Pan, el siempre-niño.

Alicia murió en paz ocho años más tarde en Lynhurst, un pueblecillo inglés que parece diseñado por un fabricante de vajillas rococó. Peter esperó un poco más para irse y sufrió mucho antes de decidirse por el suicidio: en abril de 1960,  a los 63 años, se tiró al paso de un tren.

El tiempo debió sincronizarse de otra forma para este par de ingleses, ambos multiplicados, bendecidos y condenados por un par de libros de esos que debes leer varias veces a lo largo de tu vida para no caer en la idiotez.

Lewis Carroll su retrato a Alicia Liddle (6 años), retratda "como una vagabunda"

Lewis Carroll y su foto a Alicia Liddle (6 años), retratada «como una vagabunda»

Liddell es la niña a la que Lewis Carroll regaló en 1864 el manuscrito escrito e ilustrado de puño y letra Alice’s Adventures in the Underground, que al año siguiente sería editado con el título de Alicia en el País de las Maravillas. El escritor, reverendo anglicano, profesor de matemáticas, amigo del carácter ilógico de la lógica y fotógrafo de niños pubescentes quedó enganchado por la belleza salvaje de la cría cuando la llevó a una excursión de verano. Prendado y para evitar el impaciente aburrimiento de Alicia, Carroll decidió componer para ella un libro alucinado.

Le hizo también muchas fotos. La que más desvela es la que tomó en 1858, cuando ella tenía 6 años y él la retrató con una manzana en una mano, el hombro al aire y vestida de harapos, «como una vagabunda». Los padres de Alicia, amigos del escritor, estaban presentes y el escenario fue el jardín familiar, pero poco de eso importa si se traza la línea entre la mirada de la niña y la cámara. Todavía quedan críticos que acusan a Carroll de pedófilo por fotografías como esta.

El escritor padecía migrañas tan fuertes que le provocaban micropsia, una afección bautizada en honor a Carroll como Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas. El síntoma más frecuente parece una bendición: ves diminutas alucinaciones de seres bondadosos que desprenden luz.

J.M. Barrie y los hermanos Llewelyn Davies

J.M. Barrie y los hermanos Llewelyn Davies

 J. M. Barrie creó Peter Pan inspirado por los cinco hijos de una familia amiga, los traviesos e imparables Llewelyn Davies. También hubo insinuaciones de acercamientos inapropiados a los niños por parte del escritor. Ya saben: escribir sobre críos es tarea compleja, peligrosa y simiente de habladurías.

Los hermanos Llewelyn Davies no se llevaron bien con la vida. George murió al recibir un tiro en la cabeza a los 21 años en la I Guerra Mundial. Michael se suicidó a la misma edad ahogándose en un río junto con un amigo-amante. Peter, ya lo he contado, se arrojó ante un tren en marcha.

Los amigos y la familia sabían Peter Llewelyn estaba triste, que padecía por culpa del «maldito personaje» —debe ser duro que los demás te señalen: «¡mira, el verdadero Peter Pan!»—, que no perdonaba a Barrie no haberle dejado ni un penique en el testamento.

Arriba, páginas del manuscrito de Lewis Carroll para su "Alice's Adventures Under Ground" (British Library). Abajo, portada de la primera edición de "Peter and Wendy" y una de las ilustraciones del libro

Arriba, páginas del manuscrito de Lewis Carroll para su «Alice’s Adventures Under Ground» (British Library). Abajo, portada de la primera edición de «Peter and Wendy» y una de las ilustraciones del libro

El libro Alicia en el País de las Maravillas celebra en 2015 su 150º aniversario. Peter and Wendy tiene unos pocos años menos: Barrie llevó a novela al personaje que no podía crecer —lo había utilizado antes en un par de libretos teatrales— hace 103.

Cuando Alicia Liddell y Peter Llewelyn Davies se conocieron en Nueva York en 1926 ella estaba en la ruina. Acababa de quedarse viuda y no tenía ingresos de ningún tipo. Subastó su posesión más preciada, el manuscrito que Carroll le había regalado. Fue comprado por 15.400 libras esterlinas y depositado en la Universidad de Columbia. El tomo fue comprado de nuevo por un consorcio de bibliófilos para regalarlo a la British Library —el ejemplar único puede verse online— como gesto de deferencia por el esfuerzo bélico de Inglaterra «contra Hitler y el nazismo».

De la reunión de los dos protagonistas reales del par de sagas infantiles más populares de la historia no se conocen detalles. Quizá así deba ser. No está bien cerrar los finales de los buenos cuentos.

Jose Ángel González

El «almacén de espacio» del fotógrafo-aviador Alfred Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

El piloto Alfred George Buckham (1879-1956) jugaba un envite con el destino cada vez que se elevaba del suelo y volaba. Tenía mala salud, pulmones débiles y poca fuerza muscular. No había podido ir al colegio porque caía enfermo cada dos por tres y tuvo que escolarizarlo un tío materno con tiempo libre y vocación.

Nadie en el círculo familiar entendió qué pretendía aquel mequetrefe cuando se alistó en la aviación militar británica en 1917, pero no sólo le aceptaron, sino que hizo carrera: en la I Guerra Mundial fue ascendido a capitán y promovido a un puesto recién creado, jefe de la división de fotografía aérea.

