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Los radicales y vibrantes pósters contra la explotación irracional de Laponia

Suohpanterror

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Para su desgracia, no viven, como buena parte de los pueblos del mundo, bajo el absolutismo de un solo aparato estatal, lo cual ya es bastante en términos de sufrimiento.

Los dos millones de personas de etnia aborigen que viven en Laponia pueblan un gran territorio —tiene casi la extensión de España— sometido a las dispares legislaciones de nada menos que cuatro estados: Suecia, Finlandia, Noruega y Rusia. Son objetivo, por tanto, de cuatro líneas de interés, de cuatro políticas de ambición, de cuatro estrategias de entreguismo al capital, de cuatro posibilidades de ser explotados…

Los nativos, que prefieren ser llamados sami y no lapones, son minoría en la región —sólo el cinco por ciento de la población total—, codiciada por intereses crematísticos por sus riquísimos yacimientos de recursos naturales: hierro, cobre, níquel, apatita —la principal fuente mineral de fósforo y fosfato y, por lo tanto, un componente imprescindible en la fabricación de los abonos minerales—, petróleo (10.000 millones de barriles en reservas no explotadas) y gas natural, con prospecciones ya adjudicadas a empresas como BP, la entidad que sigue por ahí de rositas tras ser causante del mayor vertido de crudo de la historia.

Aunque los sami de Suecia, Finlandia y Noruega tienen parlamentos propios, las instituciones no tienen capacidad de decisión en asuntos estratégicos y son puro maquillaje gubernativo para que los países nórdicos muestren su aparente tolerancia con los nativos. El gobierno de Rusia, cuyo talante ni siquiera guarda las formas, ordena y manda y las minorías, a callar.

Desde hace casi diez años varias grandes corporaciones mineras están abriendo nuevas e invasivas explotaciones a cielo abierto en territorios que los sami consideran no solamente propios sino sagrados, sobre todo por su importancia para los rebaños de renos, el extraordinario mamífero con visión ultravioleta cuya ganadería está reservada a los lapones.

La empresa británica Beowulf ha iniciado un proyecto minero de extracción de cobre en Kallak (Suecia) sin informe de impacto ambiental previo y, desde luego, sin más consulta a los habitantes que el rugido de las taladradoras.

Las protestas contra la mina fueron violentamente reprimidas por la policía sueca y el proyecto sigue adelante, junto con al menos otros cuatro en un radio de sólo doscientos kilómetros y en terrenos de zonas protegidas de la red Natura de la UE o del parque ártico declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco.

Suohpanterror

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El colectivo de artistas anónimos Suohpanterror —la traducción literal del sami, sería ‘el lazo del terror’, utilizando la palabra souhpan, el lazo usado en la ganadería del reno— ha llevado la voz de los sami a las paredes del mundo en una vibrante, radical y bien diseñada colección de pósters.

El material gráfico —que también puede verse en la página de los artistas en Instagram— sorprende no solo por la justicia de las demandas y las respuestas sugeridas —una patada de kung fu en la mejilla es la mejor defensa contra los hombres de los maletines que intentan chantajear a los sami a cambio de un puñado de dólares—, sino porque los nativos lapones, quizá el único pueblo aborigen de Europa que mantiene rasgos sociales y culturales únicos, nunca había destacado por la expresión plástica.

Un portavoz del colectivo de cartelistas-guerrilleros explica en el blog We Make Money Not Art:

Los carteles están llenando un vacío y nos permiten una buena comunicación con otras personas (…) Somos indígenas y también una minoría, así que nos enfrentamos a una gran cantidad de racismo. Es muy difícil vivir como sami hoy cuando tu cultura no es apreciada, cuando tú y tu pueblo son odiados y la mayoría no comparte los mismos valores (…) Vivimos en comunidades pequeñas y queremos protegernos a nostros mismos y a nuestras familias de la violencia física y psíquica y las amenazas que estamos sufriendo.

