El último zoo humano que avergonzaría a Europa tendría lugar en Bélgica, y sería en una Exposición Universal, un espacio donde las naciones exhiben sus logros.
Ocurrió en 1958 y, bien mirado, no cae tan lejos el evento, está a la vuelta de la esquina, cruzando la calle de la Xenofobia, llegando a la Plaza Racismo, a cuatro paradas del ascenso de la ultraderecha europea…
Las autoridades belgas, que habían tomado el Congo un siglo antes, consideraban que África formaba parte de su historia más luminosa. Y quisieron rendir tributo y homenaje a sus hazañas en la Exposición General de Bruselas.
El marketing es una institución perversa: ¡Qué idea tan estupenda! ¿Por qué no montamos un stand especial y recreamos en él un poblado aborigen? ¿Por qué no exhibir allí dentro, tras un seguro perímetro de bambú, a unos cuantos súbditos congoleños- ¿quinientos, tal vez?-, y que se comporten estas familias como buenos salvajes, que tejan, bailen y duerman, encerrados en sus jaulitas de madera.
Delicia para el público educado y superior. ¡Será un éxito!