Hizo muchas fotos desde allá arriba para la Royal Naval Air Service: tomas verticales y planas de reconocimiento que pretendían fijar objetivos bélicos y delimitar la posición de los ejércitos enemigos y sus piezas de artillería. La cámara apuntaba hacia el suelo y el objetivo estaba encajado en un hueco del fuselaje, abierto en la parte inferior del avión. En los escasos momentos de tranquilidad, Buckhman alzaba la vista. En el cielo era otra persona, un ser fuerte y libre.

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Tras el final de la guerra se hizo con una enorme cámara de madera con placas de cristal fotosensible y decidió dejar de mirar al suelo. Se ataba con una cuerda al fuselaje de su fiel biplano Sopwith Pup y soportaba sin queja, con la mirada encendida de alegría, las temperaturas bajo cero y las frecuentes salpicaduras de aceite hirviendo que escupía el motor. Al mismo tiempo que pilotaba, hacía fotos.

En las décadas de los años veinte y treinta sobrevoló la arisca espuma del Atlántico, el dorado Sahara, la solemne Amazonia, los silenciosos Andes, las placenteras campiñas inglesas y las patricias urbes europeas…

Se acercó temerariamente a conos volcánicos en erupción, serpenteó entre las descargas eléctricas de las tormentas tropicales, tuvo que explicar a recelosos funcionarios administrativos que aquello era una locura personal y no un trabajo de espionaje —llevaba encima un certificado expedido por el FBI en el que constaba que era «una persona de fiar pese al acento británico»— y sobrevivió a nueve aparatosos accidentes. Del último creyeron que no saldría con vida porque tenía una feísima y honda quemadura que le abrasó el cuello y la laringe. Tuvieron que instalarle una cánula y perdió la voz. A los pocos días de salir del hospital, todavía convaleciente y sólo capaz de comunicarse con gruñidos, volvió a subirse a un avión. No hacen mucha falta las palabras si estás volando.

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

No reduciría las miles de fotos que hizo Buckhman desde el cielo a la categoría casi cartográfica de la fotografía aérea. La mirada del piloto inglés era horizontal y muy profunda: le importaba tanto lo que estaba abajo como lo que tenía arriba, enfrente y atrás. Para fijar un referente, una unidad humana en la  desmesurada extensión celestial, utilizaba la imagen cercana de otro avión, la silueta escasa y siempre milagrosa de una maquina sostenida en la nada.

Pocos cielos fotográficos me parecen más dignos de ángeles y promesas que los de Buckham. Algunas de las imágenes [las Galerías Nacionales de Escocia tiene una excelente colección online y en esta página hay bastantes más] merecen la bendición de algún verso de Rilke: el cielo grande, lleno de magna contención, / un almacén de espacio, un exceso de mundo.

Ánxel Grove

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Alfred George Buckham

Palomas pioneras de la fotografía aérea

Palomas fotógrafas

Palomas fotógrafas

Julius Neubronner (1852-1932), un farmacéutico alemán de un pueblo no lejos de Frankfurt, solía usar palomas mensajeras para recibir recetas de un sanatorio cercano. Las aves no solo iban a buscar las prescripciones: Neubronner las volvía a enviar con hasta 75 gramos de medicación para los pacientes.

Aunque era el método más rápido en 1903 para que la pequeña mercancía llegara con urgencia, a veces la profesionalidad de las palomas dejaba que desear. Se despistaban por la niebla y perdían la orientación, en algunas ocasiones desaparecían y llegaban cuatro semanas más tarde sospechosamente bien alimentadas…

El farmacéutico, aficionado desde la adolescencia a la fotografía, decidió crear un método para investigar en qué se entretenían sus mensajeras: adjuntarles una pequeña cámara que ilustrara sus recorridos.

Julius Neubronner en 1914

Julius Neubronner en 1914

Neubronner se convirtió en 1907, por casualidad, en un pionero de la fotografía aérea. En un arnés reforzado con aluminio, la paloma llevaba una cámara mínima, hecha de madera, que pesaba de 30 a 75 gramos y que contaba con un sistema neumático para que el disparador se activara solo. La máquina tenía dos lentes que captaban sendas imágenes de modo simultáneo.

El animal, al principio reticente y deseoso de llegar a su destino para despojarse de la carga, aprendía con rapidez a transportarla sin problema. Un año después, el farmacéutico patentó el invento y ganó reconocimiento internacional  exhibiendo en las exposiciones internacionales de Dresde, Frankfurt y París las imágenes que tomaban sus aves, vendiéndolas como postales y mostrando a las palomas, aterrizando tras dar una vuelta, armadas con sus cámaras caseras.

Cuando Alemania se armaba hasta los dientes pocos años antes de la I Guerra Mundial, el ejército se interesó por el sistema de Neubronner como posible técnica de espionaje, pero por suerte, el rápido desarrollo de la aviación hizo que la idea no pasara de la fase experimental y las palomas pudieron seguir dedicándose al arte por el arte.

Helena Celdrán

Fotos aéreas tomadas por las palomas

Fotos aéreas tomadas por las palomas