Hace pocos días, dos artistas sami, Niillas Holmberg y Jenni Laiti, hicieron público un manifiesto titulado Reconectando a través de la resistencia. Presentaron el documento ante el hotel donde se hospedaba el ministro sueco de Cultura y lo leyeron al tiempo que se rapaban el pelo con cuchillos [vídeo de la protesta].

El manifiesto explica las razones que impulsan a los jóvenes creadores sami a pedir la autodeterminación para su pueblo:

Vivimos y trabajamos por esto:

1. Porque tenemos que hacerlo. Porque esta es la única forma de vida que conocemos.

2. Porque todo empieza y termina con Eanan, nuestra tierra. Eanan es la base de todo. Eanan es la pregunta y la respuesta. Nada nos define mejor que ella. Nuestra supervivencia depende de ella. Es nuestra responsabilidad proteger, respetar y cuidar de nuestra madre, para que nosotros y todas las generaciones venideras puedan vivir en unidad con ella.

3. Porque tenemos el derecho a la libre determinación y la libertad en nuestra tierra. Estamos sufriendo la falta de estos derechos. Ha llegado el momento en que nuestra gente empiece a vivir en lugar de sobrevivir. Queremos vivir, no morir.

4. Porque nuestras lenguas maternas son el espejo de nuestras visiones del mundo y una parte esencial de nuestra identidad. Al preservar y desarrollar nuestras lenguas maternas preservamos y desarrollamos nuestras identidades, así como a nosotros mismos. La debilidad del lenguaje socava la capacidad de comunicarse. Los idiomas sami están en peligro. Por ello exigimos que todos los sami tengan los recursos necesarios y el respeto que les permita preservar y desarrollar los idiomas sami. Cuando un idioma desaparece es un signo: la naturaleza y los animales desaparecen con él. Exigimos protección para nuestra Eanan, la tierra, la cultura y nuestras lenguas indígenas con el fin de ser capaces de desarrollarnos de la misma manera que a todos los demás pueblos se les debe permitir desarrollarse.

5. Porque estamos desconectados de la madre tierra y por lo tanto nos sentimos impotentes. Volviendo a conectarnos evitamos la autodestrucción a través del amor por la vida y la libertad para actuar. El poder es ser capaz de preservar y desarrollar la vida. Tenemos que volver a conectar con Eanan, la Tierra. Las personas de todo el mundo deben reflexionar sobre su relación con la naturaleza (…)

6. Porque a las personas que no existen no se les concede ningún derecho. No queremos ser ignorados, queremos que se nos respete como un pueblo indígena por los gobiernos de Suecia y Finlandia, que deben ratificar el Convenio 169 y la aplicación de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. Pedimos respeto por los derechos de los pueblos indígenas a la libre determinación y la existencia. Los explotadores y sus cómplices debe sabar que la vergüenza de sus obras no se mantendrá en silencio.

7. Porque creemos que no habrá cambio sin protesta. Todos tenemos el poder para actuar y cambiar las cosas ahora. Esto es una llamada a la unión, la movilización y la acción, la revolución y la descolonización. Es hora de la liberación.

8. Porque nuestra conexión con la tierra debe ser transmitida a nuestra descendencia. Esto es esencial para seguir el viejo camino de la luz. Hacemos esto por la libertad, la justicia y un futuro mejor. Son los derechos humanos.

9. Porque nuestra voz será seguida por olas de ecos. Porque la valentía alentará la valentía.

Hay muchos recursos en línea para informarse y apoyar la justa lucha de los sami.

Quedan aquí tres vínculos para empezar:

Conviene echarles un vistazo, sobre todo antes de dejarse engatusar por las mentirosas campañas de turismo de Suecia, Noruega y Finlandia sobre unas «vacaciones de ensueño» en Laponia.

