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Esculturas ‘matemáticas’ que engañan a los sentidos

Es un objeto de plástico rígido y es fácil imaginar que los pinchos redondeados son blandos como los de una anémona. Las esculturas cinéticas de John Edmark ponen de relieve lo poco fiables que pueden ser nuestros sentidos con respecto a la realidad. El cerebro humano siente debilidad por rellenar espacios vacíos para generar ilusiones ópticas o imaginar un movimiento vivo donde sólo hay una rotación rápida.

«Mientras el arte es a menudo un vehículo para la fantasía, mi trabajo es una invitación a profundizar más en nuestro mundo y descubrir cómo de asombroso puede ser». El diseñador, artista e inventor estadounidense, conocedor de que «el cambio es la única constante en la naturaleza», adora los patrones, las rotaciones y los giros de precisión matemática.

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Una escultura cinética impresa en 3D

De la oscuridad emerge la silueta humana iluminada, levantado una pierna y luego otra, adaptándose a las órbitas de un extraño objeto como hilado, parecido a una madeja, que no deja de girar. Después aparecen otros bailarines, que harán el mismo movimiento progresivamente, dejándose guiar por el primero.

Ballet #01 es una escultura cinética del artista japonés Akinori Goto que es capaz de maravillar al bregado espectador digital. Al estilo de la magia de bellezas pretéritas de la animación como el zoótropo o el todavía más antiguo fenaquitiscopio, la estructura muestra en bucle a una persona ejecutando un sencillo movimiento de ballet.

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14.000 cristales de gafas para emular el brillo y el sonido del mar

No es un desperdicio de lentes que podrían usar otros, los cristales ópticos proceden del Canadian Lions Eyeglass Recycling Centre (Clerc), un centro de reciclaje de gafas que se propone desde Canadá proporcionarlas a todo el que no pueda permitírselas. Cada ejemplar ha sido descartado por diferentes motivos y su destino era la basura.

Las 14.000 piezas cuelgan ahora de pequeños ganchos, en hileras que las mantienen ordenadas como en un muestrario de joyas. Cuando sopla el viento, emiten un tintineo sordo y lejano que recuerda de manera inesperada al oleaje, también emulan al mar en el modo en que brillan al sol.

Obra de los artistas canadienses Caitlind R.C. Brown y Wayne Garrett, la escultura cinética sea/see/saw recibe su nombre de un juego de palabras entre el término inglés para mar y el presente y el pasado del verbo ver. «Diseñamos la escultura para reflejar la superficie dimámica y brillante del Bósforo«, dicen los autores.

Detalle de la escultura cinética 'sea/see/saw' - Caitlind R.C. Brown & Wayne Garrett

Detalle de la escultura cinética ‘sea/see/saw’ – Caitlind R.C. Brown & Wayne Garrett

Instalada hasta el 16 de enero de 2016 en la fachada del museo de arte Pera de Estambul (Turquía) —un edificio diseñado en el siglo XIX por el arquitecto griego Achilleas Manussos—, la escultura es parte de las celebraciones del 10º aniversario del centro, especializado en orientalismo y arte del siglo XIX.

Desde la institución citan palabras de los artistas para explicar que la escultura celebra «la contribución del Museo Pera al paisaje cultural de Estambul, con los ojos puestos en el futuro»: «Introduciendo un movimiento caótico en una estructura que de otro modo es estática (…) sea/see/saw invita a los espectadores a entrar en un cambio momentáneo de perspectiva. (…) Los observadores se convierten en observados».

Helena Celdrán

‘Metropolis II’, ¿una escultura cinética o un Scalextric salido de madre?

Su construcción llevó cuatro años, un coleccionista la adquirió por una cantidad exagerada -y desconocida, pero de siete cifras- y ese mismo comprador misterioso la ha cedido al Lacma de Los Ángeles, donde la obra pasará una década.

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

'Metropolis II' en el Lacma - © Chris Burden - © Museum Associates

El artista Chris Burden es el autor de Metropolis II, clasificada por el Museo del Condado de Los Ángeles como «una intensa y compleja escultura cinética», pero con más pinta de ser un híbrido entre los escenarios de la famosa película de Fritz Lang y un Scalextric salido de madre.

La estructura de seis metros de ancho y más de nueve de largo, tiene 18 carreteras que soportan la violencia de 1.100 coches que circulan a 23,3 millas por hora (unos 37 kilómetros), el equivalente según la escala a ir a 370 km/h por una ciudad como Los Ángeles.

La única motorización de los coches es la cinta transportadora que los impulsa en lo alto del circuito. Los vehículos corren libres de un modo apocalíptico, se amontonan en los carriles y sólo paran cuando el morro choca con la parte trasera del vehículo que tienen delante.

Una de las bifurcaciones de 'Metropolis II'

'Metropolis II'

Burden juega además con la baza del sonido, «que hipnotiza y provoca ansiedad al mismo tiempo» para recrear el ritmo vital de los habitantes de una gran ciudad, sometidos al estrés de la eterna banda sonora obligada de coches sobre el asfalto.

A veces hay accidentes, los vehículos se apilan y se salen de la trayectoria afectando a las vías de los trenes, con lo que siempre tiene que haber un operario cerca para que la ciudad no se vaya al tacho. Ese no es el único problema: se prevé que la instalación, aunque sólo funcionará los fines de semana, presente con el paso de los años problemas con el desgaste de las estructuras y los coches. Metropolis II se perfila como una pesadilla para cualquier museo.

Helena Celdrán