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‘Ven a mí, Paraíso’: mujeres, aislamiento y ciudades de cartón en Hong Kong

Paraíso suele ser una palabra engañosa. Bajo esta imagen pueden aparecer purgatorios o infiernos. Lugares donde nadie mira, territorios fallidos que atrajeron a las personas por la recompensa.

Tenemos ejemplos. Si uno se atreve a visitar Srinagar, la capital de la Cachemira ocupada, se sorprenderá al cruzar el inmenso túnel que fractura el Himalaya: cuando regresa la luz, aparece un océano de campos fértiles y lagos, y un cartel da la bienvenida: “Welcome to Paradise”; un «bienvenidos al paraíso» rodeado de militares armados, helicópteros de guerra y perros policía que ladran en este supuesto edén.

Los paraísos por tanto deberían evitarse, pero hay personas que no deciden su destino.

Chunking House, Hong Kong. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas.

Chungking House, Hong Kong. ©Jacobo Alcutén. Hoja de Rutas.

Hong Kong es visto por algunos como otro paraíso, o quizás la única esperanza o salida laboral. Hong Kong, la ciudad imposible, tierra de las chungking mansion, también llamadas dormitorios nicho: verjas, cámaras de seguridad, hacinamiento, hedor a sudor y aguas portuarias que conviven junto al lujo y las torres acristaladas. Hong Kong, el monstruo distópico para los habitantes de las capas bajas. Paraíso económico para unos pocos.

La directora filipino-canadiense Stephanie Comilang ha titulado a su documental Lumapit Sa Akin, Paraiso (Ven a mí, Paraiso), en el que muestra la vida de las trabajadoras migrantes filipinas en un formato que mezcla la ciencia ficción y la realidad íntima de sus protagonistas. Paraiso es en esta historia el nombre de un drone dotado de alma que le sirve a la directora para sobrevolar la trama; paraíso es también un espacio o territorio no reconocido para unas migrantes tratadas casi como alienígenas en la antigua colonia británica.

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Muere Billy Name, fotógrafo de la Factory de Warhol

Billy Name (1940-2016) en la Factory

Billy Name (1940-2016) en la Factory

Acaba de morir, a los 76 años, Billy Name, que en realidad se llamaba William Linich. El sobrenombre se lo puso Andy Warhol, para quien el entonces joven muchacho fue fotógrafo, decorador, compañero de cama, archivista y cualquier otro oficio que a la divina estrella se le ocurriese —por algo habían bautizado al pseudoartista como Drella, ósmosis de Drácula y Cinderella (Blanca Nieves): era un vampiro pálido que vivía del esfuerzo ajeno de una tropa de mal pagados o impagados colaboradores—.

Name era un mal fotógrafo. En los confines de la Factory, el lugar para ver y ser visto que Warhol consideraba un laboratorio artístico, la calidad importaba poco o nada. De la plantilla habitual, casi todos perversos, casi todos depresivos, casi todos muertos, sólo tenían genio Lou Reed y John Cale, la pareja que comandaba la Velvet Underground. Los demás eran, con perdón y con respeto, basura blanca, buscavidas, drogos, sexoadictos… Era fácil confundir riesgo con arte en aquel marasmo.

En el caso del fotógrafo-juguete-sexual de Warhol, el todavía llamado William Linich era técnico de iluminación y, para pagar el alquiler, camarero por horas de una tetería, Serendipity 3 —todavía está abierta—,  frecuentada por el artista y sus aduladores. Entre tazas de té, pastas y cristales de Tiffany, un flechazo.

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Retratos desoladores de la macrohuerta más fértil de los EE UU

© 2013 Matt Black Photography

© 2013 Matt Black Photography

El ventilador es un pobre alivio: apenas remueve la calima en el interior de la casamata. El lugar tiene nombre, Teviston, pero nada significa para la conciencia universal: un poblado ajeno que ofrece polvo y sofocación a 1.200 personas, casi el 90% de las cuales son trabajadores agrícolas ilegales.

Bienvenidos a la huerta de los EE UU, el Central Valley de California. El ocho por ciento de los productos hortícolas del país —el 85% de las zanahorias, casi el 100% de las almendras, la mitad de los espárragos, la tercera parte de los tomates…— se cultiva en este gran territorio: 58.000 kilómetros cuadrados.