Jose Ángel González

Las canciones fúnebres de la etíope-finlandesa Mirel Wagner


Mirel Wagner canta aunque no es lícito aplicar el verbo en su acepción más plácida: la voz tiene un quejido arrastrado, la monotonía del hambre diaria o el pisar de los milicianos que siembran de muerte el sotobosque y las aldeas. Esto dice: Mi bebé tiene la cara hinchada / Grandes labios rígidos / Ojos como los pozos negros /En los que yo también he estado / Su pelo largo / Todavíe huele a  barro / Y responde a mi beso / Con una lengua podrida.

Luego llega el estribillo y es un machete oxidado por el uso y el contacto con la sangre, bien afilado para la efectiva mutilación: Ninguna muerte / Nos separará.

Otra vez: El pozo está seco / Cántame una canción / El viento está furioso, los pájaros no vuelan / Nada para comer, ningún lugara para esconderse .

El estribillo hunde la cuchilla: No puedes comer la basura aunque quieras / No puedes comer la basura aunque quieras / No puedes oler la baura aunque quieras / Porque estás en la basura, eres la basura.

Despedazada a los 23 años, Wagner acaba de editar su segundo álbum, When the Cellar Children See the Light of Day. Es fuerte en el sentido fúnebre pero frágil como un misal infantil; tenebroso como el lamento de una mujer encerrada desde niña en un sótano —la canción central habla de esos casos frecuentes de monstruos, eso decimos mientras devoramos las crónicas mediáticas menos piadosas, que secuestran a los suyos y los encierran durante años en el subsuelo— y también inconcebible como el sindrome de Estocolmo de esa misma niña encerrada, incapaz de entender el libre albedrío tras ser liberada o escapar del carcelero.

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Nacida en Etiopía y, desde el año y medio de edad, criada como hija adoptada por una familia finlandesa en al área metropolitana de Helsinki, Wagner compone y canta desde los 16 años. Ha editado un par de discos —el debut es de 2012, fue publicado con escasa promoción por una discográfica independiente y dejó boquiabiertos a otros músicos y a los críticos, que desgastaron el adjetivo sombrío y mencionaron como referencias rápidas a Leonard Cohen, Nick Drake y Nick Cave—. Es casi natural enlazar ambas obras con el tenebrismo de las murder ballads, el género nacido en el siglo XVII y equivalente en música folk a la crónica roja del periodismo.

Aunque en los temas de Wagner hay sangre, muerte, suicidios y féretros, la prometedora artista parece haber impuesto un veto a que se le pregunte por sus raíces etíopes. En ninguna de las entrevistas que he encontrado [ésta quizá sea la más incisiva] hay rastro de la condición de niña huérfana de una de las zonas del mundo más castigadas por la injusticia y la ferocidad abominable de las guerras civiles larvadas y eternas, un terreno donde las murder ballads podrían ser el himno nacional.

Resulta aún más extraño que no mencione la extraordinaria riqueza de la música etíope, quizá la más variada del vergel melódico africano —la serie etnográfica y recopilatoria de casi treinta álbumes Ethiopiques es de escucha obligada— y la única donde las tradiciones ancestrales tribales han maridado con naturalidad con las canciones religiosas musulmanas y cristianas. Estoy casi seguro de que la cantautora ha indagado en la historia folklórica de su tierra natal: las escalas pentatónicas, el uso de un estrecho rango tonal como memento mori musical, la vocalización adormecida, el storytellling como base de partida para cada composición…

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Mirel Wagner (Cortesía Sub Pop)

Con una producción casi esquelética —mi opinión es que el eco en la voz, aunque sobrio, resulta un adorno innecesario— firmada por Vladislav Delay (uno de los heterónimos del músico electrónico Sasu Ripatti) y alguna pincelada instrumental ajena a la guitarra acústica de Wagner, When the Cellar Children See the Light of Day es uno de los grandes discos en lo que va de año.

La joven cantautora rechaza ser calificada de tenebrosa por su tenacidad en circundar la muerte: «Lo que de verdad es tenebroso es la música que se convierte en un producto, la música que suena en la radio… Eso es mucho más tenebroso que una canción melancólica«.