La economía también es mayestática: los cuatro condados estadounidenses con más facturación agrícola están en el valle. Son Fresno, Tulare, Kern y Merced, que producen cada año unos 12.000 millones de euros en alimentos frescos —la facturación total anual de toda la zona es de 30.000 millones de euros—. Quince de los 18 condados de la región están entre los 25 más fértiles y productivos del país.

La sombra que se percibe tras el ventilador podría ser una radiografía del cultivador-tipo: inmigrante centroamericano, sin papeles y con un salario medio de 7.500 euros al año en un estado cuyos habitantes tienen un ingreso per capita de más de 17.000. ¿Explotación? Por supuesto.

© 2013 Matt Black Photography

© 2013 Matt Black Photography

El fotógrafo Matt Black, nativo del Central Valley, indaga en el fotoensayo The Kingdom of Dust (El reino del polvo) sobre las perversas consecuencias de las explotaciones intensivas que se han consentido durante casi un siglo en el Huerto de América: la humana y la del ecosistema.

La primera ha derivado en elevadas tasas de consumo de drogas y alcohol —en ambos casos, sustancias de clase barata: destilados que se acercan al metílico y drogas sucias de elaboración casera—, uno de los índices más altos de embarazos adolescentes de los EE UU y criminalidad ejercida por pandillas y gangs.

El aprovechamiento ciego del terreno ha terminado por secar los acuíferos subterráneos y convertir parte del valle en un erial. El agua existe gracias a los sistemas de irrigación artificiales, controlados, como algunas granjas altamente automatizadas, por satélite.

«La forma en que una sociedad obtiene el alimento —algo por lo que rezas y pagas— dice mucho de esa sociedad. El Central Valley revela cómo es la vida moderna. Una distopia rural: un paisaje empobrecido que una vez fue rico, industrializado pero rural, habitado pero descohesionado: un reino hecho de polvo que alimenta a millones mientras se consume a sí mismo», dice el fotógrafo.

Las fotos le dan la razón. Esta suculenta ensalada nos envenena el alma.

Ánxel Grove

 

‘Fashion Victims’, mujeres cubiertas de escombros en la Gran Vía de Madrid

'Fashion Victims' - Yolanda Domínguez

‘Fashion Victims’ – Yolanda Domínguez

Las mujeres jóvenes, en diferentes puntos de la calle Gran Vía de Madrid, bien vestidas y atiborradas de complementos, permanecen quietas y tiradas en el suelo, cubiertas de escombros mientras los transeúntes pasan a su lado.

Algunos las miran despreocupados o sacan fotos como entendiendo el mensaje artístico de la escena, otros sencillamente no quieren saber nada, los hay que se preocupan por atenderlas. «Otros miraban hacia arriba pensando simplemente que alguien se había suicidado«, dice en su blog personal Yolanda Domínguez (Madrid, 1977), autora de la acción urbana.

Fashion Victims, el último proyecto de la artista, denuncia la reciente tragedia del derrumbe del edificio en Bangladesh  en el que trabajaban en condiciones infrahumanas 3.000 personas en cinco talleres textiles que cosían para marcas como El Corte Inglés, la sueca H&M, la estadounidense GAP y la irlandesa Primark. A pesar de la situación de ruina de la construcción, fueron obligadas a seguir produciendo: el derrumbe de la fábrica, que se vino abajo el 24 de abril, causó al menos 1.127 muertes.

'Fashion Victims' - Yolanda Domínguez

‘Fashion Victims’ – Yolanda Domínguez

Domínguez alude con el título a «los verdaderos fashion victims« del sistema —»los trabajadores esclavizados, la explotación infantil y los millones de perjudicados por la contaminación que producen las fábricas en los países de producción»— y urge a la reflexión sobre las consecuencias del «consumismo desmedido», la constante ansiedad por poseer objetos nuevos «que alimentan el ego».

Para la puesta en escena, la artista se ha basado en las imágenes de los trabajadores textiles publicadas en los medios de comunicación, en las que «asoman brazos y piernas de las víctimas bajo los restos del edificio». El contraste entre el aspecto cuidado de las actrices y la suciedad de los escombros, acerca la tragedia al mismo escenario en el que se alinean las grandes cadenas de moda.

No es la primera vez que Yolanda Domínguez realiza acciones artísticas con trasfondo social. En el pasado ridiculizó con humor la actitud forzada de las modelos en los anuncios de moda con Poses: una acción callejera en la que mujeres normales y corrientes adoptaban posturas imposibles en la calle, dejando en evidencia el supuesto ideal femenino mostrado en la publicidad de la moda. En Esclavas, otro de sus proyectos recientes, confeccionó con la tela azul de los burkas provocativas prendas de vestir femeninas que apenas cubren el cuerpo, en una reflexión sobre las exigencias masculinas en dos sociedades opuestas.

Helena Celdrán

Los Blues Brothers obligan a Brian Wilson a hacer surf

La explotación del enfermo, el distinto o el raro forma parte inseparable del negocio del rock. Uno de los últimos ejemplos es Daniel Johnston, aplaudido como rey oustider por un público que nunca le invitaría a comer y por un buen montón de famosetes con gusto por la bohemia y las camisetas con el lema «me gusta el loco» (entre ellos Tom Waits, Wilco, Beck, Yo La Tengo, M. Ward, Bright Eyes, Sonic Youth y Kurt Cobain). Enfermo dolorido, maniaco-depresivo, disociado, incapaz de valerse por sí mismo, víctima de delirios y ataques de violencia, a Johnston le vale de poco la veneración: son sus padres, un par de ancianos cristianos integristas  quienes le cuidan a diario son su padre, un anciano cristiano integrista, y un hermano de Daniel. Ambos vigilan que tome la medicación, se encargan de darle de comer…

La historia no es nueva. El vídeo que abre la entada es uno de los más despiadados episodios de canibalización insensible que empuercan la historia de la música poprock, donde estar majara parece en ocasiones ser un valor muy provechoso financieramente, sin que medie la consideración del dolor que sufre el enfermo.

"La curación del hermano Brian". Portada de la revista Rolling Stone

«La curación del hermano Brian». Portada de la revista Rolling Stone

Se trata de un sketch en tono de comedia rodado en el año 1976 en el que los actores Dan Aykroyd  y John Belushi (1949-1982) encarnan a una pareja de agentes de policía que entran en la casa de Brian Wilson, líder de los Beach Boys, para comunicarle que es «culpable» de no hacer surf y obligarlo a coger algunas olas.

El músico, que sufría un severo síndrome maniaco-depresivo desde hacía años, tenía un temor reverancial por el océano, apenas sabía nadar y jamás se había subido en una tabla de surf —pese a ser el compositor de Surfer Girl, Catch a Wave y otros himnos de la surf-music— fue presionado para que aceptase la humillación por su familia y el resto del grupo, empeñados en vender la campaña Brian Is Back! (¡Brian ha regresado!) para que la caja registradora volviese a registrar ingresos.

La pareja de cómicos, mundialmente famosa unos años más tarde por la película The Blues Brothers (John Landis, 1980), lleva al acusado a la mítica playa de Malibú, donde el asustado Wilson, vestido con albornoz, es zarandeado por las olas.

Pese al empeño (el grupo gastó una fortuna en vender la curación del loco comprando espacio en revistas y cadenas de televisión para entrevistas en las que Wilson no pasaba de algunos gestos de asentimiento), la historia no acabó bien: el disco de regreso de Brian, 15 Big Ones, fue un desastre, y el terapeuta que contraron para que resintonizase al enfermo, Eugene Landy, era un cantamañanas sin titulación que intentó hacerse dueño de la voluntad del paciente.

Hay un bonito colofón para esta triste fábula. Unos meses más tarde, antes del final de 1976, demostrando que los locos pueden tener el don de la iluminación, Wilson grabó una de las canciones más sinceras de su carrera. Estaba solo en casa, sin guardianes, y la cantó al piano. Se titula Still I Dream of It:

Joven y hermoso
Como un árbol recién plantado
Hacía frente a la vida
Pero cometí errores
¿Aprenderé alguna vez de las lecciones
que me enseña el camino?
Estoy convencido
La hipnosis de nuestras mentes
Nos puede transportar muy lejos

Fue un momento aislado de libertad y visión cristalina. Hasta el día de hoy, Wilson sigue siendo manipulado por su familia para sacar rendimiento económico al ángel roto.

Ánxel Grove