Es la suya, en todo caso, una melancolía lúgubre —en Oak Tree canta desde la voz de un recién nacido no deseado y enterrado en vida por su madre (una señora me ha dejado aquí / me pidió con voz temblorosa que me durmiese)—, que empapó al disco desde su gestación: Wagner compuso y preparó el repertorio en una cabaña en el bosque sin luz ni agua, con la única compañía de un ratón silvestre en busca de refugio…

Lo mejor que se puede decir de estre disco desolador y hermoso es que goza del don de situarse fuera de los calendarios. Que haya sido editado en 2014 es una mera nota circunstancial. Podría pertenecer a cualquier época pasada o futura. Las sombras del luto no tienen edad.

Ánxel Grove

La crónica de tres años con los pastores de renos de la Europa ártica

© Erika Larsen

© Erika Larsen

El pueblo sami —que en español suele denominarse lapón— reivindica la condición de etnia indígena de Escandinavia. Aunque no hay censos precisos, los sami son unas 130.000 personas y viven en un área de casi 400.000 kilómetros cuadrados de las zonas árticas de Noruega, Finlandia, Suecia y Rusia. Hablan diversas formas de la lengua sami, donde, con ecos del lenguaje vigoroso de las sagas nórdicas, vârrâ significa sangre; jiegηa, hielo, y goatte, casa.

Los sami gozan del asombro frecuente de las auroras boreales; veneran a la diosa Beiwe de la fertilidad, el sol y la cordura; deben luchar, sobre todo en Noruega, contra intentos de asimilación invasiva promovidos desde el poder central del Estado, y todavía se dedican a la ganadería y pastoreo del reno, ese majestuoso animal cuyo rango de visión alcanza el ultravioleta.

La fotógrafa Erika Larsen (EE UU, 1976), hija de noruego, vivió durante tres años en la población sami de Kautokeino, situada tres grados de latitud por encima del Círculo Polar Ártico. La localidad, donde viven menos de tres mil personas, tiene relevancia histórica: en 1852 estalló en el lugar una rebelión contra las autoridades noruegas que culminó con el homicidio de dos comerciantes y la posterior ejecución de los líderes de la revuelta.

Las fotos que Larsen ha reunido en la serie Sami, Walking with Reindeer (Sami, caminando con los ganaderos de renos) son una declaración de amor y un ejercicio de nostalgia por una arcadia nevada y de escasa luz solar. Cuando la fotógrafa regresó a Nueva York, cuenta en un texto con carácter confesional, sintió que «estaba dejando atrás el verdadero hogar, Kautokeino».

Acogida por una familia, los Gaups, Larsen se vió integrada en el círculo invulnerable que para los sami representan los lazos de sangre. Ayudaba en casa, asistió a clase, aprendió a hablar sami y a entender el blando poder que contienen las canciones yoik, que algunos estudiosos consideran la forma de canto folklórico más antigua de Europa. También, por supuesto, se convirtió en una experta en cocinar platos con reno, entre ellos el gamsu: el estómago del animal relleno de sangre y después cocido.

En las fotos se aprecia un poder vinculante. Siendo la familia el sostén primario de la sociedad en una región donde el clima nunca es un aliado, los retratos son un elemento de constancia de paso, reverencia hacia el pasado y reivindicación de la procedencia y en todo hogar se guardan con mimo extremo imágenes de los antepasados. De ahí que no haya afectación en las poses y que las miradas de los sami tengan una textura que concierne al ambiente: nitidez boreal.

La fotógrafa afirma que sus años sami le han cambiado la vida y enseñado una nueva forma  de relacionarse con el mundo y participiar de su engranaje. «Encontré una profunda paz mental y me propuse tener hijos, construir una familia. Todavía me mantengo en contacto esporádicamente con los Gaups, pero llevo a diario conmigo lo que aprendí de ellos. Me siento más cercana a mis instintos y necesito salir al campo… Los sami me enseñaron una forma nueva de vida».

Ánxel Grove